Biografía
de Alfonso I El Batallador, Rey de Aragón
Introducción
Alfonso
I, al margen de muchos hechos pintorescos que adornan su biografía,
fue uno de los reyes aragoneses más relevantes, especialmente
en lo relativo a la consolidación y expansión del
reino.
El que pasaría a
la historia como Alfonso el Batallador nace cerca de Siresa en el
año de 1073, hijo del monarca Sancho Ramírez y su
segunda esposa Felicia de Roucy.
Alfonso hereda el trono
aragonés y navarro en 1104 al morir su hermanastro Pedro
I sin sucesión (ya que los dos hijos de éste habían
muerto también).
Es sabido que la educación
de Alfonso el Batallador se desarrolla en el Monasterio de San Pedro
de Siresa, en un ambiente extremadamente religioso, influido por
el espíritu de cruzada, especialmente ferviente en la vecina
Francia.
Esta educación va
a marcar su vida cuyo eje central será la guerra contra los
almorávides para expansionar su reino y el anhelo de servir
a la cristiandad mediante la guerra sin cuartel contra el infiel.
En el plano político
se trata de un rey de fuerte carácter, muy personalista,
que toma decisiones en todos los ámbitos: militar, diplomático,
religioso, etc.
También se ha especulado
con su posible homosexualidad y su fuerte sentimiento misógino.
La otra circunstancia que
también impregna su biografía es la de las continuas
desavenencias con su esposa Doña Urraca, que sumirán
a Castilla y León en una guerra civil durante casi dos décadas.
Hechos
biográficos de la vida Alfonso el Batallador
Las
guerras y conquistas contra los musulmanes
Alfonso, ya desde joven
y siendo infante, participó en importantes misiones bélicas
(como la conquista de Huesca por su padre en 1096).
Su idealista proyecto de
cruzada contra los musulmanes le llevó a una continua carrera
expansiva que tenía como objetivo la toma de Zaragoza y Lleida
y más remotamente la salida al mar a través de Tortosa
y Valencia.
Para ello contó con
la ventaja de la debilidad militar de los almorávides en
el Valle del Ebro, muy alejados de sus bases de Córdoba.
Las continuas batallas acometidas,
saldadas casi siempre con victorias, le hizo merecedor del apelativo
de Batallador.
El problema que generaron,
sin embargo, estas rápidas conquistas fue la necesidad de
atraer repobladores, ya que el joven reino no podía abastecer
tan rápidamente de hombres y mujeres que poblaran y asegurasen
las nuevas plazas tomadas. Ello le obligó a no sólo
a conceder fueros muy ventajosos sino a atraer francos y mozárabes
de Al-Andalus.
La larga serie de conquistas
Poco después de ceñirse
la corona emprende la conquista de Ejea, Tauste, Fitero, Cascante
y otras poblaciones de lo que hoy es georgráficamente Las
Cinco Villas de Zaragoza y Navarra.
En 1118 hace su más
importante conquista, la de la populosa y próspera ciudad
de Zaragoza, conviertiéndola en capital del reino de Aragón.
Para ello contó con la ayuda de algunos ejércitos
franceses que acudieron a la llamada del papa que proclamó
los beneficios de cruzada a quienes participaran en la toma de la
ciudad, según un concilio celebrado en Toulouse.
Con la gran metrópoli
zaragozana cae todo un extenso territorio que le permite avanzar
hacia el oeste y el sur, tomando importantes ciudades como Tudela,
Tarazona, Borja, Épila, Calatayud, Alhama, Ariza o Daroca,
además de repoblar Soria.
La marea cristiana provocó
la reacción almorávide que envió un importante
ejército para contrarrestar el avance aragonés, pero
fue nuevamente vencido en la importante y célebre batalla
de Cutanda.
La frontera aragonesa desciende
progresivamente hacia el sur, siendo reconquistadas las cuencas
de los emblemáticos ríos Jalón y Jiloca rebasando
el actual límite provincial de Zaragoza camino ya de Teruel
(llega a asentarse en Monreal).
Su siguiente objetivo militar
es Lleida, pero su conquista se trunca por la oposición del
conde de Barcelona Ramón Berenguer III en 1123.
La
expedición a Andalucía de 1125-1126
Si no fueran suficienten
tantas conquistas, Alfonso decidió hacer una incursión
al corazón de la Andalucía musulmana a través
de Teruel y tierras levantinas y andaluzas, alcanzando Málaga
y Granada, llegando a las playas de Motril, donde según cuentan
metió su caballo en las aguas del Mediterráneo. La
expedición se saldó con una intermitente labor de
castigo y destrucción y la recogida de mozárabes para
repoblar Aragón.
Su
matrimonio con Doña Urraca
Al rey Alfonso VI, tras
la muerte de su hijo varón Sancho en la batalla de Uclés,
sólo le quedaban sus hijas Teresa y Urraca, frutos de sus
relaciones con Jimena Muñiz, la primera, y del matrimonio
con la reina Constanza de Borgoña, la segunda.
El rey leonés concertó
la boda de Urraca con Alfonso I de Aragón para hacer frente
al amenazante poder almorávide que había llegado a
la Península unas décadas antes y cuyo fanatismo y
arrojo guerrero ponían en peligro a la cristiandad hispana.
La boda se celebra en 1109
y en las capitulaciones matrimoniales se establece que el aragonés
actuaría como rey de Castilla.
En esta decisión
va a surgir uno de los grandes conflictos civiles sufridos en la
España cristiana de la Edad Media.
Mientras
Alfonso desea ejercer, con todos los predicamentos, el control del
reino castellanoleonés, numerosos nobles gallegos se revelan
en favor de los derechos sucesorios de Alfonso Raimúndez,
hijo de Urraca y su anterior esposo, Don Raimundo de Borgoña.
El Batallador acude a Galicia y vence a la nobleza gallega en el
castillo de Monterroso.
A este primer conflicto
se suman las continuas desavenencias políticas y personales
entre ambos cónyuges, por su difícil carácter,
lo que provoca una incesante suerte de conflictos bélicos
entre los bandos de seguidores de Urraca y su hijo y los ejércitos
del Batallador.
Esta guerra civil, salpicada
de traiciones y cambios de bando de numerosos personajes relevantes
de la época, se asemeja a un relato literario de ficción
o de aventuras por los hechos tan rocambolescos que acontecen en
un breve lapso de tiempo.
Para conocer más
detalles de estos acontecimientos, visite la página dedicada
a:
Doña
Urraca
Este sangriento conflicto
entre cónyuges, reyes y reinos se ve interrumpido por breves
lapsos de paz, acuerdos y reconciliaciones que rápidamente
vuelven a dejar paso a los enfrentamientos.
Algunos miembros de la Iglesia
partidarios de Alfonso Raimúndez (el que luego será
Alfonso VII) presionan al Papa para anular este matrimonio so pretexto
de su consanguinidad por ser los dos biznietos de Sancho el Mayor.
La anulación papal
se hace efectiva en 1110, que llegó a excomulgar a los monarcas
por no cumplir con la separación en un primer momento.
En 1114, convencido de que
la unificación por vía matrimonial del reino de Castilla
y León con el de Aragón no sería viable, dada
las diferencias con su esposa y la predilección castellanoleonesa
por su hijastro Alfonso Raimúndez, decide repudiar a Urraca
y centrarse más en su afán conquistador contra los
musulmanes, aunque sin abandonar completamente su pugna por Castilla.
En los años sucesivos
firma dos tratados de paz con su exesposa, hasta que los interminables
conflictos con Castilla terminarán definitivamente entre
1126 y 1127, con la Paz de Tamara.
En 1126, de nuevo, los ejércitos
aragoneses de Alfonso el Batallador están a punto de enfrentarse
a los de Alfonso VII, que recién muerta su madre Urraca ha
sido proclamado rey. La batalla, que iba a celebrarse en tierras
palentinas, no llega a iniciarse gracias a la intervención
de las autoridades eclesiásticas de ambos reinos que exigen
no derramar más sangre cristiana en este conflicto civil
y poner todas las energías en la conquista de la España
mora.
Fruto de este acuerdo se
firmarán las Paces o Pacto de Tamara (Tamara de Campos) en
1127. En él, Alfonso I El Batallador renuncia al empleo del
título de emperador, que llevaba adjudicándose desde
su boda con Urraca.
Además, Aragón cede los territorios castellanoleoneses
todavía en manos del Batallador como consecuencia de las
guerras del siglo XII.
Por su parte, León
y Castilla devuelven a Aragón los territorios conquistados
a partir de las batalla de Atapuerca (1054) y la muerte de Sancho
el de Peñalén en 1076, lo que supone la entrega de
Vizcaya, Alava, Guipúzcoa, Soria, San Esteban de Gormaz,
parte de la provincia de Burgos (Belorado y La Bureba, hasta cerca
de Burgos) y La Rioja.
El
problema sucesorio
Alfonso sólo estuvo
casado con Urraca pero no tuvo descendencia. Así, en 1131,
siguiendo su modo de pensar en términos piadosos y de cruzada,
redacta un peculiar y extraño testamento repartiendo su reino
entre las órdenes militares del Temple, Santo Sepulcro y
San Juan del Hospital.
Como rey guerrero, su muerte
no pudo sobrevenir de otra manera que no fuera por las armas. Efectivamente,
Alfonso fallece consecuencia de las heridas sufridas en el asedio
a Fraga en el año 1134.
Los nobles consideran irrealizable
el testamento, pues las órdenes militares aludidas no pueden
acometer el gobierno, por lo que no reconocen los deseos del monarca
fallecido y el reino se vuelve a fragmentar, después de medio
siglo, en Aragón y Navarra. Aragón pasa a manos de
Don Ramiro el Monje, hermano del fallecido, que reinará como
Ramiro II. Navarra, por su parte, es entregada a García Ramírez
"El Restaurador".
Contexto
Artístico durante el reinado de Alfonso I el Batallador
Los años del reinado
de Alfonso el Batallador son la continuidad de las gloriosas décadas
finales del siglo XI donde en Aragón se construye ya en un
románico pleno de gran perfección arquitectónica
y escultórica.
Por su parte, la participación
de Alfonso I en la política castellanoleonesa va a servir
para que el románico aragonés penetre hacia Castilla,
como queda patente en Segovia, ciudad preferida por Alfonso, donde
en la iglesia de San Millán se reproduce la planta de la
catedral de Jaca (a escala menor) o en numerosos detalles arquitectónicos
y ornamentales de muchas de las iglesias de la provincia.
En tierras sorianas, esta
influencia se deja notar en otros tantos lugares, pero es especialmente
notable en ciudad de Ágreda.
En cualquier caso y al margen
de este periodo de inestable unión de los dos reinos, las
influencias mutuas entre el románico castellano, navarro
y aragonés van a ser intensas durante todo el periodo románico
(hasta comienzos del siglo XIII), donde la itinerancia de talleres
va a ser muy frecuente y las fronteras entre reinos, muy permeable.