Guía
monumental (arte e historia) del Real Sitio de Covadonga, Asturias
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Covadonga |
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Introducción al conjunto monumental del
Real Sitio del Santuario de Covadonga
La parroquia de Covadonga, perteneciente al concejo
de Cangas de Onis, se encuentra en la falda del monte Auseva, en
el macizo de los Picos de Europa.
El maravilloso entorno natural en el que se encuentra
fue el primer Parque nacional de España, creado en el año
1918 con el nombre de Parque nacional de la Montaña de Covadonga,
siendo ampliado en 1995 a todo el conjunto montañoso, y cambiándose
su denominación al de Parque nacional de los Picos de Europa.
El conjunto monumental se encuentra formado por la
Santa cueva de Covadonga, donde se inició el culto religioso
y en donde se encuentra la famosa talla de la Santina; el monasterio
de San Pedro; y la basílica de Santa María la Real,
que surgieron al abrigo de la Cueva, y otros edificios de menor
entidad que se encuentran en torno a la explanada, como el Museo
del Real Sitio.
Los orígenes de Covadonga
El origen del lugar se pierde en la noche de los tiempos
y está plagado de leyendas que, quizás, tienen parte
de verdad. Parece que en este sitio se libro la famosa Batalla de
Covadonga en el año 722, que supuso la victoria de don Pelayo
(718-737) frente a las tropas musulmanas, y a raíz de la
cual se constituyó el primero de los Reinos Cristianos de
la Península Ibérica, marcando el inicio de la Reconquista.
Se
dice que don Pelayo persiguió hasta la cueva de Covadonga
a un maleante, y allí se encontró a un ermitaño
que rendía culto a la Virgen, que imploró al rey que
indultase al bandido.
La versión que ha dado la historiografía,
basándose en las crónicas cristianas y musulmanas
de la batalla, es que las tropas de don Pelayo buscaron refugio
en la cueva, a donde quizás pudieron llevar una imagen de
la Virgen para que les protegiera de los enemigos, o quizás
fue aquí donde esperaron escondidos la llegada de los musulmanes.
La batalla no pudo ser campal ni un enfrentamiento de grandes ejécitos
pero, sin duda, supuso un punto de inflexión en la situación
político militar del territorio.
Historia del conjunto monumental
Algunos autores afirman que el rey don Pelayo, a raíz
de la victoria, construyó una pequeña capilla consagrada
a la Virgen en el interior de la cueva. También se ha afirmado
que Alfonso I de Asturias (739-757) amplió este lugar, hacia
la mitad del siglo VIII. Nada se ha conservado de estas primitivas
construcciones, pero es probable que existiesen, dado que a finales
del siglo IX en las crónicas se menciona el culto a la Virgen
que se profesaba allí. También en época de
Alfonso I se fundaría el monasterio de San Pedro, posterior
colegiata, entregado a la orden benedictina, y que seguramente se
encargase inicialmente de cuidar el lugar. En el siglo XVIII se
publicaron dos falsos documentos en donde se indicaba que la iglesia
primitiva tenía tres altares, consagrados a la Virgen, san
Juan Bautista y san Andrés. Conviene ser cautos, pero el
hecho de que estos documentos no fuesen verdaderos no es motivo
para descartar la veracidad de los datos, aunque se desconoce la
fuente original que pudo dar lugar a esta afirmación.
No son muchas las noticias que se tienen de la Santa
Cueva durante la edad moderna, aunque, según describió
Ambrosio de Morales cuando visitó el lugar en 1572, parece
que el monasterio atravesó una situación de gran pobreza,
relacionada sin duda con lo inhóspito del terreno en el que
se ubica, y la distancia de los principales centros de poder. Este
autor destaca la dificultad para llegar al lugar y acceder a la
cueva. Comenta la construcción de una iglesia de madera en
el interior de la gruta, que se cerraba al exterior por medio de
tablones de madera. La tradición bautizó a este edificio
como el templo del milagro, debido a que una parte se asentaba sobre
un voladizo, y debía ser increíble que no se viniese
abajo. También indica que en el interior de la iglesia se
encontraban dos sepulcros pertenecientes a los restos de don Pelayo
y su mujer, doña Gaudiosa, así como los de Alfonso
I y su esposa, la reina Ermesinda. Nada de esto ha llegado hasta
nosotros, pues el 17 de octubre de 1777 se produjo un incendio que
destruyó toda la estructura de madera que recubría
la cueva.
Tras su destrucción, el rey Carlos III (1759-1788)
encargó la construcción de una nueva capilla a Ventura
Rodríguez, que diseñó un monumental proyecto
de corte clasicista. Las obras comenzaron en 1781 pero, tras más
de diez años de trabajo, en 1792 se paralizaron de forma
definitiva, debido al sobrecoste de las obras y la ausencia de fondos
para sufragar la empresa. La iglesia que ideó Ventura Rodríguez
ocuparía toda la superficie de la cueva, integrándola
con el monasterio. Para ello ideó la canalización
del río que brota de la parte inferior de la gruta, y una
gran plataforma, siendo esto lo único que llegó a
llegó a realizarse: es la explanada que se encuentra a los
pies de la escalera del milagro.
Fracasado el proyecto, el lugar continúo su
particular letargo. En enero de 1868, debido a las grades heladas,
se derrumbó una parte de las rocas sobre la colegiata, produciéndose
importantes daños materiales. Ese mismo año monseñor
Benito Sanz y Forés fue nombrado obispo de la diócesis
de Oviedo (1868-1882), y, tras una visita al lugar en 1872, comenzó
a idear un nuevo proyecto para el lugar. Encargó al alemán
Roberto Frassinelli (1811-1887), que por entonces residía
en la localidad asturiana de Corao, la restauración de la
colegiata, la remodelación de la cueva, y la construcción
de una capilla que sentaría las bases de la gran basílica
actual. Lo primero se resolvió con la reparación de
las bóvedas dañadas tras el derrumbe, y la ampliación
de la nave de la iglesia.
En torno a 1874 se reformó la cueva, construyendo
una nueva capilla de madera que recordase a la que había
ardido, se protegió la gruta con una barandilla para evitar
accidentes, y se construyó una escalera para acceder al lugar.
También se iniciaron las obras de construcción de
la nueva basílica.
El conjunto monumental continuó así su
andadura hasta el siglo XX sin grandes cambios. Durante la Guerra
Civil se instaló un hospital para el bando republicano y,
a excepción del robo de la Santina, los edificios sobrevivieron
a la contienda. Sin embargo, la estructura de madera ideada en el
interior de la cueva por Frassinelli se había deteriorado
en exceso, por lo que al final de la guerra se decidió desmontarla
y sustituirla por el edificio que puede verse en la actualidad.
El arquitecto asturiano Luis Menéndez Pidal, autor de buena
parte de lo que puede verse hoy en Covadonga, ideó una Capilla-Sagrario
de estilo neorrománico. Se trata de una construcción
bastante sencilla, cuyo elemento más destacado es quizás
la armadura de madera policromada con la que se cubre. En el baldaquino
del altar encuentra refugio la talla de la Virgen durante los días
que el frío y la nieve la amenazan.
La Santa Cueva y la imagen de la Santina
La Santa Cueva es una cavidad natural que se abre en
el monte Auseva. Por debajo de la gruta una corriente de agua procedente
del río Deva cae a un lago formando una cascada. Se accede
por medio de la escalera de la promesa, custodiada por dos leones
tallados en mármol de Carrara, atribuidos al escultor italiano
Pompeo Marchesi (1789-1858). Tras el ascenso se entra a un pasadizo,
que en parte es natural, aunque fue adaptado de forma artificial
en la década de los 40 del siglo XX por el arquitecto Luis
Menéndez Pidal (1896-1975).
Además de la capilla neorrománica a la
que nos acabamos de referir, el otro elemento destacado de la cueva
es la talla de la Virgen de Covadonga, que se encuentra sobre una
mesa de altar.
La imagen no es la escultura original, que ardió
por completo en el incendio de 1777. Ésta se instaló
aquí en 1798. Durante la Guerra Civil fue robada y llevada
a París, pero no se llegó a profanar, y afortunadamente
fue devuelta cuando finalizó el conflicto. Se trata de una
imagen original del siglo XV o del XVI, que en cualquier caso fue
muy modificada con el paso del tiempo, añadiéndosele
el Niño Jesús, las vestiduras, la pintura sobre el
manto y la corona.
La colegiata de San Fernando de Covadonga
Este cenobio, posterior colegiata, al parecer fue una
fundación de Alfonso I, aunque ha sufrido muchas modificaciones
a lo largo de su historia. Se encuentra junto a la Santa Cueva,
un poco por debajo de la misma. Perteneció a la orden benedictina
desde su fundación hasta el siglo XIV, cuando fue ocupado
por una comunidad de agostinos.
En su esencia, es una construcción realizada
a caballo entre los siglos XVI y XVII, estructurada en torno a un
claustro con dos pisos, el inferior con arcadas de medio punto,
y el superior con arcos carpaneles. En uno de sus ángulos
se alza una torre cuadrangular que se empotra en la roca en la parte
superior. A mediados del siglo XX, durante las reformas que se emprendieron
en la posguerra, se construyó una casa de ejercicios espirituales
junto al monasterio, con una estructura similar pero sin torre.
El monasterio conserva en su claustro lo más antiguo de todo
el conjunto monumental de Covadonga, dos sepulcros del siglo XII
que seguramente pertenecieron a dos abades del cenobio.
Las fuentes del Matrimonio y del León
La Fuente del Matrimonio, se sitúa en la misma
roca de la Santa Cueva. Se trata de una estructura formada por siete
caños, de donde fluye el agua hacia una pila hexagonal. Fue
construida por el arquitecto Luis Menéndez-Pidal durante
la posguerra, en los mismos años en los que se construyó
la Capilla-Sagrario. La tradición dice que las niñas
que beban de su agua contraerán matrimonio en menos de un
año.
La Fuente del León, construida por el mismo
arquitecto y en la misma época, tiene como elemento más
singular la cabeza de un león, de donde fluye un chorro de
agua que cae a un pequeño estanque.
Basílica de Santa María la Real
Desde que en 1777 un incendio asolase a la Santa Cueva
y el arquitecto clasicista Ventura Rodríguez diseñase
un proyecto de una gran basílica, el cabildo ovetense perseguía
la idea de crear un gran santuario consagrado a la Virgen. Finalmente
esta idea se materializó durante el reinado de Alfonso XII
(1874-1885). Los diseños corrieron a cargo del mencionado
Roberto Frassinelli. Pero tras el traslado del obispo Benito Sanz
Forés a la diócesis de Valladolid en 1882, su sucesor,
monseñor Sebastián Herrero Espinosa de los Monteros
(1882-1883) decidió paralizar la obra, debido al elevado
coste del proyecto. Finalmente, durante el obispado de Ramón
Martínez Vigil (1884-1904) las obras se retomaron, bajo la
dirección del arquitecto Federico Aparici y Soriano (1832-1917).
En el pórtico de entrada dos bustos realizados por Mariano
Benlliure (1862-1947) recuerdan a los dos obispos que promovieron
la construcción del edificio.
El edificio se proyectó siguiendo una estética
neorrománica, y se construyó entre 1877 y 1901 con
una hermosa piedra caliza de tonalidad rosácea. Se trata
de una construcción de grandes dimensiones, asentada sobre
una gran explanada.
Tiene una planta basilical, con tres naves cubiertas
con sencillas bóvedas de arista, siendo la central más
alta que las laterales, con un amplio transepto, y se remata en
tres ábsides semicirculares. La fachada principal se flanquea
por dos esbeltas torres de gran altura, rematadas en aguja. Se accede
al interior del edificio por medio de un pórtico que precede
a la nave central, con una hermosa arcada triple de medio punto.
El museo del Real Sitio de Covadonga
El museo del Real Sitio de Covadonga, situado en la
explanada, se encuentra estructurado en torno a diez ámbitos,
con un discurso que gira en torno a la historia del santuario desde
los tiempos de don Pelayo. Entre sus salas, el visitante puede observar
piezas de gran valor, como un Cristo de marfil del siglo XVI, o
un cuadro de don Pelayo realizado por Luis de Madrazo. También
pueden verse aquí las reproducciones del proyecto de la basílica
que diseño Ventura Rodríguez.
La estatua de don Pelayo
La estatua de Pelayo fue realizada en la década
de los 60 del siglo XX por el escultor Gerardo Zaragoza. Se trata
de una talla de bronce de gran tamaño, que representa al
rey don Pelayo sosteniendo la espada y levantando el brazo en alto,
y con la Cruz de la Victoria en alto.
(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Víctor López Lorente)