Ermita
de la Vera Cruz de Maderuelo (Segovia)
Introducción
a la villa de Maderuelo
Maderuelo
es una población de origen antiquísimo y de dilatada
historia. Inicialmente repoblada por Fernán González
en el siglo X, se sabe que llegó a tener hasta diez parroquias
en el siglo XIII, cuando se constituyó como poderosa cabeza
de Comunidad de Villa y Tierra.

Este
esplendor inicial pronto dejó paso a una importante recesión
demográfica a finales del siglo XIII y todo el XIV, como
otras tantas tierras segovianas, con motivo del esfuerzo repoblador
que ahora se centra en la Castilla del sur del Tajo y Andalucía,
despoblándose los arrabales situados en los valles aledaños.
De
su espléndido recorrer histórico ha quedado una población
amurallada, de intenso sabor medieval, declarada conjunto histórico
hace unos años además de las iglesia románicas
de San Miguel y Santa María -aunque muy alteradas y reconstruidas-
un singular conjunto de viviendas románicas y por su puesto,
su buque insignia, que no es otro que la Ermita de la Vera Cruz.

Ermita
de la Vera Cruz
La
Ermita de la Vera Cruz de Maderuelo fue declarada Monumento Histórico
Artístico en 1924 por las magníficas pinturas románicas
de su cabecera, que se trasladaron al Museo del Prado cuando en
1947 se construye el pantano de Linares.

La
ermita es de reducidas dimensiones y estructura muy sencilla: una
pequeña nave terminada en testero recto con arco triunfal
de medio punto; todo elaborado en calicanto con algunas partes de
sillería. Tiene canecillos y artesonado de madera.

Las
pinturas
Como
ya hemos citado, en la Vera Cruz se encontraba uno de los conjuntos
pictóricos románicos más importantes de toda
España. La mayor parte de las bóvedas y los muros
de la cabecera estaban cubiertos.

Aunque
los frescos originales ya no se encuentran aquí, recientemente
se han llevado a cabo unas magníficas réplicas en
los pies del templo, para conservar la impronta de las primitivas
del ábside. A continuación, vamos a describirlas como
si fueran las originales, paso a paso.

Muro
del ábside
En
la parte superior semicircular se pintó una gran cruz en
cuyo centro aparece un Agnus Dei (Cordero de Dios) rodeado por dos
circunferencias concéntricas. A ambos lados, tenemos sendos
ángeles realizando un escorzo para poder sujetar la citada
figura del Cordero.
En
los extremos aparecen las siluetas de dos personajes realizando
una genuflexión y mirando al Agnus Dei. Se trataría
de Abel y Melquisedec.
En
el derrame interior del pequeño ventanal central está
pintada una paloma, que simboliza al Espíritu Santo. Es clara
la intención del pintor de asociar a la tercera persona de
la Trinidad con la luz que entra por el vano.
En
el friso inferior tenemos dos escenas cristológicas. A la
derecha del espectador se encuentra la Virgen María, cuyo
cuerpo y el Niño Jesús se han perdido completamente,
aunque se ha conservado su amable rostro. María esta sentada
frontalmente como Sedes Sapientiae y recibe a uno de los Magos que
se arrodilla mientras entrega su ofrenda.
A la izquierda vemos a María Magdalena enjugando los pies
de Cristo con su cabello.

Bóveda
de medio cañón de la cabecera
La Ermita de
la Vera Cruz no tiene ábside semicircular ni, por lo tanto,
bóveda de cuarto de esfera, que es el lugar elegido habitual
para ubicar al Maiestas Domini. Por esta causa, el pintor del siglo
XII que se ocupó del programa pictórico ubicó
la figura monumental de Cristo en Majestad en la bóveda de
medio cañón del ábside. En nuestro caso, la
silueta de Jesús bendicente ocupa casi completamente la superficie
de la citada bóveda, estando inscrito -como es preceptivo-
en una mandorla mística y rodeado por el correspondiente
Tetramorfos.

Muro de cierre
de la cabecera
En este muro
vertical aparecen las pinturas más emblemáticas y
conocidas de la Vera Cruz: la creación de Adán y el
pecado original. En la primera escena, tanto Dios como el propio
Adán aparecen en una postura casi de genuflexión,
posiblemente para amoldarse al poco espacio disponible. Ambos parecen
flotar en el espacio, no sólo por la carencia habitual de
perspectiva de la pintura románica, sino por la ausencia
de referencias espaciales del suelo o de otros objetos cercanos.

Uno
de los aspectos más apreciables de esta pintura es la desnudez
completa (salvo los genitales) en que se halla el primer hombre.
El pintor, lejos de intentar una fisonomía naturalista, resuelve
el cuerpo desnudo de Adán con líneas negras y rojas
de contorno que parecen "despiezar" su cuerpo en partes
convencionales: pies, piernas, glúteos, brazos, antebrazos,
abdomen, etc.

Inmediatamente
a la derecha se nos muestra el pecado original. Adán y Eva
se encuentran flanqueando el árbol prohibido en el que se
enreda la serpiente que lo ofrece su fruto a Eva. Adán, según
el convencionalismo iconográfico medieval, se agarra su garganta
con la mano derecha para denotar la maldad del bocado que acaba
de ingerir. Ambos aparecen tapando sus sexos con grandes hojas de
parra, puesto que, como dice el Génesis, al cometer el pecado
caen en la cuenta de su desnudez y sienten vergüenza por ella.
Como es apreciable,
el carácter sintético del románico permite
narrar en una sola imagen episodios que se desarrollan en momentos
sucesivos sin que ello afecte a la expresividad y carácter
narrativo y didáctico que se pretende.
Por último, añadiremos que junto a las dos figuras
de Adán se halla el texto "ATM" que algunos interpretan
con el acróstico "Adam Traxit Morte" (Adán
arrastró a la muerte) y junto a Eva ATEV que significaría
"Adam Tradidit Evae Vitam" (Adán entregó
la vida a Eva).
Partes medias
y bajas de los muros laterales
En los muros
laterales se dispone el Colegio Apostólico con sus miembros
dispuestos frontalmente, de una manera muy próxima a la iconografía
bizantina, entre columnas y estructuras arquitectónicas como
torres y murallas almenadas que, sin duda, nos remiten a la Jerusalén
Celeste.

Filiación
y Estilo
La relación
entre las pinturas de la Vera Cruz de Maderuelo y las sorianas de
San Baudelio de Berlanga son notorias. Se cree que pudieran haber
sido realizadas por un mismo taller en la tercera década
del siglo XII. Más lejana, aunque también evidente,
es el nexo de estos frescos con los de Santa María de Taüll
en Lleida. Por tanto hay que afiliar estas pinturas segovianas a
la corriente Italo-bizantina que penetra en España por Cataluña
y Aragón. Tenemos aquí la relación del románico
segoviano con el aragonés, debido a la importancia que Alfonso
I el Batallador, rey de Aragón y esposo de Doña Urraca,
otorgó a estos territorios de su jurisdicción.
En cuanto al
estilo, no hay que insistir en la belleza y monumentalidad de estos
frescos, a pesar del modesto tamaño de su marco arquitectónico.
Los colores intensos y contrastados, las líneas firmes y
pronunciadas así como la solemnidad de las figuras, que dramatizan
algunos de los motivos más transcendentes del Cristianismo,
crean una intensa comunicación espiritual con el visitante.
Mucho se ha
hablado del proverbial hieratismo de sus figuras, pero tal característica
habría que aplicársela principalmente al colegio apostólico
de los muros laterales y al Cristo en Majestad. Por el contrario,
en los episodios narrados del Antiguo y Nuevo Testamento apreciamos
la intención del pintor/es de dotar de dinamismo -bastante
artificioso, eso sí- a los personajes.
