Introducción
En pleno
corazón del Alto Aragón, la pequeña localidad
de Santa Cruz de la Serós se ubica a escasos 15
kilómetros de la ciudad Jaca, constituyéndose,
como si de su antesala se tratase, en paso obligado para llegar
al histórico Monasterio de San Juan de la Peña,
germen del primitivo Reino de Aragón y, como no podía
ser de otra forma tal y como veremos a continuación,
de la propia población de Santa Cruz.

Pese a que
en la actualidad Santa Cruz de la Serós, con sus apenas
200 habitantes, no deja de ser una más de las minúsculas
poblaciones que jalonan las sierras prepirenaicas, puede enorgullecerse
de poseer una dilatadísima historia además de
contar con dos monumentos románicos de primer orden:
la iglesia (antiguo monasterio) de Santa María y la
Iglesia de San Caprasio.
Más
información de la Iglesia
de San Caprasio de Santa Cruz de la Serós 

El
propio topónimo "Serós", apócope
de "Sorores" (hermanas), muestra bien a las claras
la importancia que tuvo en el desarrollo de la localidad la
comunidad monacal femenina que, como abordaremos en las próximas
líneas, se estableció en este bellísimo
enclave altoaragonés en fechas altomedievales.
Una
aproximación histórica
Pese a que
la tradición, apoyándose en fuentes del todo imprecisas,
ha venido señalando que el origen de Santa María
de Santa Cruz de la Serós se remontaría a las
últimas décadas del siglo X (992), en tiempos
del monarca navarro Sancho Garcés II; recientes estudios
han acabado por desmentir dicha teoría, retrasando la
más que posible fundación de una primera comunidad
monástica en la localidad hasta la primera mitad de la
undécima centuria.
De este
modo, parece probado que los orígenes verdaderos del
Monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós
se remontarían hacia, aproximadamente, el año
1025 cuando, con motivo de la refundación e implantación
de la orden benedictina en el vecino monasterio de San Juan
de la Peña por Sancho III el Mayor, el cenobio pinatense,
hasta entonces dúplice, pasase a ser morado exclusivamente
por monjes, debiendo entonces trasladarse la rama femenina al
actual Santa Cruz, donde sería erigida una primera iglesia
de nave rectangular y testero recto cuya existencia ha podido
ser atestiguada gracias a una campaña de excavaciones
acometida en 1991.

Durante
la segunda mitad del siglo XI el rey Ramiro I mandaría
edificar una nueva iglesia dotada de todos sus equipamientos
monásticos propios, ingresando en él como religiosa,
en 1059, la menor de sus hijas: la Infanta Doña Urraca.
Sin embargo,
el primer momento de esplendor de la comunidad femenina de Santa
María de Santa Cruz de la Serós llegaría
entre 1065 y 1070 cuando, tras enviudar del Conde Ermengol III
de Urgell (fallecido según algunas crónicas en
lucha contra los musulmanes en un lugar indeterminado entre
Monzón y Barbastro), la Condesa Doña Sancha, también
hija del rey Ramiro I, ingresa en la comunidad, siendo al poco
tiempo nombrada abadesa.

Poco tiempo
después, también tras enviudar de un conde provenzal
llamado Bertrand, ingresaría en el monasterio una tercera
hija del rey Ramiro de nombre Teresa, convirtiéndose
de este modo el cenobio de Santa Cruz de la Serós en
destino de numerosas damas cortesanas y de alta alcurnia de
la época que tomaban hábitos y, por lo tanto,
en objeto de innumerables y generosísimas donaciones
tanto por parte de la Corona, como de los distintos linajes
nobiliarios aragoneses.
Durante
el abadiato de la Condesa Doña Sancha, mujer de enorme
influencia política durante las últimas décadas
del siglo XI merced a su relación de enorme proximidad
y confianza con su hermano, el rey Sancho Ramírez; el
monasterio de Santa Cruz de la Serós alcanzó sus
mayores cotas de poder gracias a las riquezas que fue acumulando
tanto en forma de donaciones como de heredades, hasta el punto
de que llegó a decirse que, buena parte de la financiación
de las campañas bélicas de la Corona aragonesa,
procedía de las riquezas que proveía el monasterio
santacrucero a través de sus extensos dominios.
En 1097
fallecería la Condesa Sancha, siendo enterrada en el
fabuloso y célebre sarcófago en el que después
nos detendremos y que, desde el propio monasterio de Santa María
de Santa Cruz de la Serós, fue trasladado al Convento
de las Benitas de Jaca, donde se conserva hoy en día.

Durante
los siglos XII y XIII, al igual que ocurriría con su
vecino de San Juan de la Peña, el monasterio de la Serós
iría perdiendo su influencia dentro de los contextos
políticos de la Corona de Aragón una vez que los
límites geográficos de ésta, tras distintas
y exitosas campañas contra los musulmanes, habían
alcanzado la ciudad de Zaragoza y rebasado, incluso, la propia
línea del Ebro.
La comunidad
permaneció en Santa Cruz hasta el 1 de julio de 1555,
fecha en que, por orden de Felipe II, el cenobio fue exclaustrado
y sus religiosas trasladadas a Jaca. A partir de ese momento,
salvo la iglesia, que pasaría a detentar la función
de parroquia de la localidad, el resto de dependencias monacales,
ya obsoletas (claustro, refectorio, capítulo), irían
desapareciendo al ser progresivamente abandonadas y aprovechados
sus materiales para la construcción de viviendas en la
zona.

La iglesia
de Santa María de Santa Cruz de la Serós sería
declarada Monumento Nacional en noviembre de 1931, siendo objeto,
ya durante los años 90 del siglo XX, de una profusa restauración
consistente en rehabilitar la torre, consolidar la fábrica,
desprenderla de aditamentos tardíos y acometer en ella
varias prospecciones arqueológicas para tratar de profundizar
en sus orígenes y en su historia.
Tras una
última intervención de consolidación en
2004, el 25 de mayo de 2005 fue declarada Bien de Interés
Cultural.
La
iglesia de Santa María
Lo primero
que llama la atención al encuentro con la iglesia de
Santa María de Santa Cruz de la Serós es, pese
a ser un templo de un tamaño medio, la tendencia a la
verticalidad que le confiere al conjunto su soberbia torre campanario
y la misteriosa estancia levantada sobre el falso crucero, en
la cual, nos detendremos más adelante.

Presenta
la iglesia una planta de cruz latina engendrada a partir de
una sola nave rectangular de dos tramos desiguales, un falso
crucero propiciado por dos capillas laterales abiertas a cada
uno de los dos costados de la nave, y un ábside cabecero
semicircular precedido por un breve tramo recto presbiterial.

Resulta
curioso el hecho de que esas dos capillas que generan el crucero,
quedan rematadas en su muro oriental por sendos nichos a modo
de minúsculas absidiolas semicirculares cubiertas con
cuartos de esfera que, al exterior, presentan remate plano sobresaliendo
ligerísimamente del muro, hasta el punto de que, de no
ser por sus mínimos vanos, darían la apariencia
de ser simples contrafuertes de refuerzo.

Queda cubierta
la nave mediante una bóveda de cañón reforzada
por dos arcos fajones de medio punto doblados que descansan
sobre columnillas adosadas a pilastras y rematadas en capiteles
figurados. A lo largo de toda la nave, justo a la altura del
arranque de las bóvedas, discurre una imposta horizontal
ajedrezada que, incluso, se prolonga por las capillas laterales
y la cabecera.

Mientras
que el ábside central cabecero presenta una bóveda
de horno precedida del mencionado tramo recto cubierto con bóveda
de medio cañón; las capillas laterales que definen
el crucero resuelven sus cubiertas mediante sencillas soluciones
a base de dos nervios que se cruzan justo en el centro geométrico
de la bóveda.
Tanto el
arco triunfal de acceso al presbiterio, como los que abren a
las capillas laterales disponen roscas de medio punto trasdosadas
por la omnipresente moldura ajedrezada, también denominada
de "taqueado jaqués".
Pese a que
en planta el edificio presenta la prototípica morfología
de cruz latina y que al exterior llama poderosamente la atención
tanto el juego de volúmenes como su verticalidad, una
vez rebasado el umbral de la puerta, el visitante queda con
la sensación de encontrarse ante un modesto edificio
de una sola nave rematada en un único ábside semicircular,
como tantos templos rurales existen en el románico español.
Este singular
"efecto" viene motivado por el hecho de que el transepto,
lejos de quedar resaltado, bien en alzado o bien mediante la
erección de un cimborrio o de una cúpula, apenas
se manifiesta al interior; no siendo apreciable desde dentro,
en ningún caso, el potente volumen que, al exterior,
corona el tramo crucero adosado a la torre. Este elemento en
concreto hace de Santa María de Santa Cruz de la Serós
un edificio prácticamente único y de primer orden
dentro del románico español.

Esta cámara
secreta e independiente, accesible en origen tan solo mediante
escaleras portátiles de madera desde un vano en altura
abierto en el paramento norte de la nave, ha suscitado, entre
especialistas y estudiosos, numerosas teorías acerca
de su posible funcionalidad; identificándose como una
cámara en la que resguardar el tesoro litúrgico,
como un posible lugar de refugio para la comunidad en caso de
ser atacada o, incluso, más recientemente, como una "galilea"
o capilla en altura.
El habitáculo,
de apariencia cuadrangular al exterior, se torna octogonal al
interior merced a unas exedras angulares que, a modo de trompas
(manifestadas al exterior mediante volúmenes esquineros
prismáticos), permiten que una superficie cuadrada quede
rematada en ochavo, abovedándose el espacio mediante
una solución nervada cuyos nervios, tras cruzarse en
el centro, van a descansar sobre columnas rematadas en capiteles
dispuestas en el centro de cada uno de los cuatro lados principales.

La torre,
de porte monumental y considerablemente desproporcionada respecto
al conjunto del templo, se dispone sobre la capilla lateral
sur que da lugar al brazo meridional del crucero, quedando unida
y comunicada con la recién tratada cámara superior
secreta mediante un pequeño vano adintelado.
Presenta
planta cuadrangular y se eleva en tres cuerpos en altura definidos,
en cada uno de sus frentes, por otros tantos registros de vanos
geminados de maineles cilíndricos, quedando coronada
la rotunda estructura prismática mediante un remate octogonal.
Hacia el
centro de la nave en el muro sur del templo abre una pequeña
portadita de vano adintelado en la que, abrazado por un guardapolvo
ajedrezado de medio punto, se despliega un tímpano presidido
por un crismón compuesto por una rueda de seis radios
entre rosetas; pudiendo adivinarse en él mínimas
incisiones con los caracteres "x", "p",
"a" y "w". Muy probablemente, en origen
esta puerta fuera la que daría acceso desde el templo
al desaparecido claustro.
Mucho más
interesante es la portada principal, habilitada a los pies de
la iglesia en un cuerpo en resalte o arimez bajo un tejaroz
sostenido por canecillos figurados. Se compone, bajo una moldura
ajedrezada a modo de guardapolvo, de cuatro arquivoltas me medio
punto abocinadas que apean alternativamente sobre pilares y
columnas, quedando rematadas estas últimas en capiteles
vegetales y figurativos.
El elemento
más interesante de la portada occidental es, sin lugar
a dudas, su tímpano, en el cual, dos leones de feroz
aspecto, uno de ellos sobre un motivo floral, flanquean un crismón
trinitario en el que resulta curioso como, a excepción
del símbolo "Rho" (P), que aparece en su prototípico
lugar, el resto de caracteres como el Alfa y el Omega se sitúan
desplazados respecto a la posición en la que suelen aparecer.

Todo el
diámetro del círculo del crismón queda
recorrido por una inscripción cuya traducción
vendría a ser la siguiente: "Yo soy la puerta de
entrada: pasad por mi fieles. Yo soy la fuente de la vida: tenéis
más sed de mí que de vino, vosotros que penetráis
en este bienaventurado templo de la Virgen".
Una segunda
inscripción, justo en el borde inferior del crismón
y al pié de los leones reza lo siguiente: "Corrígete
primero para que puedas invocar a Cristo".
Para muchos
especialistas, este crismón de la portada occidental
de Santa María de Santa Cruz de la Serós venía
siendo interpretado como una copia o versión del existente
en la Catedral de Jaca, sin embargo, recientes estudios, entre
los que destacan los de Francisco Matarredonda o Juan Antonio
Olañeta, han concluido, basándose en la propia
morfología del crismón, que el del antiguo monasterio
de la Serós, cuya creación sitúan hacia
1090, vendría a ser más antiguo que el existente
en la seo jacetana, el cual, encuadran en una fecha próxima
a 1115.

En cuanto
a la escultura monumental presente en el edificio, amén
de la ya comentada de sus portadas, destacan los capiteles de
las dos grandes columnas adosadas que dividen en tres paños
el muro absidial al exterior, siendo perfectamente reconocible
en uno de ellos el pasaje de Daniel en el foso de los leones.
También encontramos ricos capiteles figurados al interior,
tanto coronando las columnas que sostienen los arcos fajones
de la nave, como en la cámara secreta sobre el crucero.

Capítulo
aparte merece la colección de canecillos del alero que,
si bien algunos de ellos no son figurados, otros muchos nos
ofrecen un repertorio humano y, sobre todo, animalístico
muy interesante: leones, monos, peces, bóvidos, así
como otros seres pertenecientes al bestiario fantástico.

En todo
el conjunto eclesial se advierte el trabajo de varias manos,
ente ellas, concretamente en un capitel decorado con el tema
de la Anunciación de la cámara superior, la del
conocido como Maestro de Doña Sancha, artífice
del famoso sepulcro y de algún capitel de la propia Catedral
de Jaca.
La visita
a Santa Cruz de la Serós tiene su lógica extensión
a dos lugares de importancia capital para el románico.
El primero es el conjunto monumental de Jaca, donde son de obligada
visita su catedral, el Museo Diocesano y algunas iglesias y
ermitas más, donde se conservan importantes piezas románicas
como el citado Sepulcro de Doña Sancha o un capitel del
Maestro Esteban.

El segundo
es el Monasterio de San Juan de la Peña, a pocos kilómetros
de distancia y accesible por una montaraz carreterita que comunica
el propio Santa Cruz de la Serós con este histórico
cenobio aragonés.

(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)