Introducción
El
templo de San Antolín se sitúa en un paraje
privilegiado y con una naturaleza exuberante, a unos 7 km. del
municipio de Toques, en la provincia de La Coruña.
La iglesia es el principal resto conservado del antiguo cenobio
benedictino de San Antolín, cuya fundación debió
realizarse hacia el s. X. La primera vez que aparece documentado
es el 23 de febrero de 1067, cuando consta que el rey García
de Galicia (1065-1071 y 1072-1073) realizó una donación.
El documento alude a que en ese momento se encontraba
al frente del cenobio el abad Tanoi, y que el monasterio se
regía por la regla benedictina. Esto convierte a San
Antolín en el primer monasterio gallego conocido que
seguía los preceptos marcados por San Benito de Nursia.
Diez años después, en el 1077, Alfonso VI de León
(1065-1072) realizó otra una nueva concesión al
monasterio. Desde el s. XII se produce un vacío documental
que se extiende durante toda la Edad Media, y que quizás
pueda explicarse por la pérdida de importancia del monasterio.
En el año 1515 fue incorporado al cenobio de San Martín
de Pinario (Santiago de Compostela), por una bula de León
X (1513-1521), y así permaneció hasta el final
de su existencia.
En 1835 se produjo su exclaustración, debido
al proceso desamortizador de Mendizábal. Desde entonces
sus dependencias se acondicionaron para diversas actividades.
En la segunda mitad del s. XIX se amplió la nave de la
iglesia, derribando el muro de los pies. En la actualidad, de
época medieval tan sólo se conserva la iglesia.
El edificio se estructura en torno a una única
nave de pequeñas dimensiones, rematada en un ábside
rectangular de menor tamaño. Se cubre con una techumbre
a dos aguas. Los muros están construidos con sillares
de cantería que alternan hiladas de diferentes tamaños
y alturas, colocados sin un orden aparente. Cuenta con cuatro
puertas, situadas en el muros sur, en el oeste, y dos en el
norte. Estos dos últimos en la actualidad se encuentran
tapiados. Las situadas en el muro meridional y septentrional
son similares, y son las únicas que se ha conservado
del edificio primitivo. Están formadas por un sencillo
arco de medio punto, que arranca directamente de las jambas.
La situada en el lado norte comunicaba el templo con las dependencias
monásticas, y la que se encontraba en el sur permitía
acceder desde el exterior. La otra puerta del lado norte fue
abierta en época moderna. Se sitúa en alto, y
permitía el acceso al coro de la iglesia, situado en
alto a los pies del templo. Una última puerta, situada
en el muro de los pies, se abrió en la segunda mitad
del s. XIX, cuando se amplió el edificio.
En el muro meridional se abren tres ventanas, una
en el septentrional, y otra más en el costado occidental.
La situada en el muro del evangelio, y dos de las situadas en
el muro de la epístola son contemporáneas a la
construcción del edificio, mientras que la situada en
este último lienzo, más cerca del ábside,
y la del costado de los pies, se abrieron posteriormente. Las
ventanas originales tienen arcos de medio punto, con un doble
derrame hacia el exterior y el interior.
El ábside es de unas dimensiones bastante
más reducidas que la nave. En su exterior también
se cubre con un tejado a dos aguas. Los muros se articulan mediante
arcadas ciegas de medio punto (de tipología lombarda),
que apoyan en canecillos decorados con formas geométricas,
antropomórficas y zoomórficas. En el centro del
muro oriental hay una pequeña ventana con arco de medio
punto y un derrame doble, similar al de las ventanas de los
muros laterales, y que se apoya en unas sencillas jambas. En
el muro sur hay otro pequeño vano, que se abrió
en época moderna.
Tras la descripción quedan interrogantes
sobre la fecha de la construcción. Parece que el edificio
pudiera tener una base prerrománica del siglo X sobre
el que se haría una actualización o reforma en
la segunda mitad del siglo XI donde se añadirían
algunos ventanales y los arquillos lombardos sobre ménsulas
figuradas. En esta línea hay que recordar la iglesia
lucense de San Martiño de Mondoñedo.
El interior tiene una estructura muy sencilla.
El paso de la nave al ábside se efectúa por medio
de un arco del triunfo de medio punto extraordinariamente pequeño,
que se apoya en columnas adosadas al muro, con fustes lisos,
basas decoradas con formas geométricas, y capiteles troncopiramidales
con motivos geométricos. La causa de la pequeñez
de este arco triunfal habría que buscarla probablemente
al empleo del rito hispano en el momento de su edificación.
En el frente del muro al que se abre el ábside,
a la izquierda, se encuentra un relieve con una roseta. En el
costado contrario, a la altura del arranque del arco del triunfo,
hay otro relieve, en donde se distingue una figura humana golpeando
a una bestia con la boca abierta.
El ábside se encuentra claramente separado
de la nave, dado que el arco de acceso es de unas dimensiones
mucho más pequeñas. Se cubre mediante un tejado
a dos aguas, y en el interior con una bóveda de cañón
ligeramente peraltada, que apoya en una imposta.
El interior de la nave se encuentra decorado con
unos extraordinarios frescos realizados a mediados del s. XV,
y otros que se han datado en el s. XVI. Los más antiguos
se encontraban ocultos tras una capa de estuco, y fueron descubiertos
en la última campaña de restauración. Las
pinturas destacan por la intensidad de su gama cromática,
y guardan una relación formal con las de la iglesia de
Vilar de Donas (Lugo).
Estas pinturas fueron realizadas para resaltar
un conjunto de un extraordinario Calvario con tres tallas realizadas
en madera policromada, que se ha datado en el último
cuarto del s. XII, aunque algunos autores lo han retrasado al
s. XIII. Desde la restauración de las pinturas se sitúa
en su ubicación original en el muro norte, pero hasta
fechas recientes se encontraba sobre el arco triunfal que comunica
la nave con el ábside. Su gran calidad técnica
se puso en evidencia tras su reciente restauración. Destaca,
en la figura de Cristo, el tratamiento de las costillas y de
la barba en el rostro. Las figuras de María y de San
Juan visten una túnica larga, que cubre por completo
su cuerpo, y tienen sus cabezas ligeramente inclinadas, creando
una composición simétrica.
Volviendo al exterior del edificio, en el
bosque que se sitúa por detrás de la iglesia todavía
se conservan algunos restos del monasterio, pertenecientes a
época moderna. Nada se ha conservado del claustro y del
resto de dependencias con las que debió contar el monasterio
de San Antolín.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
Víctor López Lorente)