Iglesia de Santa María de Piasca
Introducción
Al este de la Comunidad Autónoma Cántabra
y no lejos de las imponentes cumbres de los Picos de Europa, la
minúscula localidad de Piasca se ubica en el Valle de Liébana,
colgada literalmente sobre una de las laderas que tributan al río
Bullón poco antes de desembocar en el Deva a la altura de
Potes.
El antiguo Monasterio de Santa María la Real
de Piasca, convertido hoy en parroquia de la pequeña población
que le circunda es, además de una de las manifestaciones
monásticas más antiguas de Cantabria, una de las construcciones
románicas de mayor interés de la región, tanto
por su calidad en sí misma, como por las numerosas filiaciones
estilísticas que de ella irradiaron hacia los vecinos territorios
cántabros, palentinos e incluso burgaleses.

Breve aproximación histórica
Los
orígenes de Santa María de Piasca habría que
remontarlos a finales del siglo VIII o principios del IX, cuando,
en pleno proceso de repoblación de los valles montañeses
como avanzadilla hacia la Meseta, irían surgiendo los primeros
establecimientos cenobíticos colectivos y reglados.
Su primera mención documental dataría
del año 930, cuando el lugar es citado en una donación
de Theoda y Agonti a la villa de Piasca "ubi ipsa basselica
fundata est" (donde fue fundada una basílica). Solo
once años después, en el 941 y en un documento del
propio cartulario del monasterio, aparece mencionada, al mando de
la abadesa Aylo, una primera comunidad dúplice en Piasca
conformada por 36 religiosas y un indeterminado número de
monjes regidos por la Regla de San Fructuoso.

Ya en el siglo XI y bajo la protección del Conde
de Liébana, el monasterio iría ganando importancia
hasta el punto de convertirse, junto al cercano Santo Toribio de
Liébana (entonces conocido como San Martín de Turieno),
en el centro religioso más importantes del valle, contando
con multitud de posesiones en el entorno.
También en el siglo XI, una bula papal ordena
la separación de los monasterios dúplices, permaneciendo
entonces en Piasca la comunidad masculina, y trasladándose
las monjas a las más sureñas tierras de San Pedro
de las Dueñas, cerca de Sahagún de Campos (León).
Esta segregación acabaría siendo solo temporal ya
que, solo unos años después, vuelven a aparecer documentadas
religiosas y abadesas en el cenobio lebaniego.

Bajo la órbita de Sahagún, la importancia
de Santa María de Piasca no pararía de crecer, haciéndose
necesaria una reconstrucción o ampliación de la iglesia
monacal que acabaría culminando, según reza una lápida
fundacional conservada en uno de sus muros, en 1172. En dicha lápida,
fechada un 21 de febrero, aparecen citados el Obispo de León,
el abad de Sahagún, el propio abad de Piasca en dicha fecha
(Petrus Albus), y como maestro de obras un personaje de nombre Covaterio.
La Baja Edad Media, como acaeció en tantos monasterios
hispánicos, supone un retroceso en la hegemonía de
Santa María de Piasca, siendo pese a ello remodelada de nuevo
tanto la iglesia como el hoy desaparecido claustro.
Tras una imparable decadencia, la Desamortización
de Mendizábal de 1836 supuso la exclaustración definitiva
de la comunidad, perdiéndose la práctica totalidad
de sus equipamientos monásticos y siendo convertida su iglesia
en la parroquia de la pequeña aldea crecida a su amparo.
Fue declarada Monumento Nacional en 1930.
La iglesia
Del primitivo complejo monástico, como hemos
dicho, tan solo ha llegado a nuestros días la iglesia, magníficamente
conservada y, por méritos propios, una de las construcciones
románicas más relevantes de Cantabria.

Presenta dicha iglesia tres naves -la central más
alta y ancha- que desembocan en un crucero no marcado en planta
pero sí en alzado que, tras los consiguientes tramos rectos
presbiteriales, abren a una cabecera en origen triabsidal y que,
en la actualidad, tan sólo ha conservado los tambores central
y meridional ya que, en el siglo XV y debido a unas filtraciones
de agua de la ladera contigua perfectamente documentadas, el ábside
lateral norte hubo de ser derribado y sustituido por la actual sacristía.

Mientras que al exterior los dos ábsides conservados
presentan planimetría semicircular, al interior se tornan
poligonales, quedando cubiertos por bóvedas nervadas de tradición
gótica fruto de la mencionada reforma bajomedieval, en la
cual, también serían modificadas las cubiertas de
las naves, la linterna ciega del crucero, así como los brazos
laterales de éste.
Es precisamente en la zona cabecera del templo dónde
se concentra el mayor interés al interior, destacando, a
cada uno de los lados del tramo recto, sendas credencias abiertas
mediante parejas de arcos lobulados perfilados por chambranas apuntadas
y taqueadas que descansan sobre interesantes capiteles figurados.
De los capiteles de dichas arquerías, vegetales
en su mayoría, destaca el central del lado del evangelio,
donde aparece tallada una Epifanía completa en la que los
Magos entregan sus presentes al Niño Jesús, representado
de perfil sobre las rodillas de María como si de un trono
se tratase.
Su correspondiente cesta del lado opuesto presenta
una personalísima decoración vegetal consistente en
carnosas rosetas de acanto en espiral de minuciosa talla que se
repite en varias iglesias del entorno de Aguilar de Campoo y de
la Montaña Cántabra y Palentina.
El ventanal central de la cabecera, ya de estética
gótica, conserva sin embargo sus soportes románicos
originales, destacando un nuevo capitel vegetal y otro en el que
se identifican dos personajes junto a un león. En su contiguo
paño absidial norte, en el espacio de lo que sería
una primitiva ventana románica hoy cegada, se aprecia una
rosca ajedrezada abrazando un Agnus Dei.
Al exterior, además de sus dos portadas, en
las que a continuación nos detendremos por su especial relevancia,
destaca tanto la interesantísima colección de canecillos
como la articulación y ornamentación de la cabecera.

Los canecillos, que recorren en su integridad los muros
norte y sur, además de los ábsides, presentan, junto
con las metopas que los acompañan, un riquísimo muestrario
de animales tanto reales (leones, cánidos, cérvidos,
aves, etcétera) como fantásticos (basiliscos, arpías,
sirenas, grifos y centauros).
El ábside principal, dividido en tres paños
por dos gruesos contrafuertes estructurales, abre en el espacio
central un gran ventanal apuntado y en derrame configurado por una
arquivolta ornamental que descansa sobre dos columnas rematadas
en otros tantos capiteles decorados con labor de cestería
y con los recurrentes roleos en espiral.

Los citados contrafuertes, en su parte más elevada,
pasan a convertirse en pares de columnas que, a la altura de las
cornisas, rematan en dos de los más interesantes capiteles
figurados de Piasca, los cuales, han venido siendo identificados
con la escena de la Anunciación y del Sacrificio de Isaac.
Las portadas
Conserva la iglesia de Santa María de Piasca
sus dos puertas de acceso originales, una orientada al lado sur
que en origen comunicaba con las hoy desaparecidas dependencias
claustrales, y otra a los pies que vendría a ser el ingreso
principal del templo y que, por sus características, ha acabado
por convertirse en una de las señas de identidad del cenobio
lebaniego.

Puerta meridional
La meridional, más sencilla, es conocida popularmente
como "puerta del cuerno", probable deformación
del término latino "cornu", que vendría
a significar "lado".

Despliega dos arquivoltas de medio punto que van a
apear sobre dos columnas rematadas en capiteles muy desfigurados.
Los cimacios, algo mejor conservados, son de carácter vegetal,
apreciándose en uno de los lados una curiosa representación
de una cacería del jabalí.

Ambas arquivoltas son también de carácter
ornamental, presentando la más externa de ellas una minuciosa
decoración vegetal a modo de guardapolvo, mientras que la
rosca interior queda perfilada a lo largo de su superficie por un
completo muestrario de personajes de la sociedad medieval: herreros,
copistas, monjes, parejas de músicos, amantes, etcétera.

Sobre esta arquivolta, existe quien sostiene la teoría
de que se trataría de una alusión a los gremios u
oficios de la época; y quien se decanta por la opción
de que se tratarse de una exhortación hacia los monjes del
mensaje del "ora et labora" que rige la Regla monacal,
teoría que vendría reforzada por tratarse de una puerta
de clausura y de uso exclusivo para la comunidad monástica.

Puerta occidental

La soberbia portada occidental, habilitada en un pequeño
cuerpo en resalte respecto al hastial principal, fue realizada durante
la perfectamente documentada intervención de 1172, presentando
cinco arquivoltas ligeramente apuntadas que descansan alternativamente
sobre columnas de fuste cilíndrico y columnillas entregas
adosadas a las aristas salientes de los codillos.

Dichas arquivoltas, a excepción de la cuarta,
presentan un interesantísimo repertorio decorativo, desplegando
primera, tercera y quinta motivos vegetales; y la cuarta un variado
muestrario figurativo en el que se identifican, entre otros temas,
leones, parejas de músicos, cabezas humanas y animales, un
guerrero portando lanza y escudo, etcétera.

Sobre uno de los fustes de las columnas del lateral
derecho de la portada se reconoce también, pese a su considerable
grado de deterioro, un altorrelieve de San Miguel venciendo al dragón.

En cuanto a los capiteles de la portada se refiere,
rematados todos ellos en cimacios corridos de zarcillos ondulantes,
fueron tallados en su lado izquierdo y por este orden de dentro
a fuera: un encestado muy deteriorado, una escena de cetrería
en la que un personaje a caballo entre entramados vegetales sostiene
en su brazo un ave rapaz, dos dragones alados entre tallos, dos
centauros enfrentados y, en el más externo del conjunto,
un león y un basilisco que sobresalen también de un
frondoso laberinto vegetal.

Mientras tanto, en los capiteles del lado derecho del
vano de ingreso, también de dentro a fuera, fueron representadas
una nueva trama vegetal, una escena bastante desfigurada que ha
sido identificada como una Anunciación, una segunda cesta
vegetal, grifos entre tallos y, por último, otro grifo junto
a un cuadrúpedo que bien podría ser un jabalí
o un perro.

Junto a la portada, a la derecha del vano y también
dentro del cuerpo en resalte, se conserva la ya mencionada lápida
fundacional del monasterio, fechada el 21 de febrero de 1172.
En el cuerpo superior del hastial occidental, justo
sobre la portada principal, fue dispuesta una pequeña galería
de arcos ciegos destinados a cobijar imágenes a modo de retablo
exterior.
Se compone de un arco central de medio punto flanqueado
a cada uno de sus lados por otro de rosca trilobulada enmarcada
en una especie de alfiz moldurado en dientes de sierra.
Llaman la atención, además de los dos
capiteles externos del conjunto, (ambos de temática vegetal),
las dos falsas cestas sobre las que apea el arco central, en los
que sendos mascarones monstruosos o "gloutones" parecen
regurgitar los fustes haciendo las veces de capiteles.
Además de la imagen central de la Virgen María,
obra ya probablemente del siglo XVI y que vendría a sustituir
una primitiva románica, han sobrevivido las dos representaciones
laterales, ambas originales y que son perfectamente identificables
como San Pedro y San Pablo gracias a las llaves en el caso de la
primera, y a una cartela en la que puede leerse "Paulo"
en la segunda.
Corona el hastial de los pies una modesta espadaña
rematada en un agudo piñón triangular horadado en
el centro por un único hueco de campanas.
Conclusiones
A modo de conclusión, puede añadirse
que el Monasterio de Santa María la Real de Piasca llegaría
a ser, durante el último tercio del siglo XII, un importante
centro creador desde el que irradiarían las influencias del
genuino maestro Covaterio hacia diferentes puntos sobre todo del
norte palentino y burgalés.

Prueba de tal circunstancia es la iglesia burgalesa
de Rebolledo de la Torre, situada a prácticamente un centenar
de kilómetros del cenobio lebaniego y en cuya galería
porticada trabajó, dejando constancia de ello con su firma,
un maestro llamado Juan de Piasca.

Siendo patentes las concomitancias estilísticas
entre el pórtico de Rebolledo y la escultura del monasterio
que nos viene ocupando, no sería para nada descabellado pensar
que este Juan de Piasca pudiese haber sido un discípulo del
enigmático Covaterio citado en la lápida fundacional
de 1172; aunque tampoco es desdeñable la hipótesis
de que el mismo Juan fuese también el autor material de la
portada de Piasca y que el documentado Covaterio fuese simplemente
un administrador de la obra.

Asimismo, a lo largo y ancho de las comarcas
del norte palentino encontramos en varias ermitas e iglesias parroquiales
formulaciones estilísticas y ornamentales cuya filiación
con Piasca resulta más que recurrente (Pozancos, Vallespinoso
de Aguilar, etcétera); existiendo incluso quien sugiere,
como es el caso de Miguel Ángel García Guinea, que
el maestro de Piasca -llámese Covaterio o Juan- llegó
incluso a trabajar en la mucho más sureña y conocidísima
iglesia de Santiago de Carrión de los Condes.
Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)
