En
la localidad de Borau, a unos 15 km. al norte de Jaca, se encuentra
la Ermita de San Adrián de Sásabe, construido
a orillas del río Lubierre, en el Pirineo aragonés.
Fue construido en un lugar recóndito, entre los barrancos
del Calcil y Lupán, cuyos deshielos dan lugar precisamente
al río. Por este motivo las aguas inundaban su interior
y con el tiempo los sedimentos llegaron a sepultar el terreno
alrededor del edificio. Todavía hoy se barajan infinidad
de teorías litúrgicas y simbólicas para justificar
tan excepcional ubicación.
Su efecto se puede observar a simple vista en la
parte inferior de los muros exteriores, de hecho las dos puertas
de acceso se encuentran unos dos metros por debajo del nivel del
suelo.
Durante gran parte del siglo XX los vecinos utilizaron
la parte superior como ermita, accediendo por el vano que se encuentra
encima de la portada. En 1962 fue redescubierto, y apareció
un edificio con unas dimensiones mucho mayores de lo que se pensaba.
En la década de los 80 se sometió a una profunda
restauración, que se ha completado con otra intervención
posterior realizada a inicios de este siglo.
Historia
Hay algunas noticias que nos hablan de un desaparecido
cenobio de tradición visigótica en este lugar. Su
fundación quizás estuvo relacionado con la repoblación
del territorio. Debió tener gran importancia, dado que
al parecer fue la sede de varios obispos de Aragón en el
siglo X, en donde también recibieron sepultura. Algunos
historiadores han apuntado que el monasterio llegó a custodiar
el Santo Grial en los años anteriores a que se trasladase
a la catedral Jaca y el monasterio de San Juan de la Peña.
En cualquier caso, el edificio que nos ocupa es una
construcción del siglo XI, que fue consagrado entre los
años 1095 y 1104 por el prelado Esteban de Huesca, durante
el reinado de Pedro I, siendo su primer abad Sancho de Larrosa.
Este último, en 1122, conseguiría la dignidad episcopal
de Pamplona.
El exterior
Se trata de una iglesia sencilla, con una única
nave, rematada en un ábside semicircular orientado de forma
canónica. Esta construido con gruesos sillares de piedra.
El exterior es sobrio, pero presenta algunos detalles decorativos
de extraordinaria belleza. En la decoración pueden verse
unas formas hibridas, que beben de la tradición lombarda
y las innovaciones desarrolladas en Jaca. Así, puede verse
en el ábside la característica franja de arquillos
ciegos propia del románico lombardo, o el ajedrezado jaqués
en la arquivolta de la portada lateral.
La portada principal se abre en el muro de los pies,
en un cuerpo ligeramente adelantado. Presenta un arco de medio
punto rodeado por tres arquivoltas, que apoyan sobre una imposta,
y bajo la misma, sendos capiteles, con columnas de un fuste excepcionalmente
largo, y basas bien proporcionadas. Pueden observarse los restos
de un tejaroz, probablemente de madera, que la protegía.
Algunos autores también han señalado
la existencia de un tímpano, que hoy ha desaparecido, del
pueden observarse restos en los dos salmeres del arco. Los capiteles
merecen ser examinados con detenimiento, debido a su magnifica
labra.
El situado en el costado septentrional presenta una
decoración de motivos vegetales que demuestran un gran
conocimiento del mundo clásico. Pretence al talle del conocido
Maestro de Jaca-Frómista, como se aprecia en los pitones
jaquesas de la parte superior. El capitel contrario se encuentra
peor conservado, a pesar de lo cuál pueden distinguirse
varias figuras, entre las cuáles destaca una que parece
representar a una mujer tocando el agua.
Podría representar a una ninfa en el medio
acuático, un motivo que también puede verse en otros
edificios cercanos, como la catedral de Jaca, o en Santa María
de Iguácel. Por encima de la portada se abre un vano de
medio punto de factura moderna que, durante años, fue el
único acceso al interior del edificio.
La iglesia cuenta con una segunda portada, situada
en el muro meridional, que quizás comunicaba la iglesia
con el claustro del monasterio. Esta formada por un arco de medio
punto enmarcado por una arquivolta decorada con taqueado jaqués,
que descansa sobre una imposta que apoya en dos sillares labrados
de forma más ancha y que funcionan a modo de capiteles.
En un sillar cercano puede verse una inscripción
que nos recuerda que en este lugar recibieron sepultura tres obispos
de Aragón. En la parte superior de los muros laterales
se abren tres vanos de pequeño tamaño que contribuyen
a iluminar el interior. En el muro norte, junto a la cabecera,
se encuentran los restos de una torre de planta cuadrangular,
cuya altura actual no sobrepasa la del propio edificio, y que
se comunica con la nave por medio de un vano de medio punto.
El ábside semicircular presenta en su exterior
una franja de arquillos ciegos y tres sencillos vanos de medio
punto rehundidos, y separados por pilastras. La arcada apea sobre
unas pequeñas ménsulas, algunas de las cuáles
presentan decoración con formas figurativas, con flores,
e iconográficas.
Concretamente, en una de ellas aparece una mano portando
una cruz a la que flanquean dos bolas. En otra lo que se representó
fue un rostro humanos de seca gesticulación.
El interior
En el interior destaca la gran altura de la nave,
que se cubre con una techumbre de madera a dos aguas. Esta cubierta
es del siglo XVIII, y ha tenido que ser restaurada en varias ocasiones,
sin que se tenga constancia de la forma original que, en cualquier
caso, también debía ser de madera, dado la ausencia
de contrafuertes exteriores.
El ábside se cubre con una bóveda de
horno, que se separa de los muros por medio de una imposta, que
se extiende al presbiterio, que se cubre con medio cañón.
Éste es pequeño y sigue la tradición lombarda.
Esta zona se eleva por medio de tres pequeños escalones.
El espacio es diáfano y luminoso, debido a las ventanas
que se abren en todo el perímetro.
Es posible acceder al interior de la torre,
que es un espacio sencillo y sin decoración. Pueden observarse
unos sillares que se adelantan ligeramente, cuya función
primigenia debía ser sostener las maderas con las que se
dividiría la construcción en diferentes alturas.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
Vícto López Lorente)