El fenómeno
típicamente hispano de la Reconquista y la escasa penetración
de los mecanismos feudales europeos configuraron en los estados
hispano-cristianos una estructura social sensiblemente diferente
de la imperante en el resto de la Europa Central, que es donde
el feudalismo tradicional tuvo mayor presencia.
A
lo largo de toda la zona de fricción y reconquista de la
España musulmana, la ocupación de nuevos
territorios actuó como poderoso resorte de promoción
social y sirvió de salvaguarda para la libertad jurídica
de amplias capas de la población.
Hay que tener
en cuenta que en gran parte de los casos (y al menos durante los
primeros siglos de la reconquista) la disputa militar entre cristianos
y musulmanes se producía sobre terrenos mayoritariamente
yermos, aunque estratégicamente valiosos para ambos bandos.
De ahí que la repoblación que seguía a la
reconquista militar era un verdadero proceso de colonización
de tierras desocupadas.
De acuerdo
con la tradición romana y visigótica, los soberanos
consideraban esas tierras sin dueño como parte del patrimonio
y favorecían el asentamiento en ellas de nuevos pobladores.
La razón es obvia. La única forma de consolidar
el poder efectivo sobe un terreno disputado era dotarlo de organización
social, de construir o recuperar villas y aldeas con población
capaz de revitalizar el territorio y llegado el caso, colaborar
en su defensa.
Los grandes
señores, laicos o eclesiásticos, como agentes de
la autoridad real o en nombre propio, dirigían el esfuerzo
repoblador mediante la concesión de cartas pueblas en las
que se determinaban los privilegios y se regulaban las modalidades
de ocupación de la tierra.
El procedimiento
de instalación de los nuevos colonos -pressura en las tierras
yermas del Duero, apprissio en Cataluña- seguía
pautas muy similares y sirvió de punta de lanza en la expansión
hacia el sur.
A partir
del siglo XI, especialmente en los Reinos de León y de
Castilla, surgieron las Comunidades de Villa y Tierra en zonas
de frontera con Al-Andalus donde los pobladores alcanzaban ventajosas
condiciones de vida gracias a las concesiones de los fueros que
otorgaban los monarcas con la finalidad de repoblar aquellas zonas
de peligro.
En definitiva,
las gentes que repoblaron gran parte de la España cristiana
en continua guerra y avance, podían mantener un estatus
de libertad distinto al propio de feudalismo en Europa.
En el peldaño
superior de la pirámide social peninsular figuraba la nobleza,
formada por los grandes señores laicos y eclesiásticos,
principales beneficiarios de las donaciones reales de tierras.
La clase, en cuanto tal, se fue definiendo por la progresiva consolidación
de linajes cada vez más poderosos. No obstante, el continuo
ejercicio de la milicia actuó como palanca de promoción
social e impidió que el estamento nobiliario se" convirtiese
en un coto cerrado. Los caballeros, a veces directamente vinculados
al soberano, integraban la capa más baja de la nobleza.
A través de ellos se establecía el contacto con
el escalón inmediatamente inferior, el de los campesinos
libres.
Como en toda
Europa, las clases populares constituían la gran masa de
la población de los reinos hispano-cristianos. En un principio,
los hombres libres no privilegiados representarían el contingente
humano más numeroso. La colonización de las zonas
fronterizas con los dominios musulmanes provocó el florecimiento
de pequeños o medianos propietarios, auténticos
pioneros que marcarían el principal contraste con una Europa
en la que el grueso de la población estaba sumido en la
condición servil o semiservil.
El alodio
-propiedad inmueble libre de cargas señoriales- predominó
durante mucho tiempo en amplias zonas de colonización.
El fenómeno
tardío del feudalismo en España
No obstante,
con el progreso de la Reconquista -en el tiempo y en el espacio-
se iría imponiendo un tipo de colonización en que
el elemento característico sería la creación
de grandes dominios señoriales, laicos y eclesiásticos,
cuya perduración todavía define la estructura de
la propiedad agraria de amplias zonas de la península y
que, llegado el caso, tendría su prolongación en
América mediante el sistema de las encomiendas.
La razón
de este giro hacia una progresiva tendencia al feudalismo bajomedieval
en España, hay que buscarla en las grandes conquistas castellanas
y aragonesas del siglo XIII. En efecto, tras el desmoronamiento
del poder almohade en 1212, castellanos y aragoneses realizan
un histórico y espectacular avance reconquistador que tuvo
su apogeo en la mitad del siglos XIII. Lo que en cinco siglos
había sido un lento y a veces titubeante avance territorial
hacia el sur, se convierte en pocos años en una incorporación
de extensísimos territorios de lo que actualmente son las
Comunidades de Castilla La Mancha, Extremadura, Andalucía,
C. Valenciana, Murcia y Baleares.
Los monarcas
de ambos reinos concedieron entonces grandes privilegios y territorios
a los colaboradores en aquellas conquistas (Nobleza y Órdenes
Militares), sentando las bases del poder señorial que imperaría
durante los siglos bajomedievales hasta la reorganización
de los Reyes Católicos. Se trata de los famosos "repartimientos"
por los que vastísimas extensiones de terrenos se concentraron
en no demasiadas manos.
En esta situación
peculiar del Feudalismo tardío en España, hay que
mencionar que algunos de lo beneficiarios más importantes
de estos repartimientos y concesiones fueron las órdenes
militares. Como es lógico, las órdenes militares
tuvieron un acusado protagonismo en las conquistas de la mitad
meridional de la Península y también fueron generosamente
recompensados por los reyes con amplias extensiones de tierras
y privilegios que marcaron la personalidad de estos territorios
durante siglos (como ocurre con parte de Extremadura y sur de
Castilla).