Ermita
de Santa María de la Piscina
Introducción
La
Ermita de Santa María de la Piscina se encuentra en
La Rioja y pertenece en la actualidad al término municipal
de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), aunque se encuentra
alejada unos tres o cuatro kilómetros de dicha localidad.
También se distancia en un kilómetro
de la localidad de Peciña, y en unos tres de Ábalos.
Para llegar
a la iglesia de Santa María de la Piscina hay que abandonar
San Vicente de la Sonsierra y tomar la carretera en dirección
a Logroño. Pronto hay una desviación bien señalizada
que indica la aldea de Peciña y la ermita de la que hablamos.
Se encuentra situada en un paraje privilegiado, en
pleno valle del Ebro, sobre una pequeña colina rodeada de
viñedos, lo que realza las formas del edificio. Debido a
su singular importancia histórica, el 4 de junio de 1931
fue declarada Bien de Interés Cultural.
Se trata de un ejemplo excepcional dentro del panorama
arquitectónico del románico riojano, debido a su buen
estado de conservación, motivado por su aislamiento durante
gran parte de su historia. Aunque es de pequeño tamaño,
sus proporciones denotan cómo estas pequeñas iglesias
del románico pleno (antes de su popularización a finales
del siglo XII y XIII) siempre buscaban la verticalidad.
Por
tanto, el encanto del edificio se centra en lo sólido y homogéneo
de su fábrica, las proporciones armoniosas y el bello lugar
en que se encuentra, aislada de otras edificaciones y sólo
acompañada de campos de labor (entre las que encontramos
numerosas vides).
Historia
La construcción
de este templo está bien documentada porque se sabe que El
Infante don Ramiro Sánchez, nieto del rey Don García
de Nájera participó en la primera Cruzada y tras su
regreso dispuso en su testamento la creación de la Divisa y Casa
Real de la Piscina, junto a un templo consagrado a la Virgen María.
Según este testamento, la ermita debería
de ser una reproducción de la Piscina de Bethesda de Jerusalén,
que el infante había conocido cuando participó en
la primera cruzada y en donde, según la tradición,
había encontrado un trozo de la Vera Cruz. Junto al edificio
se construiría una Casa para la Divisa Real de la Piscina,
una Orden de carácter militar, que acogiera a sus descendientes.
El testamento fue leído en 1110, y ese mismo año el
abad Pedro Virila encargó la construcción del templo
con la advocación de Santa María de la Piscina, que fue realizado
con gran rapidez, pues en 1137 Sancho de Funes, obispo de Calahorra,
realizaba su consagración, lo que indica que en esa fecha,
al menos su cabecera ya estaba terminada.
La aldea, cuyo nombre deriva de Piscina, se encontraba
junto a la iglesia, pero se despobló en el siglo XIV y cuando
fue reconstruido, a finales del siglo XV, se trasladó unos
metros del pueblo original.
El edificio románico
El edificio está construido con sillería,
y presenta una estructura de una sola nave, con un presbiterio un
poco más estrecho y de menor altura, que finaliza en un ábside
semicircular. En la fachada septentrional hay una nave adosada,
de menor tamaño.
Por lo que parece,
el templo se construyó en tres fases entre los siglos XII
y XIII.
La
primera, de mitad del siglo XII corresponde a la cabecera, A finales
del siglo XII se construyó la nave original y ya en el XIII
se añadiría la nave o cámara septentrional
más la pequeña torre del hastial occidental, que a
pesar de esta fecha tan tardía muestra una factura coherente
con el resto del edificio.
Exterior
El edificio consta de cuatro portadas de acceso, aunque
sólo una, la principal, comunica directamente con la nave,
ya que las otras tres permiten el acceso a la crujía adjunta.
Fachada meridional
La fachada sur se articula mediante cuatro contrafuertes
rematados con decoración de parejas de flores de ocho pétalos. La
mayoría de los canecillos que soportan el alero están
reconstruidos pero quedan dos originales figurados: uno muestra
un extraño cuadrúpedo que agarra con sus patas un
baquetón y el otro una bailarina descabezada. Entre los canecillos
aparecen los mismos florones octopétalos de los contrafuertes.
Se
accede al interior por esta fachada meridional donde se abre una
sencilla pero elegante portada de tres arquivoltas de medio punto
muy abocinadas que apoyan en jambas sin columnas. Estas arquivoltas
combinan sencillas superficies de boceles y escocias decoradas con
semiesferas y capullos florales. Las impostas presentan un ancho
taqueado y rebasan el arimez de la puerta para extenderse por todo
el cuerpo de la nave. Bajo las arquivoltas hay un pequeño
tímpano completamente liso que seguramente dispondría
de alguna escena pintada, actualmente perdida.
Sobre la portada se encuentra un escudo de gran tamaño,
colocado a mediados del siglo XVI, que muestra el emblema de la
Divisa, y que constituye una de las pocas alteraciones que ha sufrido
el edificio. En realidad este blasón es una reproducción
del original, colocado en el año 1975, pues el original estaba
muy deteriorado. Este relieve rompe con la armonía de la
fachada, pues interrumpe una cornisa sostenida por ménsulas
con decoración figurativa, que se situaba sobre la portada.
En el lado oriental de esta fachada hay una pequeña
ventana en forma de aspillera, con un arco de medio punto, y una
amplia dovela lisa, y con decoración de ajedrezado en el
extremo superior. En el presbiterio se abre otra pequeña
ventana, también en forma de aspillera, rodeada por
arquivoltas estructuradas con baquetones y escocias con bolas más
chambrana ajedrezada, que apoya sobre dos pequeñas
columnas.
Ábside
El ábside es de planta semicircular, y en él
se abre un solo vano, en el centro, con una decoración similar
a la ventana del muro sur del presbiterio. Los capiteles de las
columnillas son vegetales con sencillas pero elegantes hojas y y
volutas.
Todo el perímetro se rodea por un zócalo
corrido, y la horizontalidad se marca con una línea de imposta
que continúa la franja de ajedrezado que hay en el muro meridional.
En la cornisa todavía pueden verse algunos restos
de algunos canecillos que han sobrevivido. En uno se muestra a un
animal felino con la cabeza girada al espectador y las fauces abiertas.
Otro presenta una escena claramente sexual.
Nave norte
En el lado septentrional se encuentra la pequeña
nave adosada al lienzo de la ermita, que es el único resto
existente de la Casa de la Divisa Real construida junto al edificio.
Es una crujía muy sencilla, que en el exterior no presenta
ninguna decoración. Tan sólo hay un muro liso, articulado
por medio de contrafuertes, con tres accesos muy sencillos, uno
situado en el este, junto al testero, el otro en el centro del lienzo,
y el tercero a los pies de la iglesia. Ninguna de estas portadas
presenta decoración. Dos estrechas ventanas, en forma de
saetera, permiten filtrar la luz al interior del edificio.
Muro occidental o de los pies y la torre campanario
El muro de los pies también es liso, con dos
pequeños contrafuertes a los lados, y, a excepción
del acceso de la crujía, no tiene ningún vano de acceso.
A media altura pueden verse algunos restos de los mechinales
de la Casa de la Divisa, que se mantuvo en pie hasta el siglo XIX.
Por encima hay una ventana de saetera, con una gran dovelaje en
forma de arco de medio punto, recorrida en el exterior por una franja
de ajedrezado, que finaliza en una línea de imposta que dota
a la fachada de un carácter horizontal.
Por encima se levanta la torre campanario, que se sitúa
sobre el primer tramo de la bóveda, a los pies del edificio.
Se trata de una pequeña construcción de planta cuadrada,
que apenas sobresale en altura, y que se encuentra horadada por
los cuatro costados en la parte superior por medio de arcos de medio
punto.
El interior
El interior del edificio sorprende por su sobriedad
decorativa, la pureza de sus líneas, y la poca iluminación,
que crea una atmósfera que invita al recogimiento. Los contrafuertes
exteriores soportan los empujes de la gran bóveda de cañón
que recorre toda la nave. Ésta se divide en cuatro tramos
de desigual tamaño, separados por arcos fajones que apoyan
sobre capiteles historiados y con decoración vegetal, bajo
los cuáles hay medias columnas adosadas a pilares que coinciden
con los contrafuertes del exterior.
Destaca el capitel del primer tramo del muro septentrional,
donde se pueden ver unos cautivos encadenados, que seguramente representen
los prisioneros de la primera cruzada, y que están esculpidos
con gran virtuosismo. Sobre los capiteles hay una línea de
imposta, y a media altura hay otra. Ambas recorren todo el perímetro
de la nave. La inferior presenta una decoración de puntas
de clavo, mientras que la superior es completamente lisa.
El presbiterio también se encuentra cubierto
con una bóveda de cañón, mientras que en el
testero hay una bóveda de horno. En la cabecera pueden verse
dos líneas de imposta, pero a diferente altura y con una
decoración distinta a las de la nave, lo que ha llevado a
pensar que la construcción se realizó en diferentes
fases constructivas, separadas en el tiempo, y bajo la dirección
de dos maestros distintos. En la cabecera la decoración de
la línea de impostas inferior tiene decoración de
lazo, y la superior el característico ajedrezado que ya hemos
visto en el exterior. La ventana del ábside y la del presbiterio
se enmarcan por dos pequeñas columnas, con dos arquivoltas
labradas, siguiendo el mismo modelo decorativo del exterior: la
franja superior con ajedrezado y la inferior con decoración
de bolas. En esta parte de la iglesia todavía pueden verse
algunos restos de policromía, aunque son demasiado escasos
como para identificar alguna escena concreta.
La crujía adosada al lienzo septentrional se
comunica con el resto de la iglesia mediante una pequeña
portada con un vano en forma de arco de medio punto, enmarcado por
dos pilastras con sus correspondientes arquivoltas, sin decoración.
Esta nave se cubre con una bóveda de cuarto de cañón.
Se trata de un espacio un tanto oscuro, debido a que sólo
cuenta con tres ventanas saeteras, que apenas permiten filtrar la
luz exterior. No se tiene certeza de la función que pudo
desempeñar este espacio, se ha aventurado con la posibilidad
de que fuese una sala de juntas, aunque otros autores han defendido
que simplemente se trataba de un espacio defensivo, y también
existe la posibilidad de que fuese una capilla relicario destinada
a albergar el trozo de la Vera Cruz que el infante Ramiro había
encontrado en la Piscina de Bethesda.
El yacimiento arqueológico
La Casa de la Real Divisa de la Piscina estuvo en funcionamiento
hasta mediados del siglo XVIII, cuando el edificio fue abandonado,
y, ya sin uso, poco a poco cayó en la ruina. Entre los años
1974 y 1975 se realizó una campaña de restauración
de la ermita, que era lo único que había sobrevivido,
y que se encontraba en un estado de deterioro muy avanzado. En esta
intervención se intervino las bóvedas, se reprodujeron
algunos capiteles que se habían perdido y se rehizo el gran
escudo de la Divisa situado en el costado meridional, que prácticamente
había desaparecido por completo.
Durante estas obras se descubrió, por casualidad,
un yacimiento arqueológico en el costado oriental de la colina
sobre la que se asienta la ermita, y un pequeño poblado situado
al sur del edificio, de época altomedieval. Al año
siguiente, en 1976, se inició una primera campaña
arqueológica, a la que siguieron otras dos, que sacó
a la luz una necrópolis en la ladera de la colina, con 53
tumbas y varios restos óseos, todas del siglo X, aunque seguramente
hubiese algunas más, que se destruyeron de forma involuntaria
en las obras de restauración de la ermita. Junto a las mismas
aparecieron restos de lajas, del siglo XII, y también los
fragmentos de dos sarcófagos exentos realizados en torno
a los siglos XIII y XIV. Las sepulturas más antiguas, de
forma antropomorfa, son un poco anterior a la época de la
fundación de la iglesia, lo que evidencia un núcleo
de población anterior a la construcción del edificio.
Estas
sepulturas medievales tienen el hueco para la cabeza orientada hacia
el oeste, como era habitual. Esta orientación se debe a que
a los fallecidos quedaban a la espera del momento del retorno de
Cristo en el Juicio Final y la Resurrección, que se produciría
desde el este, por lo que se podría contemplar este momento
en dicha disposición.
Entre los sepulcros se descubrieron también
dos grandes cisternas, destinadas a la reserva de agua de la población.
A unos 80 metros de la portada de acceso a la ermita,
se descubrió en estos mismos años un pequeño
poblado y restos de algunas fortificaciones, también anteriores
a la construcción de la ermita.
El dolmen de la Cascaja
Aunque no forme parte del conjunto de la ermita de
Santa María de la Piscina, el visitante que acuda hasta aquí
hará bien en acercarse también a ver el singular dolmen
de la Cascaja, situado a unos 500 metros del edificio medieval.
Este monumento nos recuerda que ya desde tiempos prehistóricos
la zona se encontraba ocupada. Se trata de una estructura con una
pequeña cámara realizada mediante losas de piedra
arenisca sobre la que se sitúa una pequeña laja que
cierra el espacio. Se descubrió a mediados del siglo XX,
y en su interior se hallaron algunos restos óseos de diferentes
animales así como algunos fragmentos de cerámica y
una punta de flecha.
Autores del texto del artículo:
Víctor López Lorente y David de la Garma