El feudalismo
fue el sistema de organización política, social
y económica preponderante en la Edad Media. Con el feudalismo,
se creó un nuevo sistema que permitió el equilibrio
y la ayuda mutua entre la realeza y la nobleza, dando lugar a
un nuevo reparto de poder y riquezas. El modo en el que lo desarrollaron
fue el vasallaje, subordinación de los segundos respecto
a los primeros.
Antes del
feudalismo, debemos retrotraernos en el tiempo para entender la
evolución posterior: tras la fragmentación del Imperio
Romano, la unidad política de occidente desapareció,
dando paso al control de los distintos pueblos bárbaros:
los musulmanes en el sur de Europa, los suevos y los vikingos
en el norte. La máxima expresión de esta descomposición,
fue el tratado de Verdún que en el año 843, divide
los territorios entre varios hermanos, acabando con la unidad
del mundo occidental que había visto en Carlomagno su último
gran emperador.
Si algo sobrevivió
a la disgregación política, fue la Iglesia. Tomando
la antorcha romana, se instauró como la única institución
que unió a todos los pueblos europeos. Así el latín,
se convierte en lengua común de unos y otros y la Iglesia
en el poder más relevante de todo el contexto político
contemporáneo, friccionando con los poderes tradicionales,
que veían peligrar su supremacía.
Durante
siglos el Papado estuvo convencido del predominio divino sobre
el poder temporal, el político, hecho que no admitía
el último. Por ello, en ese tiempo, existió un enfrentamiento
entre los dos poderes universales, surgiendo la teoría
de las dos espadas, es decir, el símbolo del poder espiritual
y el temporal. Ambos poderes estuvieron hasta el siglo XI, momento
de una profunda reforma en la Iglesia, unidos en manos del Papa,
el máximo exponente del poder divino en la Tierra. Así
por ejemplo, un rey o emperador sólo podía ser coronado
tal si el Papado daba el permiso para ello, aprobación
que se vería escenificada en la ceremonia de coronación.
La nobleza,
opuesta a este proceso, animó a la reforma de la Iglesia,
proceso que culminaría con la división de ambos
poderes. Aún así, la influencia ejercida por la
institución de la iglesia, sería un hecho durante
toda la Edad Moderna.
A partir
del siglo XI, tras el fin de las invasiones bárbaras del
espacio europeo, comienzan a surgir las monarquías feudales,
gracias a procesos políticos como las Cruzadas o la Reconquista
en España. Señores, nobles, que durante años
hicieron de su linaje toda una familia noble, con ventajas que
se transmitían de forma hereditaria, comenzaron a tomar
mucho poder.
Se pasó
de un poder único, centralizado, el del imperio, a la instauración
de muchos pequeños poderes sobre tierras de distintos tamaños
a mano de los nobles. Cada tierra se constituyó como una
entidad económica y política.
El proceso
de consolidación por una parte de aristócratas,
por otro del rey como centro de poder, fue gracias a una serie
de factores como la sacralización y ordenación del
nuevo orden social que suponía el sistema vasallático.
Fueron los
clérigos quienes intentaron delimitar las funciones de
los grupos de poder, del eclesiástico y de los campesinos.
Gracias a
los libros que hemos conservado, sabemos que los estamentos fueron
definidos de la siguiente manera: los laboratores - los trabajadores-,
los oratores-los que rezaban-, y los bellatores-los que guerreaban,
entre los que se encontraban la realeza, la nobleza y los militares.
Así se justificó que unos estuviesen por encima
de otros en la pirámide social, culminada por el rey que,
gracias a su origen y misión divina, sería el garante
de la paz y del buen desarrollo social. Así, al mismo tiempo,
justificarían el carácter hereditario y no electivo
del cargo.
La evolución
del sistema de vasallaje y de las monarquías feudales,
va perfilando lo que hoy en día conocemos como estados.
Es también gracias a las uniones matrimoniales, perfectos
engranajes políticos, donde se unen o dividen territorios,
donde se hacen políticas dirigidas a la ayuda mutua o desde
donde nacen las mayores rencillas.
Será
a partir del siglo XIV y durante el siglo XV, cuando comencemos
a observar las características propias de los nuevos estados.
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