Castillos de Musulmanes en Al-Andalus y el norte
de África
Tipología de fortificaciones musulmanas en
la Edad Media: partes y funciones
Introducción
Las fortificaciones medievales musulmanas presentaban
diversas formas, envergaduras y nivel de complejidad, en función
de la misión que desempeñasen y del lugar en el que
se situaran. Así, además de alcazabas y alcázares
urbanos, los musulmanes de Al-Andalus y el Magreb levantaron otras
muchas construcciones de carácter militar y de menores dimensiones
como castillos, torres o atalayas.
Alcazabas urbanas
El término alcazaba deriva del árabe clásico
qasaba. Con él se designaba al recinto fortificado situado
dentro de una medina o ciudad para refugio de una guarnición
o de los gobernantes de la plaza. Eran, por tanto, fortalezas urbanas.
Como
fortaleza, la alcazaba era un recinto amurallado de gran extensión,
defendido por torres cilíndricas o cuadradas, puertas de codo,
torres albarranas y barbacanas. Su carácter fortificado era
básico pues actuaba como último refugio de la población
en caso de asedio.
Además de sus fines militares, la alcazaba o ciudadela
tenía también funciones políticas y administrativas,
actuando a modo de residencia del poder político. Era, por
ello, una pequeña ciudad autosuficiente en la que, además
de aljibes, silos, baños, viviendas para las tropas, jardines
y demás espacios abiertos, estaba el palacio del califa o de
los gobernadores de la plaza.
La mayoría de las alcazabas desempeñaron
también un papel espiritual y religioso puesto que albergaban
mezquitas.
Las alcazabas podían contar con un único
recinto amurallado, caso de Mérida; de dos recintos concéntricos,
como en Málaga, Calatrava la Vieja, Calatayud, Ibiza o Arjona;
o de tres recintos, como en la alcazaba de Almería.
Sabika o Alhambra cuya existencia, como fortaleza, se
remonta al siglo IX, con reformas prenazaríes entre los XI
y XII. Su aspecto actual se debe, con la excepción del palacio
renacentista de Carlos V, a las obras llevadas a cabo entre los siglos
XIII y XIV por los nazaríes. En aquella fastuosa mezcla de
palacios, jardines y torres cuadradas y enormes, son éstas
últimas las que, junto con las altas murallas, dejan ver la
función de fortaleza militar que tenía La Alhambra.
Dignas de destacar son las alcazabas de Mérida,
Tarifa, Badajoz o la de Málaga que constituye un importante
ejemplo de arquitectura militar islámica en la época
de taifas. En el conjunto de alcazaba y palacio de Málaga,
las partes más antiguas son del siglo XI y llevan torres rectangulares
de poco saliente y bastantes próximas entre sí. Posteriormente
se le fueron añadiendo otras torres más monumentales,
algunas de las cuales sirven de puertas.
Alcázares
La palabra "alcázar" proviene del árabe
al-qasr, que significa "castillo" y que, a su vez, procede
del latín castrum. El qasr o alcázar era un palacio
o residencia aristocrática fortificada.
En la Península Ibérica, la presencia de qasr ha quedado
reflejada en la toponimia: Aznalcázar, Álcazar do Sal,
Alcázar de San Juan o los numerosos pueblos llamados Alcocer.
La Aljafería de Zaragoza, que constituye el primer
gran alcázar hispanoárabe en la península, fue
levantado en el siglo XI por Abu Cha´far ben Sulayman al-Muqtadir
(1041-1081), príncipe de la dinastía de los Banu Hud.
Es un gran recinto de planta rectangular, defendido por dieciséis
torres cilíndricas presididas por la monumental torre del Trovador,
del siglo X y de planta rectangular. En el interior se sucedían
los patios y los pabellones fastuosamente decorados.
Los almohades fueron los artífices del alcázar
de Sevilla. La arquitectura militar de ese período se caracterizó
por la construcción con argamasa, la presencia de barbacanas
o antemuros, de torres albarranas, puertas en recodo y corachas.
Castillos rurales: qal´a y hisn
Según las crónicas árabes, el territorio
situado lejos de las grandes aglomeraciones urbanas estaba dominado
por alquerías, torres y castillos. Los musulmanes utilizaron
los términos hisn o qal´a -en plural husun y qila, respectivamente-
para hacer referencia a esos castillos y fortalezas dispersos en el
medio rural, cualesquiera que fuera su tamaño.
El término más utilizado fue hisn, recinto
fortificado cuya principal función era dar protección
al campesinado y su ganado en tiempos de guerra, así como el
control y la vigilancia de los caminos.
Estas fortalezas-refugios alcanzaron amplísima
difusión. Generalmente estaban desprovistos de edificios, si
se exceptúan los aljibes que aseguraban el aprovisionamiento
de agua. A diferencia de lo que pasaba en las alcazabas y alcázares,
son escasos los castillos árabes reseñados por las crónicas
árabes que contaban con mezquita.
Pero los husun no sólo serían castillos
situados en una posición elevada, sino que actuarían
como cabeza de un territorio más o menos extenso, controlando
y defendiendo los espacios agrícolas irrigados, e incluso actuando
como fiscalizador de los recursos del Estado.
En la toponimia peninsular ha quedado reflejado el término
hisn en los pueblos con los prefijos az, iz, haz e hiz: Aznalcázar,
Aznalcollar, Iznalloz, Haznalfarache, Hiznate, etc.
Qal'a
era otro tipo de fortificación no urbana situada en una posición
estratégica para dominar caminos y valles de ríos de
mucho tránsito. Para Pavón Maldonado, fueron en su mayor
parte fortalezas estatales regidas por gobernadores, aunque también
podían estar en manos de ciertos linajes árabes y bereberes,
como fue el caso de Alcalá de los Gazules o Alcalá la
Real.
Sus características exactas resultan desconocidas
pero su presencia ha dado origen a numerosos topónimos que
comienzan con "alcalá" y "alcolea". El
prefijo Calat también responde a la antigua existencia de un
castillo árabe: Calatayud, Calatrava, Calatorao, Calatañazor,
Calatalifa.
Pronto, alrededor de muchas de estas fortalezas de origen
rural se fue asentando población civil permanente, lo que supuso
la formación de arrabales. Con el transcurso del tiempo llegaron
a constituir poblaciones importantes calificadas a veces por los cronistas
árabes como medinas. En determinados casos, tras la reconquista,
la población evacuada dio paso a población cristiana
que se mantuvo en el lugar hasta generar poblaciones importantes que
han llegado hasta nuestros días (Alcalá de Guadaira,
Alcalá la Real, Calatrava, Calatayud, Alcalá de Henares,
Calatalifa). en otros casos, perdida su importancia militar y viaria
la fortaleza se abandonó pasando a la nómina de despoblados.
Atalayas
Además de castillos, el espacio rural islámico
estuvo jalonado por numerosas atalayas o torres de observación
y de defensa. El vocablo "atalaya" deriva del árabe
tali'a, no obstante, estas torres de vigilancia recibieron también
otros nombres como maharis, bury o calahorras.
Se localizaban generalmente en puntos elevados que les
permitiesen controlar visualmente el espacio. Dentro del sistema castral,
sus funciones eran custodiar un nudo de comunicaciones importante
y servir de avanzadilla y punto de vigilancia de los movimientos de
ejércitos enemigos ante posibles cabalgadas y razias, mediante
el envío y la recepción de señales visuales o
acústicas.
Las torres de observación del terreno se convirtieron
en elementos imprescindibles en la Península Ibérica
medieval, dentro del contexto de continuos movimientos de los ejércitos
cristianos y musulmanes durante la Reconquista.
Se trataba de estructuras exentas y aisladas en el campo
o en las inmediaciones de las ciudades, realizadas en mampostería,
normalmente cilíndricas y prácticamente inhabitables
por su escaso diámetro. A veces podían estar rodeadas
de una pequeña muralla. Algunas de estas atalayas se convirtieron
con el paso del tiempo en centros de pequeñas poblaciones,
recibiendo añadidos que las convirtieron en auténticos
castillos.
Destaca la Torre Espioca de Picasent (Valencia) que,
construida en el siglo XI, formaba parte del sistema defensivo de
la huerta de Valencia y protegía los accesos de la ciudad.
Otro ejemplo de torre vigía es la Torre de Abraham (Ciudad
Real), situada en el camino que unía Toledo y Córdoba.
Rábidas o ribats
La rábida o ribat era una fortaleza militar y
religiosa musulmana edificada en la frontera con los reinos cristianos.
Se trataba de monasterios fortificados en los que se concentraban
temporal o permanentemente monjes o morabitos para hacer oración
y entrenarse en el deber sagrado islámico de yihad o guerra
santa.
Solían ser edificios de planta cuadrada, con torres
circulares en las esquinas y semicirculares en el centro de los paños
del muro, a excepción de la que se localiza en la puerta de
acceso que acostumbraba a ser rectangular. El interior suele estar
organizado en una o dos plantas alrededor de un gran patio central
porticado al que se abrían las habitaciones o celdas de los
monjes-soldados que habitaban el ribat.
El carácter ascético o religioso de estas
fortificaciones explica la existencia de mezquitas u oratorios en
ellas.
Cerca del Puerto de Santa María estaba la Rabitat
Ruta (Rota), ribat que según Idrisi era muy concurrido por
peregrinos musulmanes. Otros ribats almohades en la península
fueron los del castillo de la Puente de la Isla de San Fernando y
el ribat-castillo de San Marcos del Puerto de Santa María.
Murallas, torres albarranas y corachas
Las ciudades del mundo islámico basaban su defensa
en la presencia de un recinto murado flanqueado por torres y puertas
en codo, y apoyado por torres exentas o albarranas que se unían
a la muralla mediante una coracha.
Se puede observar cierta evolución en los recintos
amurallados musulmanes. Hasta los siglos IX y X presentaban torres
entendidas a modo de refuerzos o contrafuertes de las propias murallas.
Se caracterizaban por tener exiguas dimensiones y por ser macizas
hasta el nivel del adarve, presentándose sus terrazas como
mera expansión de aquel. Ejemplos de este tipo de torre contrafuerte
de pequeñas dimensiones son las de la alcazaba de Mérida,
las de la Zuda de Olite o las torrecillas de la muralla de Sfax (Túnez).
De las torres-contrafuertes se pasó a torres-baluarte
provistas de habitaciones abovedadas que permitían defender
la ciudad y servir, a su vez, de acuartelamiento o almacén
de pertrechos militares, ya que en lugar de ser macizas tenían
habitaciones en su interior. Este tipo de muros se imponen a partir
de la época almohade y se pueden ver en Rabat, Salé,
en la torre de la Vela de la Alhambra o en la alcazaba de Fuengirola.
Otro tipo de murallas fueron las de cremallera, llamadas
así porque dibujan en planta sucesivos ángulos o recodos
que sustituyen a las torres. De este tipo son las murallas almohades
de la alcazaba de los Udaia en Rabat, la muralla almohade de Sevilla,
entre la puerta de Jerez y la Torre del Oro, las de los castillos
de Alhama de Murcia, Aspe o la coracha que unía la alcazaba
de Málaga con el castillo de Gibralfaro.
Muy pocas de las torres de las murallas musulmanas tenían
planta circular. La más común fue la planta cuadrada
o rectangular, con preferencia por las poligonales en los ángulos
murarios o en el encuentro de dos lienzos perpendiculares entre sí.
Un ejemplo de estas últimas son las dos torres octogonales,
denominadas "Redonda" y "Desmochada", de la muralla
almohade de Cáceres.
Normalmente las murallas presentaban, a la altura del
adarve, un parapeto coronado por merlones y, en su cara interior,
otro parapeto de muro más bajo a modo de quitamiedos.
Las torres albarranas eran torres exteriores, destacadas
de la muralla y unidas a ellas mediante un muro puente o mediante
un pasadizo abovedado. Se prodigaron a partir del siglo XII, lo mismo
en las cercas urbanas que en las de castillos o fortalezas rurales,
y se ubicaban en los lugares más vulnerables como los ángulos
de las cercas o las cercanías de puertas o poternas.
Eran verdaderos baluartes, superiores en tamaño
y resistencia a las torres normales de la muralla principal. Desde
ellas se podía castigar o rechazar al enemigo, de ahí
el afán de éste por derribar los puentes o pasadizos
abovedados que las relacionaban con la muralla maestra.
Existían torres albarranas de planta rectangular
como la torre de los Abades de Toledo o las torres del castillo de
Escalona; de planta cuadrangular como la torre de Bujaco de Cáceres;
o de planta poligonal como la torre de Espantaperros de la alcazaba
de Badajoz, la torre "desmochada" de Cáceres, la
llamada de Don Juan del castillo de Tarifa o la torre del Oro de Sevilla.
El muro o espolón que unía la cerca
con la torre albarrana se denominaba "coracha", término
derivado del árabe qawraya. Cabe mencionar las corachas de
las alcazabas de Badajoz, Málaga y Granada, la situada junto
al puente de San Martín de Toledo, o la del castillo de Alcalá
de Guadaira. A veces se trataba de una galería subterránea
que permitía comunicar la fortaleza principal con una torre
o fortaleza inferior situada normalmente junto a las aguas de un río,
a un pozo o al mar, lo que aseguraba, en caso de asedio, el agua y
las comunicaciones a los sitiados.