Biografía
de Alfonso II El Casto. Rey de Asturias
Biografía
de Alfonso II, "El Casto"
Apartado
del trono por una revuelta interna, inmerso en la querella Adopcionista
y atacado por las aceifas musulmanas, a Alfonso II le tocó
vivir uno de los reinados más complicados de los primeros
años de resistencia cristiana en la península. Sin
embargo, pese a las dificultades tuvo tiempo de embellecer Oviedo
para convertirla en sede regia, abrirse a la influencia carolingia
y, especialmente, alumbrar el descubrimiento de la tumba del apóstol
Santiago en la diócesis de Iria Flavia, para lo que mandó
construir la primera basílica jacobea.
Los
inicios de su reinado
Hijo de Fruela II y Munia,
prisionera vascona, Alfonso nació en el año 762. Como
sobrino de Silo por vía de la reina Adosinda, gobernó
el Palatium Regis hasta que en el año 783 murió el
monarca astur. Estos primeros años le aportaron una experiencia
fundamental en la vida de la corte, pero no le sirvieron para hacerse
con el solio regio. La sociedad astur estaba dividida entre los
partidarios de la vía ortodoxa heredera del antiguo reino
visigodo o los más reformistas, que propugnan una vía
de entendimiento con los mozárabes residentes en Al-Andalus.
Este enfrentamiento que traspasa fronteras políticas, como
luego veremos, acaba con Mauregato en el poder. Alfonso, depositario
de la tradición visigoda, se refugia en el monasterio de
Samos, según consta en un documento posterior firmado en
el año 912 por Ordoño II.
Mauregato reina hasta el
año 789. Pese a su fugaz mandato, asiste como monarca a dos
acontecimientos de gran importancia, cuyas consecuencias alcanzarán
incluso al reinado de Alfonso II. Se trata del Concilio de Sevilla,
del 784, inicio de la querella Adopcionista y de los primeros síntomas
de un culto jacobeo en la península.
A su muerte le sustituyó
Bermudo I, que apenas duró dos años en el poder. Tras
su derrota ante los musulmanes en Burbia, en el 791, abdica en Alfonso,
que es ungido monarca según el rito visigodo el 14 de septiembre
del mismo año. Una de sus primeras decisiones es la de trasladar
la sede regia a Oviedo, emplazamiento estratégico, en lo
alto de una colina, entre la costa y la llanura central, con mayores
posibilidades de explotación agrícola y, ante todo,
para controlar mejor las comunicaciones a través del valle
del Nalón, el Caudal y el Narcea, vías de acceso a
Asturias desde León, Galicia y Cantabria.
Alfonso
II, un rey constructor
Alfonso ordena la construcción
de un conjunto arquitectónico cuyo eje central es la catedral
del Salvador, de la que la Crónica Silense nos dice que fue
encargada al arquitecto Tioda. Unida a ella por el norte estaba
la iglesia de Santa María, a cuyos pies disponía de
una tribuna y una cámara destinada a panteón real,
por lo que se deduce que su función era la de capilla para
celebrar las honras fúnebres de los monarcas. Además,
el conjunto catedralicio se completaba con la iglesia de San Tirso,
cuyo testero de la capilla central ha llegado hasta nuestros días,
una zona cementerial y toda una serie de residencias para el alto
clero.
El núcleo central
de Oviedo se completaba con el palacio regio y una serie de dependencias
destinadas a sede del gobierno del Reino. De este conjunto palaciego,
sólo se ha conservado la capilla palatina, hoy llamada Cámara
Santa. Esta capilla fue mandada construir por orden expresa de Alfonso
II para albergar las reliquias que habían llegado a Asturias
procedentes de Toledo a raíz de la conquista musulmana, de
las que la Crónica Silense asegura que procedían de
la misma Jerusalén. La idea de fortalecer el trono con el
poder santificante de unas reliquias se debe a la influencia carolingia
(Aquisgrán e Ingelheim). Bajo la capilla existía una
cripta, dedicada a Santa Leocadia y San Eulogio, mártires
toledanos.
A estos tesoros arquitectónicos,
habría que unir la llamada Cruz de los Ángeles. Una
magnífica pieza de orfebrería en la que figura el
lema del monarca "Hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur
inimicus". La adoración de la cruz y la consagración
de la catedral al Cristo Salvador, constituyen toda una declaración
de intenciones del monarca ante la polémica religiosa que
le tocó vivir.
La
querella Adopcionista y el hallazgo del sepulcro de Santiago
El origen del adopcionismo
es una cuestión controvertida. Algunos historiadores defienden
que Félix de Urgel y Elipando de Toledo reinterpretaron la
condición humana de Cristo para hacer más aceptable
la fe cristiana al musulmán; otros lo atribuyen a un desliz
y otros ven tras ello implicaciones de índole política.
Sea como fuere, el debate sobre la humanidad de Cristo estaba en
plena ebullición cuando Elipando convoca un concilio en Sevilla,
en el año 784, para condenar a Migecio, que se había
mostrado especialmente activo. Es entonces, en el Credo de este
concilio firmado por Elipando, donde se escribe la frase de la polémica,
en la que se habla de una doble naturaleza de Cristo "en cuanto
Dios, Hijo por naturaleza del Padre, y en cuanto hombre, hijo adoptivo
de Dios".
Las actas del sínodo
llegaron hasta el remoto monasterio de San Martín de Liébana,
desde el que el monje Beato escribe su Tratado Apologético
en contra de las tesis de Elipando. Encontrará como aliado
en su alegato al monje Eterio de Osma, refugiado en los Picos de
Europa, y, lo que es más importante, al propio Alfonso II,
que apoyado por Carlomagno, vio la posibilidad de romper con la
iglesia toledana para convertir a Oviedo en la única sede
hispana reconocida por Roma, con lo que al poder político
de su sede regia uniría la autoridad religiosa, que se vería
reforzada por un acontecimiento extraordinario, el descubrimiento
del sepulcro del apóstol Santiago, que tuvo lugar entre los
años 820 y 830 en los confines de la Mahía (Amaea),
en la primitiva diócesis de Iria Flavia.
El ermitaño Pelayo
y los feligreses de la antigua iglesia de San Félix de Solobio
localizaron unas luminarias en el bosque, acompañadas de
cantos angélicos. El obispo iriense, Teodomiro, acude inmediatamente
a la zona, encuentra un túmulo funerario y lo identifica
con el sepulcro del Apóstol. Alfonso II acudió con
su familia y la corte real al lugar del hallazgo, comunicándolo
ipso facto a Carlomagno, con quien mantenía una relación
muy fluida. El monarca astur mandó construir en Arcis Marmóricis,
topónimo del lugar en el que se localizó el túmulo,
una iglesia de una nave con techumbre de madera, que probablemente
seguiría el estilo de las construcciones de Oviedo, y en
cuya cabecera se mantuvo el sepulcro romano.
Política
territorial de Alfonso II
Tras una rebelión
desencadenada en septiembre del año 801, que le costó
su exilio en el monasterio de Ablaña, Alfonso II vuelve a
la actividad regia gracias a la intervención de un grupo
de fideles regis dirigido por Teuda, un noble visigodo. Estos acontecimientos
pueden tener relación con la división de la sociedad
astur, entre los partidarios de la ortodoxia goda y los heterodoxos
próximos a Toledo.
Su política territorial
se centró en la repoblación de los territorios que
más adelante darían lugar al condado de Castilla.
Fundó monasterios como el de Taranco, en el valle de Mena,
y repobló el valle de Valpuesta, donde el obispo Juan estableció
una diócesis. Sin embargo, Alfonso tuvo que dedicarse a contener
los ataques de Hicham I, que en el año 795 volvió
a ocupar la ciudad de Oviedo. Los musulmanes se dedicaron a lanzar
razzias periódicas sobre las tierras recién repobladas,
especialmente en Álava, la futura Castilla y Galicia, para
garantizar su sometimiento, pero afortunadamente para Alfonso, las
revueltas internas que tuvieron lugar en Al-Andalus y la presión
franca en los pirineos, que provocaron la pérdida de Gerona
(785) y Barcelona (801), obligaron a los dirigentes musulmanes a
distribuir sus esfuerzos. Esto permitió a Alfonso reorganizar
sus dominios y presentar una resistencia formidable, que cristalizaría
en victorias como la del río Lutos, cerca de Grado, en el
año 794, lo que le otorgó una gran fama como caudillo
militar.
Alfonso II, que no se casó,
murió sin descendencia en el año 842. Heredó
de su padre un fuerte temperamento y un gran carácter guerrero.
Introdujo en la iglesia astur el celibato, de ahí su apelativo
de "El Casto", aunque antiguamente llegó a conocérsele
como "El Magno", debido a sus triunfos. Es precisamente
esta devoción por la castidad lo que ha hecho que algunos
historiadores le vinculasen con cultos priscilianistas, muy arraigados
en Galicia, donde el monarca astur se recluyó en dos ocasiones,
pero no se trata más que de una conjetura.
Hechos especialmente significativos
de su reinado fueron el traslado de la capital a Oviedo, establecimiento
de relaciones con Carlomagno, el descubrimiento del sepulcro de
Santiago y el auge del prerrománico asturiano (construcción
de la Cámara Santa de Oviedo, San Tirso y la de San Julián
de los Prados.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)