Biografía
de los Reyes Católicos
En
la historia de España no existen personajes históricos
tan célebres ni tan controvertidos como Isabel y Fernando,
los Reyes Católicos.
Los Reyes Católicos
impulsaron durante su gobierno una serie de empresas y tomaron una
serie de transcendentes decisiones que han marcado decisivamente
la historia de España, por lo que el citado protagonismo
no es inmerecido.
Si
no fuera suficiente, el periodo de su gobierno coincide con una
etapa transcendental de la historia de Europa, la que supone la
muerte definitiva de los valores y sistemas de la Edad Media (ya
enferma desde el siglo XIV) y el advenimiento del nuevo mundo del
llamado Renacimiento, marcado políticamente por la concentración
del poder político en manos de los reyes absolutistas.
Somos conscientes de las
diversas valoraciones a que está sujeto el gobierno de estos
monarcas. Aún hoy, más de cinco siglos después,
los historiadores y estudiosos valoran de manera muy distintas sus
decisiones y actividades, a lo que no son ajenas las perspectivas
ideológicas, religiosas o políticas de la que partan.
Por ello, trataremos aquí
de repasar la biografía de los reyes y los acontecimientos
políticos de esta etapa de la manera menos apasionada y más
neutral posible. No se trata de tomar partido a favor o en contra,
ni de entrar en valoraciones (que en cualquier caso no serían
nunca objetivas ni justas pues se harían ajenas a la realidad
de los hombres y mujeres que vieron y murieron hace veinte generaciones)
sino de ser meros testigos de la historia.
En lo que coinciden la mayoría
de los historiadores es en que ambos monarcas fueron capaces de
intervenir tan decisivamente en la sociedad y política de
su tiempo gracias a una su fuerte y vigorosa personalidad. En la
reina Isabel predominaba la tenacidad y firmeza, mientras que en
el caso de Fernando eran la habilidad y astucia política
sus cualidades más sobresalientes.
La
España bajomedieval anterior a los Reyes Católicos
La España de mediados
del siglo XV, la inmediatamente anterior a la de los Reyes Católicos
estaba constituida por cinco reinos independientes pero muy relacionados
entre sí: Castilla, Aragón, Portugal, Navarra y Granada.
Todos ellos, en mayor o
menor medida se veían inmersos en la crisis multifactorial
en que había caído Europa durante el siglo XIV y los
comienzos del XV.
La Corona de Castilla, tras
el ímprobo esfuerzo conquistador y repoblador del siglo XIII,
había quedado exhausta. En este sentido hay que recordar
que las conquistas cristianas habían sido paulatinas durante
cinco siglos y en la mayor parte de los casos se trataba de tierras
poco pobladas como consecuencia del desgaste de las guerras.
Sin embargo, las conquistas
del siglo XIII supusieron la incorporación súbita
de amplísimos territorios repletos de populosas ciudades
que había que organizar con arreglo a un orden político
nuevo. Al complejo crisol de pueblos, razas y religiones que constituía
Al-Andalus, se sumaban los conquistadores cristianos del norte.
Los reyes castellanos, para
agradecer el éxito en las empresas bélicas donaron
amplios territorios a estos nobles guerreros que acumularon inmensas
propiedades. En este contexto hay que citar la relevancia política,
económica y territorial que tuvieron las órdenes militares
en la Baja Edad Media española.
El prestigio de la monarquía
castellana se debilitó en la guerra civil entre Pedro I y
Enrique de Trastamara, coincidente, además con una etapa
de calamidades de diversa índole.
Los siguientes monarcas
castellanos no lograron mejorar la situación. Por su parte,
crecía el descontento de los concejos municipales que veían
aminorada su independencia jurídica en favor de la pujante
nobleza.
El ascenso en autoridad
de los grandes linajes nobiliarios tenía un efecto colateral
negativo añadido, pues era muy frecuente las rencillas entre
estas familias, frecuentemente enemistadas, que llegaban a convertirse
en auténticas guerras que afectaban al conjunto de la sociedad.
Por su parte, La Corona
de Aragón, tras la finalización de la reconquista
peninsular pactada con Castilla y que al ser de menor extensión
no había esquilmado las energías conquistadoras, por
lo que los catalanoaragonesas redirigieron pronto sus energías
hacia el Mediterráneo, tanto en el orden militar como comercial.
Sin embargo. El auge económico
de la segunda mitad del siglo XIII y primera del XIV se frenan también
tras las pestes y guerras vividas posteriormente y Barcelona cede
su protagonismo a Valencia.
Navarra es un pequeño
reino con relaciones hispanas (frecuentemente constreñido
por los dos reinos vecinos de Castilla y Aragón) pero también
con Francia por motivos dinásticos y geográficos.
Portugal era un reino independiente
desde el siglo anterior y así siguió siendo.
Por último, al sur
de la Península quedaba el Reino Nazarí de Granada,
que había logrado permanecer independiente tras el desplome
del imperio almohade del siglo XIII y que había logrado no
caer en manos castellanas por la abrupta orografía de sus
tierras y por los esfuerzos de organización que Castilla
debió asumir tras la conquista de Extremadura, la Mancha,
Murcia y el Valle del Guadalquivir hasta el Oceano Atlántico.
Sin embargo, la independencia
de Granada tenía un precio pues era tributaria de Castilla.
Esta situación favoreció una cierta relación
de tolerancia -aunque fueron frecuentes las guerras de frontera-
entre moros granadinos y cristianos castellanos.
Una salvedad que hay que
hacer llegado a este punto es que la situación descrita de
inestabilidad, desavenencias internas y crisis no era, en absoluto,
patrimonio exclusivo de los reinos hispanos, sino que era una constante
casi universal del mapa político de Europa.
Atendiendo a la globalidad
de estos reinos hay que decir que, como en toda la Edad Media, las
relaciones entre ellos fueron estrechas, en uno casos como aliados
y en otros como francos enemigos y con frecuentes roces fronterizos.
La
unión dinástica de los Reyes Católicos
El
año 1476, parte de la nobleza y de las ciudades de Castilla
proclamaron reina a Isabel, hermana del anterior monarca, Enrique
IV. Otro sector no menos importante del reino permaneció
fiel a la princesa Juana, llamada la Beltraneja, hija del difunto
Enrique. Ambas contaban con fuertes apoyos exteriores. A Isabel
la sostenía su suegro, el rey Juan II de Aragón (y
también de Navarra en aquellos momentos).
El principal valedor de
los derechos de Juana era Alfonso V de Portugal, que se desposó
con ella en Plasencia y se proclamó rey de Castilla. En la
guerra civil entre los dos bandos la suerte de las armas sonrió
a Isabel, casada con Fernando, el heredero de la corona aragonesa.
Cabe pensar que de aquella contienda sucesoria era inevitable que
saliera alguna unión dinástica decisiva entre los
reinos peninsulares. De haber triunfado Juana, lo más probable
es que las coronas de Castilla y Portugal se hubiesen unido. Al
inclinarse la balanza por su tía y rival, se consumó
la unión con Aragón. En 1479, en virtud del tratamiento
de Alcaçovas, Alfonso y Juana renunciaron a sus derechos
a la corona de Castilla e Isabel y Fernando a los suyos sobre la
de Portugal. De este modo tan tenso se inició un reinado
que sería decisivo para el futuro de la Península.
Suele decirse que con los
Reyes Católicos -título con que les honraría
años después el papa para equilibrar el de Rey Cristianísimo
concedido al rey de Francia- empezó la unidad española.
Lo cierto es que se trató de una mera unión de las
distintas coronas de Aragón y Castilla en la persona de sus
titulares, expuesta a disolverse por cualquier vicisitud dinástica.
Es lo que pudo ocurrir a consecuencia del segundo matrimonio que
contrajo Fernando, una vez viudo, con Germana de Foix.
En virtud de la concordia
de Segovia, Isabel y Fernando reinaban conjuntamente en Castilla,
pero en Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca era
sólo Fernando quien ostentaba el poder real. Cada uno de
esos reinos conservaba sus leyes e instituciones propias y a todos
los efectos los naturales de uno de ellos eran considerados extranjeros
en el otro. Esto en el plano estrictamente jurídico, porque
en la realidad era inevitable que la existencia de un monarca común
tuviese una repercusión en sus trayectorias, separadas pero
paralelas.
El
sometimiento de la nobleza
Uno de los asuntos de estado
en que más energía emplearon los Reyes Católicos
fue en reafirmar la autoridad real frente a la altiva nobleza. En
muchos casos la fórmula fue bastante expeditiva.
Uno de los instrumentos
de que se sirvieron en esta lucha fue la Santa Hermandad, institución
de raíz mucho más antigua, pero a la que infundieron
nueva vida y centralizaron, especie de milicia concejil permanente
que, a la larga, acabaría consagrada casi exclusivamente
a la lucha contra el bandolerismo.
La
pacificación de los reinos
Poco a poco, los Reyes Católicos
consiguieron pacificar sus reinos respectivos.
La sentencia arbitral de
Guadalupe (1486) puso fin a las Guerras Remensas en Cataluña
y dio al principado el sosiego de que carecía desde hacía
decenios. Por otra parte, el reforzamiento de la autoridad real
tuvo su contrapartida en las autonomías municipales y locales.
Se acentuó la intervención
de los reyes en el gobierno de las ciudades mediante el nombramiento
de corregidores. En la Generalidad catalana el rey empezó
a nombrar directamente a los diputados. Y para evitar que las Cortes
aragonesas manifestasen con demasiada vehemencia su desacuerdo ante
sus medidas autoritarias, el rey apenas las convocó en el
curso de su reinado. Algo parecido ocurrió en Castilla, donde
siempre que se reunieron fue con el propósito de refrendar
el reforzamiento de la autoridad real.
La
conquista de Granada
Una de las acciones más
célebres de las emprendidas por los Reyes Católicos
fue la de emprender la Guerra de Granada. Tras el ataque moro contra
Zabara en 1481 se inició una contienda de larga duración
(más de 10 años) aunque de irregular e intermitente
desarrollo.
Tras el esfuerzo de pacificación
y fortalecimiento del reino, los monarcas vieron la oportunidad
de culminar el proceso de reconquista y de paso desahogar las belicosas
energías de la nobleza recién domesticada en empresas
menos dañinas para los propios cristianos.
Fue el 2 de enero de 1492
cuando, tras este decenio bélico, el rey Nazarí Muhammad
XI (Boabdil el Chico) entrega la ciudad de Granada, último
reducto del reino que se había ido perdiendo poco a poco.
Las condiciones de la capitulación
permitían a la población musulmana conservar sus bienes
y religión por lo que la población mudéjar
resultante fue cuantiosa a pesar de que la aristocracia nazarí
prefirió emigrar al norte de África.
Los
Reyes Católicos y la Inquisición
Aunque la institución
y los métodos de la Inquisición se han vinculado habitualmente
a España, hay que recordar que como institución nace
en el siglo XII (1184) en el mediodía francés para
velar por la pureza de creencias y erradicar la herejía (inicialmente
contra la herejía cátara). La Inquisición medieval
estuvo ligada a la Iglesia, primero a los obispados y más
tarde al papado con la administración de los frailes dominicos.
Si bien la inquisición
medieval tuvo momentos de dureza en los siglos bajomedievales en
Europa como durante le herejía de los cátaros o en
controvertidos procesos de dudosa legalidad (manipulados políticamente
por conveniencia de ciertos reyes) como en los procesos contra los
templarios o contra Juana de Arco, lo habitual fue una actividad
relativamente tranquila.
Esta inquisición
medieval no tuvo especial relevancia en los reinos cristianos peninsulares
pues sólo fue establecida en Aragón, quedando completamente
al margen la Corona de Castilla.
La principal novedad de
la Inquisición Española que nace en 1478 y no se aboliría
hasta 1821 es el control directo de la monarquía que la convierte
en brazo centralizador de su autoridad. Ejemplo de ello es que,
mediante bulas papales, los reyes católicos obtienen la facultad
de proponer candidatos al cargo de inquisidores. Por su parte y
a pesar de la oposición sufrida la Inquisición Medieval
aragonesa fue abolida en beneficio del nuevo tribunal.
El principal colectivo que
fue vigilado y perseguido fue el de los judíoconversos, es
decir la población de origen judío y que sobre todo
en los siglos XIV y XV habían decidido (por coacción
o sin ella) convertirse al Cristianismo.
La
expulsión de los judíos
El problema judío
en la España bajomedieval ha llenado miles de páginas
de historiadores en decenas de publicaciones que han tratado de
profundizar en las verdaderas razones por las que los Reyes Católicos
promulgaron en 1492 el famoso decreto de expulsión.
Toda circunstancia histórica
y más si es de la transcendencia de ésta es fruto
de múltiples matices y en ocasiones de secretas causas.
Sin embargo, no es éste
lugar para profundizar en teorías, que por otro lado son
motivo de controversia entre eruditos y estudiosos. De forma muy
simplificada, se puede decir que los Reyes Católicos tomaron
la decisión de expulsar a los judíos no convertidos
con motivo de evitar las disensiones y odios internos.
Si tras las revueltas populares
contra los judíos, durante el siglo XIV y XV se habían
saldado con el bautizo de muchos de los judíos de la época
pasando a ser lo que se denominó judíoconversos, los
recelos no cesaron, pues muchos de ellos, convertidos por presión
y no por elección sincera, seguían realizando prácticas
y ritos no cristianos.
Si la Inquisición
vigilaba a los judíoconversos, los judíos no convertidos
también tenían problemas de aceptación generando
agitación y malestar social, por lo que el destino que se
les supo dar fue el destierro.
El
descubrimiento de América
Tras haber errado por varías
cortes europeas tratando de conseguir apoyo financiero para su proyecto,
el de encontrar una ruta hacia Oriente por Occidente, Cristóbal
Colón había ofrecido sus servicios a los reyes de
Castilla. De ese modo podrían adelantar a los portugueses
en la carrera hacia las Indias sin quebrantar los compromisos que
les impedían navegar allende de las islas Canarias. El dictamen
de un grupo de expertos fue adverso, pese a lo cual Colón
buscó apoyos en los círculos más allegados
a la reina que le permitieron llegar a lo que equivocadamente tomó
por el extremo oriental de Asia.
Aunque la decepción
debió de ser enorme cuando al averiguar que, en lugar de
las opulentas islas de las especias, lo que se había descubierto
eran unas tierras salvajes, pronto se comprendió la oportunidad
de colonizar y evangelizar todo un nuevo continente.
Se conoce documentalmente el papel que Isabel la Católica
jugó en los deseo sincero de cristianización pacífica
de los nativos del territorio al que habían llegado las naves
de Colón. Por ejemplo, Bartolomé de Las Casas criticó
la crueldad con que trató en muchas ocasiones Colón
a los indígenas contradicendo las explícitas órdenes
de los Reyes Católicos de tratarlos con "benevolencia,
dulzura y paz cristiana". Los monarcas exigieron a Colón
y al resto de los expedicionistas que se tratara con la caridad
de Cristo a los indios (algo que no se cumplió debidamente)
y que se enviaran mensajes amistosos a los líderes indígenas
-los caciques- para tener reuniones pacíficas, ofreciéndoles
regalos en sus encuentros.
Los
Reyes Católicos y la proyección europea
Más dinero y energías
que a los proyectos del gran navegante dedicaron los Reyes Católicos
a su política italiana; era una consecuencia casi inevitable
del interés tradicional de Cataluña por los asuntos
mediterráneos, justificado además por sus posesiones
de Cerdeña y Sicilia.
La expedición del
rey francés Carlos VIII contra Napóles, a cuya corona
aspiraba, fue la chispa que encendió el polvorín de
las prolongadas guerras de Italia. Durante más de medio siglo
la lucha por la hegemonía en la península itálica
será motivo constante de enfrentamiento entre las monarquías
española y francesa. Los primeros lances de esta prolongada
partida fueron ganados por la habilidad política de Fernando
el Católico y la pericia militar de Gonzalo de Córdoba.
Tras muy variadas vicisitudes, entre las que menudearon las alianzas
rotas, recompuestas e invertidas, Fernando consiguió la corona
de Napóles, que seguiría en manos españolas
hasta el tratado de Utrecht en 1713.
La política expansiva
de los Reyes Católicos en Italia se conjugó con una
red de enlaces matrimoniales que los convirtió en aliados
de las principales monarquías europeas. El heredero de la
corona, Juan, fue casado con una princesa austriaca y su hermana
Juana, con el archiduque Felipe el Hermoso. La muerte del primero
en plena juventud dejó como reyes de Castilla a Juana y a
Felipe cuando, en 1504, murió Isabel la Católica.
No tardaron en surgir las desavenencias entre Felipe el Hermoso
y su suegro Fernando el Católico, que pretendía ejercer
la regencia en nombre de su hija, incapacitada para reinar por su
locura. Felipe, secundado por gran parte de la nobleza castellana,
consiguió que Fernando se retirarse a sus reinos. Fue entonces
cuando éste contrajo su segundo matrimonio con la francesa
Germana de Foix. La situación se resolvió con el prematuro
fallecimiento de Felipe el Hermoso, punto de partida de una segunda
regencia de Fernando el Católico en Castilla. Durante ella
(1512), tuvo lugar la anexión del reino de Navarra.
Al morir Fernando el Católico
en 1516, ese mosaico de reinos desavenidos y desgarrados por las
luchas intestinas que era la península cuarenta años
antes había quedado reducido a dos grandes potencias: Portugal,
engrandecido por sus empresas marítimas, sus posesiones africanas
y su comerció con ultramar, y lo que empezó a llamarse
España, nombre aplicado desde la antigüedad a toda la
península Ibérica y que ahora pasaría a denominar
el conjunto constituido por los distintos reinos gobernados por
un solo monarca, el heredero dinástico de los Reyes Católicos.