Biografía
de Santo Domingo de Guzmán
Introducción
a la biografía y personalidad de Santo Domingo de Guzmán
Santo
Domingo de Guzmán nació en Caleruega (una villa
española del sureste de la provincia de Burgos) en el año
1170. Su familia pertenecía a la nobleza castellana y sus
padres, don Félix de Guzmán y doña Juana de
Aza, descendían de los condes de Castilla.
Su infancia y adolescencia estuvo influida por la exquisita
educación que recibió de su tío el Arcipreste
don Gonzalo de Aza.
A continuación se instaló en Palencia
para formarse en su escuela catedralicia donde estudió artes
liberales más cuatro años de teología.
Se cuenta que durante una hambruna que asoló
los reinos hispanos, mientras estudiaba, se apiadó de los
indigentes y vendió sus libros de estudio y sus pertenencias
para poder alimentar a los pobres.
A los veinticinco años, en 1195, Santo Domingo
recibió órdenes sagradas y pronto fue nombrado canónigo
de la Catedral de Osma por su obispo Martín de Bazán
al que ya le habían llegado buenas referencias de las valías
del joven. Enseguida fue nombrado sacristán del cabildo catedralicio.
Del año 1195 al 1203 parece que Santo Domingo fue a predicar
a los moros de España.
Viajó junto a su obispo de Osma, durante el
año 1203, a las Marcas (se ha supuesto que sería Dinamarca),
para concertar el matrimonio del rey de Castilla con una princesa
escandinava.
Domingo de Guzmán, a su paso por Francia, conoció
de primera mano el conflicto político y religioso surgido
de la herejía albigense (los cátaros).
La herejía albigense aceptaba dos principios
divinos, uno para el bien y otro para el mal, al estilo del antiguo
maniqueísmo que en numerosas ocasiones anteriores había
intentado corromper desde Oriente al catolicismo. El cuerpo y la
materia eran creación del principio malo. Se llagaba a tal
punto de fanatismo que se prohibió la procreación
de hijos y muchos e sus seguidores terminaban muertos por sus penitencias
desaforadas o por ser "liberados" del cuerpo por compañeros
que los asesinaban.
En 1206 Domingo obtuvo el permiso de su obispo para
permanecer el sur de Francia (Langüedoc) predicando a los albigenses
y procurar su conversión. A pesar de ser elegido canónicamente
para ello renunció a los obispados de Conserans, Béziers
y Comminges, para dedicarse a los pobres y a la predicación.
Estos fueron los grandes años de Santo Domingo.
Viajaba solo por una región casi en guerra, predicando en
las encrucijadas de los caminos, en las iglesias, en los castillos.
Santo Domingo de Guzmán debió de comprender
que uno de los factores que propagaba las herejías no era
otro que la casi nula formación religiosa de los habitantes
de Europa (de este aspecto ya se percataron siglos antes los cluniacenses)
y que el trabajo de la Iglesia debía volcarse hacia una acción
más decidida y directa hacia las gentes llanas de la que
habían llevado hasta ahora los monjes tradicionales y el
clero secular. En este contexto también nació la Orden
Mendicante de los Franciscanos fundada por San Francisco de Asís.
Dominicos y franciscanos compartían aspectos y diferían
en otros, pero tenían como elemento común indiscutible
la misión de ejercer una beneficiosa acción directa
encauzada sobre la sociedad, ayudando en las necesidades a los más
pobres y desheredados, al mismo tiempo que aumentando su formación
espiritual.
Santo Domingo acompañó al obispo Fulco
a Roma para asistir al IV Concilio de Letrán para obtener
del Papa Inocencio III la autorización de fundar una nueva
orden; pero el pontífice se resistió a una medida
tan radical puesto que eran tiempos de multiplicación de
reglas religiosas y aconsejó a Domingo que tratara de conseguir
lo que se proponía con la regla de San Benito, o la de San
Agustín, o con la reforma benedictina del Císter.
Poco después el Papa Inocencio III fallecía
y le sucederá Honorio III. En 1216, Santo Domingo obtuvo
de dicho Papa el permiso que había solicitado para fundar
la Orden de los Predicadores (conocida como Orden de los Dominicos).
La gran novedad del proyecto de Santo Domingo y aprobado por Roma
era que una organización pudiera dedicarse a predicar sin
limitaciones territoriales, de manera universal, puesto que pasó
a depender exclusivamente de la Santa Sede.
Santo Domingo de Guzmán era consciente de que
para lograr éxitos en la predicación del Evangelio
era necesario tener una conducta recta y no amar las riquezas. También
era imprescindible la labor de estudio de las Escrituras: un buen
predicador debía tener unos elevados conocimientos de teología.
Llegó a mandar a sus frailes a las universidades más
prestigiosas de la época.
En 1217 tomó una muy arriesgada decisión
que fue discutida incluso por sus propios frailes: la dispersión
de los miembros. Pero a la postre fue una sabia y exitosa medida
pues los frailes enviados a diferentes lugares de Europa terminarían
fundando conventos, ampliando la presencia predicadora en numerosos
territorios.
Vivió sólo cinco años más;
fue una etapa de gran actividad y de viajes por Francia, Italia
y España. En este tiempo trabó una gran amistad con
el cardenal Hugolino, quien al ser elegido papa (Gregorio IX), apoyó
el desarrollo de la Orden de Predicadores.
Entre 1220 y 1221 dirigió dos capítulos
generales. A su muerte en Bolonia, en 1221, existían varias
decenas de conventos, repartidos en diez provincias, y poco después
sus frailes se habían multiplicado prodigiosamente. Fue canonizado
pocos años después (1234) por el Papa Gergorio IX.
Santo Domingo de Guzmán pasó
la historia como el "Maestro de la predicación".