Introducción
a la historia del Reino Suevo
Origen
y primeros contactos con Roma
Provenientes del área
sudoccidental de Escandinavia o de Dinamarca, encontraremos a los
suevos, en los albores de nuestra Era, progresando hacia la Galia.
A pesar de su victoria sobre los celtas en la batalla de Magetóbriga,
los suevos encontrarán un serio obstáculo en su avance
hacia Occidente: Julio César. Aunque él mismo nos
dice que el Senado romano reconoció en Ariovisto al rey de
los suevos - convirtiéndole así en único interlocutor
válido de su pueblo - las aspiraciones de Roma sobre las
Galias disuadirán a los suevos de lanzarse sobre las mismas,
decidiendo retirarse entonces hacia el Este, a fin de evitar el
enfrentamiento con la poderosa potencia itálica.
Antes de que termine el
S. I d. C., los veremos formando parte, junto con los marcomanos,
de una liga de tribus liderada por Marbod, liga cuya cristalización
política sería frustrada por Tiberio entre el 14 y
el 37 d. C., y de la que Marco Aurelio tendrá de nuevo que
preocuparse en el año 166 d. C., después de que un
nuevo líder marcománico, Belomar, rompiera el limes
danubiano al frente de una confederación en la que, además
de marcomanos y sármatas yazigos, estarían integrados
los cuado-suevos. Todavía Commodo se verá obligado
a combatirles hasta verlos instalados en la actual Eslovaquia, donde
los suevos tendrán por vecinos a los vándalos asdingos.
En el S. III d. C. veremos a los suevos integrados en otras ligas,
como la de los alamanes, presionando sobre las fronteras del Imperio,
pero sin lograr traspasar los límites del mismo de una manera
decisiva.
Sin embargo, la presión
ejercida por los hunos hacia Occidente, especialmente contra poderosas
entidades políticas, militares y demográficas como
las formadas por ostrogodos y visigodos, provocaría una sacudida
en cadena que habría de golpear a los suevos y otros pueblos
bárbaros asomados al interior del Imperio, y que sólo
esperaban una oportunidad para pasar al mismo. La rotunda derrota
romana en la Batalla de Adrianópolis (378) a manos de los
visigodos, y las graves perturbaciones generadas a raíz de
la misma, contribuirán a debilitar unas fronteras ya de por
sí inestables.
Así, el 31 de diciembre
del año 406, suevos, alanos y vándalos, encontrarán
entre Worms y Maguncia un punto para cruzar el Rhin, río
que servía de frontera al Imperio: Lo que los suevos no consiguieron
cuatro siglos antes, lo conseguirán ahora, sometiendo las
Galias a concienzudo y voraz saqueo. Mientras vándalos y
alanos se distribuían por otras zonas de la Galia, los suevos
eligieron una ruta septentrional, llegando a la actual Bélgica,
quizás con vistas a pasar a Britania, proyecto frustrado
por el general Constantino en la batalla de Buologne-sur-Mer. Esta
derrota y la acción predatoria de alanos y vándalos
más al sur, decidirá a los suevos seguir la línea
de la costa sin pretender quizás ya pasar el Canal de la
Mancha, ni girar hacia unas Galias saqueadas a conciencia por otras
tribus, yendo a establecerse en la Armórica, actual Bretaña.
Los
suevos en Hispania
Sin embargo, la usurpación
de, precisamente, Constantino III contra el emperador Honorio, contribuirá
a abrir las puertas de Hispania a unos bárbaros que, habiendo
agotado ya los campos galos y viéndose expuestos a la presión
húnica, esperan cruzar los Pirineos para sentirse a salvo.
Pero, para cruzarlos, antes debían eliminar un duro obstáculo,
las fuerzas que Dídimo y Veridiano, notables hispanos leales
al emperador Honorio, tenían dispuestas en los pasos pirenaicos.
Será precisamente
Geroncio, general al servicio de Constantino III, el que logre expulsarles
de sus posiciones, cubriendo los pasos con los llamados 'honoriacos',
tropas bárbaras reclutadas por el tirano en las Galias y
que, a la llegada de los vándalos, alanos y suevos en el
409, lejos de oponer resistencia, se unen a ellos en las exacciones.
A
partir de su llegada a Hispania, la supervivencia de los suevos
como entidad étnica y política dependerá no
tanto de ellos mismos, como de los siempre inestables y cambiantes
equilibrios de poder, por ejemplo, entre el titular de la dignidad
imperial en Occidente, los distintos usurpadores, los visigodos,
los vándalos, los francos o el Imperio Romano de Oriente.
Precisamente, restablecido
el control por parte de Honorio, a éste le interesa llegar
a un acuerdo con los bárbaros que han penetrado en Hispania,
no sólo para evitar el inevitable caos y destrucción
que una lucha con estos podría provocar, sino para contrarrestar
a unos visigodos cuyo poder y audacia - en 410 habían llegado
a saquear Roma - se revelaba excesivo: Instalando a los alanos,
vándalos y suevos en Hispania, se creaba un contrapeso al
poder de los visigodos que se paseaban, presionados, pero casi a
placer, por Italia y las Galias.
Así, los bárbaros
se distribuirán de la siguiente manera:
Es importante tener en cuenta
que en el S. V Gallaecia, incluía la actual Galicia, el norte
de Portugal y la Meseta Norte, llegando a Somosierra en su límite
sur y a la provincia de Soria hacia el Este; pues bien, los suevos
se establecerían 'in extremitate oceani maris occidua', zona
que se ha venido identificando con Galicia y el norte de Portugal,
siendo el conventus bracarense - en torno a Braga, que se convertirá
en la capital del reino suevo, Oporto, Orense y Tuy - la zona de
concentración de este grupo germánico liderado, en
este momento, por Hermerico.
Era este un equilibrio inestable
y sumamente peligroso para todos los protagonistas, especialmente
para los romanos que perdían la Bética y ponían
a los bárbaros al borde de la rica África del Norte,
y para los visigodos, bloqueados y sin víveres y con un grave
conflicto político y sucesorio abierto tras el asesinato
de Ataulfo.
Para Roma y, muy especialmente,
para los visigodos, urgía aliviar su situación material
y reconducir una situación política que, en cualquier
momento, podía irse de las manos: El nuevo rey de los visigodos,
Valia, a pesar de sostener inicialmente una actitud anti-romana,
decidió ponerse entonces al servicio de Roma, de un Imperio
que necesitaba liberar la Bética y dejar a los bárbaros
arrinconados en la esquina noroeste de Hispania, lejos del Mediterráneo.
De ese modo, en 416 los
visigodos arremeterán y aniquilarán a los vándalos
silingos y a los alanos, es decir, a los bárbaros instalados
en la rica Bética y en la estratégica Lusitania, dejando
así bloqueados a vándalos asdingos y suevos en la
Gallaecia; Honorio no permitiría a los visigodos acabar la
tarea de limpiar Hispania de bárbaros, dado que necesitaba
que los supervivientes mantuvieran la amenaza sobre unos supuestos
aliados que, tras el foedus de 418, eran asentados en la Aquitania
Secunda, pero que daban muestras de querer expandirse más
allá del territorio asignado. Otros pueblos germánicos,
como los burgundios asentados en la Sapudia - la Saboya actual -
completaban el cordón sanitario dispuesto en torno a los
poderosos visigodos.
Paradójicamente,
la destrucción de alanos y silingos, no contribuiría
precisamente a serenar el ánimo de los bárbaros instalados
en la Gallaecia: Y es que, si los vándalos silingos consiguen
huir al África, los alanos de la Lusitania corren a refugiarse
de las embestidas godas entre los vándalos asdingos asentados
en la Meseta Norte, lo que contribuiría a incrementar la
población bárbara de esta zona y, por ello, la presión
demográfica y la agitación: a partir del 419, los
vándalos asdingos comienzan a presionar sobre los suevos
chocando en los llamados montes Nerbasios, que se han venido localizando
en torno a la zona del Bierzo.
Los suevos, no sólo
lograrán conjurar la amenaza, sino que a partir del año
430 asistimos a una creciente e intensa actividad predatoria en
todas direcciones, primero hacia el Oeste de Gallaecia - en 438
llegarán a Burgos - y después hacia el Sur, llegando
ese mismo año de 438 a la Bética y tomando Sevilla
en 441.
Desencadenadas las fuerzas
suevas y fijándose, quizás, en el ejemplo visigodo
respecto a las Galias, Hermerico parece pretender la conquista de
Hispania, o al menos de parte de la misma, concretamente de la que
habían sido arrojados vándalos silingos y alanos:
La toma de Mérida en 439, se ha interpretado como una manifestación
de dicho proyecto, dado que, además de su riqueza y posición
estratégica, era sede del vicarius Hispaniae, de manera que
su captura podría hacer del rey suevo vicario del Imperio
de facto - es significativo que los monarcas visigodos intentaran
también ocupar Arlés, sede del prefecto del pretorio
de las Galias, cosa que conseguirían en las postrimerías
del Imperio de Occidente y de mano de Odoacro -.
Otro argumento que puede
inclinarnos a considerar la plausibilidad de estos proyectos, es
la conversión al Catolicismo del hijo de Hermerico, Requiario,
conversión desde el paganismo que contribuiría a neutralizar
los recelos y la repugnancia que los provinciales romanos pudieran
tener a ser gobernados por un bárbaro. La conversión
de Requiario, no sólo implicaba poseer un requisito básico
para legitimar el ejercicio del poder sobre los romanos, sino que
habría de atraerle el apoyo de las jerarquías eclesiásticas,
que en ese momento, no sólo ejercían una profunda
influencia intelectual y moral, sino que desarrollaban un vital
papel político y administrativo. Es significativo, por su
parte, que fueran monarcas suevos, los primeros reyes germánicos
en acuñar moneda con su nombre, lo que constituía
una manifestación del ejercicio de la soberanía.
Sea como fuere, este virulento
proceso de expansión territorial, sería momentáneamente
paralizado por Atila, que habría logrado nuclear en torno
a sí un renacido e inquietante poder húnico. La derrota
de Atila en los Campos Catalaúnicos (451) y la neutralización
de su amenaza, estimularía a Reckiario a arremeter, nada
menos, que contra la Tarraconense, territorio al que el Imperio
no estaba dispuesto a renunciar. Con la invasión de la Tarraconense,
Requiario rompe de manera abrupta con Roma, pero en un momento en
el que los visigodos, lejos de querer colaborar con otros monarcas
germanos en su debilitamiento, están preocupados por afirmar
precisamente el poder del Imperio, dado que, desde el año
455, al frente del mismo está Avito, personaje de origen
galo que, además de compartir intereses locales con los visigodos,
ha sido suscitado al trono imperial por éstos, con el objeto
de consolidar su propia situación en las Galias y convertirse
en factotum del Imperio.
Quizás Requiario
no fue consciente de que los intereses de romanos y visigodos convergían
ahora, y ninguno de los dos iba a permitir que una zona tan sensible
e importante como la Tarraconense quedara en manos de los suevos,
por lo que Teodorico II, en nombre del Emperador, emprenderá
una acción cuyo objetivo inicial era aplacar los ánimos
de los suevos y rechazarles hacia la Gallaecia. Las fuerzas de Teodorico
II marcharán entonces a Hispania, en busca del rey suevo,
al que encuentran en Astorga: En esta comarca, concretamente sobre
el río Órbigo (octubre 456), los suevos sufrirán
una de las más severas derrotas jamás padecida. Pocos
días después, Teodorico entra en Braga, la capital
del reino de los suevos, y a finales de año toma Oporto,
donde consigue capturar y ejecutar a Requiario. Avito, siguiendo
la tradicional política romana de equilibrio de poder entre
bárbaros, procuró evitar la destrucción total
de los suevos, pero la batalla del río Órbigo y sus
consecuencias en forma de saqueos y ocupación de estratégicos
enclaves por parte de los visigodos, contribuirá a fortalecer
a estos enormemente y a poner las bases para la consolidación
de su dominio sobre Hispania.
Por su parte, la catástrofe
del Órbigo y la ejecución del rey, parecía
anunciar la desaparición definitiva del reino de los suevos,
como lapidariamente nos dijera Idacio, obispo de Chaves y principal
cronista de este primer período del reino suevo.
Los
suevos tras la batalla del río Órbigo: supervivencia
y redefinición de alianzas
Efectivamente, tras la batalla
del río Órbigo, los visigodos dejaron a un cliente
suyo, Agiulfo, como gobernador de los suevos, lo que habría
desdibujado su entidad política y los habría hecho
desaparecer de la Historia. Sin embargo, la insurrección
de Agiulfo contra Teodorico II, llevó a este a reconsiderar
su decisión de poner al frente de Gallaecia a personajes
que, salidos del propio ámbito visigodo, podían, apoyándose
en una importante base territorial, económica y humana, no
sólo rebelarse, sino poner en cuestión la posición
del mismo monarca godo. Por eso, resolvió atender las peticiones
de los suevos de tener un rey salido de entre los suyos: si se rebelaban,
se rebelaban como entidad política ajena a los visigodos,
contra la que estos, combatirían unidos como otra entidad
política, evitando así que algún dux o notable
rebelde de origen visigodo pudiera poner en cuestión la posición
del propio monarca. De esta manera, Teodorico II conjuraba la amenaza,
pero al permitir a los suevos tener un monarca propio, está
evitando también su fragmentación y disolución,
y contribuyendo a rehacer su etnogénesis, es decir, a reforzar
su entidad política.
Tras un corto y confuso período en el que líderes
suevos como Frantam y Maldras, se enfrentaban entre sí por
la hegemonía sobre el pueblo y el territorio, aparece la
clarividente figura de Remismundo: Si Reckhiario se había
convertido al Catolicismo para atraerse a los hispano-romanos y
consolidar su posición en Hispania, ahora Remismundo decide
convertirse al arrianismo para congraciarse con Eurico y permanecer
a salvo de las embestidas godas, presentándose como aliado
y cliente, en espera, quizás, del momento para desafiar al
nuevo poder peninsular.
La conversión de
Clodoveo al Catolicismo y sus ímpetus expansivos a costa
de los arrianos visigodos, dará a los suevos esa oportunidad
que esperaban: La derrota a manos de los francos, de los visigodos
en la Batalla de Vouillé (506), y su huída a Hispania,
supondrá el incremento de la población goda en dicho
territorio, pero también supone que ha aparecido en el horizonte
un poderoso aliado junto al que batir a los visigodos. Por otro
lado, la llegada de Justiniano al trono imperial de Constantinopla,
suponía también una esperanza para los amenazados
suevos: el afán del bizantino por expulsar a los vándalos
del rico granero que es el Norte de África, a los ostrogodos
de Italia y los visigodos de Hispania, serviría para reducir
la presión y les convertía en interesantes aliados.
En este contexto, llega
a Galicia uno de los personajes más importantes del período,
San Martín de Braga o de Dumio. Aparte de sus aportaciones
a la cultura o a la actividad misionera, San Martín, quizás
agente bizantino, consigue forjar una alianza entre éstos
y los suevos, de lo que la 'reconversión' al Catolicismo
de los germanos no es más que una manifestación: Teodomiro
en el 559, abjura del arrianismo, alineándose así
claramente con los poderes anti-godos, esto es, los francos y bizantinos,
que siguen la ortodoxia católica.
Leovigildo
y la hegemonía visigoda sobre Hispania: el final.
Desde 506, la presión
franca primero y la bizantina después - a lo que hay que
añadir un 'protectorado' ostrogodo y algunas usurpaciones
- habían desviado las energías de los visigodos, pero
el oscurecimiento del poder bizantino, acosado en los Balcanes y
en Mesopotamia por nuevas oleadas de bárbaros y por los persas,
y la división entre los francos, estimularía a los
monarcas godos a asegurar y completar su dominio sobre la Península.
Así, un nuevo monarca,
Leovigildo (571 - 586), arremeterá contra los bizantinos,
tomando Córdoba en 572, contra los sappos de la comarca de
Toro (573), los ruccones de Cantabria (574) y los aregenses de Orense
o el Bierzo (585), cercando así a los suevos. Los únicos
aliados con los que podía contar el nuevo rey suevo, Miro
(570 - 583), eran los francos. Divididos, como hemos adelantado,
en varios principados territoriales, Leovigildo logrará atraerse
a los titulares de dos de ellos, Sigiberto y Chilperico, mediante
una alianza matrimonial entre sus hijas y los hijos del godo, Hermenegildo
y Recaredo. Miro lograría, no obstante, concertar una alianza
similar con Gontran de Borgoña, que también necesitaba
aliados con los que equilibrar sus fuerzas a las de otros reyes
francos.
Es probable que la conquista
del reino suevo fuera cuestión de tiempo, pero será
una de las alianzas matrimoniales concertada por Leovigildo con
los francos, la que, podríamos decir, acelera el proceso
de conquista y absorción del mismo en el Reino visigodo de
Toledo: Ingunda, hija de Chilperico, logrará que su marido,
Hermenegildo se convierta al Catolicismo, ruptura religiosa con
respecto a su padre, que no es sino manifestación de una
ruptura política. Habiendo sido nombrado poco antes gobernador
o dux de Sevilla, Hermenegildo llamará a los bizantinos en
su ayuda, pero de nuevo, Leovigildo logrará neutralizar la
amenaza con maniobras diplomáticas en forma de soborno al
comandante de las fuerzas bizantinas. Traicionado por los orientales,
a Hermenegildo sólo le queda un aliado lo suficientemente
perturbador para el monarca visigodo, el también católico
y amenazado rey Miro de los suevos, que acudirá desde Galicia
en ayuda del converso rebelde.
Temiendo que la situación
pudiera escapársele de las manos, Leovigildo se inclinó
de nuevo por la negociación diplomática, aunque su
posición de fuerza tras la batalla de Osset - cerca de la
actual San Juan de Aznalfarache - persuadió a Miro a establecer
un pacto con el godo: Miro conservaría el reino a cambio
de retirarse al mismo y mantener una actitud de subordinada obediencia.
El sucesor de Miro, Eborico, profundizará en esta actitud
subordinada, generando gran descontento entre la mayoría
de los suevos. Erigiéndose en portavoz de los descontentos,
un noble suevo, Audeca destronará a Eborico, retirándolo
a un monasterio.
Quizás Audeca era
consciente de que el pacto concertado por Miro y Leovigildo, no
fue para este último más que una manera de ganar tiempo
para acabar con Hermenegildo y así, cubiertas las espaldas,
poder volverse contra los suevos para terminar lo que empezó
al inicio de su reinado. Es significativo que Audeca tomara como
esposa a Siseguntia que, aparte de haber sido la esposa de Miro,
era hija de Gontran, es decir, que Audeca parecía querer
rehacer la alianza franca, consciente del inevitable enfrentamiento
con Leovigildo - de hecho, los francos de Gontran enviarían
en su momento naves a Galicia cargadas quizás con pertrechos,
dinero y quizás algunos hombres -.
Sin embargo, como ya ocurriera
mas de cien años antes, cuando su antecesor Reckiario decidió
atacar la Tarraconense, con su usurpación, Audeca no hizo
más que acelerar el final del reino suevo: Leovigildo no
podría imponer la hegemonía sobre Hispania mientras
el pacto suscrito con Miro le atara respecto al reino de los suevos,
pero la usurpación de Audeca le servía en bandeja
una excusa perfecta para sentirse desligado de dicho pacto y poder
proceder a la conquista del Noroeste de Hispania.
Efectivamente, el año
585 sería testigo de la invasión del reino suevo por
parte de los visigodos. La historia volvía a repetirse, salvo
por un matiz importante: al contrario que en tiempos de Teodorico
II, Leovigildo no permitiría ahora a los suevos tener un
rey propio. De hecho, el intento realizado por un noble suevo, Malarico,
de restaurar el reino, sería rápidamente abortado
por las tropas visigodas.
Leovigildo toma entonces
el título de rex suevorum y, como señala la Crónica
Biclarense, hizo del reino suevo "una provincia de los godos",
haciendo realidad lo que Idacio anticipara precipitadamente algo
más de cien años antes: Ahora sí, el reino
de los suevos dejaba de existir.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana