San
Agustín de Hipona. Biografía y pensamiento
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San Agustín (autor: Welleschik), Annaba (Autor: Faten Aggad)
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Biografía,
obra y pensamiento de San Agustín de Hipona
Trayectoria
vital de San Agustín de Hipona
La
vida de San Agustín de Hipona es la historia de un
recorrido intelectual en busca de la verdad que le llevó
de la retórica a la filosofía, del maniqueísmo
al neoplatonismo, y de éste al cristianismo.
El propio San
Agustín proporciona en sus escritos numerosa información
sobre sí mismo. De hecho, una de las principales fuentes
documentales para el conocimiento de su vida son sus famosas Confesiones,
escrito autobiográfico que aporta datos desde su nacimiento
hasta la muerte de su madre Mónica, ocurrida en Roma en el
año 387. Junto a ellas, la Vita Sancti Augustini, compuesta
entre los años 431 y 439, es decir, inmediatamente después
de la muerte de San Agustín, por su amigo y compañero,
el obispo de Calama, San Posidio, proporciona numerosa información
de su etapa como obispo de Hipona.
Del
nacimiento a la conversión: el maniqueo y el escéptico.
Aurelio Agustín
nació el día 13 de noviembre del año 354 d.C.
en la ciudad de Tagaste (hoy la ciudad argelina de Souk Ahras),
situada en la provincia romana de Numidia. De padre pagano y madre
cristiana, tuvo dos hermanos, Navigio, contertulio suyo en algunos
diálogos, y Perpetua. Su padre, Patricio, al que Agustín
dedica escasa atención en las Confesiones, era un funcionario
municipal de carácter violento y aficionado a la bebida.
Poco antes de morir se convirtió al cristianismo por influencia
de su mujer, Mónica, una devota cristiana que ejerció
un gran influjo sobre su hijo y hubo de soportar las preocupaciones
provocadas por el comportamiento de éste en sus años
de juventud.
En Tagaste pasó
su infancia y cursó sus primeros estudios. Se conoce bastante
mejor su juventud gracias a los datos que da en sus Confesiones.
Antes de morir, Patricio reunió dinero suficiente para que
Agustín, dotado de una gran inteligencia, prosiguiera su
educación en Madaura y en Cartago, ciudad a la que llegó
con 16 o 17 años. Allí estudió con éxito
gramática y retórica, llegando a ser el mejor alumno
de la escuela. Además, conoció a una mujer, cuyo nombre
no menciona, con quien mantuvo una larga relación amorosa
fruto de la cual nació, en el 372, su hijo Adeodato, quien
permaneció con Agustín hasta su temprana muerte acaecida
en el 389. Pero el estilo de vida licencioso y disoluto que llevó
en esta época- en las Confesiones afirma que llegó
a ser "el más vil esclavo de las bajas pasiones"-
le deja insatisfecho e inicia una búsqueda intelectual para
descubrir la verdad acerca de sí mismo. Comenzaba, así,
a los 19 años, su larga evolución interior que le
llevaría a recibir el bautismo cristiano.
El cristianismo
que le ofrecía su madre parecía demasiado simple para
satisfacer su exigente intelecto pues necesitaba una explicación
a sus preguntas y dudas que resultase convincente y lo bastante
profunda para que él pudiera aceptarla. Descubrió
la filosofía gracias a la lectura de un libro hoy perdido
de Cicerón, el Hortensius. Se trataba
de una exhortación a la filosofía y Agustín
se sintió, en seguida, atraído por ella. Sin embargo,
Cicerón no ofrecía soluciones ni explicaciones a sus
problemas morales.
Agustín
se acercó entonces al maniqueísmo y entró en
un grupo de Cartago. Abrazó durante nueve años esta
secta dualista, muy extendida, por entonces, en el norte de África.
Según la doctrina maniquea, no somos nosotros quienes pecamos,
sino otra naturaleza más tenebrosa que se apodera de nuestras
almas. El maniqueísmo, por tanto, ofrecía indudables
atractivos a un espíritu como el suyo, atormentado por la
lucha moral. Le daba una respuesta al problema del mal, acuciante
para san Agustín a lo largo de toda su vida.
Entretanto,
Agustín finalizó sus estudios en Cartago y regresó
a su ciudad natal, Tagaste, para enseñar gramática
y retórica. Poco después, ya con veinte años,
vuelve a Cartago para ejercer como profesor.
A los 26 o 27
años escribió su primera obra, De pulchro et apto
(Sobre lo bello y lo conveniente), hoy perdida. Ya por entonces
su entusiasmo por el maniqueísmo había comenzado a
decaer. A Agustín se le planteaban grandes dudas a las cuales
la enseñanza de Mani no era capaz de proporcionar solución.
La entrevista que tuvo con el obispo maniqueo Fausto para tratar
diversos temas, no hizo sino aumentar sus sospechas hacia el maniqueísmo
dada la escasa talla intelectual de éste. Hacia el 400 d.
C., Agustín refutará a los maniqueos en Contra Faustum
(Contra Fausto).
Unos años
después, en el año 383, Agustín decidió
marchar a Roma con su hijo y con su amante para trabajar como profesor
de retórica. Al poco de llegar cayó enfermo de gravedad.
Restablecido y decepcionado con el materialismo maniqueo, comenzó
a tomar en consideración la doctrina escéptica de
la Academia Nueva, creyendo que alcanzar la verdad era un objetivo
imposible.
En el otoño
del año 384, Agustín se traslada a Milán para
enseñar retórica. La ciudad había remplazado
a Roma como capital administrativa del Imperio Romano y se había
convertido en residencia de la corte imperial. Además, era
un importante centro cultural donde se conocía bien a Platón
y el neoplatonismo. La figura más influyente de Milán
era el obispo Ambrosio, cuyos sermones atraían a una amplia
audiencia. Agustín empezó a frecuentar sus predicaciones
y a encontrar en ellas respuestas a las dudas no solucionadas por
los maniqueos. San Ambrosio, que conocía bien a Plotino,
Filón y Orígenes, practicaba una interpretación
alegórica de la Biblia, lo que dio a Agustín la clave
para acercarse al texto sagrado: se podía leer la Biblia
figurativamente, no sólo literalmente, lo cual despertó
un gran interés en Agustín, que pudo, de este modo,
aceptar los escritos bíblicos. Con el obispo de Milán,
Agustín se desengañó de dos prejuicios que
había mantenido hasta ese momento respecto del cristianismo:
vio que un hombre de gran inteligencia podía abrazar esa
religión y descubrió que la Biblia era un libro mucho
más profundo de lo que él había creído.
Agustín
ya no era maniqueo pero todavía sentía vivísimos
deseos de "honores, riquezas y matrimonio", como afirma
en el Libro VI de las Confesiones. Mónica, que había
llegado a Italia para estar con su hijo, eligió a una muchacha
apropiada y se prometieron a pesar de que ella era demasiado joven
y debían esperar varios años antes de poderse casar.
La madre de su hijo, con la que había vivido casi quince
años, regresó a África dejando a Adeodato con
él. Agustín, ante la perspectiva de dos años
de espera antes del matrimonio, tomó otra amante "porque
no era yo amante del matrimonio, sino esclavo de la sensualidad"
y "para sustentar y conducir íntegra o aumentada la
enfermedad de mi alma [
] al estado del matrimonio".
Entonces conoció
algunos textos de Plotino, traducidos por Mario Victorino, filósofo
neoplatónico convertido al cristianismo. A través
de su lectura, se adhirió al neoplatonismo, liberándose
completamente del escepticismo académico. En la obra de Plotino
descubrió algo nuevo: la concepción de Dios y del
alma como realidades inmateriales, lo que le ayudó a resolver
el problema del Mal. La conversión filosófica de Agustín
al neoplatonismo introdujo definitivamente el inmaterialismo en
la filosofía posterior.
En su búsqueda
de la verdad leyó también las epístolas de
San Pablo, a través de las cuales descubrió la afirmación
de que sólo la gracia de Cristo puede salvar al hombre, doctrina
que constituye otro de los pilares de su pensamiento. Agustín
se aproximaba cada vez más al cristianismo.
De
la conversión al cristianismo a la consagración episcopal:
el neoplatónico cristiano
Esta búsqueda
intelectual y espiritual llevó a Agustín al borde
de una crisis nerviosa. En agosto del año 386 d.C., cuando
estaba en su jardín inmerso en un estado de angustia, oyó
la voz de un niño invitándole a leer: Tolle, lege
(Toma y lee), lo cual interpretó como un mandato divino para
que se acercara a las Escrituras. Agustín se había
convertido al cristianismo.
Al finalizar
el verano de ese mismo año, poco después de su conversión
religiosa, Agustín se retiró a la quinta de Casiciaco,
renunciando a la enseñanza y al matrimonio. En este lugar,
cercano a Milán y propiedad de su amigo Verecundo, profesor
como él, adoptó una forma de vida ascética,
acompañado por su madre, su hijo y sus parientes y discípulos
Alipio, Trigedio y Licencio. El retiro le permite dedicarse al estudio
y a la conversación. Fruto de estas conversaciones son sus
primeras obras filosóficas, conocidas por el nombre genérico
de Diálogos de Casiciaco: Contra los académicos, Sobre
la vida feliz, Sobre el orden y los Soliloquios, en las que nos
muestra cuáles eran sus preocupaciones en esta época
(la verdad, la felicidad en la filosofía, el orden de la
Providencia en el mundo y el problema del mal).
El grupo regresa
a Milán en marzo del 387 y, durante la Vigilia Pascual, según
la costumbre de la época, Agustín, a la edad de treinta
y tres años, fue bautizado por el obispo San Ambrosio, junto
a Alipio y su hijo Adeodato.
En agosto todos
abandonan Milán y se dirigen al puerto romano de Ostia, para
regresar al norte de África. Sin embargo, cuando se disponían
a embarcar, Mónica enfermó repentinamente y murió.
Fue canonizada unos años más tarde y es hoy la santa
patrona de las mujeres casadas. Con la muerte de Santa Mónica
termina la parte narrativa de las Confesiones que Agustín
escribió una década más tarde. Agustín
decide entonces permanecer durante algún tiempo en Roma,
interesándose por la vida monástica y escribiendo
algunos libros: De inmortalitate animae, De quantitate animae y
De moribus manichaeorum, en el que empieza su polémica con
los maniqueos. Además inicia la composición de otros
que finalizaría estando ya en África: De libero arbitrio
y De música.
Finalizado el
verano del 388 embarca definitivamente con destino a África
y se instala en Tagaste, con Adeodato, Alipio, y otros compañeros.
Hasta el año 391 permanece allí, llevando una vida
en comunidad, austera y entregada al estudio y a la oración.
Termina las obras iniciadas en Roma y comienza un fructífero
período de composición de escritos. Destaca el diálogo
De magistro, cuyo objeto es mostrar al verdadero maestro interior,
Cristo, y también el tratado De vera religione, sobre las
relaciones entre la fe y la razón. Redacta respuestas a cuestiones
que le empezaban a plantear no sólo sus compañeros
sino también habitantes de otras ciudades cercanas pues su
fama iba en aumento.
Desde
su consagración episcopal hasta su muerte: el doctor de la
Iglesia
En el año
391 se traslada a Hipona (hoy llamada Annaba, en la costa nororiental
de Argelia), ciudad portuaria en la que había arraigado con
fuerza la herejía donatista. Allí, tras ordenarse
sacerdote, el obispo Valerio le donó un huerto donde fundó
un monasterio. Empezó entonces a predicar, llegando incluso
a exponer un sermón ante los obispos de África, reunidos
en Hipona, en el año 393. Continuó también
con su labor de apologética y de controversia contra maniqueos
y donatistas, fruto de la cual fueron diversas obras entre las que
cabe destacar De utilitate credendi.
La reputación
de Agustín iba en aumento y el anciano Valerio acudió
al primado de Cartago para que lo nombrara obispo auxiliar de Hipona,
cargo para el que fue consagrado en el año 396. Cuando Valerio
murió poco después, Agustín fue nombrado obispo
de Hipona, dignidad que ocupará hasta su muerte. Tenía
cuarenta y dos años de edad y ponía fin a una vida
de estudio y oración en retiro y en comunidad.
Sus ocupaciones
desde ese momento son narradas con detalle por su biógrafo
Posidio. Llevó una incansable labor de apostolado: predica,
interviene en cuestiones litigiosas, se afana en las controversias
con donatistas, maniqueos, pelagianos y arrianos, participa en concilios
locales y en asambleas de obispos norteafricanos, mantiene relaciones
epistolares con Italia, Hispania y la Galia y se dedica a la formación
de clérigos.
Además
del tiempo que empleaba en las obligaciones propias del cargo, Agustín
demostró en esta larga etapa una gran fecundidad como escritor.
Durante los dos años siguientes
a su nombramiento como obispo escribió más de trescientos
sermones y más de doscientas cartas. De entonces son también
sus Confesiones, una de sus principales obras. En esta obra, compuesta
entre el 397 y el 400 y considerada una de las primeras autobiografías
de la historia, expone un esbozo de su filosofía, incluyendo
su original teoría del tiempo. Agustín compuso, además,
sus más importantes obras apologéticas, dogmáticas,
morales, pastorales y exegéticas. Entre ellas cabe destacar
De doctrina christiana, escrita hacia el año 397, y De Trinitate,
una de las cumbres de la teología cristiana occidental, compuesta
entre el 399 y el 412.
El desastre
del Imperio le sugirió su obra más amplia, De Civitate
Dei (La Ciudad de Dios), en la cual empleó catorce años
de su vida (413-426). En ella dio respuesta a los que acusaban a
los cristianos de ser los culpables de la caída de Roma,
en el año 410, en manos de los visigodos de Alarico. Tal
acontecimiento fue achacado a la pérdida de la fe en los
dioses antiguos, cuyo culto había sido prohibido por el emperador
Teodosio en favor del cristianismo. Agustín combatió
este argumento y su respuesta fue la Ciudad de Dios, una obra maestra
de teología y filosofía. La Ciudad de Dios está
dividida en dos partes: la primera, los diez primeros libros, son
una crítica del paganismo; la segunda, los doce libros restantes,
es una presentación de la Iglesia: la divina Providencia
que guía a la humanidad a lo largo de la historia. Agustín
expone la primera visión cristiana de la historia, permitiendo
a los cristianos aceptar la caída de Roma como parte del
orden divino. A la Ciudad Terrena, cuyos habitantes se deleitan
en el mundo temporal, opone la Ciudad de Dios, que tiene una existencia
puramente espiritual.
Ejerció
también una vigorosa oposición contra las herejías
que dividían África por entonces, desarrollando su
propio pensamiento al mismo tiempo que combatía el de los
enemigos. Es, sobre todo, la polémica contra Pelagio, quien
arribó al norte de África después de la caída
de Roma, y contra su continuador, Julián de Eclano, la que
reviste mayor interés. El pecado original, la libertad contaminada
por el pecado y la gracia serán los temas sobre los que trató
Agustín en su polémica con los pelagianos. Pelagio
afirmaba que no existe el pecado original y que el hombre es capaz
de ganar el cielo sin ayuda de la gracia de Dios. Ello era contrario
a la visión de san Agustín que creía que la
gracia divina era indispensable para salvarse.
También
se enfrentó al donatismo en lo referido a la pureza moral
de los ministros de la Iglesia como requisito imprescindible en
la administración de los sacramentos.
Además,
antes de morir quiso revisar todos sus libros, fruto de lo cual
fueron sus Retractaciones.
El colapso del
Imperio Romano se aceleró durante los últimos años
de la vida de san Agustín. En el año 428 los vándalos
de Genserico habían comenzado la invasión del norte
de África. En mayo del 430 llegaban a Hipona y ponían
sitio a la ciudad. A los tres meses de comenzar el asedio Agustín
cayó enfermo. Unos días después, el 28 de agosto
del año 430, murió, poco antes de que la ciudad fuera
tomada e incendiada por los vándalos. Vivió setenta
y seis años, siendo sacerdote y obispo casi cuarenta.
En el año
497, los vándalos expulsaron a los obispos católicos
de Numidia. Éstos llevaron el cuerpo de Agustín hasta
Cerdeña, donde permaneció hasta la invasión
islámica del siglo VIII. Entonces, el rey de los lombardos,
Luitprando, rescató las reliquias de Agustín y las
hizo llevar a Pavía, donde han permanecido hasta el día
de hoy, custodiadas en la basílica de San Pedro en el Cielo
de Oro.
Obra
y pensamiento de San Agustín de Hipona
Obra
La ingente obra
del obispo de Hipona se conoce bastante bien ya que se ha conservado
casi en su totalidad y a que, el propio San Agustín hizo
una enumeración de sus escritos en sus Retractaciones. Por
su parte, San Posidio, además de escribir su biografía,
fue autor de un Indiculus o lista de las obras de San Agustín.
Su magno trabajo
comprende diversos tipos de escritos:
-
Autobiográficos:
Las Confesiones (397-403) y Las Retractaciones (426-427).
-
Filosóficos:
Contra los académicos (386), La vida feliz (386), El orden
(386), Soliloquios (387), La inmortalidad del alma (387), La dialéctica
(387), La dimensión del alma (387-388), El libre albedrío
(388-395), La música (389), El maestro (389-390).
-
Apologéticos:
De la verdadera religión (390), La utilidad de la fe (391),
De la fe en lo que no se ve (420-425), La adivinación diabólica
(h. 408), La ciudad de Dios (413-426).
-
Dogmáticos:
La fe y el símbolo de los apóstoles (393), Ochenta
y tres cuestiones diversas (388-395), Cuestiones diversas a Simpliciano
(396), Respuesta a las ocho preguntas de Dulcicio (424), La fe
y las obras (413), Manual de fe, esperanza y caridad (421 o 422),
La Trinidad (400- 420).
-
Morales
y pastorales: La mentira (395), Contra la mentira (421), El combate
cristiano (396), La catequesis a principiantes (403), La bondad
del matrimonio (403-404), La santa virginidad (404), La bondad
de la viudez (414), La continencia (418-420), La paciencia (418),
Las uniones adulterinas (420), La piedad con los difuntos (423).
-
Exegéticos:
La doctrina cristiana (397-427), El espejo de la Sagrada Escritura
(h. 427), Comentario al Génesis en réplica a los
maniqueos (388-389), Comentario literal al Génesis (393),
Locuciones del Heptateuco (419-420), Cuestiones sobre el Heptateuco
(419-420), Anotaciones al libro de Job (400-405), Ocho cuestiones
del Antiguo Testamento (antes de 419), El Sermón de la
Montaña (394-395), Exposición de algunos textos
de la Carta a los Romanos (394), Exposición de la Carta
a los Gálatas (394-395), Exposición incoada de la
Carta a los Romanos (394-395), Diecisiete pasajes del Evangelio
de Mateo (h. 405), Concordancia de los evangelistas (403-404).
-
Polémicos:
Las herejías, dedicado a Quodvultdeo (428-429), A Orosio,
contra priscilianistas y origenistas (415), Réplica al
adversio de la Ley y los Profetas (420), Tratado contra los judíos
(h. 418), Réplica al sermón de loa arrianos (419),
Debate con Maximino, obispo arriano (427), Réplica a Maximino,
obispo arriano (428), De las costumbres de la Iglesia Católica
y de las costumbres de los maniqueos (387-389), Las dos almas
del hombre (392), Actas del debate con el maniqueo Fortunato (392),
Réplica a Adimanto, discípulo de Manés, llamada
Del Fundamento (394), Réplica a Fausto, el maniqueo (400-403),
Actas del debate con el maniqueo Félix (404), La naturaleza
del bien (h. 400-405), Respuesta al maniqueo Secundino (h. 403-405),
Salmo contra la secta de Donato (393), Réplica a la carta
de Parmeniano (403- 404), Tratado sobre el bautismo (404), Carta
a los católicos sobre la secta donatista (La unidad de
la Iglesia) (h. 401-404), Réplica a las cartas de Petiliano
(400-403), Réplica al gramático Cresconio, donatista
(h. 406-407), El único bautismo (410- 411), Mensaje a los
donatistas después de la Conferencia (412), Sermón
a los fieles de la Iglesia de Cesarea (418), Actas del debate
con el donatista Emérito (418), Réplica a Gaudencio,
obispo donatista (418-419), Consecuencias y perdón de los
pecados, y el bautismo de los niños (411-412), El espíritu
y la letra (412), La naturaleza y la gracia (414-415), La perfección
de la justicia del hombre (414), Actas del proceso a Pelagio (416),
La gracia de Jesucristo y el pecado original (418), Naturaleza
y origen del alma (419-420), El matrimonio y la concupiscencia
(418-421), Réplica a las dos cartas de los pelagianos (420-421),
Réplica a Juliano (420-421), La gracia y el libre albedrío
(426-427), La corrección y la gracia (426-427), La predestinación
de los santos (428), El don de la perseverancia (429).
Además
de esta inmensa obra, San Agustín dejó numerosas cartas
y sermones e, incluso, una regla monástica que es considerada
la más antigua de Occidente.
La
influencia del neoplatonismo
San Agustín
fue el primer gran filósofo cristiano y el exponente más
grande de la filosofía durante casi un milenio y medio pues,
cuando surge su figura, habían pasado seiscientos años
desde la muerte de Aristóteles y aún faltaban casi
ochocientos años para la aparición de Tomás
de Aquino. Su pensamiento, síntesis de cristianismo y neoplatonismo,
representa el esfuerzo de seguir a los platónicos lo más
lejos que permitía la fe católica. La fusión
de estas dos doctrinas proporcionó al cristianismo un apoyo
intelectual fuerte y fue la contribución más importante
de San Agustín a la filosofía.
El neoplatonismo
se desarrolló a partir del siglo III d.C. y fue fruto de
la orientación místico-religiosa que adquirió
por entonces la filosofía. Esta corriente filosófica
insistía en la transcendencia de Dios, a quien considera
como un ser absolutamente transcendente e incomprensible. La unión
mística con Dios pasa a ser el fin
último del hombre. Se considera fundador de esta corriente
a Plotino (205-270), cuyas obras fueron publicadas por su discípulo
Porfirio, bajo el título de Enéadas. Aunque Plotino
partió del comentario a las obras de Platón, les dio
un giro que tiñó su obra de un misticismo preocupado
por la salvación del individuo a través del conocimiento
del absoluto. Ese conocimiento se consigue mediante la unión
extática con Dios, a quien llama el Uno. El Uno es absolutamente
transcendente, inefable e incomprensible y de él emana, gradualmente
y sin corromperlo, toda la realidad. El primer producto que emana
del Uno es la Inteligencia (Nous), que conoce al Uno y que se correspondería
con el mundo de las ideas de Platón; de la inteligencia emana
el alma, puente entre el mundo inteligible y el mundo sensible,
y así hasta llegar al producto ínfimo, que es la materia.
La concepción
neoplatónica del hombre es dualista. Todas las almas proceden
del Alma del Mundo; algunas permanecen separadas, contemplando el
mundo de las Ideas, pero las que se apartan de tal contemplación,
caen en el mundo de las cosas y se ven encerradas en un cuerpo,
surgiendo las pasiones y los deseos. La meta final del hombre, según
Plotino, es el proceso de retorno y contemplación del Uno,
lo cual se consigue cuando el hombre entra dentro de sí mismo
y vuelve a la interioridad.
El neoplatonismo
ejerció una fuerte influencia en la patrística cristiana
a través, no sólo de San Agustín, sino también
de Orígenes y el Pseudo- Dionisio Areopagita. En las comunidades
cristianas de la Antigüedad tardía se vio la necesidad
de llegar a una mejor compresión y conceptualización
de la revelación bíblica, siendo a raíz de
las controversias con los herejes cuando esta labor cobró
mayor impulso. Surge entonces la Patrística, pensamiento
filosófico- religioso, cuyos más importantes representantes
son San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín y San
Gregorio Magno, los cuatro Padres de la Iglesia. La Patrística
utilizó sobre todo a Platón: "Nadie se ha acercado
tanto a nosotros", escribió San Agustín, quien
se sintió especialmente impresionado por los elementos místicos
del neoplatonismo y por la idea de que el más íntimo
espíritu del hombre lo une a la realidad suprema. Se puede
decir que, mientras San Agustín adaptó el pensamiento
platónico al dogma cristiano, Santo Tomás de Aquino
concilió las obras de Aristóteles con las enseñanzas
de la Iglesia.
El
pensamiento de San Agustín
San Agustín
sentó las bases filosóficas de la Edad Media. Gracias
a su obra, y a la profunda influencia que ésta ejerció
sobre pensadores como san Anselmo o San Buenaventura, el neoplatonismo,
y con él, la filosofía, en general, sobrevivió
en el pensamiento medieval y en la escolástica.
Algunos de los
temas fundamentales que aborda San Agustín de Hipona en su
obra son los siguientes:
Fe y razón
Uno de las principales
ideas que transmitió a los pensadores de la Edad Media fue
la identificación entre Fe y Razón, entre Religión
y Filosofía. Una y otra tienen la misma finalidad: conocer
la verdad indispensable para la salvación del alma y, por
ello se las identifica. El hombre busca alcanzar la verdad porque
sólo ella le dará la felicidad, núcleo de todo
el pensamiento agustiniano. Buscar la felicidad se revela como la
única causa y el único fin de la filosofía.
La religión y la filosofía son dos medios de que dispone
el hombre para lograr su bien. Ambas tienen un mismo fin la sabiduría,
que es verdad y, por tanto, felicidad.
Agustín
busca la verdad absoluta, inmutable y eterna, la cual no puede ser
facilitada por los objetos sensibles, que siempre están cambiando,
aparecen y desaparecen; tampoco por el alma que es contingente y
mudable. Sólo Dios es la verdad. La verdad es Dios y de su
iluminación procede el conocimiento de toda la verdad parcial.
De ello se comprende que para San Agustín no pueda establecerse
una distinción muy neta entre la razón y la fe. La
iluminación del alma por Dios permite explicar la existencia
de ideas innatas sin necesidad de recurrir a la preexistencia y
reencarnación del alma. Hay que creer lo que Dios revela
para llegar a comprender. Pero también la razón puede
preceder a la fe, no para demostrar las verdades reveladas, sino
demostrando que es razonable creer. Esta mutua colaboración
entre razón y fe recibe una formulación famosa: Intellige
ut credas, Crede ut intelligas (Sermón 43). La fe ya no es,
pues, algo irracional. Para buscarla hay que buscar en el interior
del alma, lo cual culmina en un movimiento hacia lo superior: el
transcendimiento del alma hacia Dios y la superación de lo
meramente terreno.
Teoría
de la historia
San Agustín
originó muchas ideas filosóficas propias a lo largo
de su obra. Entre ellas está la teoría del tiempo,
según la cual Dios existe fuera del tiempo, y éste
comenzó sólo con la creación del mundo. Según
Agustín, Dios creó el mundo ex nihilo, es decir, de
la nada. En función de ello, antes de la creación
del mundo no podía haber ni tiempo ni historia y, por tanto,
se pasa de una concepción circular de la historia a otra
lineal que va desde la creación del mundo hasta el Juicio
final y que se divide en seis edades. Su tesis es que desde la venida
de Cristo se vive en la última edad, pero la duración
de ésta sólo Dios la conoce.
Dios y la
creación del mundo
Para San Agustín,
aunque Dios es incomprensible e inefable ello no quiere decir que
no podamos saber nada sobre él, al menos de un modo negativo:
si las criaturas son mudables, Dios debe de der inmutable. Dios
es el Ser o la esencia inmutable pues sólo aquel que no cambia
ni puede cambiar es verdaderamente el Ser.
Por otro lado,
San Agustín cambia el concepto neoplatónico de emanación
por el bíblico de creación. Pero la interpretación
de la creación la hace mediante doctrinas platónicas:
Dios creó el mundo tomando como modelo sus propias Ideas
(la mente divina es, por tanto, el mundo inteligible platónico).
No hay sino Dios y mundo y éste procede íntegramente
de Aquél por creación, sin que haya materia alguna
preexistente, es decir, las cosas han sido creadas por Dios de la
nada.
Y, al igual
que los platónicos, proclama, en La ciudad de Dios, que todo
lo que procede de Dios es bueno y que la única fuente del
mal moral es la libertad de las criaturas. El concepto de creación
divina eliminaba el dualismo pesimista maniqueo pues, si la materia
también ha sido creada por Dios, no puede ser mala sino buena.
Agustín desarrolla a partir de esta idea su teoría
del Mal.
Para los neoplatónicos
la realidad más alta es Dios. Las cosas emanan de Él
en orden descendente de realidad, valor e integración. El
Mal surge en la materia, en el punto más bajo de la escala,
en el más alejado de Dios. Esto significaba que no había
necesidad de dualismo para describir la naturaleza del mal, como
pretendían los maniqueos. Para los neoplatónicos el
mal era meramente la ausencia del bien.
San Agustín
encontró la causa del Mal en el uso incorrecto por parte
del hombre de su libertad. El mal se explica por nuestra condición
de criaturas, somos limitados, no somos el Ser con mayúscula
que es Dios. El hombre es libre y puede hacer el bien o el mal pero
tiene una sola alma y una sola voluntad y uno solo es el principio
de todas las cosas: Dios y todo lo creado por él es bueno.
El Mal, por tanto, también para San Agustín, es ausencia
de bien.
El hombre
En su visión
del hombre, Agustín adopta un dualismo platónico.
Por supuesto, rechaza la preexistencia del alma, la pluralidad de
almas en el hombre y que la unión con el cuerpo sea consecuencia
de un pecado anterior. Como consecuencia del pecado original, el
alma, que está hecha para dirigirse hacia Dios, se vuelve
hacia la materia y termina siendo prisionera del cuerpo, dominada
por la ignorancia y los malos deseos. El hombre no ha perdido nunca
el libre albedrío pero, como consecuencia del pecado original,
no puede dejar de pecar. Por ello, la auténtica libertad,
que consiste en hacer el bien, ya no está en manos del hombre.
Por eso, la humanidad está abocada a la condenación
y sólo se salvan aquellos predestinados que reciben la gracia
de Dios. El alma sólo puede ser liberada, por tanto, por
la gracia de Dios. Ésta es la doctrina que Agustín
mantiene frente al pelagianismo que defendía que la voluntad
nunca perdió el poder de hacer el bien y que no tiene, por
tanto, una necesidad absoluta de la gracia de Cristo para conseguir
la salvación.
El pensamiento
de San Agustín de Hipona tendió un puente entre el
mundo clásico y el mundo medieval, además de sentar
las bases de la filosofía y Del cuerpo doctrinal cristiano,
lo que le hizo valer el sobrenombre de Doctor de la Iglesia.
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