Guía del Palacio de los Reyes de Aragón,
Huesca
Introducción
El Palacio de los Reyes de Aragón,
más simplificadamente conocido también como Palacio
Real, se levanta en lo que fue el sector norte de la Huesca medieval,
dentro del recinto amurallado y en una de las zonas más elevadas
de la capital oscense.
Declarado
Bien de Interés Cultural desde marzo de 1999, se trata de
una de las escasas manifestaciones del románico-civil conservadas
en territorio aragonés, presentando hoy en día el
interés añadido de albergar entre sus muros el Museo
de Huesca.
Breve aproximación histórica
Probablemente sobre un asentamiento primitivo y aprovechando
su posición dominante sobre la ciudad y las vegas del río
Isuela, hacia el siglo VIII sería levantada una fortificación
o zuda islámica.
Con la conquista cristiana de Huesca a manos del rey
Pedro I de Aragón en noviembre de 1096 tras la Batalla de
Alcoraz, el propio monarca mando levantar sobre la fortaleza musulmana
una capilla, la cual donó al abad de Montearagón,
desde cuyos muros había sido dirigida la ofensiva sobre la
ciudad.
Asentada ya la población cristiana y sobre los
propios restos de la primitiva alcazaba o zuda musulmana, a finales
del siglo XII fue reconstruido y dotado de nuevos sistemas defensivos
con el fin de convertirse en morada de los reyes aragoneses o, en
su ausencia, de los tenentes de la urbe por ellos nombrados.
Con posterioridad, alejada definitivamente de Huesca
la amenaza musulmana, sus equipamientos defensivos fueron quedando
obsoletos, aprovechándose parte de sus terrenos y materiales
por la población local para levantar nuevas viviendas en
torno a él.
A mediados del siglo XIV y por mandato del Rey Pedro
IV el Ceremonioso, el viejo Palacio Real fue el lugar elegido como
sede de la recién fundada Universidad Sertoriana de Huesca,
la cual, tras la donación en 1611 de una serie de terrenos
adyacentes por parte de Felipe II, fue remodelada casi al completo;
derribándose buena parte de las primitivas estancias medievales
para ser sustituidas por una nueva construcción barroca de
planta octogonal diseñada por el arquitecto Francisco de
Artiga (1690).
Cumpliendo con esa función formativa y docente
se mantuvo hasta el año 1845 en que la Universidad fue clausurada,
siendo aprovechadas sus instalaciones desde 1873 para albergar el
Museo de Huesca, para cuya exposición permanente fueron utilizados
tanto fondos para el estudio que habían ido siendo recopilados
por la propia institución docente, como colecciones privadas
cedidas por coleccionistas y personalidades relevantes de la sociedad
oscense.
Desde entonces, convenientemente rehabilitado y adaptado
a su nueva función, Palacio Real y Museo de Huesca conforman
una única unidad que bien merece la visita.
El Palacio Real
De la primitiva construcción medieval que albergó
el Palacio Real tan solo han llegado a nuestros días parte
del salón del trono (muy modificado) y las dos estancias
superpuestas del interior de la llamada Torre de la Zuda: la Sala
de la Campana y la Sala de Doña Petronila.
Sala del Trono
El Salón del Trono, que desde 1690 desempeñó
las funciones de Paraninfo de la Universidad Sertoriana, es en la
actualidad un gran espacio diáfano de planta rectangular,
bóvedas apuntadas y amplios vanos abiertos para su iluminación.
Este espacio, en origen y antes de la reforma del siglo
XVII para su adaptación a su nueva función docente,
es más que probable que estuviera dividido en dos pisos,
cada uno con sus abovedamientos individuales.
Desde el muro norte del propio Salón del Trono
y a través de sendos vanos independientes se accede a los
dos niveles en que se divide el interior la llamada Torre de la
Zuda; torreón almenado de planta hexagonal heredero de la
primitiva fortaleza musulmana y erigida sobre un basamento en talud
mediante grandes sillares de arenisca.
Sala de la Campana
El nivel inferior de la Torre de la Zuda, a modo de
cripta respecto al espacio principal o Sala de Doña Petronila
lo ocupa la conocida como Sala de la Campana, así llamada
por constituir, según la tradición, el escenario en
el que tuvo lugar ese episodio legendario de "La Campana de
Huesca".
Esta leyenda, de gran acervo popular en todo Aragón
y especialmente en Huesca, narra como el Rey Ramiro II el Monje
convocó a la corte a toda la nobleza con la excusa de hacer
una campana que se oyera en todo el reino. Entre ellos, se encontraban
varios nobles rebeldes y traidores a los que mando decapitar, utilizando
la cabeza del Obispo de Huesca como badajo de la citada campana.
La escena fue inmortalizada a finales del siglo XIX
por el pintor palentino José Casado del Alisal, obra perteneciente
a la colección del Museo del Prado cedida al Ayuntamiento
de Huesca, donde puede admirarse en la actualidad.
La sala propiamente dicha, situada a un nivel inferior
salvado mediante escalones respecto al Salón del Trono, presenta
una planta alargada y ligeramente hexagonal rematada en sus lados
menores por sendas absidiolas semicirculares cubiertas mediante
cuarto de estera. El espacio rectangular intermedio se resuelve
mediante una bóveda de arista reforzada por nervios que descansan
en una imposta que recorre horizontalmente todo el perímetro
de la sala.
Al encontrarse a un nivel inferior accesible a través
de escaleras descendentes desde el Salón del Trono, la sensación
de la sala es de cierta subterraneidad, sin embargo, las ventanas
abiertas en arcos de medio punto de acusado derrame tanto exterior
como interior confirman incluso desde fuera del edificio que se
trata simplemente del piso bajo de la Torre de la Zuda.
Sala de Doña Petronila
Recientemente restaurada y rehabilitada para las visitas,
la Sala de Doña Petronila, así llamada por albergar
según la tradición su boda con el conde barcelonés
Ramón Berenguer IV, es sin lugar a dudas la estancia más
conocida y valiosa de lo que queda del antiguo Palacio Real, dentro
del cual desempeñaba la función de capilla principal
con conexión directa al Salón del Trono (en la actualidad,
accesible mediante unas escaleras modernas).
Levantada sobre la Sala de la Campana y debiéndose
adecuar forzosamente al espacio que marcaba la primitiva estructura
de la Torre árabe de la Zuda, presenta una planta de nave
única rectangular que, tras un breve tramo recto presbiterial,
desemboca en un ábside semicircular.
Originalmente la sala cubriría mediante abovedamientos
pétreos ya que, con toda probabilidad, sobre ella se alzaba
un piso más (para algunos estudiosos, una capilla dedicada
a San Nicolás). Tras su última intervención
de restauración, la Sala de Doña Petronila, que durante
varios siglos desempeñó las funciones de biblioteca
de la Universidad Sertoriana, luce impoluta su nueva cubierta resuelta
mediante una techumbre de madera a doble vertiente.
El espacio interno recuerda de inmediato a la iglesia
de San Gil de Luna, articulándose el cuerpo inferior de los
muros de la nave y del presbiterio mediante arcos de medio punto
sobre pares de columnas; un esquema que adquiere mayor complejidad
en la cabecera, cuyo hemiciclo queda dividido en cinco tramos separados
por columnas adosadas que, en origen, se proyectarían hasta
el arranque mismo de las bóvedas.
De sobresaliente interés son los capiteles sobre
los que descansan los arcos murales y cabeceros, un total de trece
los conservados y que representan un programa icnográfico
narrativo centrado en el Ciclo de la Natividad y de la Vida Pública
de Cristo.
Su artífice suele encuadrarse en la órbita
del taller del Maestro Leodegarius, siendo más que probable
que trabajara también en la citada iglesia de San Gil de
Luna donde tendría la oportunidad de conocer la obra del
Maestro de San Juan de la Peña.
El ciclo narrativo comenzaría a leerse por el
sector norte del presbiterio, donde es perfectamente reconocible
una cesta con los temas de la Anunciación y la Visitación
de la Virgen a su prima Santa Isabel.
Continúa el ciclo con una representación
extraída del Evangelio de Mateo y bastante poco común
en el románico español que vendría a identificarse
como "la duda de José" tras el embarazo María,
apareciendo Ésta con un libro en sus manos y un ángel
apoyando su brazo sobre el hombro de San José.
Ya en el hemiciclo propiamente dicho, prosigue la narración
con el Nacimiento de Cristo y el episodio de la Adoración
de los pastores, en el cual, la forma de representar el rebaño
de ovejas evoca de inmediato a la mencionada iglesia de San Gil
de Luna, en la comarca de las Cinco Villas.
A continuación, se presenta dividido en varias
cestas el pasaje de la Matanza de los Inocentes, siendo perfectamente
identificable la figura del rey Herodes entronizado mesándose
la barba, la crueldad de los verdugos ejecutores, los gestos de
dolor de las madres desconsoladas e incluso una representación
de las puertas de una ciudad.
Finaliza este pequeño ciclo de la Matanza de
los Inocentes con una curiosa representación en la que, sobre
un lecho idéntico al representado en la escena del Nacimiento
de Cristo; un personaje con lo que parece una daga en su mano, es
asesorado por un demonio alado con el que parecen buscar al Niño
Jesús.
Al otro lado de la cesta, San José horrorizado
contempla la escena enlazando así con uno de los capiteles
más conocidos y de mayor encanto de todo el conjunto de la
Sala de Doña Petronila: el de la Huída a Egipto.
Continúan los capiteles figurados a lo largo
de las arquerías que articulan el muro lateral del espacio,
apareciendo en primera instancia una composición zoomorfa
en la que un cervatillo atrapado en un zarzal parece rendido ante
un león; una escena alusiva al sacrificio que enlazaría
perfectamente con el discurso de la Matanza de los Inocentes de
las cestas inmediatamente anteriores.
En el siguiente capitel, en el que aún quedan
algunos rasgos de la policromía original, se representan
las Tentaciones de Cristo en el desierto; presentándose en
el siguiente de nuevo un tema muy poco representado en el románico
y extraído del Evangelio de San Juan en el que Cristo es
arrinconado por escribas y fariseos que tratan de lapidarle. Este
mismo episodio se repite casi idéntico en su hermana gemela
iglesia de San Gil de Luna.
La última de las escenas, de imposible
interpretación e incluso dando la sensación de haber
quedado inconclusa, representa tres personajes de pie ataviados
con esquemáticas vestiduras.
Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)