Biografía
de Alfonso VI. Rey de León y Castilla
Introducción
a la figura de Alfonso VI
Eclipsado
por la legendaria figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el reinado
de Alfonso VI pasa por ser uno de los más decisivos en el
devenir de los reinos cristianos peninsulares. Si su padre, Fernando
I "El Magno", decantó a su favor el equilibrio
de poderes con Al-Ándalus, abriendo su reinado a las influencias
europeas e imponiendo un ventajoso sistema de parias, Alfonso VI
termina de consolidar esa tendencia. La toma de Toledo, su principal
logro militar, es también un punto de inflexión en
su mandato, puesto que como consecuencia de ella, los almorávides
penetran en la península y reunifican los reinos de Taifas,
frenando el empuje cristiano hacia el sur.
La
herencia de Fernando I y la consolidación del reinado de
Alfonso
Siguiendo
el dictado del derecho pirenaico, Fernando I entrega el núcleo
de su reinado al hijo primogénito y reparte las conquistas
posteriores entre el resto. Así otorga a Sancho el reino
de Castilla y el cobro de parias de la taifa de Zaragoza; a Alfonso
entrega León y el cobro de parias de Toledo y a García,
Galicia y el cobro de parias de Badajoz y Sevilla. Para sus hijas,
Urraca y Elvira, creó dos infantados, el de Covarrubias y
el de Campos, respectivamente.
El equilibro se mantuvo
hasta la muerte de la reina Sancha, el 7 de noviembre de 1067, cuya
presencia había impedido el enfrentamiento entre unos herederos
que, desde el principio, mostraron su descontento por el reparto.
Sancho II derrota a Alfonso VI el 19 de julio de 1068 en Llantada,
territorio fronterizo próximo al Pisuerga. En 1071, acuerdan
unir sus fuerzas para derrotar a su hermano García, que es
capturado en Santarem y despojado de Galicia. Poco tiempo duró
la colaboración, ya que en enero de 1072 vuelven a enfrentarse
en Golpejera, en las vegas del río Carrión. Alfonso
fue encerrado por su hermano en el castillo de Burgos. Su hermana
Urraca y el abad Hugo de Cluny intercedieron por la vida del monarca
leonés, que finalmente fue desterrado a Toledo, donde se
refugió en la corte de Al-Mamún.
Sancho se proclama rey de
León el 12 de enero de 1072, pero no goza del respaldo del
obispo leonés, Pelayo, ni con el de la nobleza, en especial
de los Banu Gómez. Algunos miembros de esta resistencia se
hacen fuertes en Zamora, protegidos por Urraca, por lo que el nuevo
rey tiene que acudir a tomar la plaza, núcleo de las comunicaciones
entre Galicia, Toledo, León y Tierra de Campos. Durante el
asedio, Bellido Dolfos acaba con la vida del joven Sancho.
Alfonso se presenta entonces
como el heredero legítimo de la corona castellano-leonesa,
que asume previo juramento en Santa Gadea, ante Rodrigo Díaz
de Vivar, de que no había participado en la muerte de su
hermano. En 1073, por petición de su hermana Urraca, encierra
a su otro hermano, García, en el castillo de Luna, en plena
comarca de Babia, en León, hasta su muerte en 1090, con lo
que acaba con cualquier posibilidad de rebelión.
El
cobro de parias y la toma de Toledo
Una vez unificada la corona
castellano-leonesa, Alfonso I intensifica la presión sobre
los reinos de Taifas. En 1074, Pedro Ansúrez y Al-Mutamid
de Sevilla devastan Granada. Apoya a Al-Mamún de Toledo en
la toma de Córdoba y colabora con él en el asedio
a la taifa de Badajoz. En 1075, tras la muerte de Al-Mamún,
su hijo Al-Qadir toma el poder en Toledo y expulsa a los partidarios
de colaborar con Alfonso VI, negándose a pagar parias. Sin
el apoyo cristiano, el toledano no pudo sofocar una revuelta en
Valencia, quizás instigada por agentes del rey castellano,
no ajeno a la guerra que al mismo tiempo mantenía Toledo
con Badajoz. Como consecuencia de este conflicto, Al-Qadir perdió
la mayor parte de las tierras cordobesas, por lo que viendo peligrar
su reino, aceptó las exigencias de Alfonso VI bajo la condición
de que le ayudara a ocupar Valencia.
La población toledana
se dividió ante la decisión de su monarca. Unos solicitaron
la intervención de los reyes de Zaragoza, Sevilla y Badajoz,
mientras que otros, cansados de tanto enfrentamiento, aceptaron
entregar la ciudad. Alfonso VI comienza el cerco, alternando el
asedio con expediciones contra los otros reinos musulmanes, que
no pudieron prestar así una ayuda eficaz a los toledanos.
En 1085, la ciudad se rinde de forma pacífica. Por primera
vez, desde el año 711, la capital del antiguo reino visigodo
cae en manos cristianas, convirtiéndose poco después
en la sede primada de la iglesia hispana, símbolo de la unidad
religiosa como León lo era de la política.
Antes de la toma de Toledo,
con motivo de la muerte de Sancho IV de Pamplona, despeñado
en Peñalén, Alfonso VI y Sancho Ramírez de
Aragón se repartieron su reino. El castellano-leonés
impuso su dominio en La Rioja, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa,
mientras que el aragonés ocupó la ribera izquierda
del Ebro y las tierras de Pamplona. Entre ambos se estableció
una relación de vasallaje, que venía a reconocer la
superioridad de Alfonso VI, que ya por entonces comenzaba a aparecer
en los documentos oficiales con el título de emperador, quizás
utilizado a propósito para reforzar su situación como
rey de reyes.
Los
almorávides
El
agobiante régimen de parias y la amenaza militar de Alfonso
VI, que antes de conquistar Toledo llegó a alcanzar Tarifa,
en 1083, obligó a Al-Mutamid de Sevilla a solicitar ayuda
al norte de África. De esta manera, los almorávides,
dirigidos por Yusuf Ibn Tasufin, desembarcan en Algeciras con la
intención de recuperar Toledo invocando la Guerra Santa.
El caudillo musulmán escoge la ruta de Badajoz, por ser la
más segura, y derrota a los cristianos en la dehesa de Sagrajas,
el 23 de octubre de 1086. Alfonso se retiró a Toledo, convencido
de que recibiría un inminente ataque, pero Yusuf retrocedió
hasta Sevilla y volvió a África. El valor moral de
la victoria de Sagrajas fue mucho mayor que el táctico, ya
que se convirtió en el símbolo de un nuevo tipo de
guerra, en la que las connotaciones religiosas adquirían
un protagonismo fundamental.
Recuperado
de la derrota, Alfonso tiene que sofocar en 1086 una revuelta de
Rodrigo Ovéquiz en Galicia, apoyada por el obispo Diego Peláez.
Dos años más tarde se produce una campaña del
Cid en levante, donde somete Valencia, Alpuente y Albarracín,
mientras el conde García Jiménez ataca Lorca desde
la fortaleza de Aledo, fundada por el emperador leonés para
lanzar ataques sobre la taifa de Murcia. Alfonso VI y el Cid rompen
su relación a raíz de estas campañas, por lo
que el Campeador actúa de forma independiente en Levante
y la Cuenca del Ebro.
Estas ofensivas provocan
una segunda llamada a Yusuf, que en el año 1088 vuelve a
la península para levantar el cerco sobre la región
murciana. Ante el escaso éxito de la campaña, los
almorávides regresan a África con la intención
de retornar como consecuencia de la corrupción generalizada
que observaron en las taifas. De esta manera, en 1090 se produce
una tercera campaña, que tiene el objetivo de unificar Al-Ándalus.
Primero incorporaron Granada, después Málaga, Tarifa,
Córdoba, Carmona, Sevilla, Mértola, Ronda, Almería,
Jaén, Murcia, Játiva y Denia. Las únicas taifas
que resistieron fueron Badajoz, Valencia, Zaragoza y Albarracín.
Alfonso
VI recibe durante estos años Cuenca, Ocaña, Consuegra
y Uclés como dote de Zaida, antigua nuera de Al-Mutamid y
solicita un tributo extraordinario para hacer frente a la amenaza
almorávide. Alvar Fáñez es derrotado por Abu
Bakr en Almodóvar del Río, el 7 de septiembre de 1091.
En 1092, el monarca castellano-leonés inicia una campaña
contra Valencia, que resulta un fracaso. Al año siguiente,
recibe de Al-Mutawakkil de Badajoz las plazas de Santarem, Lisboa
y Cintra, para que las defienda de los almorávides, pero
Yusuf ocupa la taifa de Badajoz en 1094, poniendo fin a la dominación
cristiana sobre estas ciudades, cuya defensa había sido encomendada
a Raimundo de Borgoña.
El 15 de junio de 1094,
el Cid conquista Valencia, derrotando a Muhammad ben Tasufin en
la batalla de Cuarte, el 25 de octubre del mismo año. Consolida
así el dominio cristiano en Valencia y Zaragoza, los únicos
reinos que se resisten al empuje norteafricano, aunque posteriormente
terminarán cayendo, la primera en 1102 y la segunda en 1110,
ante la incursión almorávide.
En 1097, Yusuf lanza una
nueva campaña contra los cristianos, a los que derrota en
Consuegra, el 15 de agosto. Al mismo tiempo, Álvar Fáñez
es vencido en Cuenca por Ibn Aisha. El 24 de junio de 1099 se produce
la última campaña del Cid, contra Murviedro, antes
de morir el 10 de julio del mismo año. Su esposa Jimena resiste
en la ciudad de Valencia hasta su caída.
En 1108, Alí Ben
Yusuf ataca Uclés, donde muere Sancho, el único hijo
varón de Alfonso VI, lo que provoca que, a la muerte del
monarca castellano-leonés, en 1109, se abra un conflicto
por la sucesión que enfrentará a los partidarios de
la reina Urraca y de su hijo, contra los de su marido Alfonso el
Batallador, rey de Navarra y Aragón, con el que vivió
un matrimonio de conveniencia que no pudo fructificar. El conflicto
se resolvió del lado de los partidarios de Urraca, que vio
como su hijo Alfonso se convirtió en el sucesor de su hermano,
adquiriendo el titulo de emperador en 1134.
La
apertura al exterior de la política de Alfonso VI
Un hecho básico de
la segunda mitad del siglo XI es el incrementó que experimentó
la peregrinación jacobea, que de ser un fenómeno esencialmente
hispánico, pasó a convertirse en una costumbre practicada
por viajeros procedentes de toda Europa. A través del Camino
de Santiago penetraron en la península multitud de influencias
del otro lado del Pirineo, tales como la letra carolina o francesa,
los ritos y términos propios del feudalismo, la arquitectura
románica y las distintas corrientes de reforma eclesiástica,
encabezadas por los grandes papas de esta época, en especial
Gregorio VII.
Cabe destacar la sólida
relación de Alfonso VI con Cluny. Vimos como el abad Hugo
intercedió por su vida tras la derrota de Golpejera. Esta
relación trajo consigo la afiliación de multitud de
monasterios hispanos a la observancia de Cluny, cuya influencia
tuvo consecuencias de todo tipo, desde políticas, ya que
con frecuencia los monjes cluniacenses recibieron cargos relevantes
dentro de la jerarquía eclesiástica; a religiosas,
como la renuncia de la Iglesia Hispánica al rito mozárabe
para adoptar el romano. El proceso de adaptación a la nueva
liturgia fue complejo y desigual dependiendo de las regiones. Mientras
en Aragón se implantó sin problemas, en Castilla y
León la resistencia fue mucho mayor, pese a que el rey, especialmente
durante su matrimonio con Inés, hija del duque Guillermo
de Aquitania, se mostró a favor del cambio. Oficialmente
el nuevo rito se implantó en 1078, aunque siguió habiendo
focos de resistencia.
Por otra parte, la influencia
europea durante el reinado de Alfonso VI también se percibe
en las relaciones familiares. Tenía tres hijas, una legítima,
Urraca, y dos bastardas, Elvira y Teresa, cuya madre era Jimena.
El rey escogió pretendientes extranjeros. Urraca casó
con Raimundo de Borgoña, Elvira con Raimundo IV de Toulouse
y Teresa, con Enrique de Borgoña. El mismo monarca tuvo varios
matrimonios con princesas o nobles europeas, como Inés de
Aquitania, Constanza, Berta de Lombardía, Isabel o Beatriz,
lo que constata el esfuerzo de Alfonso VI por abrirse a las influencias
del viejo continente.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)