Arte Románico
en el Pallars Jussà
Introducción
Al
noroeste de la provincia de Lleída y lindante con la histórica
comarca de la Ribargoza, el Pallars Jussà se extiende a lo
largo de las sierras prepirenaicas surcadas por los ríos Noguera
Pallaresa y Flamisell, que, tras confluir en las cercanías
de la Pobla de Segur, van a desembocar al caudaloso Segre, ya en tierras
de la Noguera.
La historia del
Pallars Jussà discurre íntimamente ligada a su vecino
Sobirà hasta principios del siglo XI, cuando a la muerte del
Conde Suñer, el Condado de Pallars queda dividido entre sus
hijos Guillem y Ramón. Por su privilegiada situación,
punto de salida natural desde los escarpados condados pirenaicos hacia
las fértiles llanuras leridanas dominadas entonces por los
sarracenos, el Pallars Jussà fue fundamental durante la expansión
cristiana que culminó en la toma de Barbastro en el año
1064, destacando en este contexto la figura de Arnau Mir de Tost,
personalidad de gran relevancia en el el devenir y desarrollo histórico
del territorio.
El Pallars Sobirà,
por su condición de tierra de frontera durante el siglo XI,
estaría salpicado de distintas construcciones de carácter
defensivo, de las cuales, destacaremos dos ejemplos sobresalientes:
el complejo religioso-militar de Santa María de Mur, y el Castillo
de Llordá.
En cuanto a arquitectura religiosa se refiere y exceptuando edificios
puntuales más ambiciosos como son el Monasterio de Mur o la
Iglesia de Santa María de Llimiana; la mayoría de los
numerosos testimonios románicos conservados en la comarca se
caracterizan por su carácter rural, conviviendo las formas
lombardas, tan extendidas en el Pirineo, con sorprendentes manifestaciones
escultóricas como la singular portada de Santa María
de Covet.
Castillo
de Mur y Monasterio de Santa María
Separados tan sólo
por cien metros en la cima de un dominante cerro, el binomio formado
por el castillo y el Monasterio de Santa María de Mur constituye,
sin duda, uno de los símbolos más representativos del
Pallars Jussá.
El castillo, referenciado ya a finales del siglo X, desempeñaría
un papel vital durante la Reconquista, siendo un bastión de
sobresaliente importancia dentro del cinturón de fortalezas
de frontera que jalonaban el territorio pallarés en tiempos
de Arnau Mir de Tost.
El edificio, en
su estado actual, nos evoca la silueta de un navío por la forma
triangular que adoptan sus potentes murallas. En uno de los extremos
y encaramado vertiginosamente sobre un espolín rocoso, un cuerpo
rematado en forma semicircular al exterior alojaría las plantas
nobles, mientras que en el costado opuesto, se levanta airosa la torre
del homenaje, de planta circular.
Dentro del primer cinturón amurallado del castillo, se ubica
el Monasterio de Santa María de Mur, canónica agustiniana
mandada construir por los Condes de Pallars a mediados del siglo XI
y consagrada, probablemente en 1069, por el Obispo de Urgell.
La iglesia contaría
en origen de tres naves separadas por arcos de medio punto sobre pilares
cruciformes que remataban en otros tantos ábsides semicirculares,
sin embargo, en una reforma posterior, la nave norte fue eliminada
para erigirse en su lugar varias capillas góticas. Los ábsides
al exterior presentan la prototípica articulación lombarda
a base de arquillos ciegos y lesenas, mientras que al interior, fueron
plasmados uno de los ciclos de pinturas murales más importantes
de Cataluña, trasladados, a principio del siglo XX, a un museo
de Boston.
En
la actualidad, gracias a una acertadísima y reciente intervención,
la decoración mural puede ser de nuevo admirada gracias a las
réplicas allí desplegadas. En el ábside central,
preside la composición el Pantocrator dentro de una mandorla
flanqueada por el Tetramorfos y varias lámparas. En el registro
intermedio es reconocible un colegio apostólico entre las ventanas,
cuyo derrame además, fue aprovechado por el llamado Maestro
de Mur para representar la historia de Caín y Abel. Por último,
en el nivel inferior, fueron representadas varias escenas basadas
en el Ciclo de la Infancia de Cristo. En el ábside sur y en
un estado más precario, puede adivinarse el tema de la Ascensión.
Adosado al costado
occidental de la iglesia se completa el conjunto con un angosto claustro
de planta trapezoidal cuyas pandas, muy reformadas, abren en arcos
de medio punto sobre columnas rematadas con capiteles de sencilla
ornamentación.
Castillo
de Llordà
En una privilegiada posición desde la que se dominaban amplísimos
horizontes, el conjunto monumental de Llordà, al igual que
el ya referido de Mur, consta de dos edificaciones principales: el
castillo, y la Iglesia de San Sadurní. Tras años de
abandono, poco a poco y en distintas fases, está siendo sometido
a distintas obras de consolidación para frenar su progresiva
ruina
El castillo, así
como su complejo entramado defensivo constituido por tres recintos
murados adaptados a la escarpada orografía del terreno, remonta
su origen al principios del siglo XI cuando los Condes de Urgell lo
ceden a Arnal Mir de Tost, quien lo convertiría en su residencia.
Por las notables dimensiones del recinto y por los numerosos restos
de construcciones que han ido siendo descubiertos, es de suponer que,
además de la residencia del notable, se trataba de una complejo
militar capaz de acoger, en un contexto de encarnizadas luchas fronterizas,
tanto a población civil como a una numerosa soldadesca.
La estructura mejor conservada del conjunto militar es la residencia
señorial, un edificio de planta cuadrangular dividido en tres
plantas; una inferior planteada en tres naves que acogería
distintas estancias de servicio; una planta noble abierta mediante
bellísimos ventanales geminados, y una superior que albergaría
los aposentos privados del señor. En torno a ella, se erigirían
distintas torres, en este caso, de exclusiva finalidad defensiva.
La
Iglesia de Sant Sadurní de Llordà, coetánea al
castillo y situada a un nivel inferior de éste junto a su tercer
anillo defensivo, albergó en origen una canónica hasta
que con el traslado de la comunidad a Covet, pasó a funcionar
como parroquia del primitivo pueblo de Llordà, que antes de
desplazarse hacia terrenos más llanos, se ubicaba al abrigo
del perímetro fortificado del castillo.
En la actualidad y pese a las distintas campañas de recuperación,
de la primitiva construcción de tres naves tan sólo
han llegado a nuestros días parte de los muros perimetrales,
varios de los soportes que sustentaban los fajones y formeros, y los
primeros dos cuerpos del campanario, decorados con arquillos ciegos
y lesenas a la manera lombarda.
Santa
María de Covet
La iglesia de Santa María de Covet, situada en la localidad
del mismo nombre, no dejaría de ser una más de las numerosas
iglesias románicas catalanas de no ser por su sobresaliente
portada occidental, una de las más interesantes del románico
español. Citada ya a principios del siglo XI, alcanzaría
un primer desarrollo al acoger la comunidad canonical desplazada desde
Sant Sadurní de Llordà, pero ya en la temprana fecha
de 1315, consta como simple parroquia de la localidad.
Consta
de una única nave cubierta con bóveda de cañón
apuntado que desemboca en un marcado transepto que, a su vez, abre
a tres ábsides de planta semicircular. El principal interés
del templo se concentra en el muro de los pies, al que abren una soberbia
portada escultórica coronada por un rosetón. Muy llamativa
resulta una tribuna elevada a la altura del propio rosetón
a la que se accede por dos escaleras de caracol encastradas en los
ángulos del hastial. Se trata de una estructura abierta a la
nave a modo de galería de la cual, tan sólo encontramos
parangón posible en La Seo de Urgell.
La
portada propiamente dicha despliega arquivoltas sobre dos pares de
esbeltas columnas rematadas en capiteles figurados, de los cuales,
merecen ser destacados los dos exteriores; donde encontramos a Sansón
desquijarando al león, y otra misteriosa escena en la que un
personaje central, aparece flanqueado por otras cuatro figuras nimbadas.
Preside la composición, en el tímpano, la figura de
la Maiestas Domini dentro de una mandorla sostenida por ángeles
y flanqueada por la representación de los evangelistas Mateo
y Juan.
A lo largo de las arquivoltas y en posición radial, se suceden
distintas figuras entre las que son reconocibles la historia de Adán
y Eva, acróbatas, bailarinas, ángeles músicos,
varias especies animales e incluso, una Virgen con el Niño.
En una de las enjutas aparece, además, un león andrófago,
un motivo bastante reiterado en el románico catalán.
Llimiana
En la cima de un pronunciado cerro que, sin duda, ejercería
de defensa natural ante el invasor en momentos de conflicto, la pequeña
localidad de Llimiana contaría, además, con una muralla
y un castillo del que apenas se conservan vestigios y que formaría
parte del entramado defensivo de frontera, al igual que los ya referidos
de Mur y Llordá.
Su iglesia parroquial,
bajo la advocación de la Mare de Deu de la Cinta, es un edificio
de considerables dimensiones que destaca sobre el resto del caserío.
Se trata de una fábrica de tres naves sin crucero que desembocan
en otros tres ábsides semicirculares de gran porte decorados
con arquillos ciegos y lesenas lombardas.
Abella
de la Conca
Emplazada como tantas otras de la comarca junto a una fortificación,
hoy desaparecida, la Iglesia de Sant Esteve de Abella de la Conca
es una construcción planteada originalmente en tres naves que,
sin crucero, culminaban en otros tantos ábsides semicirculares.
En la actualidad y debido a varias reformas, la nave norte ha desaparecido
con excepción de su primer tramo, transformado en sacristía.
En el interior, cubierto con bóvedas de cañón,
las naves quedan separadas por arcos de miedo punto sobre pilares
rectangulares, mientras que al exterior, las cornisas absidales quedan
animadas mediante arquillos ciegos. En el hastial meridional a la
altura de los pies, se eleva un magnífico campanario de factura
similar a los del Valle de Boí: consta de tres cuerpos de ventanas
geminadas separados mediante los recurrentes arquillos lombardos.
Biscarri
Coronando la colina sobre la que se asentaba la primitiva población,
hoy convertida en un amasijo de ruinas al desplazarse el casco urbano
a terrenos más llanos, la Iglesia de Sant Andreu de Biscarri
es una modesta construcción de una sola nave de dos tramos
cubiertos con bóveda de cañón que, sin solución
de continuidad, abre a un sencillo ábside semicircular techado
en cuarto de esfera.
Al exterior, donde
son apreciables distintas reformas posteriores que también
afectaron al campanario, la única licencia decorativa se reduce
a los pares de arquillos lombardos separados por lesenas verticales
que articulan los muros absidales.
La
Torre de Cabdella
A orillas del río Flamisell, en la denominada Vall Fosca, la
localidad de La Torre de Cabdella conserva dos testimonios románicos.
La parroquia, dedicada a Sant Vicenç, es un edificio cuyos
aditamentos añadidos a lo largo de los siglos, han acabado
por ocultar su primitiva estructura original, de la que sólo
ha llegado a nuestros días su único ábside semicircular
con decoración de tipo lombardo. De esta iglesia procede un
magnífico Cristo románico depositado en la actualidad
en el Museo de Arte de Cataluña.
Mucho más
interés presenta la ermita de Sant Martí de Ballmoll,
emplazada aproximadamente a un kilometro del núcleo actual
y que, antiguamente, prestaría servicio parroquial a una localidad
desaparecida. Se trata de una curiosa estructura de planta ligeramente
rectangular y de considerable elevación a la que adosa, en
uno de sus costados, un humilde ábside semicircular recorrido
por un friso de esquinillas y un registro de arquillos ciegos.
La patente desproporción de la altura del cuerpo principal
respecto a la cabecera, unida a la extraña solución
de techumbre a una sola vertiente con que se cubre, hace que sea fácilmente
confundida con un campanario.
Estorm
La pequeña población de Estorm, dominada por los exiguos
restos de una torre defensiva, conserva, en el centro de su modesto
casco urbano, una iglesia de origen románico dedicada al Salvador.
Pese a las numerosas
reformas que ha sufrido, puede aún adivinarse su primitiva
estructura de nave única rematada en un ábside semicircular
de tipo lombardo que, debido a las citadas ampliaciones posteriores,
ha terminado por quedar relegado a cumplir función de sacristía.
Muy cerca de Estorm se encuentra la también románica
ermita de Sant Salvador de la Serra.
Sant
Esteve de la Sarga
El municipio de Sant Esteve de la Sarga ocupa el ángulo suroriental
del Pallars Jussà, lindante con la comarca oscense de la Alta
Ribagorza. Sus escasos habitantes se agrupan en pequeñísimos
núcleos poblacionales dotados cada uno de su propia iglesia,
algunas de ellas, de origen románico como la de Sant Miquel
de Moror, La Mare de Deu de Fabregada o la propia de Sant Esteve,
en la capital municipal.
De todas ellas,
la más interesante pese a su humildad y su precario estado
de conservación, es la dedicada a Santa Maria, en el barrio
de La Clua. Se trata de un pequeño edificio de una sola nave,
recortada en su tramo occidental, que remata en un ábside semicircular
decorado con arquillos lombardos que, a diferencia de otros templos
del entorno, no se reducen a la cabecera sino que se prolongan a lo
largo de todo el hastial meridional del edificio.
Otros
testimonios románicos en el Pallars Jussà
Además de los detallados, merecen ser mencionados otros templos
en los que, de manera parcial, se conservan vestigios que atestiguan
su origen románico como el de Sant Vicenç de Boixols,
Santa María de Hortoneda, Sant Pere de Sant Romà d'Abella,
Sant Martí de Canals, las ruinas de Sant Fruitós dAramunt,
la Virgen de la Plana de Pessonada, las iglesias de Sant Pere y Sant
Fruitós en Aransís, la también ruinosa de Santa
Ana de Montadó, Sant Martí de Los Masós, Santa
Bárbara del prácticamente deshabitado pueblo de Sensuí,
o las ruinas consolidadas de Sant Pere de Salas de Pallars, junto
al cementerio.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)