En el panorama
de la escultura románica, la imaginería en madera
y marfil (eboraria) son frecuentemente olvidadas o relegadas
a un segundo término, cuando en realidad forman parte del
global mundo artístico y simbólico del románico.
Imaginería
románica en madera
Con gran
diferencia sobre otros motivos, fueron la Virgen con el Niño
y el Cristo crucificado los más representados a partir
del siglo XII y durante gran parte de la Edad Media en la imaginería
religiosa. Partiendo de iconografías muy homogéneas,
sólo la evolución progresiva al naturalismo gótico
va a introducir cambios sustanciales en su representación.
Estas
imágenes se creaban para los altares de las iglesias y
llegaron a provocar intensa devoción, ya que para el hombre
medieval era más fácil proyectar sus sentimientos
piadosos sobre una escultura de bulto redondo, a la vez que solicitarle
sus favores. En definitiva se lograba "acercar", mediante
estas tallas, la divinidad al humilde hombre del pueblo. En el
caso de la representación de María, además,
se lograba reconducir el culto pagano a los ídolos y divinidades
femeninas -todavía frecuentes en muchas regiones europeas
en la alta Edad Media- a la cristiana Virgen María.
En ocasiones,
estas piezas guardaban en su interior reliquias, con lo que su
valor y devoción aumentaban de manera considerable.
Estas
tallas se realizaban con maderas del lugar: pino, roble, etc.
vaciando la parte posterior para evitar fracturas al secar. La
superficie frontal esculpida se cubría con una tela y una
capa de estuco para dejar una superficie lisa sobre la que policromar
con temple.
En el caso de estar al
servicio de catedrales y grandes monasterios, con gran poder económico,
estas tallas podían ser recubiertas con metales y piedras
preciosas.
El patrimonio de tallas
de madera románicas de la Virgen con el niño ("Vírgenes
románicas") y del crucificado ("Cristos románicos")
es impresionante en las iglesias de buena parte de España,
todo ello a pesar de las frecuentes destrucciones, expolios y
ventas a particulares y museos. Algunas de piezas de imaginería
en madera son sublimes en belleza y perfección, aunque
abundan más las de carácter popular con su adorable
e ingenua rudeza.
Pinche
para ver nuestro Vídeo sobre El Tesoro Sagrado románico:
artes suntuarias
La
Virgen y el Niño en la imaginería románica
La
Virgen no suele representarse sola sino, únicamente, junto
a Jesús, como Madre de Dios (Theotokos).
Una de las
representaciones más frecuentes de la imaginería
románica en madera, como hemos visto, es el grupo Virgen
- Niño, aunque coloquialmente se las conoce como "vírgenes
románicas".
La devoción mariana
es cosa fundamentalmente del siglo XII. En España son los
monasterios cistercienses y premostratenses los que más
hacen por su veneración.
Las primeras manifestaciones
de "Vírgenes románicas" son las del tipo
Sedes Sapientiae o Trono de la Sabiduría, de tradición
bizantina. En estas representaciones la Virgen se convierte en
el trono viviente de Dios.
Para ello, se empleaban
dos bloques de madera. Uno para la Virgen y el otro para el Niño.
Las esculturas son completamente
simétricas y frontales, donde el hieratismo simbólico
del románico se expresa con toda su fuerza. El rostro de
ambos es solemne y serio, y en el caso de Jesucristo su carácter
infantil es mitigado por unos rasgos propios de una persona de
mayor edad, lo que le confiere el aspecto formal de su naturaleza
divina, pleno de sabiduría. María alberga a su Hijo
en el regazo sin mayor contacto ni comunicación, ya que
sus brazos se colocan en ángulo recto separados del cuerpo
del Niño, simulando los reposabrazos de un trono. En ocasiones
la mano derecha de la Virgen lleva la manzana del Paraíso.
Jesús es representado
también frontalmente, con su mano derecha bendiciendo y
la izquierda portando los Evangelios o una bola (en representación
del mundo). Nada hace suponer una relación maternal/filial
entre ambos ya que lo que se persigue es la representación
serena y profunda de su divinidad. En la fotografía superior
se muestra la Virgen de Coll (amablemente cedida por www.vicromanic.com).
Añadiremos que
durante la Edad Media también se representaba, aunque mucho
más excepcionalmente, un interesante grupo constituido
por Santa Ana (madre de María) que se halla sentada teniendo
en su regazo a la Virgen -de menor tamaño- que a su vez
sujeta sobre sus piernas al Niño Jesús.
La
Virgen y el Niño en la imaginería gótica
A medida
que avanza el siglo XII y se inicia el XIII, con los aires góticos
la composición de la Virgen y el Niño evoluciona
de manera naturalista. La férrea simetría se pierde.
El Niño se desplaza y suele ser representado sentado sobre
la rodilla izquierda de su madre en posición no frontal
sino mirando hacia su derecha.
Los rasgos
de ambos se hacen más dulces y sonrientes. Jesús
recupera su carácter infantil y María contacta con
el cuerpo -colocando su mano sobre el hombro o la cadera- de su
hijo en señal de afecto y protección.
Cristos
románicos
Parece
que la representación de Cristo en la cruz es de origen
bizantino, donde se comenzó a representar así para
explicar la naturaleza divina de Cristo en tiempos de las primeras
herejías sobre el tema.
La figura del crucificado
en madera del periodo románico clásico hereda del
modelo bizantino su profundo simbolismo de divinidad. Se trata
de expresar la victoria de Cristo sobre la muerte y, de paso,
la salvación de la humanidad. En la imagen superior se
muestra el Cristo de Torres del Río (Navarra).
Para ello, el cuerpo reposa
-más que cuelga- sobre la cruz mediante cuatro clavos (uno
para cada extremidad) adoptando una estructura simétrica
y perpendicular con los brazos extendidos horizontalmente y el
cuerpo vertical sin distorsión alguna salvo una ligera
flexión de las rodillas (por esta razón, lo normal
era emplear un bloque de madera para el cuerpo y otro para los
brazos). Los pies se apoyan sobre el "suppedaneum".
La anatomía es esquemática -básicamente se
resaltan los pectorales y costillas- y su cuerpo es parcialmente
tapado mediante un lienzo anudado a la cintura que llega hasta
las rodillas, llamado perizonium o paño de pureza.
El rostro de Jesús
es tallado con los ojos abiertos -vivo- o cerrados, pero en ambos
casos con expresión de absoluta serenidad. Mira al frente
o tiene la cabeza ligeramente inclinada a su derecha. Puede llevar
corona o diadema como símbolo de majestad.
Paralelo
a estos modelos se desarrolló en algunos lugares de Rosellón
y Cataluña una corriente iconográfica posiblemente
basada en el Apocalipsis de San Juan, en que Cristo aparece con
una túnica ceñida (túnica manicata), gloriosamente
vivo o resucitado. Son las llamadas "Majestades" o "Majestats".
En la foto aparece la Majestat de Lluçà, en el Museo
de Vic (imagen amablemente cedida por www.vicromanic.com). Otros
tipos de crucificados románicos, ajenos al ámbito
español, son los crucificados siriacos (con túnica
sin mangas) y los crucificados germánicos (más realistas,
muertos y desnudos y con el vientre abultado).
Descendimiento
Una variedad de representación
de Cristo de la imaginería románica es la del Descendimiento
de la Cruz. Esta escena, llena de dramatismo y piedad, fue representada
abundantemente en la escultura pétrea y la pintura, principalmente,
pero también en la imaginería de madera. En Cataluña
nos han llegado grupos de Descendimiento muy valiosos.
El Calvario
Las esculturas de madera
de Cristo Crucificado podemos encontrarlas en solitario o acompañadas
de otros dos personajes de la máxima relevancia como son
la Virgen María y San Juan Evangelista. En este último
caso el grupo se denomina Calvario.
Evolución hacia el gótico
Durante el siglo XIII
la rígida y "divina" composición románica
del crucificado evoluciona hacia el "humanismo" gótico.
Cristo aparece ya muerto con los ojos cerrado con su cabeza inclinada
sensiblemente hacia el hombro derecho. El rostro continúa
reflejando impasibilidad, con la boca cerrada. En la imagen inferior,
un Cristo del siglo XIII depositado en el Museo Diocesano y Catedralicio
de Valladolid denota estas características.
Durante esta primera fase
del gótico siguen siendo muy habituales los Calvarios con
la misma composición que el románico, como se aprecia
en el precioso conjunto de la iglesia de San Andrés de
Cuéllar (VER IMAGEN INFERIOR).
Ya en pleno periodo gótico,
aparece una distorsión progresiva de la figura que aparece
colgada de manera sinuosa sobre la cruz, con la rodilla flexionada
y el pie derecho sobre el izquierdo (con un solo clavo), desapareciendo
el suppedaneum románico, y los brazos son ligeramente doblados
por los codos. La sangre aparece en abundancia, así como
las muestras de dolor. La corona regia es sustituida por la de
espinas. El perizonium pierde su verticalidad románica
y se acorta.
Esta representación
dramática y conmovedora del "Cristo Gótico"
alejada ya del símbolo románico es reflejada en
las "Revelaciones" de Santa Brígida, escritas
en el siglo XIV:
"Estaba coronado
de espinas. Los ojos, las orejas y la barba chorreaban sangre;
tenía las mandíbulas distendidas, la boca entreabierta,
la lengua sanguinolenta. El vientre encogido tocaba la espalda,
como si no tuviera intestinos».
Marfiles
románicos (Eboraria románica)
A diferencia de la imaginería
o escultura en madera, que estaba al alcance de todos por su humildad,
la escultura en marfil (eboraria) quedaba relegada a talleres
regios o monásticos de primer orden ya que durante la Edad
Media este exótico material era considerado tan valioso
como el mismísimo oro.
De hecho, lo más
frecuente era combinarlo con metales y piedras preciosas o con
esmaltes en la creación de objetos de culto o suntuarios,
como cubiertas de códices (por ejemplo: Biblias), arquetas,
relicarios, etc.
El uso del marfil para
artes menores "de lujo" procede de la antigüedad
tardía. Se obtenía a partir de los colmillos de
elefantes africanos y también de las dentinas de hipopótamos
y dientes de narvales, cachalotes y morsas, incluyendo el cuerno
pardo de rinoceronte.
La razón de su
demanda y elevada valoración era que debido a su microtextura
se podían ejecutar esculturas de pequeño tamaño
con gran nivel de detalle obteniendo superficies suaves y perfiladas
que no podían alcanzarse con la madera, dada la textura
más gruesa e irregular del material lígneo.
En España hubo
dos talleres que a lo largo del siglo XI crearon importantes obras
de marfil. El de San Isidoro de león y el del Monasterio
de San Millán de la Cogolla, en La Rioja.
De León procede
la Cruz de Fernando I y doña Sancha y la arqueta de las
Bienaventuranzas (Museo Arqueológico Nacional de Madrid)
Más
información sobre la Imaginería Medieval en el Museo
del Prado
De los artistas del taller
de San Millán proceden las arcas de San Millán y
San Felice.
Los Cristos de marfil
procedentes del foco leonés (Cruz de Fernando I y doña
Sancha y el Cristo de Carrizo) fueron muy importantes en la introducción
de novedades en la representación del crucificado que luego
se extenderá a toda la plástica románica
(desde la escultura de madera a la pétrea).