Iglesia de Santa María de Bareyo, Cantabria
Introducción
A escasa distancia del litoral cántabro a la
altura del Cabo de Ajo y muy próxima también a la
pujante Villa de Santoña, la iglesia de Santa María
de Bareyo se levanta solitaria coronando una suave loma entre
las poblaciones de Bareyo y Ajo, dentro de la histórica Junta
de Siete Villas y perteneciente a la antigua Merindad (hoy comarca)
de Trasmiera, comunidad de Cantabria.
Documentalmente son escasas las referencias que nos
aporten cierta luz sobre los orígenes de la iglesia de Bareyo,
pudiendo divagarse acerca de una primera fundación monástica
de carácter familiar relacionada con Santa María del
Puerto de Santoña y consecuencia de la política repobladora
a finales del siglo IX del monarca Alfonso II.
La primera noticia fehaciente sobre el templo que nos
ocupa se remontaría ya a 1195, apareciendo documentado en
el Cartulario de Santa María del Puerto un "Petrus abbas
de Baredio" como testigo de una transacción llevada
a cabo por el cenobio santoñés.
Tanto por su proximidad como por la importancia que
en época medieval tuvo el monasterio de Santa María
del Puerto de Santoña, lo lógico sería pensar
que Bareyo pudo depender o funcionar como filial sufragánea
de aquél, sin embargo, en un inventario de bienes y posesiones
de la abadía santoñesa de 1210, no aparece mención
alguna a Bareyo, por lo que podría extraerse que, manteniendo
por lo general buenas relaciones, actuó como abadía
independiente.
Su carácter monástico siempre dentro
de la modestia se prolongó hasta nada menos que el siglo
XIX, cuando como consecuencia de las leyes desamortizadoras, Bareyo
queda exclaustrado pasando de inmediato a detentar función
parroquial.
Pese a diferentes voces que ya desde principios de
la vigésima centuria se hacían eco de su gran valor
artístico, no fue hasta 1978 cuando la iglesia de Santa María
de Bareyo es declarada Bien de Interés Cultural.
Planta y estructura arquitectónica
A pesar de las numerosas remodelaciones y ampliaciones
acometidas entre los siglos XVI y XIX, los restos románicos
conservados en el templo y concentrados principalmente en crucero,
presbiterio y ábside hacen de Santa María de Bareyo
uno de los monumentos medievales más interesantes de Cantabria,
tanto en lo constructivo como, sobre todo, en lo escultórico.
En
su estado actual, dispone la iglesia de una sola nave cubierta con
bóvedas de crucería fruto de una remodelación
tardogótica. A continuación, desemboca la nave en
un falso crucero bastante enmascarado desde el exterior pero que,
desde dentro, se aprecia perfectamente su conformación a
base de una linterna de dos cuerpos cubierta con bóveda también
nervada y, rematando cada uno de los brazos cruceros, sendas absidiolas
semicirculares de escasa profundidad abiertas al espacio central
mediante arcos doblados ligerísima-ente apuntados.
Esta configuración arquitectónica en
la que, probablemente por necesidades litúrgicas se multiplican
los altares en el espacio crucero, con algunos matices viene a emparentar
con varios templos burgaleses como Santa María de Siones,
Butrera y Tabliega, con la particularidad de que en Bareyo, como
en la ermita de Nuestra Señora del Valle de Monasterio de
Rodilla, encontramos esta solución "trebolada"
al rematar los brazos del pseudo-crucero en pequeños hemiciclos
no manifestados al exterior.
Tras el arco triunfal, también apuntado y doblado,
se despliega su monumental cabecera compuesta por un tramo recto
solventado en cañón apuntado y el hemiciclo cubierto
con bóveda de horno.
A la primitiva estructura románica de nave única,
falso crucero y cabecera, amén de las citadas reformas que
afectaron a las cubiertas de la nave, fueron sucesivamente siendo
añadidas capillas laterales, sacristía, pórtico
y una torre a los pies que posiblemente vino a sustituir a una antigua
espadaña románica.
Exterior
Por todo ello, el interés de Santa María
de Bareyo al exterior queda exclusivamente concentrado en su ábside,
de noble sillería y articulado en tres paños separados
por columnas entregas que rematan a la altura de las cornisas en
capiteles figurados en los que podemos distinguir dos cabezas masculinas
entre un motivo vegetal y cuadrúpedos afrontados compartiendo
la misma cabeza.
En el centro de cada uno de los tres paños absidiales
abre un ventanal; reduciéndose el septentrional a una sencilla
aspillera dovelada hoy cegada, y el meridional, resaltado a base
de añadidos barrocos, a un arco de medio punto doblado con
chambrana de puntas de diamante y capiteles muy desgastados.
Mucho más interesante es el abierto en el paño
central, configurado por un ventanal doble abrazado de nuevo por
un guardapolvo envolvente animado a base de puntas de diamante y
separado entre sí a modo de ajimez por un haz de tres columnillas
coronadas por un único capitel decorado con bolas y volutas
colgantes.
Relevante es también la colección de
canecillos que sustentan la cornisa, en los que además de
formas geométricas, se distinguen varias cabezas de animales
así como algunas figuras tanto masculinas como femeninas
en actitudes impúdicas.
Interior
Si pese a sus citadas reformas y añadidos tardíos
la iglesia de Santa María de Bareyo resulta más que
notable al exterior, su interior no podría calificarse de
otra forma que de sobresaliente, conformando tanto el falso crucero
como el conjunto del espacio cabecero uno de los repertorios escultóricos
más completos y variados del románico cántabro.
La escultura figurada del templo de Bareyo denota una
factura claramente popular, posiblemente obra de maestros locales
activos en la zona en los años finales del siglo XII y primeros
del XIII que también dejaron su impronta en monumentos cercanos
como San Román de Escalante o la propia Santa María
del Puerto de Santoña, e incluso en algunos algo más
alejados como los burgaleses de Siones o San Pantaleón de
Losa.
Probablemente estos maestros rurales conocían
el estilo de los grandes talleres románicos castellanos como
el irradiado de Silos o los ligados al Camino de Santiago, sin embargo,
no llegaron a alcanzar nunca su perfección tanto en la expresión
como en la corporeidad de las figuras, dando como resultado una
escultura muy sintética, de un hieratismo que casi roza lo
naif y de un alto contenido simbólico.
Lo primero que llama la atención es la articulación
del hemiciclo absidial, en el que, siguiendo modelos burgaleses
y propiamente cántabros, se despliegan dos registros de arquillos
de medio punto ciegos delimitados en sus extremos por sendas columnas
entregas culminadas en capiteles decorados a base de las recurrentes
bolas con caperuza y cuadrúpedos que comparten su cabeza.
El registro superior despliega cuatro arcos de medio
punto (dos de ellos correspondientes con el ventanal ajimezado exterior)
y otros tres arquillos peraltados más estrechos cuya razón
de ser podría explicarse como consecuencia de un error en
el cálculo de los maestros constructores.
Entre los capiteles podemos apreciar las bolas con
caperuza vistas en otras cestas de este mismo templo, cabecitas,
hojas de palma de gran esquematismo y relieve plano, serpientes,
así como una graciosa composición del tema del Pecado
Original de Adán y Eva.
Además, en una de columnillas de la galería
aparece adosado un personaje barbado vestido a la manera de la época
que emparenta claramente con la escultura de la vecina ermita de
San Román de Escalante.
La galería ciega del registro inferior, esta
vez sí totalmente simétrica, se compone de cinco arcos
de medio punto con roscas de gran variedad decorativa y que descansan
sobre capiteles figurados a base de cabecitas humanas.
La mayoría de especialistas coinciden en ver
en este conjunto de cabezas que adornan las cestas de la galería
baja una muy particular representación de los Apóstoles
acompañando a Cristo (cabeza central individualizada rodeada
de una especia de mandorla lobulada). De ser correcta estaríamos
ante una inusitada representación imberbe del Salvador, nada
frecuente en el imaginario medieval.
Este personaje se halla flanqueado por lo que se supone
un Colegio Apostólico; tema de lo más frecuente en
decoraciones pictóricas absidiales durante el románico
pero que, en este caso y siempre dentro de la tendencia a sintetizar
y huir de lo corpóreo del maestro de Bareyo, se resuelve
mediante escultura.
Los muros laterales del tramo recto presbiterial se
configuraban originalmente mediante credencias definidas por un
gran arco de medio punto que abrazaba otros dos menores parejos.
En la actualidad, el de su hastial norte ha desaparecido por completo
al abrirse en su lugar una capilla lateral, conservándose
algunos de sus capiteles primitivos decorados a base de seres híbridos.
La credencia presbiterial del muro sur sí ha
llegado a nosotros casi en su total integridad, presentándose
en sus cinco capiteles y de nuevo de manera muy sintética
el tema de las Tres Marías ante el sepulcro de Cristo, apareciendo
en la primera cesta los tarros con perfumes, en la segunda las Tres
Marías, en la tercera el sepulcro y en la cuarta las cabezas
y los centinelas custodios inconscientes.
En el último de ellos llama la atención
un rostro que parece asomar por la ventana de una fortaleza que
nos evoca de inmediato la escultura de Santa María de Siones.
También encontramos capiteles figurados en los
accesos a las dos absidiolas laterales en que remata el citado falso
crucero, llamando la atención una de las cestas en la que
un personaje parece tirar de una yunta de bueyes. En el interior
de las pequeñas exedras hallamos relieves de un ángel
decapitado (lado del evangelio) y un personaje barbado y coronado
que blande un cuchillo a otra figura más jóvenes (lado
de la epístola). Ambas esculturas vistas conjuntamente podrían
conformar el tema del Sacrificio de Isaac.
Además de la linterna, cuyos nervios apean sobre
ménsulas también figuradas, son dignos de admirar
los capiteles del arco triunfal: apareciendo en uno un personaje
luchando cuchillo en mano con un cuadrúpedo y una serpiente
con una cabeza de rapaz como testigo; y una lucha de dos dragones
de cuerpo escamado y cinco cabezas en su cesta opuesta.
La pila bautismal
Sobresaliente también es la pila bautismal original conservada
en la iglesia, sin duda, una de las piezas más interesantes
del románico cántabro junto a su vecina de Santoña
y a la de Santillana del Mar.
Se trata de una obra contemporánea al resto del edificio
y configurada seguramente por el mismo taller. Consta de dos grandes
bloques monolíticos bien diferenciados. El pedestal, hermano
gemelo del que sostiene la citada pila de Santoña, presenta
dos leones que atrapan en sus fauces lo que parece ser un brazo
humano dispuesto sobre una cabeza estilísticamente muy parecida
a varias de las presentes en capiteles del propio templo.
La cuba, de forma tetralobulada y avenerada en sus
caras interiores, presenta diferente decoración en cada uno
de sus cuatro lóbulos: un entrelazo de tipo "nudo de
Salomón", zarcillos ondulantes de los que brotan hojas
perladas, palmetas también muy parecidas a las presentes
en capiteles de la iglesia y, por último, una minuciosa labor
de cestería.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)