Biografía
de Abderramán III (Abd al-Rahman III)
Abderramán
III, Primer Califa de Al-Andalus
No
es exagerado decir que le califa Abderramán III fue uno de
los gobernantes más importantes de la historia de la Humanidad.
Fue un hombre de acusados rasgos de personalidad: brillante, astuto,
impetuoso, culto, violento, cruel
una combinación de
características que hizo de él uno de los hombres
más poderosos de la Edad Media occidental.

La infancia de Abd al-Rahman
estuvo marcado por la violencia y las intrigas de palacio. Era nieto
del emir Abd Allah I. Se dice que su propio abuelo mandó
matar a Mohammed, su propio hijo y padre de Abderramán. El
crimen lo cometió Motarrif también hijo del emir.
El caso es que Abd Allah, tras el asesinato de Mohammed adoptó
a Abderramán y le nombró su sucesor, cargo que ocupó
en el 912 cuando sólo tenía 21 años.
Cuando
sumió el cargo de Emir de Córdoba, el Emirato de Al-Andalus
era más nominal que real. A lo largo ancho de Al-Andalus
la desunión y práctica independencia de los señores
locales que controlaban las ciudades reducían el control
efectivo del emir a los territorios aledaños de Córdoba.
Durante los primeros años
de su gobierno, Abderramán III se dedicó a sofocar
todas las rebeldías y a unificar los territorios andalusíes
bajo su mando. Quizás sus más importantes logros en
este sentido fueron la sumisión de Toledo y la derrota de
Omar al Hafsún, verdadero señor de gran parte de la
Andalucía oriental.
También
lidió con los cristianos del norte alternando importantes
victorias (Valdejunquera) con desastrosas derrotas (Simancas) pero
terminó siendo árbitro de las disputas de los reinos
y condados cristianos.
Estos éxitos animaron
a Abderramán III a terminar de romper el último nexo
con el Califato abasida de Bagdad y nombrase califa, líder
espiritual no sólo terrenal de los creyentes.
Durante su mandato Córdoba alcanzó un prestigio que
alcanzó todo el mundo conocido.
Acceso
al poder
Abd-el-Rahman era hijo de
Muhammad, primogénito del emir Abd Allah, y de Muzna una
esclava de origen vascón que servía como concubina.
Quizás por ello, y según diversas crónicas,
Abd-el-Rahman tendrá ojos azules y piel blanca, como la tenía
su propio padre, hijo a su vez de Abd Allah y la vascona Onneca.
Tras el asesinato de su
padre, a manos de un tío de Abd-el-Rahman, su abuelo, Abd
Allah le protegió especialmente, llegando éste a realizar
diversos actos simbólicos que apuntaban a que él sería
su sucesor. Y, efectivamente, antes de morir, sería designado
por su abuelo, siendo proclamado emir en octubre de 912.
Los
inicios del emirato: Una difícil herencia
Uno de los rasgos que parecen
marcar el emirato de Abd-el-Rahman III, es la lucha que ha de desplegar
en varios frentes:
Sin embargo, estos son
conflictos heredados por Abd-el-Rahman III, conflictos que se sucederán
al menos, hasta la creación del reino de Granada, al no ser
manifestación sino de problemas estructurales del mundo islámico
en general, y andalusí en particular:
Para comprender el fenómeno,
y dado que no es este el lugar para desarrollar su explicación,
remitimos al lector al artículo 'El nacimiento del Islam
y el Califato Omeya'; no obstante, sí podemos señalar
que los invasores árabes mantuvieron sus estructuras tribales
y, en consecuencia, las diferencias entre grupos (del sur o del
norte) y clanes, lo cual, contribuiría a provocar diversas
tensiones. La incorporación de persas, bereberes o hispano-godos,
como mawlas o clientes - de lo que deriva muladí -, y como
musulmanes de segunda categoría, sin plenos derechos, también
habría de generar tensiones.
De hecho, serán muladíes
y bereberes los que protagonicen algunas de las revueltas y represiones
más intensas generadas en la España musulmana, como
la que en Córdoba condujo a la Jornada del Arrabal (818),
las rebeliones de Ronda (826) y Algeciras (850) o la gran revuelta
toledana que lleva a la batalla de Guadacelete (854).

Muladíes también
serán los gobernadores de las Marcas o fronteras militares
andalusíes, esto es, la Frontera Inferior, con Mérida
como capital, la Media (Toledo) y la Superior (Zaragoza). Si la
Media va a resultar especialmente problemática - los mozárabes
se unirán a los muladíes de origen hispano-godo en
su lucha contra el emirato -, la Superior se caracterizará
por una práctica desvinculación de la soberanía
cordobesa, algo que Musa, de los Banu Qasi, llamado Tercer Rey de
España, representa a la perfección.
Tampoco la pugna en el Norte
de África es nueva, dado que tras la caída del Califato
Omeya, éste área se fragmenta en, al menos, tres grandes
bloques de poder:
Durante el reinado de Muhammad
I, los omeyas entablan estrechas relaciones con los dirigientes
de Siyilmassa, puerta de entrada al África subsahariana,
concretamente a Tumbuctú, desde donde venían dos mercancías
fundamentales para sostener el emirato andalusí: oro y esclavos.
Sin embargo, la proclamación
del califato fatimí en 909, alarmaría a las autoridades
andalusíes que veían peligrar esta ruta y, lo que
es peor, su propia posición no sólo en el Norte de
África, sino en la propia al-Andalus. Así, durante
los reinados de al-Mundir (886-888) y Abd Allah (888 - 912), todas
estas tensiones y conflictos, más o menos canalizados hasta
el momento, estallarán dando lugar a graves rebeliones como
las protagonizadas Ibn Marwan en Mérida, los Banu Qasi en
Zaragoza o Umar Ibn Hafsun en Málaga, secundadas por diversas
rebeldías territoriales que dan lugar a la ficción
de los Tassili, gobernantes de facto de comarcas y fortalezas diseminadas
por todo al-Andalus que limitan el poder emiral a poco más
que la propia Córdoba y sus alrededores.
Etapa
emiral (912 - 929)
En este contexto llega Abd-el-Rahman
al trono de al-Andalus. A pesar de que su acceso al trono por encima
de sus tíos, no auguraba sino nuevas rebeldías y conspiraciones,
el emir de tez blanca, articuló enseguida una serie de acciones
dirigidas a acabar con el estado de cosas reinante en sus dominios.
Primero, se ocuparía
de las próximas y ricas tierras que rodeaban Córdoba:
emprendió operaciones contra localidades insumisas al poder
emiral, como la bereber Caracuel y contra Écija, a las que
siguieron las koras o provincias de Jaén y Elvira, controladas
por los muladíes, así como las Alpujarras de Granada,
que opusieron una vehemente resistencia, Sevilla (913), Carmona
(914), Niebla, Valencia y Murcia (917). Pechina, donde se había
levantado una singular al-miraya o torre de vigilancia marítima,
dando lugar al nombre Almería, y en la que se había
constituido una suerte de república mercantil independiente,
fue también sometida.
Asegurado el dominio de
estas tierras y sus hombres, pudo entonces lanzarse contra el muladí
Umar Ibn Hafsún que, desde 879, estaba poniendo en jaque
al emirato, desde su señorío de Málaga: El
17 de enero de 928, Bobastro, la fortaleza que servía de
centro neurálgico de la rebelión, se rendía,
proporcionando al emir gran prestigio.
Sin embargo, si Abd-el-Rahman
III quería mantener la paz en al-Andalus, era necesario canalizar
las energías de los potenciales rebeldes y mostrarles que,
sometidos a la autoridad del emir, podrían obtener muchos
beneficios: No es casualidad que fuera en 920 cuando el emir dispusiera
emprender una acción que trascendía la mera incursión,
para convertirse en una vasta operación ofensiva al frente
de la cual, se pondría él mismo. Partiendo de Córdoba,
y pasando por Toledo-Guadalajara y arrasando Osma y Calahorra, las
fuerzas musulmanas se encontraban con las cristianas en Valdejunquera,
al sur de Pamplona, donde los norteños sufrirían una
terrible derrota (25 de julio 920), a la que siguió la matanza
de la guarnición del castillo de Muez.

Es significativo que, pocos
años después, en 924, el emir iniciara una nueva acción.
Ahora, la ruta seguida pasaba por Murcia y Valencia, en lo que se
puede interpretar como un modo de hacer presente su poder en un
área tradicionalmente díscola. No sólo se trataba
de pasar, sino de incorporar las fuerzas comandadas por señores
y gobernadores que, con ello, atestiguaban su sumisión al
poder de Córdoba. Al fin y al cabo, la ruptura que años
después protagonizarían los tuyibíes de Zaragoza,
vino determinada por su negativa a aportar hombres a una nueva campaña
emprendida por Abd-el-Rahman en tierras navarras.
Al fin y al cabo, estas
campañas por el Ebro, no contribuían sino a debilitar
a navarros y castellano-leoneses, circunstanciales aliados de los
zaragozanos, y si bien en 924, los tuyibíes se unirán
al emir, llegando a penetrar con él en la ciudad de Pamplona,
años más tarde optarán por resistirse, temiendo
quizás que el emir intentara someterlos a su autoridad.
El
Califato (929 - 961)
Con buena parte de al-Andalus
sometido, tras las exitosas y rentables victorias hechas a los cristianos
y tras los éxitos cosechados entre 924 y 927 en el Norte
de África frente a los fatimíes, Abd-el-Rahman III
y sus colaboradores decidieron dar un paso más, a fin de
consolidar su posición: La proclamación como Califa,
rompiendo así con el califato abbasida y contrarrestando
al califa fatimí con el que pugnaba en el Norte de África,
y que se había proclamado como tal no mucho antes, en 909.
El proyecto de proclamar
un tercer califato debió ser fruto, además de los
éxitos militares sin los cuales hubiera resultado inviable,
de una larga reflexión: Es significativo que, ya en 928,
se abriera una ceca en Córdoba, es decir, que aún
antes de proclamarse como califa, ya tenía pensado arrogarse
una serie de atributos relacionados con la soberanía, de
la que la acuñación de moneda es una manifestación.
La proclamación del
califato, sin embargo, no parece que impresionara demasiado a los
poderes insumisos a Córdoba, dado que ese mismo año
ha de emprender una ofensiva contra la Marca Inferior, concretamente
contra Badajoz y Mérida. Hasta 932, por su parte, no caerá
Toledo.
Efectivamente, la proclamación
del califato andalusí no sólo no impresionó
a los poderes rebeldes, sino que generó en ellos aún
más recelo, por cuanto esta acción anunciaba la intensificación
de la labor centralizadora del poder que Abd-el-Rahman iniciara
desde los primeros meses de su reinado. Es ahora cuando los tuyibíes
de Zaragoza se niegan a participar en la llamada Campaña
de Osma contra los reinos cristianos del Norte (934). Apoyándose
en algunos señores territoriales rivales de los tuyibíes,
el ahora califa arremeterá contra Zaragoza, que caerá
en 937. Mientras esto ocurría, se iniciaban las obras de
Medinat-al-Zahra (finales de 936), en lo que pretendía ser
la nueva sede administrativa y política del califato, cuyo
referente será Bizancio.
Todo parece anunciar que
el recién inaugurado califato logrará establecer un
dominio absoluto sobre la Península, tanto a un lado como
al otro de la frontera cristiano-musulmana, y que aún podrá
extender su dominio sobre parte del Norte de África, en competencia
directa con el califato fatimí: En marzo de 931, y a petición
de sus habitantes, el califa tomará posesión de Ceuta.
Esta ocupación, inicialmente contestada por los idrisíes,
contribuyó a que los bereberes de la tribu Miknasa - antes
favorables a los fatimíes - se pusieran del lado de los omeyas,
si bien, pedían permiso para seguir combatiendo a los idrisíes
de Tremecén, a pesar de ser aliados del omeya.
Esta confianza y la alarma
producida ante la penetración de Ramiro II a la misma Madrid
(932), llevaron al califa a poner el marcha la campaña de
Osma. La confianza del califa se consolidó cuando la reina
Toda de Navarra, temerosa de la potencia musulmana, les deja entrar
en su reino. Ya en tierras castellano-leonesas, Abd-el-Rahmán
se dedicará a arrasar fortalezas, pueblos y centros culturales
y religiosos como el monasterio de San Pedro de Cardeña,
que incendia en agosto de 934.
Las constantes incursiones
en el Norte, proporcionan al califa prestigio, botín y la
sumisión de sus súbditos, pero en 939 la suerte del
andalusí cambiará: Las fuerzas coaligadas de León,
el condado de Castilla y Navarra, le harían frente en Simancas,
inflingiendo a los musulmanes una terrible derrota que completarían
en Alhándega. Este acontecimiento supuso un duro golpe a
la confianza del califa que decidió no dirigir personalmente
a su ejército nunca más. Por otro lado, aunque la
derrota pudiera suponer una fuerte impresión para Abd-el-Rahmán
III desde un punto de vista psicológico, desde un punto de
vista político suponía una auténtica amenaza
a su autoridad y a todo lo logrado hasta ese momento.
Los líderes andalusíes
estaban sometidos porque, entre otras cosas, las victoriosas campañas
emprendidas por él, proporcionaban un sustancioso botín,
pero cualquier muestra de debilidad, podía suponer el resquebrajamiento
del régimen y volver a una situación similar a la
de los tiempos de su abuelo. Quizás esto explique la crucifixión
de unas trescientas personas a las que responsabilizaba de la derrota,
en lo que no parece más que una simple y brutal purga de
aquellos personajes que podían mostrarse díscolos.
Con esta ejecución ejemplarizante, desactivaba además,
a potenciales rebeldes y disidentes. Quizás la erección
de Medinaceli como plaza fuerte principal de la Marca Media en sustitución
de Toledo, responda, así mismo, a esta labor de zapa de toda
veleidad rebelde. Por otra parte, algunos autores han sugerido que
la derrota de Simancas y sus secuelas, pudieron ser origen de la
pugna que enfrentará a los jefes mercenarios de origen eslavo
(saqalibba) con los gobernadores de las Marcas fronterizas.

Los cristianos, por su parte,
iniciaron un audaz proceso de repoblación al sur del Duero,
que llevaría a los castellanos a Sepúlveda (940) y
a los a Salamanca (941), abandonadas pronto, no obstante. Tampoco
en el Norte de África las cosas se desarrollarían
mucho mejor. Aunque en 955, los omeyas ocupan Tánger, ese
mismo año los fatimíes responden devastando Almería,
ofensivas y contraofensivas que, para 961, habrán dejado
a los omeyas arrinconados en Tánger y Ceuta.
Aunque las incursiones
musulmanas protagonizadas por los gobernadores de las Marcas arrojan
un saldo positivo, la firme alianza navarro-leonesa, auguraba problemas
en el Norte. Sólo la crisis que estalla en los reinos cristianos
a raíz de la muerte de Ramiro II (931 - 951) frenará
una situación que podía escaparse de las manos en
cualquier momento.
Efectivamente, la designación
de Ordoño III (951 - 955) será contestada por la reina
Toda de Navarra, que defiende la candidatura de otro de los hijos
del difunto rey, Sancho llamado el Gordo, el cual accederá
al trono a la muerte de su hermano. Sin embargo, los notables gallegos
y castellanos, recelosos de quedar apartados de los círculos
de la corte por los navarros, suscitan a Ordoño IV (958 -
960), expulsando al orondo rey, que corre a refugiarse con su abuela
Toda. Ésta, pedirá ayuda a su vez a Abd-el-Rahman
III, cuyas tropas repondrán a Sancho I en el trono (956-958
- 960-965). Las rivalidades dinásticas abrirán un
período de preeminencia de Córdoba sobre los reinos
cristianos que, sin embargo, no podrá ver Abd-el-Rahman III,
que moría en 961, al poco de ser repuesto Sancho I en el
trono leonés.

Para la Historia de al-Andalus,
quizás una de las consecuencias más importantes de
su reinado se deriva de la tendencia a emplear mercenarios ajenos
a las estructuras tribales y aún a los árabes - por
ejemplo, los saqqaliba o esclavos de origen eslavo -, cuyo poder
se irá incrementando durante el reinado de sus sucesores
hasta culminar en la dictadura militar de Almanzor.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana