El taller de San Felices y el grupo de iglesias
con frescos góticos
En la Montaña Palentina y el suroeste
de Cantabria hay una serie de iglesias románicas o reconstruidas
durante el siglo XV que conservan abundantes pinturas murales
en sus cabeceras y partes de los muros. Entre ellas tenemos la
de San Cebrián de Mudá, Matamorisca, Felices de
Castillería, Valberzoso; La Mata de Hoz, La Loma-Santa Olalla,
etc.
Habitualmente, al taller -auque probablemente
pudieron ser más de uno- que realizó las citadas
pinturas se conoce como el de San Felices.
Fueron
realizadas en el último tercio del siglo XV y muestran
algunas características propias que tratamos de resumir
aquí:
Introducción a la iglesia de San
Cebrián de Mudá
Situada en un vallejo secundario que tributa
al río Pisuerga entre Cervera y Aguilar de Campoo, la población
de San Cebrían de Mudá, de importante pasado minero,
es bien reconocible desde la lejanía por la inconfundible
silueta de la espadaña de su iglesia parroquial, erigida
sobre una dominante elevación en el mismo centro pueblo
y en torno a una necrópolis altomedieval.
La iglesia
Dedicada a San Cornelio y San Cipriano, para encontrar
su primera mención documental hay que remontarse al primer
cuarto del siglo XIII, apareciendo entre la nómina de propiedades
del monasterio aquilarense de Santa María la Real.
De origen románico, sufrió notables
transformaciones a finales de la Edad Media, presentándose
en la actualidad como una construcción de sillería
rojiza extraída de canteras próximas a la población
y estructurada en una sola nave cubierta con bóveda de
cañón apuntado con refuerzo de arcos fajones que
parten de columnas adosadas a los muros.
Exteriormente destaca la espadaña a los pies,
el pórtico sur añadido en el siglo XVIII y una cabecera
cuadrangular de mayor relieve que la nave y que fue construida
durante su principal campaña de ampliación en el
siglo XV.
La espadaña responde a un modelo que se repite
reiteradamente en templos tardorrománicos de la Montaña
Palentina, con un cuerpo inferior sobre el que se eleva un primer
nivel de doble vano para huecos de campanas rematado en un agudo
piñón triangular horadado con una tronera simple.
En el muro meridional y protegida por un pórtico
dieciochesco abre su portada original, de triple arquivolta apuntada
que descansa sobre columnas acodilladas rematadas en capiteles
vegeta-les en los que, de manera muy esquemática, parecen
querer reproducirse repertorios decorati-vos puestos en práctica
en Rebolledo de la Torre.
Además de una buena colección de canecillos,
algunos de ellos figurados con temas antropo-mórficos y
zoomórficos, la decoración escultórica románica
de la iglesia se limita a algunos ca-piteles de la nave, de gran
esquematismo y en los que se distingue un personaje con ropajes
eclesiásticos o un guerrero equipado con escudo y lanza
en pleno combate con dos felinos que saltan hacia él.
La cabecera fue sustituida en una intervención
durante el siglo XV, y aunque se perdió su ábsi-de
románico original, ganamos la que hoy en día es
uno de los conjuntos de pinturas murales góticos más
interesantes de Castilla.
Las pinturas murales
Descubiertas de manera casual en 1969 al extraerse
una de las tablas del retablo mayor, en estudios posteriores se
pudo comprobar como a lo largo de los tres muros cabeceros y ocultas
tras retablillos y capas de encalado, se desplegaba, como si de
retablos pictóricos narrativos se tratase, un completísimo
ciclo de pinturas murales al temple del último tercio del
siglo XV atri-buible al entorno del conocido como Maestro de San
Felices, activo durante esas fechas en todo el norte palentino
y sur de Cantabria.
En el muro cabecero y de nuevo ocultas hoy en día
por el retablo mayor (aunque en diferentes fases han estado a
la vista), preside la composición en el registro superior
enmarcada por ar-quitecturas fingidas la escena de la Anunciación.
El registro intermedio del mismo hastial queda dividido
en dos escenas: la Natividad y la Pre-sentación en el Templo
con la Circuncisión. Por último, en el cuerpo bajo,
aparece en el centro la efigie de uno de los santos titulares
(San Cipriano) flanqueado por los pasajes de la Epifanía
y la Matanza de los Inocentes.
Las pinturas del muro del evangelio son las mejor
conservadas al haber permanecido siglos encaladas y ocultas tras
un retablillo barroco. En ellas se repite la estructura de escena
única en el cuerpo alto con el tema de la Oración
en el Huerto. Inmediatamente más abajo y de nuevo separadas
a través de marcos decorados a base de grecas geométricas
se despliegan tres escenas consecutivas: Cristo camino del Calvario,
la Flagelación y una última más polémica
que algunos identifican como Cristo ante Pilatos y otros como
el cobro de Judas tras delatar a Jesús.
Por último, en el cuerpo bajo de este muro
del evangelio fue representada la que quizás es la escena
más reconocible de las pinturas de San Cebrián de
Mudá: una Última Cena llena de detalles, expresividad
y narrativismo.
El muro cabecero de la epístola, por el contrario,
sufrió una grave mutilación al ser abierto du-rante
la Edad Moderna un enorme óculo de iluminación,
perdiéndose algunas escenas. Aún así, aunque
con aspecto de haber sido repintadas, se conservan algunas representaciones
de interés como la Huída a Egipto, San Miguel Pesando
las Almas, la Visitación, o las efigies de santas mártires
como Santa Bárbara, Santa Catalina de Alejandría
o Santa Apolonia.
El ciclo pictórico tiene su continuidad
en la bóveda de crucería, entre cuyos nervios fueron
plasmados bustos de profetas enmarcados en clípeos, así
como cabezas de dragones.
Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)