La
formación de la Corona de Aragón: de Petronila a Jaime I el Conquistador
En 1137 Ramiro
II el Monje concertó el matrimonio de su hija Petronila
con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, retirándose
ese mismo año al monasterio de San Pedro el Viejo (Huesca).

El gobierno
del reino quedaba en manos de su yerno, aunque sólo Petronila
llevaría el título de reina a partir de la muerte
de Ramiro, en 1157. El matrimonio, celebrado en 1150, supuso la
unión del reino de Aragón y el condado de Barcelona
y, por tanto, el nacimiento de una nueva unidad política,
la Corona de Aragón. Ello significaba que, aunque
cada territorio mantuviese leyes y fueros propios, quedaban bajo
el dominio de un único poder: el del Rey de Aragón.
El predominio teórico que Aragón ejerció
en estos primeros momentos de la Corona se contrarrestó
con la hegemonía eclesiástica que, desde la sede
episcopal de Tarragona, ejerció Cataluña, a lo que
sumará la superioridad económica y el predominio
político que alcanzó en los siglos posteriores.
Sin embargo, el título de "Rey de Aragón"
siempre precedió al de "Conde de Barcelona".

La expansión
de la Corona de Aragón continúa más allá
de los Pirineos, sobre todo a partir de 1144, cuando Ramón
Berenguer IV se hace cargo de la tutela de su sobrino, el Conde
de Provenza y recibe el vasallaje de varios señores de
la zona. Al mismo tiempo, persisten las pretensiones aragonesas
sobre Navarra y, en 1151, castellanos y aragoneses firman el Tratado
de Tudillén por el que, además de repartirse Navarra,
se establecen las futuras zonas de conquista de cada reino frente
al Islam: el conde recibiría la ciudad de Valencia con
toda la tierra desde el Júcar, así como el reino
y la ciudad de Murcia (excepto las plazas de Lorca y Vera), con
la condición de prestar homenaje feudal al rey de Castilla.
Esta dependencia feudal se mantendrá hasta 1177, año
en que se suprime a cambio de que el conde-rey aragonés
renuncie a la conquista de Murcia. Entre 1148 y 1149, Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón,
conquista, con la intervención de templarios y hospitalarios,
las plazas de Mequinenza, Fraga y lo que se conocerá como
Cataluña Nueva (Tortosa y Lérida).

Los
últimos enclaves musulmanes, Miravet y Siruana, capitularon
en 1153. Colabora además en la toma de Almería por
Alfonso VII de Castilla. Estas conquistas permitieron la rápida
repoblación del Bajo Aragón y de la Cataluña
Nueva. El mayor atractivo para los repobladores eran las cartas
de franqueza otorgadas por Ramón Berenguer IV, que promovía
privilegios y libertades desconocidas para los campesinos de la
Cataluña Vieja desde que se implantara allí un régimen
feudo-señorial en el siglo XI. En 1151 se funda Villafranca
del Panadés para asegurar el enlace Tortosa-Barcelona y,
en 1157, fue repoblada Alcañiz, a la que se otorgó
el fuero de Zaragoza.

La presencia
de las Órdenes Militares en el reino tomó entonces
auge. Las pretensiones de éstas sobre el testamento de
Alfonso I el Batallador fueron compensadas mediante acuerdos firmados
en los años posteriores a la unión en los que se
les cedía diversos bienes y privilegios. La Orden del Hospital
tuvo su encomienda principal en
Mallén, la del Santo Sepulcro tuvo importantes propiedades
en Calatayud y la del Temple tuvo sus bienes más preciados
en los señoríos de Monzón (desde 1149) y,
ya con Alfonso II, en el de Tortosa (1182).
Alfonso
II el Casto
Alfonso
II el Casto (1163-1196) es el primer rey de Aragón-conde
de Barcelona. Con él la expansión catalano-aragonesa
en Occitania alcanzó su máximo desarrollo ya que,
tras la muerte sin descendientes del conde Ramón Berenguer
III de Provenza, consiguió la renuncia de Raimundo V, conde
de Toulouse, a sus posibles derechos sobre Provenza en 1176. Sin
embargo, con su testamento volvería a separar estos territorios
pues, mientras que las posesiones peninsulares quedaban para el
primogénito, Pedro, la Provenza fue confiada a su segundo
hijo, Alfonso.
Frente a las
constantes hostilidades que mantuvo con el reino de Navarra, su
política respecto a Castilla fue de colaboración
amistosa. Fruto de ella sería su matrimonio con la hija
de Alfonso VIII, doña Sancha, madre del futuro Pedro II;
el fin del vasallaje al que se había obligado su padre,
Ramón Berenguer IV, con los reyes castellanos; y la firma
del Tratado de Cazola (1179) por el que se modifican de nuevo
las zonas de influencia sobre territorio islámico: mientras
Aragón se adjudica el derecho de conquista sobre el reino
islámico de Valencia, Castilla hace lo propio con el territorio
situado al sur de Biar, es decir, el reino de Murcia. Con ello
se fijaban los límites entre Castilla y Aragón,
ratificados después en el Tratado de Almizra de 1244.
Continuó
la reconquista con la toma de Valderrobres, Alfambra y la cuenca
de este río hasta más allá de Teruel. Participó
en las campañas de Castilla contra Cuenca (1177) y consiguió
atraer a su influencia el señorío independiente
de Albarracín, a pesar de los intentos de Alfonso VIII
por asegurar la autoridad castellana en esta zona. Estas conquistas
supusieron la incorporación y organización de toda
la zona meridional del reino de Aragón que se caracterizará
por un enorme vacío territorial ya que sólo se mantienen
comunidades mudéjares de cierta importancia en Calanda
y Alcañiz. Las poblaciones se dotan de un régimen
foral propio de las tierras de frontera, siendo el mejor exponente
de este tipo de fueros el de Teruel. Otro fuero, el de Alcalá
de la Selva, permitía, a fin de atraer pobladores, la llegada
de delincuentes cuyas penas eran condonadas a cambio del avecindamiento.
Pedro
II el Católico
Pedro II el
Católico (1196-1213) subió al trono de la Corona
de Aragón a la muerte de su padre, Alfonso II. Durante
su reinado se produjo la difusión del catarismo en el Languedoc.
Se trataba de un extraño movimiento herético contra
el cual el rey Felipe II Augusto de Francia (1180-1223) organizó
una campaña. Ante ello, el conde de Toulouse buscó
la ayuda de Pedro II, quien respondió a la llamada de auxilio
de sus vasallos occitanos poniéndose al frente de un ejército.
Sin embargo, la victoria de los franceses, liderados por Simón
de Monfort, no sólo sobre los cátaros o albigeneses
y la nobleza local, sino también sobre Pedro II de Aragón,
muerto en la batalla de Muret (1213) tratando de defender a sus
vasallos filocátaros del sur de Francia, facilitó
el dominio de Francia sobre esta zona.
Jaime
I el Conquistador
A Pedro II
le sucedió, con tan solo cinco años de edad, su
hijo Jaime I el Conquistador (1213-1276) cuyo dilatado reinado
ocupa la mayor parte del siglo XIII. La muerte de su padre en
Muret obligó a los aragoneses a renunciar a su presencia
en Occitania y a buscar su expansión por el Levante peninsular
y el archipiélago balear.

Los primeros
años del reinado de Jaime I estuvieron dedicados a luchar
contra los nobles. La muerte de Pedro Ahonés a manos de
los hombres del rey desencadenó un levantamiento general
en Aragón cuyas principales causas pueden verse en el creciente
malestar de los aragoneses por la pérdida de importancia
del reino de Aragón frente al principado de Cataluña.
La revuelta, a la que se unieron algunos nobles catalanes como
Guillén de Montcada, vizconde de Bearn y señor de
importantes dominios en Aragón, acabó en 1227 con
unos acuerdos en los que los nobles fueron perdonados. Sin embargo,
la oposición aragonesa se mantendrá latente durante
todo el siglo XIII y gran parte del XIV.
Tras pacificar
el reino, Jaime I se lanza, en 1229, a la conquista de las islas
Baleares. Aprovechó las condiciones favorables del momento
pues la crisis interna que atravesaban los musulmanes peninsulares
y los norteafricanos no les permitiría socorrer a los mallorquines.
Contaba además con el apoyo de las ciudades catalanas,
Barcelona sobre todo, interesadas en poner fin a las actividades
comerciales y piráticas de los mallorquines. Organizada
la expedición en 1229, la isla de Mallorca se rindió
en diciembre de ese año, Menorca se declaró tributaria
del rey en 1231 e Ibiza fue conquistada en 1235 por el antiguo
conde de Urgel, Pedro de Portugal, por el conde Nuño Sánchez
y por el arzobispo de Tarragona. Una vez sometida Mallorca, la
mayoría de los musulmanes se exilió a Granada o
al norte de África por lo que prácticamente toda
la isla fue repartida entre los conquistadores. La repoblación,
al igual que la conquista, la llevaron a cabo catalanes, siendo
el Llibre del Repartiment de Mallorca una valiosa fuente para
conocer cómo se desarrolló ese proceso.

Gracias a
la conquista de Baleares tuvo lugar la incorporación del
condado de Urgel al principado de Cataluña pues, en 1231,
Jaime I llegó a un acuerdo con Pedro de Portugal, viudo
de Aurembiaix de Urgel, por el que, a cambio de su renuncia al
condado urgelitano, le cedía el señorío de
Mallorca y Menorca. No obstante, en 1244 cambió el señorío
de las islas por el de los castillos y villas de Murviedro, Segorbe,
Castelló de Burriana y Morella.
En
territorio peninsular acometió, poco después de
la ocupación de Mallorca, la conquista del reino de Valencia,
empresa en la que invirtió más de trece años
(1232-1244). Se pueden distinguir en ella varias fases. En un
primer momento, los nobles aragoneses y las milicias de Teruel
son los que llevan la iniciativa y se toma Morella, Ares, etc.
(1232), pero en seguida el rey se pone personalmente al frente
de la empresa y ocupa Burriana y Peñíscola (1233)
y el resto de la Plana castellonense. Más tarde se conquista
la huerta valenciana, incluida la capital del reino (1238). Finalmente,
las tropas reales incorporan la zona del Júcar entre 1239
y 1245 (Cullera, Alcira, Játiva y Villena).

En 1244 firma
con el infante Alfonso de Castilla (futuro Alfonso X) el Tratado
de Almizra por el que cedía al rey castellano las tierras
conquistadas y repobladas al sur de Alicante.
En la repoblación
de Valencia, los nobles aragoneses y las Órdenes Militares,
que habían iniciado la conquista, recibieron extensas posesiones
en el Maestrazgo y la mayor parte de la actual provincia de Castellón.
Una vez conquistada Valencia (1238), la propia Monarquía
fue quien dirigió la repoblación hasta el río
Júcar instalando preferentemente campesinos catalanes en
el litoral y aragoneses en el interior. En las tierras de regadío
situadas al sur de Júcar, donde la mayoría de las
poblaciones habían capitulado en lugar de ser tomadas por
la fuerza, se mantuvo a la mayoría de la población
mudéjar.

Frente a las
pretensiones de los nobles aragoneses de que el nuevo territorio
incorporado fuese una prolongación de Aragón y se
rigiese por el fuero aragonés, Jaime I prefirió
considerarlo como un reino aparte y dio fuero a la ciudad y reino
de Valencia en 1240. Pero, en 1283, cuando el reino esté
amenazado por tropas francesas, Pedro III tendrá que ceder
a las exigencias nobiliarias y aceptar la coexistencia de los
fueros aragonés y valenciano.
Por otro lado,
el abandono por parte de la Corona de Aragón a sus derechos
en el sur de Francia (Provenza y el Languedoc) se materializó
en 1258 con la firma del Tratado de Corbeil por el que, a cambio
de la renuncia a los hipotéticos derechos del rey de Francia
sobre Cataluña, renunció a los aragoneses, mucho
más reales, sobre el Sur de Francia. De este modo, los
tratados de Almizra y Corbeil pusieron fin a la expansión
aragonesa por tierra y le dejaron como única posibilidad
de despliegue el mar. Se inicia así con Jaime I la gran
expansión catalano-aragonesa por el Mediterráneo
en la que hay que situar también la frustrada cruzada que
emprendió hacia Tierra Santa en 1269.
Tras su divorcio
de Leonor de Castilla, en 1236 contrae matrimonio con Violante
de Hungría. La segunda esposa de Jaime I aspiraba a dejar
a sus hijos en una buena situación, en perjuicio de don
Alfonso, nacido de la unión con Leonor. Ello fue causa
de discordias que desembocaron en un desmembramiento del reino,
fruto de la visión patrimonial del mismo preponderante
en la época. Así, el testamento de Jaime I dejaba
Aragón a Pedro III y el reino de Mallorca y los dominios
ultrapirenaicos (Rosellón, Cerdaña y el señorío
de Montpellier) al infante Jaime.
Los
sucesores de Jaime I el Conquistador y la gran expansión
por el Mediterráneo de la Corona de Aragón
El reinado
de Jaime I supone el inicio de un proceso de expansión
por el cual la Corona de Aragón se convertirá en
una gran potencia mediterránea. A la conquista de Baleares
hay que sumar el establecimiento de toda una red de consulados,
los consulados del mar, que serán piezas básicas
en la expansión comercial catalana por el Mediterráneo.

Los comerciantes
catalanes establecen consulados en Alejandría, Chipre,
Beirut, Damasco y Tiro, además de los de Sevilla, Lisboa
o Brujas. Por su parte, los comerciantes y marinos mallorquines
inician la ruta de Canarias, que acabaron abandonando. Además
de estos consulados, aparecieron otros en las principales ciudades
y puertos de la Corona de Aragón. Fueron éstos los
que desarrollaron toda una serie de leyes y costumbres que acabaron
reuniéndose en el Llibre del Consolat de Mar, que tendrá
gran predicamento en las relaciones comerciales del Mediterráneo
desde fines del siglo XIII. Esta expansión comercial no
va a tardar en ir acompañada de una expansión política
y militar, sobre todo a partir del reinado de Pedro III el Grande.

Pedro
III el Grande
Sucesor e
hijo de Jaime I, Pedro III (1276-1285) estaba casado desde 1262
con Constanza, hija de Manfredo de Suabia, regente de Sicilia.
Aprovechando las Vísperas Sicilianas de 1282, una revuelta
contra los franceses que, al mando de Carlos de Anjou, dominaban
la isla tras haber dado muerte a Manfredo, Pedro III la invadió,
siendo recibido como libertador y coronado rey en la catedral
de Palermo. La flota catalana, dirigida por el napolitano Roger
de Lauria llegaba a la isla y derrotaba a Carlos de Anjou en Mesina.
Sicilia pasaba
a engrosar así los dominios de la Corona de Aragón.
Ello trajo como consecuencia que el Papa Martín IV excomulgase
a Pedro III y adjudicase sus estados a Carlos de Valois, segundo
hijo del rey de Francia, quien se preparó para invadir
los territorios peninsulares aragoneses. Contó para tal
propósito con el favor de Jaime de Mallorca, quien estaba
deseoso de acabar con el vasallaje que debía a su hermano,
el rey de Aragón, desde el Tratado de Perpiñán
(1279). Así, Jaime permitió al ejército francés
el paso por el Rosellón, llegando a invadir Gerona y el
valle de Arán. Fracasada esta invasión, los sucesores
de Pedro III procuraron solucionar su enfrentamiento con el Papado,
sin sacrificar la expansión mediterránea.
En el interior
del reino, la inseguridad fronteriza, a causa de la tensión
con los vecinos franceses, sumado al hecho de la excomunión
del rey, fue aprovechada por los nobles aragoneses que, en 1283,
se rebelaron en las Cortes de Tarazona para defender sus intereses
y privilegios, constituyendo la llamada Unión aragonesa.
Ésta exigió al monarca que jurase el Privilegio
General, donde se contenían todas las demandas de los nobles
y ricoshombres de Aragón sobre exenciones tributarias,
inamovilidad en las tierras recibidas, defensa contra la arbitrariedad,
veto a los judíos para ejercer diversos cargos, etc., lo
cual se vio obligado a hacer en las Cortes de Zaragoza. La autoridad
real veía recortadas sus facultades frente a los nobles,
quienes impusieron a los sucesivos monarcas la obligación
de jurar los fueros y libertades del reino de Aragón antes
de ser proclamados reyes.
Alfonso
III y Jaime II
Alfonso III,
hijo de Pedro III, fue el primero en cumplir con el juramento,
iniciando así una costumbre que se mantendrá hasta
el reinado de Carlos II. El juramento se efectuaba en la ceremonia
de coronación de los reyes, que tenía como escenario
la catedral de la Seo de Zaragoza. Algunos años después,
Alfonso III el Liberal (1285-1291) hubo de suscribir otro documento
en esta línea, el Privilegio de la Unión (1288),
que suponía una auténtica humillación para
el monarca.

Alfonso había
subido al trono en 1285, al morir su padre Pedro III. Durante
su breve reinado practicó una política de conciliación
con Francia y con el Papado. Arrebató a su tío Jaime
el reino de Mallorca, que vuelve a formar parte, de este modo,
de la Corona de Aragón, y a los musulmanes la isla de Menorca
(1285-1286). Dejó sus estados a su hermano Jaime, con la
condición de que éste cediese el reino de Sicilia
a otro hermano, Fadrique, a quien, por el Tratado de Caltabellota,
se concedía la posesión vitalicia del reino.

Con Jaime
II el contencioso con la casa de Anjou por Sicilia se va liquidando
gracias a la firma de acuerdos como los de Anagni (1295) y Caltabellota
(1302). Por el primero de ellos, Jaime II obtenía derechos
sobre Córcega y Cerdeña a cambio de renunciar a
Sicilia y Baleares, que, no obstante, permanecían en manos
de miembros de la dinastía. Continúa la expansión
de la Corona de Aragón por el Mediterráneo y así,
durante su reinado, tiene lugar la creación en Grecia de
dos nuevos estados catalanes: los ducados de Atenas y Neopatria
(1311-1391). El cronista Ramón Muntaner (1256-1336) dejó
una viva descripción de esta campaña de los almogávares
en Oriente, quienes, al servicio, primero, del emperador de Bizancio
y, después, de algunos señores francos de Grecia,
lograron una importante victoria en el río Cefis (1311)
dirigidos por Roger de Flor.
Más
costosa pero también más duradera fue la ocupación
de la isla de Cerdeña (1323-1324) dada la fuerte hostilidad
de los Doria, Arborea y otros clanes sardos que contaron con el
apoyo de pisanos y, sobre todo, de genoveses contra los aragoneses.
Y es que la conquista de Cerdeña hubo de dar paso a una
gran rivalidad entre Génova y Barcelona como potencias
económicas en el Mediterráneo occidental.
Pedro
IV el Ceremonioso
Tras el breve
reinado de Alfonso IV el Benigno (1327-1336), lleno de disensiones
con la nobleza, subió al trono, en 1336, Pedro IV el Ceremonioso
(1336-1387). Éste venció a los nobles aragoneses
de la Unión en la batalla de Épila (1348). Con ello
se imponía el autoritarismo regio. No obstante, el Privilegio
General se mantendrá y el papel del Justicia seguirá
siendo de gran importancia.
En lo que
se refiere a las relaciones con Castilla, aunque en 1340 participó
en la Batalla del Salado, colaborando con Alfonso XI en la lucha
contra los benimerines y la protección del estrecho de
Gibraltar, en 1356 estalla la denominada "guerra de los dos
Pedros", en la que Pedro IV hubo de enfrentarse con su homónimo
castellano, Pedro I el Cruel.

La guerra,
en cuyo desencadenamiento tuvo gran peso la alianza existente
entre castellanos y genoveses, estuvo marcada por la superioridad
de los castellanos, quienes lograron tomar Daroca o Calatayud,
saquear Orihuela y razziar todo el litoral levantino, llegando
a atacar a la propia Barcelona. Para contrarrestar su inferioridad,
Pedro IV buscó la ayuda de Enrique de Trastámara,
hermanastro del rey castellano y cabeza del turbulento estamento
nobiliario y, sobre todo, el apoyo internacional, lo que convertirá
a la Península Ibérica en un nuevo escenario de
la Guerra de los Cien Años.

La guerra,
que acabó con la muerte de Pedro I y la entronización
de la dinastía Trastámara en Castilla, no tuvo,
sin embargo, consecuencias claras para Aragón. No obstante,
en el transcurso de la misma tuvo lugar la creación de
una institución encargada de controlar la recaudación
y reparto de los subsidios otorgados por las Cortes al rey para
la financiación del conflicto, la cual, con el tiempo,
llegará a tener atribuciones políticas: la Diputación
del General (1359).
Su actitud
cara al Mediterráneo estuvo marcada por una política
de reintegración de los estados dispersos de la dinastía
catalana. Así, logró la incorporación del
Rosellón, la Cerdaña y Baleares después de
la derrota y muerte en Luchmayor (1349) del último monarca
independiente mallorquín, Jaime III. En Sicilia, gracias
a una acertada política matrimonial, se sentaron las bases
para una futura incorporación de la isla a la Corona aragonesa
cuando muera sin herederos varones Federico el Simple (1377).
Pero en Cerdeña los intentos por pacificar definitivamente
la isla resultaron infructuosos.
A Pedro IV
le sucedió Juan I el Cazador (1387-1395), en cuyo reinado
se perdieron los ducados de Atenas y Neopatria. En 1391 tuvo lugar
una explosión antisemita con ataques y destrucción
de juderías como las de Barcelona o Valencia, ciudad en
la que San Vicente Ferrer pronunció sus exaltadas predicaciones.
El
Compromiso de Caspe
Durante su
reinado, Martín I el Humano (1396-1410) buscó el
fin del cisma de la Iglesia, permitiendo a Benedicto XIII, el
Papa Luna, refugiarse en Peñíscola, donde permaneció
hasta su muerte reivindicando sus derechos al pontificado.

Con su fallecimiento
en 1410 se abre una crisis de sucesión, puesto que Martín
el Joven, su único heredero, había muerto un año
antes sin descendencia legítima. Sin embargo, gracias al
Compromiso de Caspe, se supo solucionar el problema sin necesidad
de llegar a un conflicto armado, algo raro en la época
cuando de cuestiones sucesorias se trataba. En un primer momento,
los únicos candidatos con posibilidades reales para subir
al trono eran Jaime de Urgel y Luis de Anjou, duque de Calabria.
Sin embargo, el asesinato, en julio de 1411, del arzobispo de
Zaragoza, cabeza de los partidarios de Luis de Anjou, llevó
a sus partidarios a buscar un nuevo candidato capaz de hacer frente
a los Luna, firmes defensores de Jaime. Y éste era el regente
castellano, Fernando de Antequera, quien entró con tropas
en Aragón. Ante la falta de unanimidad se decidió
la reunión de las Cortes de Cataluña, Aragón
y Valencia. Los parlamentarios acordaron por la Concordia de Alcañiz
(febrero de 1412) confiar la elección del nuevo rey a nueve
compromisarios, tres por cada territorio, para que deliberasen
y eligiesen al nuevo monarca. Uno de ellos fue San Vicente Ferrer,
elegido por Valencia. El fruto de su reunión fue el llamado
Compromiso de Caspe (24 de junio de 1412) por el que Fernando
de Antequera subía al trono de la Corona de Aragón
como Fernando I.
Con ello se
introducía en Aragón la dinastía Trastámara,
la misma que reinaba en Castilla. El Compromiso de Caspe fue un
hecho decisivo para la Historia de España pues favoreció
la ulterior unidad de los dos grandes estados peninsulares bajo
una sola corona.
Alfonso
V el Magnánimo y Juan II
De Alfonso
V el Magnánimo (1416-1458) se dice que fue un monarca más
italiano que aragonés puesto que, tras apoderarse de Nápoles,
empresa que le llevó veintitrés años (desde
1420 a 1443), estableció allí una de las más
importantes cortes renacentistas de la época y se desentendió
de sus dominios ibéricos, confiados a su mujer, María,
y a su hermano, Juan. A su muerte, Nápoles volvería
a separarse de la Corona de Aragón pues proclamó
heredero del reino a Ferrante, uno de sus hijos ilegítimos.
Comienzan
en esta época los conflictos con Francia en la Península
Itálica, los cuales continuarán unos años
más tarde con los Reyes Católicos. En 1447, Alfonso
V intenta apoderarse de los dominios de los Visconti, duques de
Milán y señores de Génova, lo que da lugar
a una nueva guerra en la que Francia, Génova, Milán
y Florencia se enfrentan a la Corona de Aragón, apoyada
por Venecia.
Al morir sin
descendencia legítima, heredó la Corona su hermano,
Juan II (1458-1479), que ya era rey consorte de Navarra desde
1425. De su matrimonio con Blanca de Navarra había nacido
Carlos, príncipe de Viana, que era su legítimo sucesor.
Pero las desconfianzas y enfrentamientos entre el monarca y su
hijo acabaron en un levantamiento por el que Juan II se vio obligado
a firmar la Concordia de Villafranca (1461), culmen del llamado
pactismo: el rey no podía entrar sin permiso en Cataluña,
donde el poder sería ejercido por Carlos de Viana bajo
el control de la Diputación y otros organismos. Sin embargo,
la muerte ese mismo año del príncipe de Viana desemboca
en una guerra civil que enfrentará a los catalanes entre
1462 y 1472 y que se puede explicar por varias circunstancias: