Guía
de la Ermita de Santa María del Campo, en Navascués,
Navarra
Introducción
La pequeña localidad de Navascués (unos
150 habitantes) se sitúa en el extremo más oriental
de la Comunidad Foral de Navarra, a unos 65 kilómetros
de Pamplona y prácticamente lindante con la ya aragonesa
Comarca de las Cinco Villas.
Se accede a Navascués una vez superadas las
espectaculares "Foces" de Lumbier y Arbayún,
entrada natural desde la Navarra Media a los preciosos valles
prepirenaicos de Roncal y Salazar, dos de las zonas más
remotas y aisladas del territorio navarro.
Más allá de la singularidad de la construcción
en la que nos detendremos a continuación, lo primero que
llama la atención de la hoy ermita de Santa María
del Campo de Navascués es su situación, aislada
y solitaria a pie de carretera en una preciosa y siempre verde
llanura.
La ausencia total de fuentes documentales no hace sino acrecentar
aún más el misterio que envuelve a esta construcción,
sobre cuyo origen y función se han vertido diferentes teorías:
desde un posible germen monástico, a una capilla funeraria
de carácter privado pasando por una "iglesia-faro"
para orientar a caminantes y viajeros dada su situación
a la entrada misma del valle de Salazar.
Parece bastante más verosímil la teoría
que apunta a la hoy ermita como la antigua parroquia o al menos
oratorio de una minúscula aldea desaparecida en 1185 cuando
el monarca Sancho VI el Sabio extendió un ventajoso fuero
con el fin de aglutinar a pobladores de aldeas y caseríos
dispersos en torno a la ladera donde se levanta hoy el actual
casco urbano de Navascués, entonces llamado "Sengués",
que contaba con una fortaleza hoy desaparecida y una iglesia (muy
reformada en época bajomedieval) bajo la advocación
de San Cristóbal.
Y es que aún hoy Navascués presume
de ser el último testimonio de un modelo de administración
territorial que rigió el Reino de Navarra en época
medieval en base a "Almiradíos": una especie
de régimen feudal o concejil bastante sui-géneris
en que el almirante administraba el territorio como delegado directo
de la Corona.
Sea como fuere, el caso es que la hoy ermita de Santa
María del Campo luce solitaria, impoluta y fotogénica
como pocas, sin obstáculo visual alguno que entorpezca
su panorámica alrededor. Actualmente es propiedad del Gobierno
de Navarra (cedida en usufructo a los vecinos de la localidad),
y fue perfectamente restaurada en 1988 gracias a la Institución
Príncipe de Viana.
Exterior
Lo primero que llama la atención al visitante
que llega a la ermita de Santa María del Campo es su esbeltísima
silueta, desmontando ya de primeras ese falso tópico que
tiende a etiquetar el románico como un estilo "oscuro,
horizontal y achaparrado" en injusta contraposición
al gótico.
Y es que sumando la altura de la torre, la iglesia alcanza los
16 metros, los mismos que la longitud de la nave, por lo que se
puede decir que se trata de una iglesia "tan alta como larga",
lo que es una peculiaridad en sí misma.
Más allá de este rasgo definitorio,
la construcción fue aparejada en sillares de tonalidad
oscura a excepción de en vanos, ángulos, contrafuertes
y canecillos, para los que se empleó un tipo de piedra
más clara y blanda, creándose un efecto bícromo
de lo más visual dentro de su homogeneidad.
Nave y cabecera
Cuenta con una sola nave longitudinal de dos tramos
y tejado a dos aguas, erigiéndose sobre el segundo tramo
de la misma la citada torre campanario. A continuación,
tras un tramo recto o anteábside bastante desarrollado
y marcado por el único contrafuerte de todo el conjunto,
un ábside semicircular cubierto con bóveda de horno
ligeramente apuntada canónicamente orientado y abierto
en el eje axial con un sencillo ventanal.
Otros dos ventanales de similares características
se abren a cada lado del tramo recto, completándose la
iluminación interna con un cuarto ventanal en el segundo
tramo de la nave bajo la torre y una quinta más sencilla
aún en el imafronte occidental.
Torre campanario
La torre, de sección prismática se
eleva en dos cuerpos, abriéndose en tres de sus caras bonitos
ventanales geminados restaurados.
Puerta
La puerta de acceso orientada al sur se abre en el
último tramo de la nave, desplegado bajo una chambrana
ajedrezada una doble rosca de medio punto decoradas ambas con
tacos de diferente tamaño y que descansan directamente
sobre cimacios que rematan las jambas.
En el centro del tímpano, un crismón
de los llamados trinitarios que es muy posible que quedase resaltado
a través de elementos pictóricos desaparecidos.
Canecillos
Toda esa aparente y deliberada sobriedad tanto arquitectónica
como escultórica que caracteriza a la ermita de Santa María
del Campo contrasta con las cornisas de tramos rectos presbiteriales
y tambor absidial, donde la entrada de un segundo taller muy vinculado
al Monasterio de Leyre dotó a la construcción de
una interesantísima colección de hasta una treintena
de canecillos figurados: diecisiete en el tambor propiamente dicho
y siete en cada tramo recto.
En el tramo recto meridional reconocemos dos leones
de extremidades desproporcionadas más un tercero boca abajo,
una cabeza monstruosa, un ave zancuda cuyo plumaje recuerda a
otra ubicada en la Puerta Speciosa de Leyre y un exhibicionista
que se lleva las manos al cuello.
En su equivalente septentrional más cabezas
monstruosas (una de ellas antropófaga), otro exhibicionista
bastante explícito, un bóvido y quizás uno
de los más conocidos con un hombre abrazándose a
un pez labrado de enorme naturalismo.
Por último, en el tambor absidial, la mayoría
de canes son de tipo zoomorfo (aves solitarias o emparejadas,
un ciervo, otro león, una arpía), apareciendo también
alguna cabeza monstruosa, un personaje en oración y otro
muy característico con un centauro sagitario con su arco.
Interior
Si ya desde el exterior la ermita de Navascués
nos llama la atención por su esbeltez, esa sensación
se acrecienta aún más al interior, donde su escasa
anchura (apenas cuatro metros) contrasta con la desproporcionada
altura de las bóvedas de cañón apuntado elevadas
a prácticamente ocho metros, todo ello sin refuerzo exterior
en forma de contrafuertes e interior de fajones.
Como al exterior, también se recreó
en el espacio interno un muy efectivo juego de bicromía
a través del material, contrastando el aparejo de tonalidad
gris veteada con el tono acanelado de vanos, soportes y capiteles.
La escultura es sumamente sencilla, nada que ver
con ese segundo taller mucho más virtuoso que labró
los canecillos del exterior. Se limita a sencillas decoraciones
incisas en los capiteles de las columnas del arco triunfal y de
las arquerías de los dos muros del presbiterio.
De igual modo, en el primer tramo de la nave, el
que se encuentra bajo el campanario, también se construyeron
arcos murales, en esta ocasión sobre pilastras. Su ubicación
ha dado que hablar, ya que este tipo de arquerías suele
ser más habitual verlas resaltando el muro del hemiciclo
absidial, como en la ermita de Cataláin, o en el presbiterio
y no tanto en la nave.
Para algunos estudiosos, estas arquerías,
casi edículos, pudieron tener una función de enterramiento
(arcosolios), reforzando así la teoría del origen
funerario que pudo tener la construcción. Otros sin embargo
lo ponen en relación con prácticas litúrgicas.
Más probablemente -dada su poca profundidad- se trata de
arcos de descarga del engrosamiento del tramo de los muros que
se adoptó cuando tardíamente se decidió construir
el campanario justo encima.
Sea como fuera, llama la atención el hecho
de que una construcción con semejante altura, sin contrafuertes
en la nave y además abovedada se permita, a pesar del notable
grosor de sus muros, esa licencia de aligerar aún más
los paramentos de sustento, por lo que parece difícil no
pensar en que sí pudieran haber tenido una función
concreta a día de hoy difícil de contrastar.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)