El topónimo "Bujedo" parece derivar del latín
y hacer referencia a la abundancia de bojes por el territorio,
de ahí que en algunos casos pueda aparecer escrito como
"Bugedo".
Breve aproximación histórica
Los orígenes del monasterio de Bujedo de
Candepajares tienden a situarse entre 1162 y 1172, sin que haya
acuerdo entre los especialistas tanto en la fecha exacta, como
en la figura de su más que probable fundadora, Doña
Sancha Díaz de Frías.
La
opción más plausible identifica a Doña
Sancha como sobrina política del Conde Ansúrez
en virtud de su casamiento con Don Lope Díaz de Ansúrez,
a su vez, primo de Doña Mayor Pérez, primogénita
del Conde y fundadora del monasterio premostratense de Retuerta,
en la provincia de Valladolid y primero de esta orden en suelo
peninsular.
Sea como fuere, Doña Sancha en 1168 donó
los actuales terrenos del monasterio en los que, según
la tradición, contaba con una torre fuerte de su propiedad
al abad del también premostratense cenobio de San Cristóbal
de Ibeas, muy cercano a la capital burgalesa y del que apenas
se conservan unos paredones desconchados.
Durante sus primeros años todo apunta a
que funcionó como un monasterio dúplice hasta
que la rama femenina acabó desgajándose, quedando
desde entonces como un cenobio premostratense de cierta entidad
e influencia en la zona burgalesa, riojana y alavesa gracias
sobre todo al patrocinio real del monarca Alfonso VIII de Castilla.
Tras una etapa de decadencia e incluso miseria
de la cual dejaron constancia los propios monjes en los anales
del monasterio, Bujedo de Candepajares gozaría de una
segunda época de esplendor en la Edad Moderna tras ser
distinguido por Felipe II como "Monasterio Real",
acometiéndose entonces diversas obras de renovación
y ampliación.
A finales del siglo XVIII quedó muy dañado
tras la invasión francesa, recibiendo su golpe de gracia
en 1835 con la Desamortización de Mendizábal tras
la cual, muchos de sus bienes fueron subastados y pasaron a
manos privadas.
Tras correr serio peligro de destrucción
total al ser planteado utilizar sus restos como cantera en la
construcción de un viaducto del ferrocarril Burgos -
Miranda de Ebro que discurre junto al cenobio, en 1891 pasó
a propiedad de los Hermanos de La Salle, quienes desde entonces
lo han gestionado y conservado realizándose en él
diversas actividades.
El Monasterio
La iglesia
De su primitiva conformación altomedieval,
la única estructura llegada a nuestros días es
la iglesia, habiéndose perdido o reconstruido a lo largo
de la Edad Moderna y por diversos avatares el resto de dependencias
monacales primigenias.
La iglesia presenta una conformación de
tres cortas naves de tan solo un tramo separadas por arcos ligeramente
apuntados que descansan sobre pilares cruciformes con semicolumnas
adosadas en cada frente y en los codillos.
Las tres naves desembocan en un espacioso transepto
marcado muy ligeramente en planta y de manera mucho más
apreciable en alzado; abriendo éste a su vez a una estructura
de triple ábside en la que el hemiciclo central, precedido
de un amplio tramo recto, presenta mayores dimensiones respecto
a las absidiolas laterales.
El hecho de que las naves sean tan cortas en proporción
a la palpable ambición constructiva de transepto y cabecera,
ha motivado que algunos especialistas hayan planteado la posibilidad
de que el proyecto original contemplase un cuerpo de naves mucho
más desarrollado pero que, por algún motivo, su
construcción quedó abortada. Hoy en día
cierra el cuerpo de naves hacia los pies un coro alto de factura
posterior elevado sobre un arco escarzano.
Del mismo modo se ha llegado a especular también
con la posibilidad de que justo en el crucero se levantase un
cimborrio cupulado o incluso torreado sobre pechinas al modo
de otras construcciones románicas burgalesas de raigambre
monacal como San Pedro de Tejada o Monasterio de Rodilla, aunque
este extremo no ha podido ser confirmado.
Al exterior, el elemento más llamativo es
su ábside central, levantado en buena sillería
y conformado por cinco paños delimitados por medias columnas
y que abren en el centro de cada uno mediante elegantes ventanales
de doble arquivolta de medio punto sobre columnillas coronadas
por capiteles vegetales de marcado influjo cisterciense. Por
el contrario, las absidiolas laterales se presentan desnudas
de decoración y horadadas tan solo por una saetera abocinada
en el eje.
Al interior, los tres ábsides comunican
con el tramo crucero mediante arcos triunfales ligeramente apuntados
y doblados en cuyos capiteles se repite la recurrente ornamentación
de tipo cisterciense de hojas, palmetas y crochets; apareciendo
tan solo algún atisbo de figuración en alguna
de las cestas de las naves.
El tramo presbiterial cubre con bóveda de
cañón ligeramente apuntada, mientras que los tres
hemiciclos absidiales hacen lo propio mediante abovedamientos
de horno. Los cinco ventanales del ábside principal quedan
abrazados por sendas molduras a modo de frisos abocelados que
se prolongan también por el tramo recto.
La portada principal abre a los pies del edificio
eclesial, aunque en la actualidad, debido a las reformas y ampliaciones
posteriores queda notablemente camuflada entre la torre y el
claustro moderno. Se configura mediante sencillas arquivoltas
apuntadas bajo un gran óculo.
La torre campanario se eleva también a los
pies de la iglesia, siendo según algunos estudiosos la
estructura más antigua del cenobio al aprovechar la primitiva
estructura de la supuesta torre fuerte que la donante Doña
Sancha tenía en el solar. Este extremo no ha podido ser
constatado documentalmente y en la actualidad, aparece notablemente
modificada en sus dos cuerpos superiores por una intervención
del siglo XVII.
El claustro original y todas sus dependencias anejas
originales, como hemos señalado, desaparecieron debido
a un incendio en los albores de la Edad Moderna, siendo reedificados
en el siglo XVI por los arquitectos Matías y Bartolomé
Castañeda en tres pisos y un estilo puramente clasicista.
Lamentablemente, buena parte de los bienes
muebles del monasterio, entre los que destacaba el sepulcro
de la fundadora y el retablo mayor, obra ambos de Diego de Marquina,
también desaparecieron.
(Autor del texto del artículo
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)