Biografía
de San Bernardo de Claraval
Introducción
a su biografía
San
Bernardo nace aproximadamente entre 1190 y 1191 en las afueras de
Dijon, en Borgoña. Hijo de un caballero
que formaba parte del círculo del Duque de Dijon, Bernardo
nació perteneciendo al estamento nobiliario, al igual que
su progenitor, aunque no a sus rangos más altos.
Era el tercer
hijo de los siete que tuvo el matrimonio. Ambos padres, aunque se
cuenta que especialmente su madre, pronto advirtieron las extraordinarias
cualidades intelectuales de su hijo y, por ese motivo, decidieron
eximirlo de continuar la tradición familiar del oficio de
las armas y hacer que se encaminara hacia una vida de estudio. Por
ello, ingresó en la escuela de canónigos regulares
de Châtillon-sur-Seine.
Uno de los sucesos
vitales que marcó más profundamente la biografía
de Bernardo fue la noticia de la muerte de su madre. Después
de una honda crisis espiritual, su inmenso dolor fue derivando en
una profunda vocación religiosa a la que intentó dar
salida a través de su ingreso en el monasterio de
Cîteaux o Císter, en el año 1098, en
tiempos de san Esteban
Harding.
Este monasterio fue fundado por San Roberto de Molesme con el deseo
de vivir lo más auténticamente posible y con rigor
la regla de San Benito. En el año 1112 ó 1113 ingresaría
formalmente en la Orden del Císter.
Tan sólo
dos años después de su ingreso en la Orden, en 1115,
se fundan dos monasterios bajo los auspicios del Císter.
Su gran personalidad
llevó al abad Esteban a encargarle la fundación del
Monasterio de Claraval (Clairvaux).
A partir del
año 1119, el Císter inicia su expansión por
Francia y otras áreas del continente europeo. A lo largo
de su vida veremos como Bernardo combina armónicamente su
faceta mística y la participación en la vida pública
de la Iglesia, pues, pese a su deseo de llevar una vida de retiro
espiritual, constantemente será reclamado como mediador,
y su consejo se tornará imprescindible gracias a su sólida
y esmerada formación teológica. Murió en su
abadía el 20 de agosto de 1153 y
fue canonizado en 1174.
La
personalidad de San Bernardo
San Bernardo
debió ser un hombre carismático de notable personalidad
pero de alternante estado humor, pasando por distintos estados de
ánimo.
Parece ser
que se sintió muy atosigado por las tentaciones mundanas
por lo que solía hacer grandes penitencias que, incluso,
llegaron a mermar su salud física.
Es posible
que esta actitud influyera en su preocupación por la disciplina,
austeridad, oración y simplicidad que impulsará en
Claraval y resto de sus fundaciones.
Una
vida monástica y contemplativa
Desde el mismo
momento en que decidió consagrar su vida al servicio de la
religión cristiana, Bernardo se mostró totalmente
decidido a seguir la regla de San Benito, en la
que apreciaba el verdadero espíritu de la religión
que profesaba. Le pareció que el monasterio de Citeaux, en
su borgoña natal, era el que mejor se ajustaba, sin duda
alguna, a la regla benedictina.
Varios estudios
coinciden en señalar que desde 1112 ó 1113, años
en los que se cree que Bernardo solicitó el ingreso en dicho
monasterio como novicio, la Orden recibió un impulso decisivo
por el empuje y la personalidad del recién llegado. Después
de una serie de nuevas fundaciones, otros monasterios ya constituidos
se adhirieron al Císter. Fue con Bernardo cuando su orden
llegó a fundar doscientos monasterios y, en 1120, se fundaron
otros en Tiglieto y Alemania.
Bernardo consideraba
que había distintos medios de llegar a Dios en una vida de
santidad, pues entendía que Él concedía distintas
vocaciones y capacidades a las personas. La vía preferida
del abad, la que para él revestía mayor seguridad
era sin duda la vida monástica, porque suponía la
entrega total a Dios, la consagración de toda una vida.
Dicha vida monástica
tendría para él una vertiente angelical -en tanto
se ordenaba guardar voto de castidad- y profética -porque
busca y anuncia lo que el profano no ve y está por llegar-
considerando, desde esta perspectiva, al monasterio como una escuela
de servicio divino en la línea del pensamiento de San Benito
o, lo que viene a ser lo mismo, una escuela de caridad en la que
se aprende a conocer la verdadera esencia de la naturaleza humana
y a servir a Dios. El monje, por ello, deberá dedicarse a
la oración mediante la cual se une a la divinidad, intercediendo
así el religioso por las necesidades de la Iglesia.
Un rasgo básico
del abad de Claraval tanto a nivel intelectual como en la inspiración
práctica fue la unión armónica de misticismo
y teología. Bernardo pudo transmitir algo de esa experiencia
mística a través de sus escritos de elevada calidad
gracias a su formación teológica y que sirvieron de
inestimable apoyo a aquellos que llevaban una vida de retiro en
los monasterios. Su obra se asienta en un conocimiento erudito de
la Biblia y de la Patrística hasta el punto de ser considerado
tradicionalmente como uno más de los Santos Padres.
Como místico,
el amor a Dios y su unión con Él tendrán un
lugar destacado en sus obras. Para Bernardo, Dios creó al
ser humano con una dignidad superior a la del resto de criaturas.
Esta superioridad humana radicaría en el libre albedrío.
Sin embargo, es mediante este libre albedrío por el cual
el ser humano puede pecar, alejándose así de Dios,
que lo creó a su imagen y semejanza.
El ser humano
puede orientarse de nuevo hacia Dios gracias al sacrificio redentor
de Jesús. La reorientación en el caminar errático
de la persona se sustentaría en el amor infinito de Dios
para con sus hijas e hijos. Para iniciar este tránsito al
buen camino, es necesario un ejercicio de autoconocimiento que pasa
por un proceso de purificación a través del ascetismo
y la humildad.
De modo que en los monasterios cistercienses los monjes
van a vivir según la Regla de San Benito retornando a su
humildad primigenia y en base a dos principios fundamentales: la
oración y el trabajo.
La actividad productiva de los monjes cistercienses
fue notable. Por un lado se dedicaron a la copia de manuscritos
en los scriptoria, también el trabajo en la huerta y otras
labores manuales de mantenimiento de la comunidad. Sobresalieron
en actividades como la roturación de bosques inhóspitos,
su puesta en cultivo, la producción vitivinícola,
la acuicultura, etc. Tan productivos y eficientes resultaron ser
que los monarcas hispanos les donaron tierras en zonas inhabitadas
y peligrosas (en muchas ocasiones por ser fronterizas frente a Al-Andalus).
La
vida pública de San Bernardo
Bernardo, como
abad de Claraval, no permaneció indiferente a los asuntos
de la vida terrenal y de la Iglesia, pues utilizó toda su
influencia para reformarla.
A la muerte
de Honorio II, en 1130, se presentaron dos candidatos a sucederlo:
Inocencio II y Anacleto II. En el Concilio de Étampes, organizado
por Luis VI, rey de Francia, Bernardo fue convocado al concilio
y se decantó por Inocencio II. El perdedor no lo acepta y
se produce el llamado Cisma de Anacleto. Bernardo combatirá
esta separación por medio de reuniones y viajes por regiones
de Francia, lo que hoy es Alemania y la Península Itálica,
y no se detendrá hasta que en 1138 se resuelva el asunto
con la muerte de Víctor IV, sucesor del difunto Anacleto.
En su vida pública,
San Bernardo destacará por su enfrentamiento contra la herejía.
De los herejes decía que eran aún peores que los cismáticos,
porque los segundos se limitaban a cometer un error mientras que
los primeros persistían en su error y trataban de arrastrar
a otros fieles.
Por ello, aconsejaba
con vehemencia al Papa Eugenio III que corrigiera al cismático
y reconviniese al hereje para evitar que contagiara a otros su pensamiento,
en caso de no poder devolverlo a lo que la Iglesia entendía
que era el camino recto, en otras palabras: San Bernardo predicaba
la conversión de herejes mediante la persuasión de
la palabra..
San Bernardo
acudirá a predicar en el Languedoc y en Colonia donde la
herejía comenzaba a extenderse, criticando la situación
en pecado de quienes vivían con mujeres sin casarse, al hecho
de que se consideraran ciertos alimentos como impuros o a quienes
pretendían eliminar la institución del matrimonio,
la procreación de hijos, valores todos ellos abrazados por
los cátaros y condenados por la Iglesia.
Bernardo fue,
además requerido para hacer frente a la herejía de
Arnaldo de Brescia entre 1142 y 1146. Este hombre incitaba a la
revuelta en Francia, Suiza y la Península Itálica.
Bernardo, por su parte, escribe numerosas epístolas al emperador
Conrado III y a otros miembros de la Iglesia exhortándolos
a oponerse a Arnaldo y a aceptar la autoridad pontificia.
Una
vida intensa
A su muerte
San Bernardo dejó escritos un total de 345 sermones y 533
cartas además de trece tratados y otras composiciones y tratados
breves que le han sido atribuidos con mayor o menor fundamento.
A la altura de 1679, la obra de San Bernardo, sobre todo sus sermones
y cartas, fueron traducidos y leídos más frecuentemente
a lo largo de toda la Edad Media que cualquier otra obra de los
Padres de la Iglesia.
Han trascendido
concepciones teológicas de San Bernardo tan cruciales para
la doctrina cristiana como la fórmula a emplear por el sacerdote
a la hora de administrar el bautismo o el posicionamiento sobre
el eterno descanso de las almas de los santos antes y después
del Juicio Final. Dignos de mención son, también,
los himnos de San Bernardo que la crítica actual ha atribuido
al abad de Claraval, a excepción del himno del Santo Nombre
y el Himno a San Malaquías, ambos de dudosa procedencia.
Son composiciones en verso, rimadas y escritas en lengua latina,
aunque la métrica es variable. En total son quince y según
han afirmado varios estudiosos, su contenido hunde sus raíces
en la sabiduría popular.
La influencia
de San Bernardo de Claraval en su orden, es hoy en día
incuestionable. Dicha influencia ha sido reconocida incluso en el
arte cisterciense. El código moral del Císter es,
al fin y al cabo, el del abad de Claraval e incide en el perfeccionamiento
del ser humano a través de la introspección. De este
modo, el individuo va alcanzando sucesivos grados de perfeccionamiento
en su elevación continua del espíritu.
Los edificios
cistercienses, de igual manera, señalará George Duby,
se levantan en zonas de maleza, la cual rodea la parte baja del
edificio, envolviéndolo y protegiéndolo. El edificio
emana de esa maleza, se eleva por encima de ella sin poder disociarse
de la misma, sin poder dejar de ser parte de esa vegetación.
Metáfora de gran simbolismo la que nos ofrece Duby y que
demuestra cómo el en su día pujante arte cisterciense
rinde tributo al mensaje de la predicación de la figura más
representativa de la Orden del Císter.
Los
logros y la influencia de San Bernardo en la Edad Media
La brillante
oratoria de San Bernardo fue una de los principales instrumentos
empleados al lo largo de su vida para alcanzar sus objetivos. Le
llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melifluo).
Por ello y
sin duda, San Bernardo de Claraval fue uno de los grandes protagonistas
de la Europa del siglo XII y principal figura en el desarrollo de
la Orden del Císter en toda Europa. A lo largo de su larga
e intensa vida fue capaz de llevar la Orden del Císter a
su máxima expansión, con un total de 343 monasterios
fundados en toda Europa.
Como consecuencia
de la imparable actividad de San Bernardo, los monjes cistercienses
relevaron a los cluniacenses en la influencia sobre la sociedad
y la Iglesia del siglo XII,
ocupando sus más altos cargos y dignidades y ejerciendo su
influencia sobre el poder civil.
San Bernardo de Claraval luchó
a favor de la pureza de la fe en su pobreza y ortodoxia.
Predicó la segunda Cruzada (1146), reconociendo
a la Orden del Temple como realización del ideal del monje-soldado.
En el campo religioso impulsó la devoción
mariana de una forma sobresaliente. No es que con anterioridad a
San Bernardo la Virgen María tuviese un papel secundario
en el Cristianismo católico. Ya en el Concilio de Éfeso
en el lejano año de 431 se la reconoció como Madre
de Dios.
Pero San Bernardo de Claraval, como ya lo habían
hecho en el cristianismo oriental, incide especialmente en la amorosa
intercesión de la Virgen como abogada constante, fiel y poderosa
de los hombres antes su Hijo.
Aunque, como veremos a continuación, el
arte cisterciense tiende a ser anicónico, la mayoría
de los historiadores del arte ven la influencia de San Bernardo
en el protagonismo mariano que se desarrollará en el gótico
décadas más tarde (aunque se suele indicar menos,
por la ignorancia habitual que se tiene del mundo cristiano oriental,
dicho protagonismo de la Virgen en la escultura gótica también
es fruto de la creciente influencia bizantina en nuestro arte a
través de Italia).
Bernardo
de Claraval y el arte
San Bernardo de Claraval no especificó
un modelo arquitectónico para el reparto de dependencias
de sus monasterios. Se siguió el que era habitual hasta la
fecha en el ámbito benedictino desde tiempos carolingios:
un claustro cuadrangular alrdedor del cual se construían
la iglesia y las dependencias para la actividad cotidiana de los
monjes: sala capitular, locutorio, scriptorium, cocina, refectorio,
dormitorio, etc. Si bien al convivir los monjes con los legos o
ayudantes, debió organizarse toda una panda del claustro
para ellos y el almacén que gestionaban. No obstante, esta
relativa continuidad fue perfeccionada hasta límites asombrosos.
La capacidad organizativa de los cistercienses, basada en una gran
lógica racional, generó unos cenobios donde todo estaba
planificado hasta el último detalle.
En el campo
plástico, es sabido que San Bernardo promovió una
vuelta a las tendencias iconoclastas del pasado, eliminando la escultura
monumental historiada en capiteles, tímpanos y canecillos
de sus monasterios, así como la pintura mural y los adornos
interiores. También prohibió la construcción
de torres por considerarlas ostentosas.
Esta renuncia
se basaba en dos ideas: por un lado concebía el ornato superficial
como una ostentación que emanaba de la vanidad del hombre.
Renunciando a ella, al monje se le ayudaba a buscar lo esencial
de la vida religiosa.
La segunda
causa es que lo ornamental tendería a distraer a los monjes
de sus tareas regulares fundamentales: la oración y el trabajo.
Pero no hay
que confundir austeridad con pobreza o imperfección. En el
monasterio se daba culto permanente a Dios y por ello debía
estar bien construido (volvemos a resaltar el ideal de San Bernardo
que podemos resumir en su "amor por las cosas bien hechas")
Los monasterios
cistercienses fueron de gran monumentalidad. Los templos de los
cenobios masculinos disponían de tres naves y varios ábsides,
plenamente abovedados en piedra. La fábrica era de sillería
y las dependencias monacales muy completas y de una perfección
acorde a la del propio templo.
Sin embargo,
los motivos ornamentales de estos complejos y especialmente los
iconográficos fueron prohibidos, pues -como ya hemos indicado-
el monasterio ideal de San Bernardo pasaba por conducir al monje
a la oración y la lectura de las Sagradas Escrituras y no
a la distracción y contemplación de lo mundano.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
José Joaquín Pi Yagüe)