La
vivencia de la sexualidad, de las relaciones de pareja y del amor,
son construcciones de cada época, cultura y religión.
Estos conceptos no han sido vividos de la misma manera a lo largo
de la Historia, tampoco en los diez siglos de Edad Media. El contexto
o las circunstancias han determinado el cómo, el cuándo,
o el quiénes.
Partiendo de esta premisa,
es muy complicado establecer una línea continua pero sí
intentaremos dar unas pinceladas sobre aquellas cuestiones que
las determinaron. Así por ejemplo, ni judíos ni
musulmanes sufrieron tanta presión como los cristianos
en la reglamentación del matrimonio y las relaciones carnales
pero sí hicieron del matrimonio una dominación mucho
mayor del varón respecto a la mujer.

El
amor, el matrimonio y la Iglesia
La Iglesia, durante la
Edad Media, recogió la antorcha del Imperio Romano y siendo
cristiana, judía o musulmana, aglutinó tierras y
gentes, convirtiéndose en un pilar fundamental para cualquier
estado y sociedad.
Así, los clérigos
pasaron a ser los consejeros espirituales y morales, siendo los
únicos capaces de marcar la diferencia entre el Bien y
el Mal. Tal era el nivel de implicación, que consiguieron
además de explicar fenómenos meteorológicos,
procesos evolutivos y enfermedades y curas, acceder hasta los
espacios privados, las relaciones familiares y de pareja así
como a las prácticas sexuales entre ellos.
El principal objetivo
por parte, sobre todo, de las altas esferas eclesiásticas,
fue acabar con las tradiciones provenientes de los bárbaros
quienes, entre otras prácticas, tenían como aceptado
el concubinato, el adulterio- que en realidad no era como lo conocemos
sino que al no tener instituido el matrimonio, podían unirse
y separarse libremente- así como el incesto, donde los
hombres se relacionaban con primas, hermanas o las hijas de éstas.
Por ello la respuesta
de la Iglesia fue el asentar el matrimonio como institución
que llevaría al buen orden social, alejando prácticas
poco deseables.

En el matrimonio, cada
uno de los cónyuges tenía una posición -
la privada para las mujeres, la pública para los hombres-
y funciones diferentes - los hombres eran los encargados de mantener
a la familia, las mujeres de cuidar al esposo, los hijos y la
casa- para asegurar la armonía y el buen desarrollo de
la convivencia. Siendo el matrimonio unión entre hombre
y mujer, las relaciones entre el mismo sexo, tradición
proveniente del mundo clásico, también pasaron a
ser una práctica prohibida. El matrimonio debía
ser heterosexual- aunque no utilizasen esta misma palabra- y ningún
otro. Todo el intrincado concluía con la amenaza de excomunión,
una terrible pena en la Edad Media, y con el juicio divino que
castigaría a los pecadores enviándoles directamente
al Infierno.
Para llevar a cabo tal
misión, articularon una serie de principios que corroboraban
las teorías divinas relacionadas con las relaciones de
pareja y las prácticas sexuales, entre las que se incluía
el pecado que suponían éstas fuera del matrimonio-
lucharon sobre todo contra la infidelidad- o que la mujer no llegase
doncella al matrimonio, organizando todo un culto entorno a la
virginidad como virtud que cualquier mujer debía mantener.
Con el paso de los siglos,
las exigencias a los varones se fueron relajando, cayendo sobre
la mujer la responsabilidad de castidad, única forma de
que un varón se asegurase sobre la paternidad de la criatura,
de otra forma impensable en la época. Los mayores castigos
y penitencias por adulterio impuestas a mujeres que a hombres,
no vienen sino a corroborar los diferentes criterios entorno a
la cuestión donde además, el marido se va convirtiendo,
poco a poco, en el garante del cuerpo de su mujer, aumentando,
si es posible, el control sobre la esposa.
Los
tratados de la época también se hicieron eco de
cómo debían ser las relaciones sexuales, las cuales
se despojan de todo goce o disfrute y se resumen en el acto coital
con finalidad reproductiva. No debían mantenerse relaciones
si no se tenía tal objetivo.
Claro está, una
cosa fue la teoría, otra la práctica. Las leyes
-jurídicas o eclesiásticas- no siempre marcaban
la vida diaria de los hombres y las mujeres quienes, lejos de
las instituciones, debían vivir sus vidas como pudiesen.
Además, las fuentes suelen centrarse en los nobles por
lo que sabemos menos de otras clases sociales así como
de las diferencias entre los matrimonios en el campo y la ciudad.
Sí sabemos que
tanto unos como otros llevaron a cabo prácticas distintas,
especialmente entre la nobleza - como ya dijimos los matrimonios
sellan acuerdos y el amor poco tiene que ver- y los campesinos
y artesanos. Lo mismo ocurre con la idealización no sólo
de las relaciones sino también de los hombres y mujeres,
especialmente de ésta que es representada más como
objeto que como sujeto, respondiendo a ideas creadas en las mentes
de unos pocos.
(Autora
del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:
Ana Molina Reguilón
