Hace casi cuatro años que organizamos
esta ruta de los Monasterios Altomedievales de Valladolid con
éxito similar de asistencia. Nos parece lógico ya
que en ella visitamos una serie de lugares no sólo atractivos
por su belleza, sino también excepcionales por su antigüedad
o singularidad.

San Cebrián de Mazote, Urueña,
el Monasterio de la Santa Espina y Wamba fueron los destinos del
viaje, ubicados en los modestos altozanos de los Montes Torozos.
Y allí nos dirigimos partiendo de Madrid a la 8:30 de la
mañana. Afortunadamente, este verano que le está
costando hacer acto de presencia, nos obsequió con un día
soleado y de agradables temperaturas.

La primera visita del día fue
para el monasterio mozárabe del siglo X San Cebrián
de Mazote, sin duda uno de los monumentos prerrománicos
mejor conservados de España. Fue fundado por una comunidad
de monjes exiliados de Córdoba a finales del siglo IX aunque
el edificio es unas décadas posterior.

Su arquitectura, aunque ecléctica
por contar con elementos de tradición paleocristiana, visigoda
y califal, resulta un conjunto armonioso y elegante, especialmente
por sus naves separadas por arcos de herradura y columnas de diversa
procedencia.

A muy pocos kilómetros nos aguardaba
la pintoresca y monumental villa de Urueña. La llegada
desde San Cebrián de Mazote es del todo espectacular con
la silueta de la ermita de la Anunciada en línea con el
conjunto amurallado de la villa en lo alto del cerro.
En frente de la puerta norte de la muralla
recogimos a Carmen, responsable de la oficina de turismo que amablemente
nos acompañó y compartió las explicaciones
técnicas.

La Ermita de la anunciada es un edificio
singular en Castilla y León pues su arquitectura es genuinamente
lombarda. Algo que en tal grado de pureza sólo podemos
encontrar, dentro de España, en la zona de los Pirineos
orientales.

Tanto al exterior como en el interior
pudimos apreciar la austera monumentalidad de la iglesia y su
armonioso escalonamiento de volúmenes rematado por un altísimo
cimborrio de tradición bizantina.

Una vez en la villa, pudimos hacer un
recorrido por sus calles y por el adarve de sus murallas desde
donde se divisan las inagotables llanuras de la Tierra de Campos.
Antes de comer en el Mesón Villa
de Urueña visitamos el Museo de Instrumentos Musicales
de Luis delgado, una sorprendente colección de instrumentos
de todo el mundo -algunos verdaderamente exóticos- incluyendo
perfectas reproducciones de piezas medievales como un organistrum,
fídulas, un rabel, etc.

A primera hora de la tarde marchamos
al Monasterio de la Santa Espina, cenobio cisterciense del siglo
XII fundado con monjes de Claraval y hoy convertido en Escuela
de Capacitación Agraria.

En él se aúna un plácido
entorno ajardinado muy cuidado con una arquitectura monumental
variada que abarca desde lo románico, pasando por lo renacentista,
hasta lo neoclásico.

Lo que más nos gustó a
todos fue su iglesia, de dimensiones catedralicias y, especialmente,
su armoniosa sala capitular que pertenece plenamente a su etapa
medieval.

La última parada la reservamos
para Wamba, la antigua Gérticos, ligada a la monarquía
visigoda donde nos aguardaba la iglesia de Santa María,
mitad mozárabe y mitad románica.
Por segunda ocasión en este viaje
nos encontramos ante un edificio con importantes restos de aquella
lejana época altomedieval del siglo X, con sus bóvedas
y arcos de perfil de herradura muy acentuada.

El cuerpo de las naves que es románico
de la época en que perteneció a la Orden Hospitalaria
de San Juan de Jerusalén, y al igual que su interesante
fachada occidental no desmerece de lo anterior. De modo que pudimos
analizar la iconografía y simbolismo de sus esculturas
de finales del siglo XII.

Al lado norte de la iglesia quedan restos
de su antiguo claustro y dependencias claustrales, incluyendo
una sala con su espectacular -y un tanto macabro- osario con cientos
de esqueletos acumulados durante siglos.
Cumplido el itinerario previsto, iniciamos
el regreso hasta Madrid, haciendo una parada en las cercanías
de Arévalo para tomar un refrigerio.
Echaremos de menos estos sobrios parajes
pucelanos tan ligados a la historia altomedieval hispana. Pero..
¡Volveremos!
Gracias por vuestra compañía.