Desde
el Renacimiento hasta nuestro días pocos temas han resultado
tan atractivos como el de las Cruzadas. A su alrededor se han
forjado mitos y leyendas muy alejadas de la realidad histórica
y que la literatura se ha encargado de difundir.
El primer
mito es semántico y apunta directamente a la denominación
de los hechos acontecidos. En efecto, la acuñación
del término "Cruzada" es posterior a los acontecimientos
vinculados a él. Los propios participantes en los sucesos
emplearon vocablos muy distintos como peregrinatio, iter, succursus
o passagium.
En general, en nuestra
sociedad contemporánea, asignamos el vocablo "Cruzadas"
a la serie de campañas, comúnmente militares, que
a partir del siglo XI se emprendieron desde Occidente contra los
musulmanes para la recuperación de Tierra Santa. Estas
campañas se extendieron hasta el siglo XIII.
Un acercamiento previo: los conflictos históricos
entre el Islam y el Cristianismo
En los siguientes apartados abordaremos el ambiente
histórico del siglo XI y los sucesos concretos que abocaron
a estas expediciones militares. No obstante, hay que hacer una
introducción previa sobre el secular choque de civilizaciones
en que se inspira. Si fue reprobable el ataque de los cruzados
a Jerusalén en 1099 y sus consecuencias, no debemos obviar
la larga lista de conflictos entre ambas religiones, sin perder
de vista los reiterados intentos del Islam de atacar y conquistar
la Europa cristiana.
El Islam nació en el siglo VII con las predicaciones
de Mahoma en Arabia. Una vez que alcanzó éxito en
su tierra natal, la nueva religión fue llevada por los
árabes a amplios territorios de Europa, Asia y África
mediante conquistas.
Pronto los musulmanes conquistaron una buena parte
del Imperio Romano de Oriente (el cristiano Imperio Bizantino):
Siria, Egipto y las tierras africanas a su oeste. En esas campañas
tomaron, tras un largo asedio, la ciudad de Jerusalén en
el año 637 d.C. que había sido cristiana durante
los últimos tres siglos.
Desde el siglo VII las peregrinaciones a Tierra Santa
se vieron dificultadas para los europeos de manera intermitente
y variable en función de la tolerancia o intolerancia de
los califas musulmanes de cada época.
En el año 711, un ejército de árabes
y bereberes penetró en la Península Ibérica,
destruyó el Reino Hispano-Visigodo alcanzado al Reino Franco,
aunque aquí fueron detenidos en la batalla de Poitiers.
Desde el año 827 la isla de Sicilia, perteneciente
al cristiano imperio bizantino fue atacado por tropas musulmanes
hasta su plena conquista en 902.
En 1009 el califa al-Hakim impulsó una persecución
contra los cristianos de Tierra Santa, destruyendo todas las iglesias
de Jerusalén, incluyendo la del Santo Sepulcro.
Poco más de medio siglo después, los
selyúcidas arrancaron Asia Menor (Anatolia) del poder de
Constantinopla y toman Jerusalén en 1076, matando a numerosos
peregrinos cristianos. Esta situación provocará
la petición del emperador bizantino Alejo Comneno al papa
Gregorio de envío de tropas en su ayuda. Será la
semilla de la primera cruzada.
Durante la Baja Edad Media y los primeros siglos
de la Edad Moderna, la piratería musulmana fue un azote
permanente contra los navíos occidentales y en numerosas
ocasiones hicieron estragos en las localidades costeras mediterráneas.
En España se hicieron tristemente famosas las acciones
de los piratas berberiscos con base en Túnez o Argelia.
Siglos después de las Cruzadas, el enfrentamiento
Oriente-Occidente continuó en uno de los acontecimientos
más transcendentes de la historia: la caída definitiva
de la gran "Nea Roma" la gloriosa ciudad de Constantinopla,
de la que se apoderaron los turcos otomanos de Mehmed II Fatih,
el 29 de mayo de 1453.
Los intentos de conquista musulmana de Europa no
terminan aquí. Ya en el siglo XVI -1529- Solimán
el Magnífico lanzó un gran ataque a la ciudad de
Viena, en el corazón del continente, si bien no logró
su objetivo.
Más de un siglo después, en 1683, se
produjo la Batalla de Kahlenberg en el contexto del llamado "Segundo
sitio de Viena" donde los turcos otomanos de Mehmed IV también
fueron rechazados.
El
origen de las Cruzadas
Como ya hemos indicado
con anterioridad, la primera Cruzada fue predicada por el Papa
Urbano II en el Concilio de Clermont (1095), tras la conquista
de Jerusalén por los turcos selyúcidas (1076) y
las peticiones de ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno.
Aparte de la recuperación
de los Santos Lugares, con su clara connotación religiosa,
los Papas vieron las Cruzadas como un instrumento de ensamblaje
espiritual que superase las tensiones entre Roma y Constantinopla,
También como un
medio de desviar la guerra endémica entre la nobleza cristiana
hacia una causa justa que pudiera ser común a todos ellos.
El éxito de esta
iniciativa y su conversión en un fenómeno histórico
que se extenderá durante dos siglos, se deberá tanto
a aspectos de la vida económica y social de los siglos
XI al XIII, como a cuestiones políticas y religiosas, en
las que intervendrán una gran variedad de agentes: como
la difícil situación de las masas populares de Europa
occidental; el ambiente religioso, que hacía de la peregrinación
a Jerusalén uno de los anhelos preferidos por los fieles;
o los intereses comerciales de las ciudades del norte de Italia
que participaban en estas expediciones y que encontraron en las
cruzadas su oportunidad de intensificar sus relaciones comerciales
con el mediterráneo oriental, convirtiéndose en
las grandes beneficiarias del proceso. Los comerciantes italianos
reabrieron el Mediterráneo oriental al comercio occidental,
monopolizaron el tráfico y se convirtieron en intermediarios
y distribuidores en Europa de las especies y otros productos traídos
de China e India.
También tuvo su
papel la necesidad de expansión de la sociedad feudal,
en la que el marco de la organización señorial se
vio desbordado por el crecimiento, obligando a emigrar a muchos
segundones de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades
de lucro. De esta procedencia eran la mayoría de los caballeros
franconormandos que formaron la mayor parte de los contingentes
de la primera cruzada.
Espiritualmente dos corrientes
coinciden en las Cruzadas. Por un lado, la idea de un itinerario
espiritual que enlaza la cruzada con la vieja costumbre penitencial
de la peregrinación. Así se intenta alcanzar la
Jerusalén celestial por vía de la Jerusalén
terrestre. Ambas a ojos del cristiano del siglo XI resultaban
prácticamente inseparables. Y más que para los caballeros
para las masas populares imbuidas de unas ideas que chocaron repetidamente
con el orden social establecido. Son las llamadas cruzadas populares,
como la de Pedro el Ermitaño, que precedió a la
expedición de los caballeros, la de los Niños (1212)
y la los Pastoreaux (1250).
Por otro lado, estuvo
la idea de contraponer un esfuerzo militar cristiano contra el
movimiento de guerra santa o yihad de los musulmanes, en la que
Jerusalén no constituye el único objetivo.
Las
ocho Cruzadas
La historiografía
tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en realidad el número
de expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en Palestina,
para luego volver la vista al Norte de África o servir
a otros intereses, como la IV Cruzada.
La I cruzada (1095-1099)
dirigida por Godofredo de Bouillon, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo
I de Tarento culminó con la conquista de Jerusalén
(1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la
formación de los estados latinos en Tierra Santa: el reino
de Jerusalén (1099), el principado de Antioquia (1098)y
los condados de Edesa (1098) y Trípoli (1199).
La II Cruzada (1147-1149)
predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa
por los turcos, y dirigida por Luis VII de Francia y el emperador
Conrado III, terminó con el fracasado asalto a Damasco
(1148).
La III Cruzada (1189-1192)
fue una consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187)
por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de Léon,
Felipe II Augusto de Francia y Federico III de Alemania, no alcanzó
sus objetivos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para
cederla luego al Rey de Jerusalén, y junto a Felipe Augusto,
Acre (1191)
La IV Cruzada (1202-1204),
inspirada por Inocencio III ya contra Egipto, terminó desviándose
hacia el Imperio Bizantino por la intervención de los venecianos,
que la utilizaron en su propio beneficio
Tras la toma y saqueo
de Constantinopla (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio
el Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una
autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante la
reacción bizantina que constituyeron el llamado Imperio
de Nicea, al tiempo que Génova sustituía a Venecia
en el control del comercio bizantino.
La V (1217-1221)
y la VII (1248-1254) Cruzadas, dirigidas por Andrés
II de Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia,
respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de Egipto
y ambas terminaron en rotundos fracasos.
La VIII cruzada (1271)
también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez
concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad sitiada.
La VI Cruzada (1228-1229)
fue la más extraña de todas, dirigida por un soberano
excomulgado, Federico II de Alemania, alcanzó unos objetivos
sorprendentes para la época: el condominio confesional
de Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que
sin embargo duraría pocos años.
Consecuencias
Las Cruzadas influyeron
en múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general,
no cumplieron los objetivos esperados. Casi todas las expediciones
militares sufrieron importantes derrotas. Jerusalén se
perdería en 1187 y lo que quedó de las posiciones
cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida
en el siglo XIII (San Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha
franja litoral cuya pérdida era cuestión de tiempo.
Además, los señores de Occidente llevaron sus diferencias
tanto a las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III
en la II Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe
II Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en
Tierra Santa, dónde los intereses de los diferentes grupos
dieron lugar a numerosos conflictos.
En el intento de reensamblar
las cristiandades latina y griega separada en el Cisma de Oriente
(1054), no sólo falló la Cruzada, sino que acentuó
las diferencias entre ellas, convirtiéndose en causa última
de la ruptura definitiva entre Roma y Constantinopla. Cierto es
que Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional:
pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar
las provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco
dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos,
o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras
que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió
en la IV Cruzada.