Si
Toledo, ciudad Patrimonio de la Humanidad, es un conjunto monumental
donde cada calle del casco antiguo tiene algún monumento
digno de mención, quizás sea el Alcázar uno
de los edificios más emblemáticos, incluso por encima
de la gran catedral gótica o de las numerosas iglesias,
mezquitas y sinagogas que conserva.
El Alcázar
de Toledo ocupa el primitivo asentamiento del castro romano,
al ser el punto dominante del cerro en que se sitúa la
ciudad de Toledo.
Más
tarde, en tiempos ya medievales, fue adaptado por visigodos y
árabes y tras la reconquista castellanoleonesa, se convirtió
en residencia del rey Alfonso VI y otros insignes monarcas castellanos
y españoles. Carlos
V encargó su reconstrucción a Alonso de Covarrubias
convirtiéndose en un palacio básicamente renacentista.
Sin embargo, el
Alcázar de Toledo sufrió a lo largo de su historia
numerosos incendios y la casi destrucción total en la guerra
Civil Española. Reconstruido
en 1950, alberga el Museo del Ejército.
Historia del Alcázar de Toledo
El
Alcázar de Toledo, con sus grandes dimensiones y situado
en la parte más alta de la ciudad, dota de una personalidad
propia la perspectiva de la ciudad del Tajo. Su privilegiado emplazamiento,
defendido de forma natural por el río, lo convirtió
en un importante centro de poder desde época romana.
Los primeros vestigios del edificio
Se tiene constancia de la ocupación de este
lugar desde el II milenio a.C., pues se han encontrado algunos
restos cerámicos y utensilios de sílex. En época
romana fue la sede del palacio del pretor de la ciudad. Se han
encontrado vestigios del periodo imperial, fundamentalmente muros,
pequeños fragmentos de suelo, una gran cisterna de agua
y restos de un mosaico.
La alcazaba hispanomusulmana
El
antecedente del palacio actual debió comenzarse a construir
en época emiral, hacia el año 796. Se desconoce
su forma, pero debió ser construido con adobe y tapial,
tal y como relatan algunas crónicas. En el vestíbulo
que permite el acceso a las salas del Museo del Ejército
pueden verse restos de una muralla de época hispanomusulmana,
y también se ha identificado una estructura que podría
corresponderse con un jardín colgante. Uno de los elementos
más visibles de esta época es un arco de herradura
que se encuentra en la bajada a uno de los sótanos.
La construcción cristiana
Pero es en época cristiana en donde se encuentra
el antecedente más directo de la construcción actual
y de esta época son los restos más visibles. Aunque
la tradición ha negado la importancia de este edificio,
los últimos estudios realizados demuestran que, en realidad,
el alcázar del emperador es deudor de la estructura anterior,
y en muchas zonas lo único que se realizó fue adecuarlo
a un uso diferente. Tras la toma de Toledo en el 1085 el edificio
hispanomusulmán se destruyó. Durante el reinado
de Alfonso VI se comenzó la construcción de un nuevo
recinto fortificado, que no sería concluido hasta época
de Alfonso X, cuando se realizó la fachada oriental, con
sus almenas y los torreones circulares, que fueron respetados
por orden de Carlos I. Todavía en época de Sancho
IV se documentan algunos trabajos en el edificio. A partir del
siglo XIII los reyes donaron algunos palacios del complejo a las
órdenes de Calatrava, Santiago y los Hospitalarios de San
Juan.
Las reformas de los Trastámara
Tras el asedio de la ciudad protagonizado por Enrique
III de Trastámara, se inició una nueva etapa en
el edificio, al convertirse en una residencia real. Esto propició
que se realizaran diversas construcciones e intervenciones en
los edificios ya existentes, hasta la época de los Reyes
Católicos. Aquí ya encontramos un edificio con cuatro
torres en los ángulos, cuyos cimientos fueron utilizados
en el alcázar imperial. Sin embargo, el elemento más
característico de esta construcción debía
ser una gran torre exenta, rematada con un torreón más
pequeño cubierto con un alambor. Tan sólo se ha
conservado su base, que puede verse en el vestíbulo del
museo, se encuentra situada frente al acceso que permite la entrada
de grupos. Esta torre llegó a contar con un aljibe propio,
para asegurar el abastecimiento de agua en caso de asedio. Seguramente
fue aquí donde María Pacheco resistió el
embate de las tropas imperiales, cuando tomó el mando de
la ciudad al final de la revolución comunera.
El alcázar imperial
En
época de Carlos I, en el solar que ocupa el palacio debían
existir numerosas construcciones, realizadas en diferentes épocas,
destinadas a usos diversos y sin ninguna unidad estética.
Por este motivo, el rey decidió construir un gran palacio
que sirviera como residencia regia, de la misma forma que había
hecho en otros lugares como Sevilla, Granada o Valladolid. Este
nuevo edificio hizo propio una parte importante de las construcciones
medievales, reutilizando, por ejemplo, los cimientos de las cuatro
torres angulares, y una buena parte de sus muros.
En el año 1537 se realizó un proyecto
que presentaba un edificio de carácter más funcional
y acorde a las nuevas formas artísticas. Sus obras comenzaron
en 1542 y se desarrollaron a lo largo de la segunda mitad del
siglo XVI. En 1560 Felipe II .ya ocupó el palacio, aunque
muchas partes todavía no debían estar terminadas.
Para llevar a cabo la construcción se nombró a algunos
de los arquitectos más importantes de este momento, como
fueron, entre otros, Alonso de Covarrubias, Juan de Plasencia,
Juan Bautista de Toledo, Enrique Egas "el mozo", Francisco
de Villalpando y Juan de Herrera. Sin embargo, este palacio imperial
perdió su función antes siquiera de que fuese concluido.
En el año 1561 Felipe II decidió trasladar la sede
de la corte a Madrid, y ésta no volverá a Toledo
nunca más, salvo en ocasiones muy puntuales.
El palacio después de Felipe II: de proyecto
ilustrado a ruina romántica
Tras
perder la función con la que se había concebido,
fue difícil encontrar utilidad a un edificio de estas dimensiones.
Durante un tiempo se habilitó aquí la cárcel
de corte. En ocasiones llegó a servir como residencia de
las reinas que habían sido apartadas de Madrid, como Mariana
de Austria o Mariana de Neoburgo. Durante la guerra de Sucesión
(1701-1713) también fue ocupado por los militares austriacos,
lo que debió acrecentar su abandono. En esta época
se produjo un aparatoso incendio.
En 1774 el cardenal Antonio de Lorenzana concibió
un proyecto ilustrado para devolver a la ciudad el esplendor de
tiempos pasados. De esta forma, en el Alcázar se instaló
la sede de la Casa de la Caridad, y se encargó al arquitecto
Ventura Rodríguez una reconstrucción del edificio,
para adaptarlo a su nueva función. Pero el proyecto terminó
cuando Godoy apartó a Lorenzana enviándolo a Roma.
De nuevo, el edificio cayó en desuso.
Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814),
las tropas de Napoleón se hicieron fuertes en el Alcázar
y el edificio sufrió un terrible incendio, mucho más
devastador que el anterior.
Durante el siglo XIX Toledo se convirtió en
una ciudad pintoresca, visitada por un número de viajeros
cada vez mayor. Es la época del marqués de la Vega
Inclán, de la creación de la Casa Museo de El Greco,
y de los primeros intentos de restaurar la sinagoga del Tránsito.
Pero el Alcázar seguía abandonado. En realidad no
se encontró ninguna utilidad a un edificio de proporciones
tan desmesuradas y, además, la ciudad tampoco tenía
fondos para restaurarlo. De esta forma, se convirtió en
una ruina romántica, alabada por todos los que la visitaron.
Pero a mediados de siglo la situación cambió, al
asentarse en Toledo el Colegio de Infantería. Durante el
reinado de Isabel II el ejército reconstruyó el
edificio. Salvo un pequeño incendio producido en 1887,
la construcción no sufrió más daños,
y estuvo ocupada por los militares hasta 1936.
La Guerra Civil y el siglo XX
Durante la última guerra civil, el edificio
fue arrasado prácticamente en su totalidad convirtiéndose
de forma temporal en una victoria de las tropas republicanas.
Todavía hoy, este episodio prevalece sobre toda la historia
en la memoria de muchas personas. Tras la contienda bélica,
el Alcázar se convirtió en un símbolo nacional
del nuevo régimen. De esta forma el edificio se vació
de todo el significado anterior, dando lugar incluso al nombre
de un periódico. Gracias a esto, entre 1940 y 1961 fue
restaurado, dando lugar al edificio que podemos ver en la actualidad.
En su interior se instaló el Museo del Asedio.
Con la entrada de la democracia, se comenzó
a barajar un nuevo uso cultural del edificio, que desembocó
en el proyecto de la Biblioteca de Castilla La Mancha y del Museo
del Ejército, que han sido recientemente inaugurados.
Características constructivas del exterior
El edificio tiene unas dimensiones enormes, y su
monumentalidad se ve resaltada por el lugar que ocupa, la parte
más alta de la ciudad. Es un palacio de proporciones armónicas,
estructurado en torno a un gran patio central abierto mediante
arcadas sobre columnas clásicas y con una escalera monumental.
Tiene una planta cuadrangular, con cuatro torreones diferentes
entre sí, rematados con chapiteles de pizarra negra en
los ángulos, que comunican las fachadas, que también
son todas distintas.
La
fachada más antigua es la situada al este, aunque no es
la primera que se empezó a construir, pues las obras comenzaron
por el lienzo norte. En este frente se evidencia de forma clara
el reaprovechamiento de los muros y los materiales del palacio
medieval, como puede verse en el adarve con ménsulas y
almenas, y los torreones semicirculares insertos en el muro.
El lienzo meridional es quizás el más
característico. Fue realizado por Juan de Herrera, en época
de Felipe II, y en la actualidad es el acceso a la Biblioteca
de Castilla La Mancha. Está dividido en cuatro cuerpos.
El inferior se estructura en torno a una arcada de medio punto
que la recorre en todo su perímetro. Los dos cuerpos superiores
se dividen a su vez, cada uno, en otros dos alturas, con abundantes
vanos, los del piso inferior de mayor tamaño, y separados
mediante molduras, que crean efectos de claroscuro. El último
cuerpo es más pequeño, y presenta una galería
con vanos de medio punto separados también por pilastras.
La fachada de poniente es sin duda la más
sobria. Tan sólo presenta una serie de repetitivos vanos
de desigual tamaño, que evidencian cuatro alturas, sin
apenas decoración. Se corona con un cuerpo superior, que
presenta una galería de ventanas adinteladas, todas ellas
con las mismas proporciones.
La fachada principal, situada en el costado septentrional,
se abre frente a una explanada desde la que se contempla una perspectiva
de la ciudad. Fue proyectada por Alonso de Covarrubias. Se divide
en tres cuerpos. Los dos inferiores son muy similares y la decoración
se reduce al entorno de las ventanas y los balcones. El tercero
tiene una ornamentación más rica, con columnas flanqueando
los vanos, modillones, escudos, y sillares almohadillados. Se
remata con una balaustrada muy clásica, con los pináculos
y esferas característicos de la arquitectura herreriana,
y que tan presentes están ene l tratado de Serlio.
La portada principal está completamente centrada.
Se concibe a modo de arco del triunfo, con un vano de medio punto
con dovelas almohadilladas que llegan hasta el suelo, enmarcado
por dos columnas clásicas, y decoración de espejos
en las enjutas. Sobre la misma hay un dintel, que acoge un gigantesco
escudo imperial, flanqueado por dos maceros.
El interior
Tras atravesar la portada principal, se entra en
el zaguán, que tiene una solución muy novedosa,
al presentar una estructura tripartita, que recuerda a los atrios
romanos. Se trata de un modelo ampliamente desarrollado en la
tratadística renacentista e importado directamente desde
Italia en donde puede verse en numerosas construcciones, como
el Palazzo Farnese de Roma.
El patio se comenzó a construir en 1550. Se
estructura en torno a dos pisos, con arquerías de medio
punto y columnas con capiteles corintios, pareadas en los ángulos.
En las enjutas puede verse el escudo imperial. Las galerías
de las cuatro pandas se cubren con bóvedas de arista en
los dos pisos. En el centro puede verse una estatua de Carlos
I, copia de la obra de Pompeo Leoni que se encuentra en el Museo
del Prado.
Uno de los elementos arquitectónicos más
impresionantes del palacio se encuentra en la escalera monumental,
situada al otro lado del patio, justo enfrente del zaguán
de entrada. Aunque previamente Francisco de Villalpando y Alonso
de Covarrubias habían realizado algunos diseños,
no se comenzó a construir hasta 1552 por este último.
El proyecto original se transformó en 1574 bajo unas nuevas
directrices dadas por Juan de Herrera, que finalizó la
estructura en 1579. Este arquitecto abovedó la caja, y
construyó los siete arcos del piso inferior. Por los mismos
años realizó también la capilla real, situada
en el costado meridional, detrás de la escalera.
Se trata de una escalera inserta en una caja que
ocupa toda la panda sur del patio, que se divide en cinco tramos
de proporciones desiguales. De esta forma se genera un espacio
tripartito, eco del zaguán de entrada. Mientras que el
primer tramo es común, en los dos últimos debe elegirse
recorrer uno de los dos lados, creando una sensación de
incertidumbre netamente barroca. Esta estructura favorece una
subida muy cómoda y un ascenso delicado. Junto con la de
El Escorial, un edificio que se terminó en la misma época
que el Alcázar y bajo la dirección del mismo arquitecto,
esta escalera introduce la tipología barroca de doble tiro.
El modelo supuso una novedad en la arquitectura española,
y se repitió en muchas otras construcciones, llegando incluso
a exportarse fuera de nuestras fronteras.
Las diferentes salas del interior del palacio
también presentan unas soluciones constructivas muy novedosas,
convirtiéndolo en un edificio cómodo y confortable.
Así por ejemplo, se instalaron numerosas chimeneas en todas
las estancias, para hacer frente a los fríos inviernos
toledanos. Los suelos se cubrieron con un enlosado de barro, que
permitía refrescar las salas en verano con tan sólo
mojarlas, mientras que en invierno el clima se combatía
con alfombras y tapices. Muchas estancias se cubrieron con artesonados
de madera, que seguían la tradición de las techumbres
medievales, pero con nuevas formas adaptadas al gusto a la romana.
La Biblioteca de Castilla La Mancha y el Museo
del Ejército
En el año 1998 se trasladó al Alcázar
los fondos de la Biblioteca de Castilla La Mancha, constituyendo
el centro bibliotecario más importante de esta comunidad
autónoma. En su interior alberga más de medio millón
de documentos.
Desde el 2010, una parte importante del edificio
también está ocupado por el Museo del Ejército.
En su interior puede verse una amplia selección de piezas
mediante las cuáles se ha creado un discurso museográfico
que repasa la historia del ejército español, integrando
en la visita el acceso al interior del monumento.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
Víctor López Lorente)