Guía de la Ermita de San Pelayo de Perazancas
de Ojeda, Palencia
Introducción
En el corazón de la comarca natural de La Ojeda,
la localidad de Perazancas de Ojeda se sitúa al norte
de la provincia de Palencia, a unos noventa kilómetros de
la capital y en un espacio caracterizado por la sobresaliente densidad
de monumentos románicos de primer orden como el Monasterio
de San Andrés de Arroyo, Santa Eufemia de Cozuelos, Moarves
o Zorita del Páramo.
La propia localidad de Perazancas de Ojeda cuenta con
una interesante iglesia parroquial bajo la advocación de
Nuestra Señora de la Asunción que, pese a las reformas
posteriores, supo conservar su ábside semicircular y una
interesante portada escultórica cuyo estilo parece claramente
inspirado por los talleres que trabajaron en Carrión de los
Condes. (Ver imagen inferior).
Más
información de la iglesia de la Asunción de Perazancas
de Ojeda
Sin embargo, el atractivo de este más que apreciable
templo queda eclipsado casi del todo por la relevancia y el encanto
de la pequeña ermita de San Pelayo, la cual se yergue
en un paraje totalmente aislado a poco más de un kilómetro
al sur de Perazancas, a los mismos pies de la carretera que conduce
a Olmos de Ojeda.
Apuntes históricos
Con casi total probabilidad, la actual ermita de San
Pelayo de Perazancas fue construida sobre los restos de una edificación
anterior de origen prerrománico, como así parece confirmarnos
la presencia de diferentes elementos reaprovechados en el propio
templo, principalmente los dos capiteles de clara estética
mozárabe de su portada occidental.
Sobre
los restos de esa primitiva edificación, como también
puede contrastarse gracias a una inscripción empotrada en
el interior del muro norte; en tiempos del rey leonés Alfonso
VI un abad de nombre Pelayo (Pelagio) mando levantar en la era 1114
(año 1076) y en honor de su santo homónimo la iglesia
que actualmente vemos, probablemente relacionada con un modesto
establecimiento de carácter cenobítico. El texto dice
exactamente:
IN NOMINE DOMINI NOSTRI IHESU CHRISTI
SUB HONORE SANCTI PELEG, PELAGIO ABAS FECIT IN ERA MCXIIII OBSTINENTE
REX ILLEFONSUS IN LEGIONE
Con posterioridad, hay que esperar a un documento fechado
en 1186 para confirmar la fundación (o re-fundación)
de un monasterio en Perazancas (Pedrasancas) por parte de la dama
María Fernández y su madre Urraca dedicado al propio
San Pelayo, cenobio éste que, apenas trece años después,
sería donado por el monarca Alfonso VIII al vecino monasterio
femenino de San Andrés de Arroyo.
Como filial de San Andrés de Arroyo, la vida
de este humilde monasterio de San Pelayo de Perazancas sería
más bien corta, constando incluso a finales de la Baja Edad
Media como una simple granja.
Como único testigo de este pasado, ha subsistido
sin apenas modificaciones la hoy ermita de San Pelayo, la cual fue
declarada Monumento Nacional en 1931 tras ser dadas a conocer apenas
tres años antes las pinturas románicas aparecidas
en su muro absidial, ocultas hasta entonces por varias capas de
encalado.
En 1958 fue objeto de una primera restauración
dirigida por Josep Gudiol, quien puso en valor dichas pinturas;
siendo necesarias nuevas intervenciones en 1980. Ya en el siglo
XXI, diferentes problemas derivados principalmente de la inestabilidad
del terreno sobre el que se asienta han obligado a acometer diversas
labores de consolidación, entre otras, la sustitución
de su techumbre de madera. Así, tras varios años apuntalada
y una importante inversión, en 2015 se dieron por finalizadas
las obras, luciendo desde entonces en perfecto estado.
La ermita
La hoy ermita de San Pelayo de Perazancas de Ojeda,
en su actual estado, es una sencillísima construcción
que, de no fijarse bien o no conocerse su emplazamiento, puede perfectamente
pasar desapercibida para quienes circulan por la carretera contigua.
Consta de una cortísima nave rectangular cubierta
con una recién colocada techumbre de madera que, tras un
brevísimo tramo recto presbiterial, desemboca en un ábside
semicircular abovedado en cuarto de esfera.
A simple vista llama la atención la diferencia
entre el aparejo a base de sillares en hiladas isódomas del
ábside y la mamposteria tan solo reforzada en los ángulos
del resto de la fábrica, lo cual nos indica una más
que probable construcción en dos fases.
La más antigua de ellas, probablemente coincidente
con la fecha de 1076 que nos indica la citada inscripción
del abad Pelayo empotrada en el interior del muro septentrional,
correspondería a la cabecera, estructurada en 5 paños
delimitados por sencillas columnas que culminan en la propia cornisa.
Es precisamente en la cornisa absidal donde radica
la verdadera originalidad de esta ermita, presentando la típicamente
lombarda articulación a base de arquillos ciegos junto un
breve friso de esquinillas, complementándose el conjunto
además con una banda taqueada; recurso este último
ya no tan exótico en contextos castellanos.
Nos encontramos por lo tanto ante una de las más
antiguas manifestaciones puramente románicas en tierras palentinas,
siendo patentes en ella tanto las corrientes de ese primer románico
probablemente llegado hasta estos pagos por inercia catalano-aragonesa,
como los primeros resortes del románico pleno que ya se ensayaba
en la relativamente cercana y casi contemporánea iglesia
de San Martín de Frómista, como son las columnillas
que articulan el hemiciclo absidal o la decoración a base
de fórmulas taqueadas.
Los únicos puntos a través de los cuales
se ilumina el espacio interno son el ventanal del paño sur
del ábside, conformado por un vano de medio punto abocinado
y trasdosado por una breve chambrana de nuevo taqueada, así
como las estrechas aspilleras horadadas tanto en la nave como en
el eje meridional del tambor cabecero.
De las dos portadas con que contaba en origen, la orientada
al norte y que probablemente comunicaría con alguna dependencia
aneja desaparecida o el propio cementerio, fue cegada en un momento
indeterminado, aprovechándose a modo de dintel en su interior
el ya citado sillar con la inscripción del abad Pelagio.
Mucho más interesante es su portada occidental,
configurada mediante un sencillo vano abrazado por un arco de medio
punto dovelado que descansa sobre columnas culminadas por capiteles
reaprovechados de estética mozárabe, disponiéndose
sobre ellos haciendo las veces de cimacios lo que parecen ser otras
dos piezas reaprovechadas, una de las cuales presenta también
restos epigráficos en los que se ha querido leer de nuevo
el nombre de "PELAU", es decir, Pelayo.
Las pinturas murales
Por si no fuera suficiente su innegable relevancia
arquitectónica, en San Pelayo de Perazancas se conservan
también los restos de uno de los ciclos pictóricos
más importantes del románico castellano, unas pinturas
que, tras permanecer tapadas por capas de encalado desde 1718, fueron
descubiertas en la segunda década del siglo XX y estudiadas
en 1958 por Josep Gudiol.
Este erudito comprobó que las pinturas se realizaron
con la técnica del fresco en las masas amplias de color,
sobre las que se realizaron los detalles en seco con la técnica
del temple.
Gudiol afirmó en su estudio que, lamentablemente,
en una época indeterminada se realizó un lavado brutal
de las pinturas y luego un revoco claro imitando el despiece de
sillares. Este "lavado" borró los detalles pintados
al temple quedando sólo ciertos espacios realizados al fresco,
al ser mucho más resistentes.
Sobre estas pinturas, la mayoría de especialistas
coinciden en apreciar una clara influencia francesa, sin embargo,
no existe tanta unanimidad en cuanto a su datación se refiere,
existiendo quien remonta su origen a la primera mitad del siglo
XII y quienes lo retrasan ya a bien entrado el siglo XIII.
Lo que sí ha podido constatarse es que estas
pinturas pertenecen a lo que sería una segunda campaña
de intervenciones en San Pelayo, probablemente hacia el último
cuarto de la duodécima centuria, ya que por debajo incluso
del ciclo que hoy admiramos, ha podido ser demostrada la existencia
de un enlucido aún más antiguo que sí podría
identificarse con esa primera etapa del siglo XI (1076) documentada
en la inscripción del abad Pelayo.
Iconografía
El ciclo pictórico narrativo se circunscribe
al espacio de la cabecera, quedando compartimentadas en tres registros
pictóricos.
En el superior, dispuesto en el cascarón absidial,
se ubica la Manifestatio (manifestación de la divinidad).
No estaríamos ante la escena de la Ascensión puesto
que se adivinan los restos de un Maiestas Domini dentro de una mandarla
y sosteniendo un libro con su mano y rodilla izquierda, al modo
habitual de la Parusía.
De este espacio tan solo ha llegado a nuestros días
en relativo buen estado la parte izquierda de la composición,
en la que además aparece un cortejo de querubines (el segundo
de los coros angélicos) según la visión del
Profeta Ezequiel en la que la carroza de Dios disponía de
cuatro ruedas a los lados y era conducida por los querubines.
También hay una inscripción identificando
a Mateo, por lo que no sería descabellado pensar que el resto
del Tetramorfos pudiera estar también presente.
En el registro intermedio y a cada lado de la ventana
central se disponen los elementos de la Testificatio (los testigos
e intermediarios entre la dvinidad y el hombre) con el colegio apostólico,
presentándose los personajes en distintas actitudes y siendo
algunos de ellos perfectamente reconocibles gracias a algunas cartelas
identificativos aún apreciables.
Enmarcando la pequeña ventana llama la atención
el intento de reproducir en torno a ella una estructura arquitectónica
a base de columnas y capiteles que, en cierto modo, recuerdan a
los existentes y ya descritos de su portada occidental.
Por último, en el cuerpo inferior del hemiciclo
y enmarcados en campos pictóricos cuadrados de dos en dos
se despliegan representaciones del mundo humano y de la vida y vicisitudes
de los hombres, ejemplificados en un calendario agrícola
del que, desafortunadamente, se ha perdido una buena parte. Son
bien identificables sin embargo algunos meses como septiembre con
las labores de vendimia, el mes de octubre, o el Jano bifronte con
el que suele plasmarse en los mensarios medievales el mes de enero.
En el intradós del arco triunfal son visibles
en su lado derecho algunas escenas del ciclo de Caín y Abel,
mientras que en el espacio sobre el propio arco de ingreso al presbiterio
se adivinan las siluetas de dos ángeles volando y sendos
personajes en los extremos, uno de ellos acompañado de la
inscripción "PEL" que bien podría nominar
al santo titular del edificio: San Pelayo.
Tras su -hasta ahora- última y recientísima
intervención, han sido también puestos en valor un
par de sarcófagos antropomorfos monolíticos extraídos
de la necrópolis asociada al templo documentada por Miguel
Ángel García Guinea.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)