Ermita
de San Esteban de Viguera, La Rioja
Introducción
A unos veinte kilómetros al sur de Logroño,
la población de Viguera se sitúa en plena comarca
riojana de Tierra de Cameros, dentro del escarpado valle que a su
paso por ella traza el río Iregua.

Muy cerca de la carretera principal del valle, a un
par de kilómetros del casco urbano de Viguera y acomodada
al abrigo de un espectacular y sobresaliente farallón rocoso
se ubica la ermita de San Esteban, siendo accesible a través
de un empinado sendero balizado de unos 500 metros que parte de
la llamada Venta la Paula, justo entre el caserío de Castañares
de las Cuevas y el túnel de Islallana.

Además
de por su indiscutible valor histórico, artístico
y arqueológico; la ermita de San Esteban de Viguera de una
de las construcciones de mayor encanto y misterio del altomedievo
riojano tanto por la sorpresa que suponen sus personalísimas
pinturas murales ocultas en tan humilde edificación, como,
sobre todo, por lo espectacular de su emplazamiento.
Breve aproximación histórica
Bajo la denominación de Baqira, la fortaleza
de Viguera aparece citada desde los siglos VIII y IX en diversas
crónicas árabes como plaza estratégica en disputa
entre cristianos y musulmanes, siendo junto a Nájera uno
de los últimos bastiones riojanos en caer definitivamente
en manos de los reinos cristianos peninsulares hacia el año
923.
Tras su reconquista, el rey de Pamplona García
Sánchez I cedería el territorio a su segundo hijo
Ramiro Garcés, estableciéndose durante varias décadas
el llamado Reino de Viguera, que acabaría definitivamente
integrado en la Corona de Navarra.
Sobre la actual ermita de San Esteban no se ha conservado
documento fehaciente alguno, existiendo quien la relaciona con una
donación del monarca Sancho II Abarca al monasterio de San
Millán en el año 992 ("Belasio abba Sancti Stephani
confirmans").

Por sus características y las de su entorno,
totalmente propicio para la existencia de establecimientos eremíticos
desde fecha muy temprana, hay quien se atreve a señalar el
origen del enclave durante los siglos de la monarquía visigoda,
siendo abandonado durante la dominación árabe y revitalizado
tras su reconquista en el siglo X.
Así pues, los orígenes de la construcción
actual se remontarían al siglo X, siendo sometida ya en la
duodécima centuria a una profunda reforma centrada en las
cubiertas y la cabecera.

La humilde construcción permaneció intacta
y en el más absoluto olvido durante siglos, hasta que en
la década de los cincuenta del siglo XX y cuando la ruina
era un hecho, fue redescubierto su valor y sometida a obras de restauración.

Mucho más recientemente han sido acometidas
nuevas intervenciones con el fin de adecentar el entorno y consolidar
lo que queda de sus valiosísimas pinturas murales.
La ermita de San Esteban de Viguera
Arquitectura
La inexistencia de testimonio documental alguno que
nos precise tanto el origen como la finalidad de San Esteban de
Viguera ha motivado que cualquier teoría acerca de ella deba
elaborarse en base a conjeturas.
Así pues, la mayoría de estudiosos coinciden
en identificarla como la iglesia de un antiguo establecimiento cenobítico
que aglutinaría a los diferentes eremitas asentados por las
numerosas cuevas y oquedades existentes en los farallones y riscos
que conforman el angosto y -en aquel entonces aislado- valle del
río Iregua.

Otros sin embargo, basándose en las pequeñas
dimensiones de la edificación, dudan de su origen monacal
y optan por relacionarla con un oratorio relacionado con un desaparecido
binomio castrense conformado por una fortaleza y su correspondiente
capilla.
Sea como sea, lo que actualmente apreciamos es una
pequeña construcción de origen prerrománico
de apenas ocho metros de largo por cuatro de anchura levantada mediante
un pobrísimo aparejo de irregular mampostería.
Costa de una sola nave ligeramente trapezoidal rematada
en un ábside semicircular con tres vanos en derrame y precedida
de un profundo tramo recto presbiterial.

Dicha planimetría responde a la reforma a la
que fue sometida en el siglo XII, en la cual, su primitiva cubierta
(presumiblemente de madera) fue sustituida por una de medio cañón;
y la cabecera original, de testero recto típicamente prerrománica,
fue recrecida y dotada de su actual apariencia exterior semicircular
aunque ligerísimamente tendente a la forma de herradura en
su espacio interno.
Al interior del templo es donde queda mucho más
patente la antigüedad de su origen, llamando poderosamente
la atención el modo en que se resuelve la transición
entre los dos ambientes principales como son la nave y la cabecera.

El arco triunfal, de escasa anchura como queriendo
remarcar la típica compartimentación prerrománica
entre el altar y la nave, se configura mediante un arco de medio
punto sobre sencillísimas jambas, quedando flanqueado a cada
uno de sus lados por sendos nichos también de medio punto
que, en cierto modo y en una versión enormemente rural, recuerdan
a los iconostasios visigodos anteriores a la implantación
de la liturgia romana.

Es precisamente sobre una de las impostas del arquillo
triunfal, concretamente en la del costado izquierdo, donde se han
conservado dos modestas inscripciones, una de ellas fechable entre
los siglos XII y XIII.
El acceso actual a la ermita se aborda mediante un
sencillo vano tardío practicado en el muro norte, sin embargo,
todo parece indicar que, originalmente, la puerta de acceso se abriría
en el hastial sur.
Además de lo espectacular de su emplazamiento,
buena parte de la personalidad, encanto y fotogenia actual de la
ermita de San Esteban de Viguera viene dada por su aspecto exterior,
el cual, al estar sus cubiertas desprovistas de tejas (innecesarias
al quedar protegida por el farallón rocoso bajo el que se
acomoda), le confieren una apariencia de lo más exótica
y llamativa.
Las pinturas murales
La ermita de San Esteban de Viguera encierra en su
interior una grata sorpresa en forma de una valiosísima colección
de pinturas románicas prácticamente únicas
en contextos geográficos riojanos.
Pese a su palpable deterioro como consecuencia del
estado de ruina en que se encontraba la ermita y de las décadas
de total desamparo al que estuvo expuesto desde su redescubrimiento,
el conjunto pictórico se encuentra en regular estado de conservación,
habiéndose perdido buena parte del programa y, por fortuna,
restaurado lo que quedaba gracias a la labor del Taller Diocesano
de Restauración de Santo Domingo de la Calzada a finales
del siglo XX.

Las pinturas, pese al arcaísmo de su aspecto,
han venido siendo datadas a finales del siglo XII, muy probablemente
coincidentes con la citada reforma en la que se abovedó el
templo y se sustituyó la primitiva cabecera plana por la
hoy existente semicircular.
Si por algo se caracterizan las pinturas murales de
Viguera es por su relación estilística con los beatos
mozárabes del cercano monasterio de San Martín de
Albelda (Códice Albeldense) o los del scriptorium de San
Millán de la Cogolla, que a buen seguro el autor de las pinturas
de San Esteban conocería perfectamente.

Este mozarabismo se refleja tanto en la manera de componer
las figuras a base de gruesos trazos lineales negros que luego son
coloreados, como sobre todo por el modo de estructurar las escenas
en franjas horizontales individualizadas cuyos fondos son resueltos
a base de llamativos cromatismos de tonalidades uniformes.
El programa iconográfico, en el que nos detendremos
a continuación, parece también plenamente influido
por los beatos mozárabes, siendo el tema de las visiones
apocalípticas el hilo conductor principal del conjunto.
Comenzado la lectura por el espacio cabecero, es de
suponer que en la bóveda presidía el programa en tan
destacado lugar la efigie del Maiestas Domini, lamentablemente perdida
tras encontrarse hundida la bóveda cuando, allá por
los años cincuenta del siglo XX, fue descubierta la ermita.

En el lienzo absidial norte se conservan sobre un brillante
fondo rojo cinco personajes tradicionalmente identificados como
los apóstoles, lo cual hace suponer que en su correspondiente
muro sur y hoy lamentablemente borrados, se situarían los
restantes hasta sumar doce.
A la misma altura aunque ya en lo que es el tambor
absidial, justo entre dos de las ventanas, se adivinan las piernas
de otros dos personajes imposibles de identificar pero en los que
llama la atención la posición de sus piernas, uno
con actitud de movimiento y otro que las cruza con mucha gracia.

Bastante perdidas se encuentran las pinturas que decoraban
el iconostasio que separa la nave de la cabecera, donde a excepción
de sendos ángeles turiferarios acomodados al intradós
del arco triunfal, el resto se limita a los trazos negros de los
contornos de las figuras.

Así, en el altarcillo lateral norte se aprecia
perfectamente un Agnus Dei o Cordero Místico según
la visión apocalíptica. Sobre el propio arco de ingreso
al presbiterio y prácticamente borrado se adivinan los brazos
de lo que parece ser una cruz, por lo que no es descabellado pensar
que en el lugar fuera representada la escena de la Crucifixión
del Señor.
También sobre el lienzo superior del iconostasio,
la izquierda de la supuesta Crucifixión se aprecia una figura
entronizada al modo regio junto a un personaje de menor tamaño
que se postra ante él en claro ademán de pleitesía.
Algunos especialistas han querido interpretar que podría
tratarse de Poncio Pilatos, cuya posición de autoridad es
plasmada por el artista medieval a modo de rey.
Al lado opuesto del iconostasio, justo en el sector
donde más perdido se encuentra el repertorio pictórico,
se reconoce a una figura femenina elegantemente ataviada y con un
peculiar tocado que, en ocasiones, ha sido confundido con una corona.
Al estar al lado de la escena de la Crucifixión, resulta
lógico que pudiera tratarse de la Virgen María.
Los muros laterales de la nave se encontraban también
cubiertos de pinturas murales, conservándose mejor, como
es denominador común en todo el edificio, las situadas en
el hastial norte.

Se dividían los muros en cuatro campos pictóricos
perfectamente separados entre sí mediante marcadas franjas
horizontales, recordando de nuevo a las iluminaciones de los manuscritos
mozárabes. Las primeras dos franjas se encuentran en la actualidad
prácticamente borradas, apreciándose aún en
la segunda de ellas algún resto figurativo imposible de identificar.
En el tercero de los niveles, sobre fondo rojo y alcanzando
el arranque de la bóveda se acomodan diez de los Ancianos
del Apocalipsis, siendo de suponer que el resto, hasta veinticuatro
en total como reza el Libro, se situarían tanto en la pared
opuesta como en la franja superior, ya donde voltea la bóveda.

Estos ancianos, entre los que llama la atención
por inusual la aparición de uno imberbe, visten túnicas
blancas adornadas con cuartos crecientes lunares y cruces griegas
inscritas en rosáceas.

Todos ellos portan en su mano derecha una giga (instrumento
musical de cuerda muy corriente en la Edad Media), y un vaso llamado
"aríbalos" destinado a contener perfumes e ungüentos
en su mano izquierda.

Por último, quizás el episodio pictórico
más reconocible y reproducido de San Esteban de Viguera se
despliega en el muro de los pies. En él, justo en el luneto
semicircular generado por la intersección de la bóveda
de cañón y el muro de cierre occidental aparece, sobre
un brillante fondo amarillento, una Maiestas Mariae entronizada
dentro de una mandorla sostenida por cuatro ángeles; los
dos de arriba vestidos con túnica blanca y los inferiores
de rojo.
Durante décadas fueron varios los especialistas
que identificaron esta figura de María en Majestad como un
Pantocrátor apocalíptico, error sin duda motivado
por su mal estado de conservación. Una vez las pinturas fueron
objeto de la pertinente restauración, ha podido apreciarse
inequívocamente que se trata de una figura femenina.

Flanqueando la almendra central aparece a la izquierda
un rey entronizado con un centro y una espada. Al otro lado, un
personaje femenino también de aspecto regio que porta una
giga y un aríbalos semejante al de los Ancianos del Apocalipsis
representados en el muro de la nave. Sin que exista la manera de
constatarlo, existe la teoría de que podrían ser Ramiro
Garcés y su esposa, monarcas del ese fugaz y ya aludido Reino
de Viguera.

En una franja inmediatamente inferior al luneto descrito,
se ha concluido que justo en el eje se dispuso un Árbol de
la Vida en la actualidad muy desdibujado. A la izquierda del Árbol
y como encaminándose hacia él, aparece un personaje
que conduce dos caballos por sus riendas.
Al lado opuesto fue desplegada la que hoy es otra de
las escenas icónicas del programa pictórico de San
Esteban de Viguera. Se trata de un banquete en la que, en torno
a una mesa repleta de viandas, se disponen tres personajes alzando
sus copas junto a una cuarta figura que parece mitrada.

A su lado, una extraña representación
de mayor tamaño, apariencia desnuda y dotada de dos caras
mirando cada una hacia un lado a la par que alza sus brazos al cielo
en actitud orante. Esta figura ha sido interpretada por algunos
como el dios Jano.
En resumen, más allá de su indudable
valor histórico y paisajístico, la hasta hace pocos
años ignorada ermita de San Esteban de Viguera puede ser
considerada una de las construcciones más apasionantes de
la Alta Edad Media en La Rioja.
Tanto su compartimentación interior heredera
indudable de liturgias pretéritas, así como el programa
pictórico desplegado en sus muros -sin parangón posible
en el territorio más allá de los beatos mozárabes-
hacen de ella un lugar de visita imprescindible.
El puente de Viguera
Junto a la carretera, atravesando el río
Iregua, existe un monumental puente de origen medieval reconstruido
en el siglo XVI.

Con una longitud de 75 metros y una altura sobre
las aguas de 10 metros es uno de los más importantes puentes
de la comunidad riojana.
Está compuesto de tres grandes ojos o arcos
de medio punto sobre grandes pilares con tajamares. Las zonas bajas,
las que han de tener más resistencia, son de sillería,
mientras que las partes superiores combinan mampostería y
sillarejo.

Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)
