Iglesia de Soto de Bureba, Burgos
Introducción
En el corazón de La Bureba y con el incomparable
marco de los Montes Obarenes como telón de fondo, la aldea
de Soto de Bureba (hoy anejo de Quintanaélez) es un
minúsculo hábitat prácticamente despoblado
que tan solo recibe la esporádica visita de antiguos moradores
o veraneantes que paulatinamente van arreglando sus viviendas y,
por supuesto, de los aficionados al románico que se aventuran
a descubrir su más que atractiva iglesia de San Andrés.
Y es que la iglesia de San Andrés de Soto de
Bureba es aún a día de hoy una gran desconocida para
el gran público, si bien puede presumir de ser una de las
construcciones medievales más interesantes no solo de la
densamente románica comarca burebana, sino de toda la provincia
de Burgos.
Pocas son las referencias documentales que nos aporten
algo de luz sobre Soto de Bureba, apareciendo la mayoría
de ellas a partir de 1200 y siempre en relación con el entonces
poderosísimo monasterio de San Salvador de Oña, distante
apenas una veintena de kilómetros.
Curiosamente el testimonio documental más antiguo
sobre Soto de Bureba nos lo brinda la propia iglesia ya que, ocupando
dos dovelas de su vano de acceso, se conserva una inscripción
en la que, además de aparecer la firma de sus artífices,
nos revela la "ERA DE 1214" como fecha de su materialización,
que vendría a corresponder con el año 1176 de nuestro
calendario.
Ente
finales del siglo XV y principios del XVI el templo sufriría
su principal reforma, consistente en la ampliación de una
segunda nave al costado septentrional probablemente con fines funerarios
y patrocinada por la familia Fernández de Velasco. Desde
entonces, más allá de la adición de una pequeña
sacristía en el muro sur del presbiterio y del llamativo
husillo de acceso al campanario, ha permaneciendo casi intacta.
Tras ser declarada Monumento Histórico Artístico
en 1981, la iglesia de San Andrés, cada vez más falta
de cuidados y acusando el progresivo languidecimiento poblacional
que padecía la aldea, en 1988 sufrió un lamentable
derrumbe que afectó a la espadaña y a la nave norte,
tras lo cual, se procedió a una necesaria y no ausente de
polémica labor de restauración.
La iglesia
Levantada en sillería de notable calidad, presenta
el templo una estructura de una sola nave dividida en tres tramos
que, tras un pronunciado tramo recto presbiterial, desemboca en
un único ábside de planta semicircular.
Al interior, la nave cubre en sus primeros dos tramos
mediante bóvedas de cañón ligeramente apuntadas
y reforzadas por arcos fajones que descansan sobre pilares prismáticos.
El último tramo de la nave, sin embargo, fue resuelto mediante
una solución esquifada sin prácticamente parangón
en contextos burgaleses y que probablemente estaría llamada
a sostener una estructura torreada a modo de falso crucero cupulado
al estilo de otros templos señeros del románico de
la tierra como San Pedro de Tejada, El Almiñé o Monasterio
de Rodilla entre otros.
Sin embargo, diversos testimonios fotográficos
anteriores al desgraciado derrumbe de 1988 nos confirman que en
lugar de dicha estructura, lo que se levantaba sobre ese tercer
tramo a la altura del arco triunfal era una espadaña de doble
tronera y remate en piñón triangular; una solución
ya puesta en práctica en templos burebanos contemporáneos
como San Martín de Piérnigas o San Fagún de
Los Barrios de Bureba.
La mayoría de especialistas y estudiosos coinciden
en señalar que, en origen, el templo fue proyectado para
elevar una torre cupulada sobre el tramo anterior al presbiterio,
sin embargo, un repentino cambio de planes bien por problemas de
estabilidad o simplemente por inconvenientes de tipo económico,
hizo que se improvisase la citada espadaña perdida tras el
derrumbe de 1988 y del que sí sobrevivió su husillo
de acceso, añadido probablemente en época bajomedieval.
Dicha espadaña no fue nunca restituida ya que
en el polémico proyecto de restauración se optó
por reconstruir las zonas dañadas siguiendo lo que pudo haber
sido el planteamiento primigenio, de manera que en la actualidad
lo que el visitante aprecia es una estructura cúbica a modo
de torre que le da al templo cierto aire fortificado.
Más allá de su singularísima portada
en la que nos detendremos más adelante, buena parte del interés
de San Andrés de Soto de Bureba se concentra en el ábside,
dividido en tres paños delimitados por dos haces de tres
columnas que se proyectan hasta la altura de la cornisa, además
de por otras dos columnillas acomodadas en los codillos que marcan
la transición entre el presbiterio y el hemiciclo.
Se ilumina el espacio cabecero interno a través de un único
ventanal practicado en el centro mismo del paño central,
el cual se configura mediante un arco de medio punto sobre columnillas
rematadas en capiteles decorados con parejas de dragones y arpías.
Muy interesantes son también los capiteles que
coronan las columnas que separan los paños del tambor absidial,
apareciendo de nuevo en ellos un rico repertorio de seres del bestiario
fantástico en convivencia con varias escenas de combate tanto
de infantes a pie entre sí como entre jinetes.
En el muro sur, amén de la portada, se conserva
un ventanal abierto en el tramo más occidental de la nave
en cuyos capiteles fueron representados leones y aves. Es bastante
probable que existiese un segundo ventanal en el muro sur que quedó
tapado al levantarse el husillo.
Además de una buena colección de aproximadamente
veinte canecillos figurativos que sobrevivieron al derrumbe y a
alguna pieza descontextualizada conservada en un modesto lapidario
expuesto en el interior, es obligatorio hacer referencia al monumental
óculo tetralobulado que preside el hastial occidental del
templo.
En contraste con la raigambre mucho más popular
de la escultura de la portada en la que a continuación nos
detendremos, los repertorios figurativos tanto del ábside
como de los muros laterales del templo denotan la mano de un maestro
conocedor o por lo menos portador de modelos procedentes de los
repertorios silenses, los cuales quedan patentes en el tratamiento
de los seres del bestiario fantástico y en la ornamentación
vegetal
La portada
Como venimos anunciando y más allá del
indudable interés del conjunto eclesial, la verdadera seña
de identidad de San Andrés de Soto de Bureba es su personalísima
portada principal, practicada sobre un pequeño cuerpo en
resalte en el segundo tramo de la nave y que, gracias a la protección
durante siglos de un pequeño pórtico hoy eliminado
pero del que quedan huellas bien patentes, ha llegado a nuestros
días en notable buen estado.
Se trata de una puerta de apariencia desconcertante
por su profusión decorativa, por la presencia de figuras
de diferentes cánones tanto en posición radial como
longitudinal sin aparente orden ni concierto y, sobre todo, por
su propia configuración, sobre la cual, todos los especialistas
coinciden en señalar que, en un momento dado, fue recompuesta
de alguna manera dando como resultado ese extraño arco escarzano
bajo un tímpano con forma de media luna que vemos hoy en
día y que nada tiene que ver con el aspecto que presentaría
en origen.
Presenta la portada, además, el valor añadido
de servirnos como fuente documental directa e irrefutable sobre
su fecha de construcción e incluso del nombre de sus artífices
materiales, ya que sobre dos de las dovelas del intradós
del arco escarzano de acceso al templo se conserva una inscripción
en la que puede leerse
Así pues, en su estado actual, presenta la portada
tres arquivoltas ligeramente apuntadas y abrazadas por un guardapolvo
de tallo ondulante que descansan sobre columnas acodilladas rematadas
en capiteles figurados culminados a su vez por preciosos cimacios
decorados también por tallos que, en este caso, son regurgitados
por una cabecita de aspecto demoníaco.
Los fustes de las columnas, originales al menos cinco
de ellos y alzados sobre prominentes basamentos, presentan decoración
a base de entorchado, labor de cestería y entrelazo trenzado.
En cuanto a los capiteles, algunos bastante erosionados,
son identificables de izquierda a derecha según el espectador:
piñas o racimos que penden de esquemáticos ramajes,
un animal alado bastante desdibujado -probablemente un grifo- y
un mascarón monstruoso flanqueado por dos arpías.
En el grupo de capiteles opuestos reconocemos un busto
humano de nuevo flanqueado por sendos seres fantásticos,
reptiles alados (seguramente dragones), y una última cesta
tan desdibujada que resulta una tarea prácticamente imposible
su interpretación.
También presentan su correspondiente decoración
las jambas que en origen sostendrían la arquivolta más
interna perdida tras el replanteamiento del vano y que hoy sirven
de sustento al falso tímpano.
En la de la izquierda, de la que tan solo su cara externa
ha llegado a nuestros días, fue representado un ser teriomórfico
alado; mientras que en la de la derecha, esta vez sí decorada
en sus dos caras, se aprecia una pareja de aves enlazadas por sus
cuellos y, en su frente externo, una nueva pareja de sirenas en
la que la masculina parece tañer un olifante mientras recibe
sendos peces de la femenina.
Dispuestos a lo largo del dovelaje del arco escarzano
y sobre el falso tímpano se conservan un conjunto de clípeos
labrados y recolocados de manera aparentemente arbitraria tras la
reforma de la puerta. En tres de ellos, presentados de manera consecutiva,
se advierte una serpiente que parece engullir un hombre, mientras
que en los restantes identificamos una pareja de aves, un personaje
en posición frontal y un felino rampante.
Por su formato, existe quien ha relacionado este conjunto
de clípeos con un zodiaco o un mensario, pero no se aprecia
en los conservados una línea argumental que pueda llevarnos
a tal conclusión.
Por último, es en las roscas de las tres arquivoltas
apuntadas donde los documentados maestros Pedro de Ega y Juan Miguélez
desplegaron los repertorios escultóricos más interesantes
dentro de unos cánones técnicos bastante populares.
A diferencia de los talleres de aparente raigambre
silense que trabajaron en la cabecera seguramente a partir de libros
de modelos; Ega y Miguélez, según los estudiosos,
pudieron tomar como referencia los manuscritos iluminados contemporáneos,
dando como resultado una temática tan rica en su variedad
como misteriosa en cuanto a su iconografía.
Comenzando por la rosca más interna, lo primero
que llama la atención es un magnífico unicornio identificado
además por una cartela realizada con idéntica caligrafía
que la inscripción del intradós.
En la clave de la arquivolta, sin embargo, preside
la composición un Agnus Dei flanqueado a la derecha por una
figura femenina que podría ser la Virgen, y por un santo
barbado y nimbado muy probablemente identificable como San Juan
Evangelista a la izquierda.
En la rosca central identificamos un entramado vegetal,
un demonio de cabellera llameante, animales fantásticos acompañando
a una figura humana sedente en posición radial y, rompiendo
la cadencia al aparecer en disposición longitudinal, un guerrero
con su escudo y un dragón de gran naturalismo que bien podrían
componer una escena unitaria.
Por fin, en la arquivolta más externa lo primero
que llama la atención son las dos figuras de canon desproporcionado
que fueron labradas sobre los cimacios en los arranques de la rosca.
Se trata de un hombre encadenado y de sorprendente parecido con
el de la también burgalesa iglesia de Almendres y que vendría
a hacer pareja con la dama, algo más pequeña, dispuesta
en el arranque opuesto.
Entre medias, además de fórmulas vegetales
bastante recurrentes, se aprecian varios animales fantásticos
(un grifo, una arpía encapuchada, un felino y un basilisco).
Sin embargo, es inevitable centrar la atención
en tres curiosísimos bustos humanos en los que los dos laterales
parecen girarse hacia el centro con el fin de establecer un diálogo
con el personaje central.
En resumen, y más allá de la posible
arbitrariedad con que pudieron ser recolocadas varias piezas tras
su replanteamiento en el siglo XVIII, parece que en la escultura
de la portada trataba de trasladarse al fiel esa constante iconográfica
medieval de la confrontación entre el bien y el mal.