Introducción histórica
El antiguo monasterio de Carracedo
se encuentra en la leonesa comarca de El Bierzo, a unos 30 km.
al oeste de Ponferrada. Aunque hoy sus antiguas ruinas miran
con recelo el esplendor de tiempos pasados, todavía quedan
numerosos vestigios de lo que llegó a ser uno de los
monasterios más poderosos e influyentes de toda la comarca.
Se encuentra en un entorno de
indudable belleza, caracterizado por los cultivos de regadío,
la agricultura intensiva y los chopos que se alzan orgullosos
a orillas del río Cúa. Merece la pena admirar
este entorno dando un paseo por la cerca del recinto, donde
se podrán ver también las antiguas huertas del
monasterio y un viejo palomar.
La fundación del monasterio
El
origen del monasterio debe buscarse en una fecha muy próxima
al año 990-992, cuando el rey Bermudo II (985-999) realizó
una donación de una finca con el objetivo de fundar un
cenobio de la orden benedictina con una función doble:
acoger a los monjes que huían de las tropas de Almanzor
y fundar un panteón real. Este primer monasterio, del
que nada se ha conservado, se consagraría a San Salvador,
Santa María siempre Virgen y San Miguel Arcángel,
y constituye el antecedente directo del cenobio actual.
El esplendor del siglo XII
La ausencia de datos documentales a lo largo de
la siguiente centuria impide reconstruir los avatares de la
historia a lo largo de estos años. En el 1138 el monasterio
se encontraba sumido en un periodo de decadencia, y por eso
la infanta doña Sancha (1102-1159) lo incorporó
al monasterio benedictino de Santa María de Valverde,
en Corullón, que también había sido fundado
por Bermudo II. Fue en este momento cuando el cenobio vio renacer
su vida monacal, de la mano del abad Florencio, y adquirió
un gran poder económico gracias a la jurisdicción
que llegó a tener sobre los monasterios de San Martín
de Castañeda (León), Santa María de Valdedios
(Asturias), Villanueva de Oscos, Monfero y Peñamaior
(Galicia) y a la enorme cantidad de donaciones regias y de particulares
que deseaban descansar eternamente entre sus muros.

De la regla de San Benito a la reforma benedictina
del Císter
Es posible que con la creciente influencia del
monasterio se modificase la advocación de San Salvador
a Santa María y se cambiase a la orden del Cister, pero
lo cierto es que no hay documentación que pruebe este
hecho hasta el año 1200, cuando el cenobio se incorporó
a la casa madre de Citeaux (Borgoña) aceptando la regla
cisterciense, hecho que se confirmará de forma definitiva
por el Papa Inocencio III (1198-1216) en el año 1203.
Al quedar exonerado de abonar los impuestos pontificios y los
pechos reales se acrecentó la riqueza y el poder que
el monasterio acumulaba desde la segunda mitad del siglo XII.

Los siglos de la baja Edad Media
Todo el dinero y la influencia acumulada durante
las centurias anteriores fue poco a poco perdiéndose
a partir del siglo XIV, debido fundamentalmente a la ominosa
gestión de los abades comendatarios que se aprovechaban
de las rentas del cenobio sin ni siquiera residir en él,
y a que muchos de los dominios que se encontraban bajo la jurisdicción
del monasterio fueron puestos en almoneda, o se encomendaron
a la protección de los nobles castellanos, coincidiendo
además con la profunda crisis espiritual que asoló
a la Orden del Cister en toda Europa.

El resurgir de la vida monástica en
la Edad Moderna
En el año 1505 Carracedo se adhirió
a la Congregación de Castilla, que perseguía la
vuelta de los monasterios al cumplimiento de la primitiva regla
del Cister, reorganizándose en siete prioratos. Gracias
a esto recuperó una parte de su influencia, e inició
una nueva etapa de prosperidad económica, que quedó
reflejada en la construcción de diferentes edificios
y ampliaciones de las dependencias monacales. Esta situación
se mantuvo de una forma más o menos uniforme durante
los siglos XVII y XVIII, prueba de ello es la construcción
de una nueva iglesia en el año 1796 sobre el solar que
había ocupado la anterior.

El siglo XIX: del esplendor a la crisis
Por desgracia, esta ambiciosa construcción
nunca llegó a terminarse, debido a los avatares políticos
de la historia de nuestro país a lo largo del siglo XIX.
La invasión de las tropas napoleónicas y, sobre
todo, la desamortización de Mendizábal hicieron
que el proyecto de construir un nuevo templo se truncase para
siempre. Las dependencias monásticas sufrieron graves
desperfectos, y la comunidad se vio obligada a abandonar el
edificio. Esto dio lugar al saqueo de las riquezas acumuladas
durante cientos de años. De esta forma muchos de sus
tesoros se perdieron para siempre, y otros se han descontextualizado,
como una parte de la fuente del claustro reglar, que se encuentra
en la actualidad en el parque de la Alameda de la localidad
vecina de Villafranca del Bierzo. El proceso de degradación
fue tal que en unos pocos años el edificio quedó
sumido en una absoluta ruina.

De monasterio a museo
La declaración de Monumento Histórico-Artístico
Nacional en el año 1928 no salvó al edificio de
su deterioro, cuyos restos tendrán que esperar hasta
la década de los 60 y los 70 del siglo XX, cuando el
arquitecto Luis Menéndez Pidal acometió una primera
restauración del edificio. Éstas se completarán
con las intervenciones realizadas por la Junta de Castilla y
León y el obispado de Astorga a partir de 1985, cuando
se promovió un proyecto de restauración y consolidación
integral del edificio, que se llevó a cabo entre 1988
y 1991, y que se acompañó de un estudio histórico
y arqueológico que ha permitido recuperar y sacar a la
luz numerosos vestigios materiales del edificio y comprender
su evolución constructiva. Cuatro años más
tarde, en 1995, se habilitó en el antiguo refectorio
de los monjes el Museo del Cister y del Monacato berciano, dependiente
del Instituto Leones de Cultura.

El Monasterio de Carracedo en la actualidad
La primitiva iglesia de Santa María
El templo actual es una construcción del
siglo XVIII, de estética neoclásica, con una sola
nave con crucero y cabecera semicircular. No se han conservado
demasiados datos del primitivo edificio medieval.

Tenía tres naves de cinco tramos, la central
más ancha y alta que las laterales, rematadas en tres
ábsides escalonados en profundidad y con un crucero no
desarrollado en planta. Las naves se separarían por medio
de pilares cuadrangulares, y en cada uno de los cinco tramos
se abría un vano que permitía iluminar el interior
del edificio. Su cubierta seguramente fuese de madera, con armaduras
mudéjares, y en el ángulo noroeste tenía
una torre semicircular. De todo ello se ha conservado la torre,
la fachada occidental con un gran rosetón y una puerta
románica.

También se puede ver desde el claustro regular
una parte de los pies de la nave sur, así como la portada
que permitía el acceso desde la iglesia al citado claustro.
Se trata de una sencillísima portada formada por un arco
de medio punto enmarcado por una arquivolta, decorada con ajedrezado
y motivos geométricos.

Del mismo periodo también hay que visitar la fachada
norte de esta iglesia pues se conservan importantes vestigios
de lo que debió ser una monumental portada románica.
Nos referimos a una pareja de estatuas-columna de canon muy
alargado y gran hieratismo que apoyan sobre capiteles figurados.

La tradición han identificad a los personajes
esculpidos con el rey Alfonso VII y el abad Florencio.

En el medio de ambas estatuas se encastró
en el muro el tímpano de una puerta que muestra un solemne
Cristo en Majestad rodeado de los cuatro vivientes del Apocalipsis.

El claustro regular
El visitante que acude a la taquilla del monasterio
para visitarlo accede por una puerta a lo que fue el claustro
regular de los monjes. La primera impresión es bastante
desoladora pues la mayor parte es un amasijo de ruinas.
Sabemos que el centro había una fuente a
la que llegaba el agua por una conducción hecha de sillares.
Las pandas del claustro están casi completamente
destruidas aunque hay algunos restos visible e, incluso, abovedados.
Son restos de las obras del siglo XVI en que se cubrieron dichas
crujías con bóvedas estrelladas hechas con ladrillos.

La sala capitular
La sala capitular es uno de los espacios de época
medieval mejor conservados del monasterio, y su importancia
radica, además, en que es la única de todos los
cenobios cistercienses de León que ha conservado su traza
primitiva.

Se accede a ella a través de la crujía
oriental del Claustro Reglar, construido a mediados del siglo
XVI y arruinado en gran parte, que será lo primero que
verá el visitante después de traspasar la recepción
al monasterio.

Se trata de una sala construida a finales del siglo
XII o comienzos del XIII. El acceso se hace por medio de una
portada con un arco de medio punto abocinado, enmarcado por
tres arquivoltas que se apoyan en sus correspondientes columnas,
con capiteles decorados con formas vegetales y animales. Se
enmarca por dos vanos, uno de medio punto y el otro geminado.

El interior es un espacio cuadrangular con la forma
característica de las salas capitulares, con cuatro columnas
centrales que distribuyen los nueve tramos en los que se divide
la sala, cubiertos con sencillas bóvedas de crucería.
Las columnas están formadas por fustes monolíticos
a los que se adosan pequeñas columnillas, con su correspondiente
basa y un capitel de forma prismática.

Estos capiteles ofrecen, casi todos, relieves vegetales
muy bien tallados. Sin embargo, la columna del fondo a la derecha
según se entra en dicha sala capitular sorprende por
llevar todo un relieve corrido donde se amontonan animales reconocibles
como leones y arpías.

El pasaje a la huerta y el locutorio
Junto a la sala capitular hay dos salas abovedadas
que debieron de construirse en la segunda mitad del siglo XIII.
La primera de ellas es un pasaje que comunicaba el claustro
con la zona de la huerta, y que en la actualidad no puede visitarse,
aunque si puede verse su acceso, una portada sencilla con un
arco de medio punto sostenido por dos jambas, y con modillones
de rollos.

A continuación se encuentra el locutorio,
un espacio similar, cubierto con bóveda de cañón
sobre arcos fajones de medio punto, y con uno de los muros articulado
mediante arcosolios con frisos labrados para sentarse.
El "Palacio Real"
La escalera
Desde el Claustro reglar se accede por medio de
una escalera construida en el siglo XVI a la parte superior,
donde hay tres salas construidas en el siglo XIII, y que la
tradición popular ha bautizado con el nombre de "Palacio
Real" debido a la creencia de que fueran éstas las
salas de la residencia de la reina doña Sancha, aunque
no hay ningún documento que pueda corroborar esta información.

Oratorio del abad
La primera de estas salas seguramente fuese el
oratorio del abad, más tarde empleada como archivo. Es
un espacio no demasiado amplio pero bastante alto formado por
una planta cuadrada, cubierto con bóveda de crucería,
e iluminada por un gran óculo.

Destaca la clave de la bóveda, que tiene
tallada la figura de un Cristo en Majestad enmarcado por una
mandorla y rodeada por un Tetramorfos.

Antecámara
En el lienzo occidental se encuentra el acceso
a una antecámara cubierta mediante una bóveda
ojival sobre arcos fajones apuntados que se apoyan en una repisa
con decoración de grifos y leones.

La Cocina de la Reina
La última de las salas que conforman el
"Palacio Real" es la conocida como "Cocina de
la Reina". Se accede desde esta antecámara por medio
de una portada de estética gótica, con un arco
apuntado en cuyo tímpano hay una representación
de la Dormición de la Virgen rodeada por los Apóstoles
y el centro Cristo que recoge su alma. La arquivolta que lo
envuelve lleva cinco estatuas de ángeles músicos.

Quizás fue la sala de audiencias del abad,
si bien en un principio pudo funcionar como dormitorio de los
monjes. Se trata de una sala de gran tamaño, construida
seguramente en el siglo XIV, de planta cuadrangular.

El espacio se articula por medio de cuatro columnas
centrales con capiteles decorados con motivos geométricos,
sobre los que apoyan arcos formeros y fajones apuntados. En
origen estuvo cubierta por una armadura de madera policromada
con una bóveda central de ocho paños, de la que
han sobrevivido algunos fragmentos, conservados en el Museo
de León.

La sala resulta muy luminosa, debido a los dos
grandes vanos y dos óculos que se abren en el muro occidental,
y las dos ventanas abocinadas localizadas en el lienzo meridional.

El Mirador de la Reina
La fachada de esta sala se asoma a lo que se conoce
como el "Mirador de la Reina", una pequeña
terraza a modo de balcón, cerrada por una arquería
compuesta de tres arcos, uno central apuntado y dos laterales
de medio punto con roscas molduradas, separados por dos columnas
con capiteles labrados con hermosas formas vegetales. La fachada
de la "Cocina de la Reina" se articula mediante una
portada central con arco de medio punto y enmarcada por dos
pares de columnas que sostienen sendas arquivoltas, un óculo
a su derecha y una ventana geminada apuntada a su izquierda.

El refectorio
Por último hay que destacar el refectorio,
que acoge el Museo del Cister y del Monacato berciano, y que
se sitúa junto a las salas de invierno del abad, por
donde se accede en la actualidad al edificio. Se encuentra en
la panda meridional del Claustro reglar Es una construcción
de finales del siglo XII o comienzos del XIII, y sin duda es
uno de los espacios mejor conservados del monasterio medieval,
aunque su cubierta se modificó en el siglo XVI con una
estructura a base de bóvedas de terceletes característica
del tardogótico castellano, originalmente el espacio
se cubría con una estructura de madera. En el tercer
tramo del muro occidental todavía pueden verse los restos
del púlpito, con una escalera que se asoma a la sala
mediante tres arcos rampantes apoyados sobre pequeñas
columnas y bóveda de cañón.

Otras dependencias del Monasterio de Carracedo
construidas en época moderna
A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII
se construyeron varios edificios y ampliaciones de las dependencias
monásticas, que atestiguan el esplendor del monasterio
en época moderna. Entre éstas, destacan la Capilla
de la Portería, del siglo XVI, el Claustro de la Hospedería,
del XVII, o la Biblioteca, del XVIII, en donde recientemente
se ha instalado un lote de libros que se ha recuperado, para
contextualizar el espacio.
(Autores del texto del artículo
de ARTEGUIAS:
Víctor López Lorente y David de la Garma)
