Introducción
Las colecciones del Museo del Arte
y la Cultura Visigoda de Mérida (Badajoz) forman
parte del Museo Nacional de Arte Romano, ubicado en esa misma
ciudad. Sus fondos configuran una de las colecciones de arte
visigodo más importante de la Península Ibérica,
tal y como han afirmado todos los autores que la han estudiado,
entre los que destacan, entre otros, los doctores María
del Cruz Villalón o Luis Caballero Zoreda. Se encuentra
ubicado en el convento de Santa Clara, en el centro histórico.
La institución forma parte del denominado Conjunto arqueológico
de Mérida, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad
por la Unesco en el año 1993.
El edificio
La
iglesia y convento de Santa Clara es uno de los mejores ejemplos
del barroco clasicista del siglo XVII. Fue fundado en el año
1602, finalizando su construcción a finales de ese siglo.
En la actualidad está desacralizado y ha sido reconvertido
en espacio museístico, dividiéndose entre el Museo
de Arte Visigodo, que se encuentra en la iglesia; y una sala
de exposiciones temporales recientemente inaugurada, ubicada
en las antiguas estancias conventuales. El templo es un edificio
de cruz latina de nave única con dos tramos, lo que le
confiere una gran diafanidad, cubierto con bóveda de
cañón en sus naves y cúpula sobre pechinas
en el crucero. En el exterior, destacan sus dos portadas de
granito adinteladas en los extremos, de gran monumentalidad.
Historia de la institución
El convento y la iglesia de Santa
Clara se encuentran ligados a la historia del Museo Nacional
de Arte Romano desde la creación de esta institución.
Tras la desamortización, el convento quedó en
manos privadas, mientras que la iglesia pasó a pertenecer
al municipio. Éste lo utilizó en un primer momento
como almacén de harinas; después se crearon allí
unas escuelas públicas; y por último lo cedió
en el año 1838 para que se instalara allí él
la sede del Museo Arqueológico de Mérida, antecedente
del Museo Nacional de Arte Romano y del Museo del Arte y la
cultura visigoda.
Seguramente ya en el momento de la
inauguración la colección contaba con piezas de
época visigoda, pues consta que las colecciones de donde
procedieron los primeros fondos atesoraban piezas de esta época,
además de otras de época romana e hispano musulmana.
En 1910, cuando se realiza el primer
inventario, había 55 piezas visigodas. En el año
1929 se adaptó la iglesia del convento, para ampliar
su exposición, y por primera vez se mostró al
público parte de estas piezas, aunque se expuso, como
era habitual en esta época, sin ningún tipo de
discurso ni ordenación, más allá del criterio
cronológico.
Las diversas campañas arqueológicas
llevadas a cabo en la década de los 40 y los 50 hicieron
que el poco espacio con que cuenta la iglesia se desbordase.
En estos años la sala visigoda, además de acumular
estas piezas y exponerlas a los visitantes, se utilizaba para
realizar trabajos de restauración y limpieza. En los
años 60 se trasladaron las piezas visigodas a otra sala
independiente, donde se mostraron junto con obras hispanomusulmanas
y modernas.
Cuando en el año 1975 se creó
el Museo Nacional de Arte Romano, las obras que no pertenecían
a este periodo fueron almacenadas. En 1980 se aprobó
la construcción del nuevo edificio, ejecutado por Rafael
Moneo entre 1981 y 1985. Ese mismo año se desplazaron
todas las obras romanas, y también se almacenaron en
las nuevas instalaciones algunas de época visigoda particularmente
frágiles, como vidrios o cerámicas.
Presente y futuro del museo
A finales del año 1986 se habilitó
la iglesia de Santa Clara para exponer de forma provisional
los fondos visigodos que se encontraban en los almacenes y se
creó un discurso que permitiera enlazarlas con la última
de las salas del Museo de Arte Romano, algo que se mantiene
en la actualidad.
En ese momento se contempló
esta solución como algo temporal, a la espera de que
se decidiese construir un nuevo edificio o rehabilitar uno histórico,
mejor adaptado a las nuevas necesidades.
Diecisiete años más
tarde, en el 2003, el Ministerio de Cultura aprobó la
construcción de una nueva edificación, que estaría
llamada a exponer y revalorizar la colección visigoda.
Está proyectado que este inmueble tenga cinco plantas
de altura, y que se sitúe en las inmediaciones del teatro
romano, mucho más cerca de la sede principal del Museo
y dentro del recinto arqueológico, con lo que también
se espera un aumento del escaso número de visitantes
que tiene en su actual sede. La inauguración del museo
estaba prevista para el 2013, pero ese año ni siquiera
habían comenzado las obras del edificio.
Principales fondos
La colección se encuentra compuesta
por 834 piezas, de las cuales casi 450 proceden de la misma
ciudad de Mérida. Muchas se encuentran en los almacenes
del edificio proyectado por Moneo, debido en parte a la falta
de espacio.
En el Museo se encuentran obras datadas
entre los siglos IV al VIII, procedentes de diversos lugares
de la ciudad y de sus alrededores. La mayoría son fruto
de excavaciones sistemáticas, pero otras fueron halladas
de manera casual, o se han conservado gracias a que fueron reutilizadas
en construcciones posteriores.
Las obras se encuentran expuestas
a lo largo de la nave central de la iglesia, en donde se encuentran
las piezas más relevantes de la colección, además
de algunos objetos de la vida cotidiana, tales como cerámicas
o bronces, que están protegidos por vitrinas. Adosados
a las paredes de la nave, se sitúan las lápidas
de enterramientos pertenecientes a las necrópolis cristianas,
los epígrafes funerarios, y los fragmentos de arquitectura
decorativa. En la antigua sacristía se muestran las piezas
de mayor tamaño.
Se puede dividir la colección
en cuatro grandes grupos. El primero, y quizás el más
importante, estaría constituido por mobiliario litúrgico,
como las mesas, los pies y las pilastrillas de altar, las placas
de cancel y una pila bautismal.
Las placas de cancel constituyen una
de las series más numerosas del museo. Los canceles eran
placas que acotaban el espacio litúrgico en relación
con la jerarquía y las particularidades ceremoniales.
Los ejemplos que encontramos en el Museo son placas rectangulares,
con arcos separados por columnillas y veneras en su interior,
aunque algunos alternan esta decoración con elementos
geométricos, y otros más sustituyen la venera
por un crismón con el Alfa y el Omega.
De todos los canceles conservados,
destacan dos, que son los únicos que tienen decoración
figurativa. Se trata de una representación de San Lucas
en forma de toro alado con un nimbo en la cabeza; y de un fragmento
de una pieza similar, también con la pata de un toro.
Dentro de este primer grupo de piezas
también hay que destacar los dos tenantes de altar, que
ofrecen unas características muy similares. Se trata
de cuerpos prismáticos, sencillos a nivel de técnica
e iconografía, realizados en mármol, con una basa
moldurada, un plinto liso con cruces patadas y un remate con
decoración de hojas de acanto muy simplificadas. En la
parte superior se encuentra el loculus, en donde se hallaría
el hueco para depositar las reliquias.
Este modelo de tenante es muy característico
de la zona emeritense, y tiene una importancia crucial, debido
a la influencia que supone posteriormente este territorio en
el ámbito toledano. De hecho, Mérida, Toledo,
y sus respectivas áreas de influencia son los únicos
lugares en los que se han encontrado este modelo, con una única
excepción, el tenante de Wamba, conservado en la actualidad
en el Museo de Valladolid.
El segundo conjunto de obras que se
destacan en la colección está constituido por
las piezas procedentes de ornamentaciones arquitectónicas.
Este grupo está constituido por elementos tales como
pilastras, dinteles, frisos, capiteles y un fragmento de canalización
decorada.
Destacan los pilares prismáticos,
por sus características decorativas, que los relacionan
con talleres de la costa italiana del Adriático, y que
entroncan a su vez con modelos bizantinos. Se trata de pilares
labrados por todos sus lados visibles. Algunos presentan un
pequeño hueco para contener una semicolumna, mientras
que otros se encuentran decorados con una basa, un fuste y un
capitel con hojas de acanto.
También merece la pena señalar
el conjunto de capiteles, entre los que destacan los corintios
con decoración de hojas de acanto o de palmetas, algunos
de los cuales todavía conservan las huellas de las herramientas
del escultor. Estos capiteles se pueden dividir, a grandes rasgos,
entre aquellos que entronca con las producciones clásicas
romanas, y los que derivan de influencias bizantinas, con motivos
decorativos de formas mucho más geométricas.
Otro grupo de piezas son aquellas
que constituyen objetos cotidianos, como lucernas, broches de
cinturones o anillos, expuestos en las vitrinas. Son piezas
de menor tamaño y que quizás pueden llamar menos
la atención, pero algunas de ellas son muy interesantes.
Sobresalen las piezas cerámicas,
excepcionales tanto por su calidad como por la cantidad de piezas
conservadas. Se trata de objetos tales como jarros, vasos, u
ollas. La gran mayoría de estas piezas proceden del yacimiento
de la basílica de Casa Herrera, situado a unos seis kilómetros
de Mérida, aunque también hay otras que se han
encontrado en la propia ciudad o en yacimientos cercanos.
Hay que destacar también las
fíbulas y broches de cinturones, pues son de una gran
calidad técnica, y delatan el desarrollo que llegaron
a alcanzar los talleres orfebres peninsulares en esta época.
Hay un último grupo de piezas que está constituido
por el conjunto de hornacinas, nichos y placas-nicho.
Las hornacinas son piezas cóncavas,
o de edículos con pequeñas bóvedas sostenidas
por columnas, y que tienen un importante valor simbólico.
No se sabe con certeza la función de estas piezas, aunque
se sospecha que no todas tenían el mismo cometido. Se
ha planteado la hipótesis de que quizás algunas
de ellas sirviesen como tabernáculos.
Los nichos y placas-nicho son placas
rectangulares, y están caracterizados por su venera.
Esta venera habitualmente se encontraba sostenida por columnas,
y en ocasiones dentro de la misma aparece un elemento simbólico,
como el crismón o el árbol de la vida.
Una vez más, los diferentes
autores piensan que la zona de Mérida fue uno de los
principales centros productores de este tipo de placas. Tampoco
está clara la función de estas piezas, aunque
hay un consenso más o menos amplio en sostener que estarían
en relación con la zona del altar.
Mención aparte merece la denominada
Cátedra del Arzobispo, que es el mejor ejemplo que se
puede ver en el Museo de estas placas-nicho. Recibe este nombre
porque ha sido identificada como el respaldo de una cátedra
episcopal, aunque también puede estar relacionado con
algún elemento bautismal.
Otros ejemplos de nichos que se pueden
ver en el Museo son los procedentes del palacio del duque de
la Roca de Mérida, algunos de los cuales han llegado
a conservar restos de policromía.