
Artillería
Antes de la
introducción del cañón, las piezas de artillería
utilizadas como lanzadoras de proyectiles o catapultas, pueden
dividirse en tres tipos: armas de torsión, de tensión
y de contrapeso.

Artillería
de torsión
Las piezas
de artillería de torsión basaban su funcionamiento
en el empleo de potentes resortes hechos con tendones o crines
de animales que se enrollaban alrededor de bastidores de madera.
La más
importante de las máquinas que actuaban mediante este sistema
fue la ballista, ya conocida en época romana. Se trataba
de un ingenio de aspecto y mecanismo similares a los de una ballesta,
pero de tamaño mucho mayor. Debido a ello, era manejada
por varios hombres encargados de colocar los proyectiles, tensar
la máquina y lanzar el proyectil.

La ballista,
a su enorme potencia, añadía una gran precisión
pues la línea descrita por el proyectil era bastante recta,
confiriéndole un carácter devastador.
Artillería
de contrapeso de tracción manual
Las piezas
de artillería de contrapeso de tracción humana llegaron
desde China hasta el mundo musulmán y desde allí
se extendieron hasta Europa Occidental, donde su uso se generalizó
entre los siglos VIII y IX.
Los ingenios
descritos serían copias de los que habían traído
los árabes, que ya llevaban dos siglos usando los manjaniqs,
palabra de la que derivó mangonel.

El mangonel
fue la máquina de contrapeso de tracción manual
más habitual en la Edad Media. Aunque la palabra posee
varios significados, por lo general se refiere a la típica
catapulta, es decir, una maquina dotada de un brazo parecido a
una cuchara con unas cuerdas que echaban hacia atrás el
brazo, que era cargado. Al soltarse el brazo, proyectaba la cuchara
hacia delante hasta golpear contra la barra de frenado, saliendo
disparado contra la muralla el proyectil colocado en la cuchara
(generalmente una piedra de gran tamaño).

Los mangonels
más pequeños podían ser manejados por un
solo hombre, pero los tipos más comunes eran movidos por
equipos de entre veinte y cien hombres, pudiendo llegar a disparar
proyectiles de 60 kilos a una distancia de entre 80 y 130 metros.
Las piezas
de artillería con contrapesos fijos
La natural
evolución de la artillería de contrapeso de tracción
manual fueron los trabucos, unas máquinas de mayores dimensiones
que se basaban en el principio del contrapeso fijo, semejante
al de una balanza. Así, se eliminó totalmente la
fuerza humana y se sustituyó por un contrapeso consistente
en una caja rellena de tierra, arena, piedras o plomo.
Al aumentar
las dimensiones del contrapeso se consiguió una mayor precisión,
se aumentó la cadencia del disparo, se alargó la
trayectoria del proyectil y se elevó notablemente el peso
de las piedras. Eran las piezas de artillería con capacidad
para disparar los proyectiles más grandes, pudiendo llegar
a pesar hasta 300 kilos.

El trabuco
o trebuchet fue el arma de contrapesos fijos más importante.
Además, fue una de las primeras armas originales de la
Edad Media. Dependía del uso de un largo y flexible brazo
de madera, como el del mangonel, pero unido a un eje con el que
pivotaba. Éste era tensado hacia atrás y en su punta
se colocaba una eslinga con el proyectil, por lo general, una
gran piedra. En el otro extremo se colocaba un gran peso. Al soltarse
el brazo, el peso caía y el brazo era volteado hacia delante,
arrastrando consigo la eslinga y lanzando el proyectil con violencia.
Se inventó
en el Mediterráneo oriental durante la primera mitad del
siglo XII, como consecuencia de la intensa actividad militar que
se estaba desarrollando en este territorio. A principios del siglo
XIII su uso ya se había generalizado por Occidente, convirtiéndose
en la más poderosa de las máquinas de asedio.

Las piezas
de artillería de tensión
La artillería
que utilizaba el sistema de tensión es la más antigua.
Este tipo de máquinas basaban su funcionamiento en la energía
almacenada al tensarse un arco de madera, metal, cuerno u otro
material.
La función
de las piezas de artillería de tensión era facilitar
el acercamiento de los atacantes a los muros durante los asedios,
así como permitir la defensa en algunos puntos clave como
torres o puertas. Eran armas como arcos, ballesta de torno, etc.
mucho más fáciles de transportar debido a sus dimensiones.
Resultaban
fundamentales para el lanzamiento de las flechas incendiarias,
fabricadas envolviendo la punta con estopa impregnada en pez,
o simplemente lanzadas con la punta todavía al rojo.
Máquinas
de golpeo
Además
de con los impactos producidos por la artillería, los sitiadores
podían abrir una brecha en el muro que les permitiera penetrar
en la ciudad o fortaleza mediante la utilización de las
máquinas de golpeo: el taladro y el ariete.
El taladro consistía en una viga de madera con un extremo
rematado en hierro puntiagudo para golpear el muro. Se hacía
girar con la fuerza proporcionada por un arco y también
era conocido con el nombre de musculus.
Sin embargo,
fue el ariete la máquina de golpeo más empleada,
por la simpleza de funcionamiento y construcción.
Se trataba
de un gran tronco de madera reforzado con una cabeza de hierro
colocada en su parte frontal que le confería una gran capacidad
de perforación. El modelo más simple no era más
que un madero impulsado manualmente por los atacantes que lo balanceaban
para golpear la muralla. Una variedad más compleja del
ariete colgaba de un marco con cadenas o cuerdas para hacerlo
oscilar en una especie de balancín.
Máquinas
para la superación de las murallas por altura
Escalas
Del grupo
de armas destinado a cruzar los muros por su parte más
elevada, la más sencilla era la escala. Disponían
de ganchos de hierro en su parte superior que permitían
su anclaje en las almenas y que los atacantes trepasen por el
muro.

Por lo general
estaban construidas de madera, pero también se utilizaban
escalas de cuerda o cuero. Se utilizaban muchas escalas a la vez
para que muchos hombres pudiesen trepar al mismo tiempo.
Torres
de asedio
Fueron las
máquinas de mayores dimensiones empleadas en la Edad Media
y su puesta en funcionamiento influyó notablemente en las
concepciones poliorcéticas, obligando a los defensores
a diseñar nuevas estrategias para hacerles frente. Se las
denominó con diferentes nombres: belfries, beffrois, bastidas,
campanarios, etc.

Las grandes
torres de asedio eran utilizadas por los sitiadores para acercarse
a los muros y superarlos por altura. Se trataba de estructuras
de madera con forma de torre cuya altura igualaba o sobrepasaba
la de los muros del castillo, de modo que los asaltantes podían
utilizarlas para alcanzar la muralla.

Estas inmensas
máquinas de guerra avanzaban hasta los muros mediante la
fuerza de sus ocupantes, ruedas, rampas o con la ayuda de grandes
norias, cabestrantes o polipastos, mientras eran apoyadas por
la artillería. Su principal inconveniente residía
en que no permitía ataques sorpresa pues su excesivo peso
hacía que sus desplazamientos fueran muy lentos y que fuese
necesario que el suelo fuera allanado por el cuerpo de zapadores.

Cuando llegaban
a las murallas, dejaban caer el puente levadizo y los soldados
de la torre avanzaban por él, entablando una lucha cuerpo
a cuerpo con los defensores. Si el primer grupo de atacantes lograba
pasar, una corriente continua accedía desde la torre.
Aunque su
función principal era acercar a las tropas a las murallas,
también se utilizaban para cubrir las operaciones de zapa
que tenían lugar por debajo de ellas y para resguardar
catapultas y máquinas de golpeo como arietes mientras trabajaban.
