Monasterio
de Bujedo de Juarros (Burgos)
Introducción
El Monasterio
cisterciense de Santa María la Real de Bujedo se localiza
a unos 25 kilómetros al Este de la Ciudad de Burgos, en pleno
Alfoz de Juarros y muy próximo a las primeras elevaciones
que anuncian ya la proximidad de la Sierra de la Demanda.

Para llegar
a él es necesario salir de la capital burgalesa por la carretera
Nacional 120, también llamada del Camino de Santiago, hasta
las afueras de Ibeas de Juarros, desde donde parte un estrecho vial
en dirección sur que, tras cruzar el río Arlanzón
y recorrer unos 15 kilómetros a través de desoladas
parameras, nos deja a las puertas del antiguo cenobio y del modestísimo
caserío surgido a su amparo.

Pese a que fue
declarado Monumento Histórico Artístico nada menos
que en el año 1931, se trata de uno de los monasterios menos
conocidos no solo de la provincia de Burgos, sino de toda Castilla
y León, siendo incluso, en ocasiones, confundido con el también
burgalés monasterio premostratense de Santa María
de Bujedo (o Bugedo) de Candepajares, situado muy cerca de Miranda
de Ebro y de los límites autonómicos riojanos.

Breve
aproximación histórica
Los orígenes
del monasterio de Santa María la Real de Bujedo son bastante
difusos en cuanto a documentación se refiere, razón
por la cual se han barajado tradicionalmente los años de
1159 y 1172 como posibles fechas de su fundación, sin que
exista una documentación sólida que lo contraste.

Sea
como fuera, lo que sí parece claro es que las principales
personalidades que promovieron la fundación de un monasterio
en Bujedo fueron Don Gonzalo de Marañón, Alférez
del Rey Alfonso VIII de Castilla y figura de notable relevancia
en la corte castellana de la época, y su esposa Doña
Mayor García de Haza, quiénes, a mediados del siglo
XII, donarían el lugar de Bujedo al monasterio cisterciense
francés de Gimont.
La primera mención
documental que de manera inequívoca da fe de la existencia
del cenobio de Bujedo hay que remontarla al año 1182, momento
en el cual la citada Doña Mayor García, bajo el auspicio
de Bujedo, funda una comunidad monacal femenina en la villa de Haza.

En dicha carta
fundacional, entre otros firmantes, aparece el nombre de Fortunato,
primer abad de Bujedo que había llegado a tierras burgalesas,
en compañía de otros once monjes, procedente de la
abadía francesa de Escaladieu, filial de Morimond, y desde
donde llegaron también los primeros religiosos destinados
a poblar otros cenobios cistercienses españoles de la relevancia
de Veruela (Zaragoza), Fitero y La Oliva (Navarra), Monsalud (Guadalajara)
o Sacramenia (Segovia).
Pese que a lo
largo de la Edad Media constan algunas donaciones reales, especialmente
de la Reina Urraca, lo cierto es que la de Bujedo fue siempre una
comunidad modesta, contando con pequeñas heredades en el
propio Alfoz de Juarros y en torno a Aranda de Duero y Haza, solar
de su fundadora y protectora Doña Mayor García.

Así pues,
sin avatares históricos de especial relevancia y caracterizada
por su extrema humildad, la vida monacal se prolonga en Bujedo hasta
el fatídico 1835, año en que la Desamortización
de Mendizábal provocó la definitiva exclaustración
del cenobio y el abandono del mismo, pasando a partir de entonces
ser utilizado el monasterio como morada temporal de varias familias
de jornaleros, y la iglesia como establo y corral de ganado.
Tras pasar a
titularidad privada, ya en el siglo XX, los maltrechos restos de
Santa María de Bujedo fueron objeto de una oportuna, necesaria
y celebrada restauración por iniciativa particular de Rafael
Pérez Escolar, personalidad de gran relevancia en los contextos
políticos y financieros de finales de la pasada centuria.
El
Monasterio de Santa María de Bujedo
Del primitivo
conjunto monacal de Santa María de Bujedo de Juarros
tan solo ha llegado a nuestros días su iglesia, románica
de transición, y algunas dependencias claustrales como la
sala capitular, la sacristía, una estancia desde donde arrancaba
la escalera de acceso a las celdas de los monjes, y la conocida
como "sala del prior" o locutorio.

El resto de
equipamientos monásticos originales, bien por quedar obsoletos
dada la modestia de la comunidad que lo moraba, bien por causa de
sus largas décadas de abandono y exposición al expolio,
o bien por distintas reformas acometidas a lo largo de los siglos,
han ido desapareciendo.
La
iglesia
La iglesia monacal,
respetuosa prácticamente al cien por cien tanto en lo arquitectónico
como en lo escultórico con los ideales de rigor y austeridad
que preconizaba la Orden del Císter, se estructura en una
única y profunda nave de seis tramos que desemboca en un
crucero marcado tanto en alzado como en planta que, a su vez, da
paso a una tripe cabecera compuesta por un ábside central
de planta semicircular y dos absidiolas laterales cuadrangulares
de testero plano; una morfología prácticamente idéntica
al también cisterciense monasterio de Santa María
de Valdeiglesias, en la Comunidad de Madrid.

El templo, comenzado
en sus cuerpos bajos siguiendo los cánones arquitectónicos
del románico, fue rematado, aproximadamente a mediados del
siglo XIII, por un segundo taller ya perfectamente dominador de
las formulaciones arquitectónicas góticas; de ahí
que los arcos fajones acusen un marcado apuntamiento y las bóvedas
presenten diferentes modelos de crucería nervada.

Los mencionados
arcos fajones que dividen en seis tramos la nave mayor presentan
la particularidad de que sus soportes, en lugar de apear directamente
sobre el piso, reposan sobre potentes ménsulas de ornamentación
vegetal a media altura del muro, un recurso muy recurrente en fundaciones
cistercienses.

La triple cabecera,
canónicamente orientada, presenta idénticos rasgos
de austeridad que el resto del conjunto eclesial, quedando dividido
su único ábside de tambor en dos cuerpos mediante
una moldura horizontal, abriéndose, en el registro superior,
tres sencillos ventanales de medio punto dovelados. Quedan rematadas
las cornisas con una sencilla colección de canecillos geométricos
que se prolonga también a lo largo de los muros exteriores
de la nave.
En el hastial
occidental, culminado en un agudo frontón o piñón
triangular, abre su portada principal, habilitada en un cuerpo en
resalte y enmarcada entre dos potentes contrafuertes que se proyectan
hasta la altura del segundo cuerpo, el cual, queda rematado mediante
un doble vano apuntado con óculo central abrazado, a su vez,
por otro arco mayor de medio punto sobre columnillas y capiteles
vegetales.

El arco de ingreso,
de factura gótica, presenta un perfil trilobulado trasdosado
por dos arquivoltas apuntadas sobre pares de columnas rematadas
en los clásicos capiteles vegetales cistercienses. Llama
la atención, a cada lado de la portada, la presencia de dos
crismones. Asimismo, conserva este hastial occidental los restos
de los anclajes de lo que pudo ser un pórtico -hoy desaparecido-
al que algunos especialistas han coincidido en atribuir una funcionalidad
funeraria.

El
claustro y dependencias anejas
El claustro
original, hoy prácticamente perdido, se acomodaba al costado
sur de la iglesia. Durante la Edad Moderna fue objeto de una profunda
reforma que afectó a sus pandas occidental y meridional,
a las cuales, además, le fueron añadidas un segundo
piso. Las crujías oriental y norte, sin embargo, perdieron
sus arquerías, conservándose tan sólo una serie
de dependencias monacales en las que a continuación nos detendremos.

El acceso de
la iglesia al claustro se realiza a través de la llamada
"puerta de monjes", ubicada en el brazo sur del transepto
y que pertenecería a la primera fase constructiva del conjunto.
Presenta un sencillo arco de medio punto y dos arquivoltas lisas
abrazadas por un guardapolvo decorativo a base de arquillos y formas
geométricas. Descansan las arcadas en dos pares de columnas
cilíndricas acodilladas rematadas por capiteles lisos.
También
lisos o, como mucho, de temática vegetal típicamente
cisterciense, serían los capiteles de las arquerías
claustrales desaparecidas, de las cuales, tan sólo han sobrevivido
siete cestas dobles y cuatro basas.

En el sector
meridional del claustro se ubican las únicas dependencias
monacales llegadas a nuestros días: un espacio rectangular
con bóveda de cañón corrida utilizado como
sacristía, una sala capitular, un habitáculo también
rectangular del que partirían las escaleras hacia las celdas
de los monjes, y una última estancia identificada como la
sala del prior o el locutorio.

La sala capitular
comunica con lo que sería la desaparecida galería
claustral mediante tres vanos apuntados y moldurados que descansan
sobre gruesos pilares poligonales que, en origen, contarían
con unas columnillas adosadas -hoy perdidas en su mayoría-
que conferirían al soporte una morfología cruciforme.
Al interior,
la sala se estructura en seis tramos (tres por dos) cubiertos con
soluciones de crucería nervada cuyos nervios van a desembocar
directamente en los muros perimetrales y sobre dos columnas centrales
de basas poligonales y rematadas con capiteles vegetales. Queda
iluminada la estancia a través de tres sencillos ventanales
de medio punto.

Preside el hoy
cuidadísimo espacio ajardinado una monumental fuente de forma
circular sostenida por varias columnillas cilíndricas de
imprecisa cronología.
Así pues,
puede afirmarse que el Monasterio de Santa María de Bujedo
de Juarros, sin llegar a ser una obra cumbre el monacato burgalés,
castellano y español, sí se presenta ante el visitante
como un ejemplo paradigmático de los ideales arquitectónicos
de la Orden del Císter.

(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)