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La
herejía del Catarismo y los cátaros
Origen
y configuración del Catarismo
El
catarismo fue un movimiento religioso herético,
con respecto a la Iglesia Católica, que surge en el S.
XII y que, difundiéndose por toda Europa, tuvo especial
arraigo en el Sur de Francia.
Desde un
punto de vista doctrinal, el catarismo ha sido vinculado a diversas
corrientes religiosas y de pensamiento:
-
Maniqueísmo
y dualismo oriental, por cuanto contemplan la existencia de
dos principios, el Bien y el Mal, en constante lucha. El Mal,
Satán, habría creado el mundo y lo material, mientras
que el Bien se identifica con lo espiritual.
-
Neoplatonismo,
a través de Juan Escoto Erígena, que también
pone el acento en el mundo de las ideas, en lo espiritual, frente
al mundo terrenal, frente a lo material.
-
Bogomilismo,
por cuanto, además de lo anterior, comparten algunas
posturas respecto a los sacramentos, como el rechazo al bautismo
de los niños
-
Paulismo,
en una interpretación maximalista de las enseñanzas
del apóstol San Pablo respecto a la castidad, el celibato
y la santidad de estas virtudes.
Por su parte, el origen
de este movimiento herético medieval se ha intentado explicar
en base a diversas interpretaciones: Así, podría
ser un movimiento de resurgimiento de intromisiones heréticas
maniqueas de Oriente que ya se habían producido en los
primeros siglos del cristianismo, contestación social de
carácter popular o más bien de sectores vinculados
al desarrollo urbano y comercial, un intento por retornar al cristianismo
primitivo, una doctrina que permitía a la pequeña
nobleza asegurar su independencia frente a la Iglesia y los grandes
magnates... Objeto aún de discusión por parte de
los especialistas, lo que es seguro, es que en este movimiento,
convergerían diversas inquietudes e intereses.
En cuanto al nombre, cátaro, provendría del griego
'katharos', esto es, perfecto, que es el estado que los miembros
de este movimiento esperaban alcanzar y que es, de hecho, uno
de los grados de la jerarquía cátara.
Dicho nombre, provendría
de Alemania, dado que en Francia eran conocidos como texerant,
mientras que en Flandes eran denominados piphles. No podemos confundir
a los cátaros con los valdenses, fuertes en el Norte
de Italia, nacidos de las doctrinas del rico comerciante lionés,
Pedro Valdo. Dado el arraigo y la protección que tenían
en la ciudad meridional francesa de Albi, desde 1183, los cátaros
también serán conocidos como albigenses.
Ya el Concilio de Reims
(1148), puede que se refiriera a ellos cuando acusa de cómplices
a aquellos que dejen residir a los herejes en sus dominios. El
Concilio III de Letrán (1179), articula medidas contra
ellos y contra quienes tengan tratos con ellos, mientras que en
1163, Eckbert, abad de Schönau, escribía ya los Trece
Sermones contra los Cátaros.
Por su parte, los cátaros habrían celebrado en 1174
el concilio de San Félix de Caraman, donde se reunieron
los obispos cátaros del norte de Francia, Albi y Lombardía,
y representantes de las iglesias cátaras de Carcasonne
y Toulouse, siendo presidido dicho concilio por un papa, el oriental
Nicetas o Niquinta de Constantinopla. Desde 1167 se habrían
organizado diversos obispados cátaros, como el de Albi,
Toulouse, Carcasonne y Agen. Los cátaros habrían
tomado como modelo la organización eclesial católica
romana, pero clasificaban los fieles de la siguiente forma:
-
Obispo
-
Perfecto
-
Diácono
-
Creyente
El diácono sería
una especie de predicador, e incluso se le considera el equivalente
al sacerdote católico. Sólo de entre ellos, serían
elegidos los perfectos, fieles que habrían llevado su renuncia
a lo material y lo mundano a un nivel superior, que les acercaba
más que a ningún otro, a la perfección y
la salvación. Por eso, sólo ellos podían
nombrar a otros perfectos, ordenación que realizaban mediante
la imposición de manos, rito sacramental equivalente al
bautismo que se conoce como consolament o consolamentun. Otro
de los sacramentos conservados por los cátaros, era una
especie e confirmación, conocida como melhorament, que
consistía en inclinarse tres veces seguidas delante del
perfecto, pidiendo su bendición y la de Dios, a fin de
perseverar en el camino hacia la perfección y la salvación.
El aparelhament, por su parte, era el equivalente a la penitencia
y la endura, el ayuno. Dado el radical rechazo de los cátaros
a todo lo material, el ayuno más perfecto, el que garantizaba
la salvación, era aquel que se llevaba al extremo de morir
de inanición, lo que fue practicado por algunos de los
fieles a este movimiento. Pobreza, celibato, condena de procreación
de hijos (¡!) y rezo, constituían los pilares de
la vida del perfecto cátaro.
Localización
El Concilio de Tours (1167)
afirma que la herejía "parte del país de Tolosa",
si bien, aún siendo esta el área donde arraigó
de manera más intensa el movimiento, para algunos autores,
las primeras manifestaciones se detectarían en el Norte
de Italia, lo que avalaría la tesis de aquellos que hacen
de las ideas del pope Bogomilo origen de muchos de estos movimientos
heréticos, dada la relación de la Italia septentrional
con el Imperio bizantino.
Sabemos que, tras ser
eliminado, el catarismo volvería a tener un breve renacimiento
en la persona de Pierre Autier, precisamente gracias a la pervivencia
en el norte de Italia de obispos y 'perfectos' que podrían
imponer el consolamentum, permitiendo la pervivencia del movimiento.
Sin embargo, para Everwin de Steinfeld, los primeros cátaros
aparecen en Colonia en 1143.
Sea como fuere, lo cierto
es que el área de mayor implantación se dibuja entre
las ciudades de Carcasonne, Albi y Toulouse, con otros enclaves
fuertes fuera de ese triángulo, como Laurac, Mirepoix o
Montségur.
Los
cátaros y los complejos equilibrios internacionales
Si bien el catarismo pudo
ser manifestación de descontento social o peligrosas desviaciones
religiosas, este fenómeno pasará a la Historia más
bien por el particular contexto político e internacional
y los intereses encontrados en este ámbito meridional:
Corona de Aragón
Ante las embestidas musulmanas
en el lado septentrional de los Pirineos, Carlomagno decidió
constituir una serie de entidades lo suficientemente fuertes como
para frenar las incursiones islámicas en el Imperio: Se
constituía así un dispositivo defensivo, la Marca
Hispánica, de la que el condado de Barcelona formaría
parte. En el contexto de la disolución del Imperio de Carlomagno
- tratado de Verdún (843) -, surgirá en Barcelona
Sunifredo, comes Barchinonae, y que, según Ramón
d'Abadal, podría ser del conde de Carcasonne, lo que nos
puede dar una idea de la temprana ligazón de Barcelona
con el ámbito pirenaico septentrional.
Efectivamente, los titulares
del condado de Barcelona irán aglutinando diversos territorios
al norte de los Pirineos, de modo que, por ejemplo, hacia 1070,
Ramón Berenguer II adquiere los derechos hereditarios del
condado de Carcasonne-Rases, por vía materna - Almodis
de la Marche -, mientras que Ramón Berenguer III, recibirá
Besalú en herencia en 1111 y al año siguiente, al
casarse con Dulce de Provenza, obtendrá este condado y
las tierras de Millau, Gavaldan y Carlat.
Esta política occitánica,
será recogida por los reyes aragoneses cuando, a raíz
del matrimonio entre Petronila de Aragón y Ramón
Berenguer IV de Barcelona, se constituya la Corona de Aragón
y ambas entidades queden vinculadas.
Francia
Desde que Matilde, hija
de Enrique I Beauclerc, rey de Inglaterra y duque de Normandía,
se casara con Godofredo Plantagenet, conde de Anjou, y el hijo
de ambos, Enrique I, se casara a su vez, con Leonor de Aquitania,
el rey de Francia veía cómo diversos territorios
occidentales del Imperio de Carlomagno, escapaban a su control.
De hecho, los reyes de Francia apenas controlaban mucho más
que la actual Île-de-France. Paradójicamente, el
rey de Inglaterra, ostentando títulos de extensos territorios
franceses, siendo más poderoso que el rey de Francia era,
sin embargo, vasallo suyo, por ejemplo, por los ducados de Normandía
o de Aquitania. Así, determinado el inglés a sacudirse
el dominio vasallático del francés, y éste,
a su vez, a imponer claramente su soberanía, el enfrentamiento
resultaba inevitable.
En este contexto, surge
la figura de Felipe II Augusto (1180 - 1223), decidido a consolidar
la soberanía regia y asegurar su dominio sobre los grandes
principados surgidos de la disolución del Imperio carolingio.
Sin duda, los dominios continentales del rey de Inglaterra, constituían
uno de los desafíos más graves a los proyectos de
Felipe Augusto, de manera que su sometimiento efectivo se convirtió
en una prioridad para el galo. La vinculación comercial
de Inglaterra y Flandes, inclinaría a los titulares de
este ducado, vasallos del rey de Francia, a alinearse con los
isleños. Sin duda, el principal escenario de la lucha sería,
por tanto, el Norte, pero no debemos olvidar que el rey de Inglaterra
también tenía vinculaciones con Aquitania - era
duque de Guyena, porción de la antigua provincia romana
-, por lo cual, no dejaba de ser el Sur un frente a tener en cuenta
en la lucha general que mantenía Felipe Augusto contra
los Plantagenet. La gravedad del asunto debía ser percibida
ya por los franceses que asisten en 1159 al proyecto de enlace
matrimonial entre los hijos de Enrique II de Inglaterra y Ramón
Berenguer IV de Toulouse, enlace que suele ser manifestación,
en estos tiempos, de una alianza política.
Por otro lado, la conquista
de de Normandía (1204) por parte de Felipe II Augusto,
implicó que los nobles normandos fueran desposeídos
de sus feudos ingleses: Urgía compensar a dichos nobles
con otras posesiones, si quería atraerse a los mismos y
evitar una rebelión. No podemos olvidar que la cruzada
contra los albigenses prendió especialmente en Normandia
y que, de hecho, fue un normando, Simón de Montfort, el
líder más destacado de la misma. Resulta significativo,
además, que Simon de Montfort fuera también conde
de Leiscester, si bien, lo era en teoría, dado que, como
señalamos, los nobles normandos fueron desposeídos
de sus feudos ingleses.
El Sur de Francia
La Francia meridional
se encontraba dividida, en estos momentos, en diversas entidades
políticas cuya vinculación vasallática resulta
fluctuante: Por ejemplo, en 1135, Guillermo IV de Montpellier
juraba fidelidad, nada menos, que a Alfonso VII de Castilla, mientras
que Beziérs, Narbona y Carcasonne eran feudatarios de Pedro
II de Aragón (1196-1213) durante el período que
estamos analizando.
Sea como fuere, podemos
distinguir tres grandes bloques:
-
Los Sant
Géli, condes de Toulouse
-
Los Trencável,
señores de Carcasonne, Béziers y Albi
-
Otros
poderes locales: Foix, Narbona, Beárn
Teóricamente, los
Trencável eran vasallos de los condes de Toulouse, pero
la actitud refractaria de los primeros hacia el control por parte
de sus señores, generaría tensiones y enfrentamientos
entre ambos, llegando a cerrarse contra los Trencável,
alianzas entre los tolosanos y aragoneses. Quizás este
enfrentamiento explique la benévola y tolerante actitud
de los señores de Albi y Béziers hacia los cátaros:
Dado que Raimundo V de Toulouse combatía con denuedo la
herejía, era natural que cátaros y Trencável
se unieran, dada la convergencia de intereses y enemigos.
Papado
Aunque el arraigo de la
herejía en el sur de Francia, y el amparo que los Trencável
otorgaban a los herejes, podía preocupar a Roma, lo que
los Papas temían especialmente era al Sacro Imperio Romano
Germánico y los repetidos intentos de sus titulares por
someter al Papado. Por eso, cuando Constanza de Sicilia se casa
con Enrique VI (1190 - 1197), las alarmas saltaron en la Curia:
el cerco imperial en torno a los Estados Pontificios se estrechaba.
Sabemos que la esposa
de Raimundo VI, Matilda, era 'perfecta', es decir, una notable
cátara - lo que es perfectamente plausible, habida cuenta
de las influencias islámicas y bizantinas de la corte de
su padre Roger II, que podrían haberla puesto en contacto
con doctrinas orientales -, lo cual, habría contribuido
a suavizar la actitud del conde de Toulouse respecto a los herejes.
Que un señor como el de Albi protegiera a los herejes era
una cosa, pero que un magnate como el conde de Toulouse se uniera
a éste en su amparo a los cátaros, podía
resultar demasiado inquietante para Roma. Ahora bien, lo realmente
grave, es que Matilda, era hermana de Constanza, es decir, de
la esposa de Enrique VI de Alemania, de manera que, Raimundo VI
estaba ahora vinculado a los enemigos de Felipe II Augusto e Inocencio
III papa, por cierto, de origen francés. El frente meridional
se volvía ahora especialmente hostil.
La elección de
Otón de Brunswick en detrimento del gibelino Felipe de
Suabia, continuador de la tradicional política de los emperadores
alemanes, redujo la tensión que había excitado los
ánimos franco-romanos, pero ambos aliados se daban cuenta
del peligro que suponía el condado tolosano, a la retaguardia
del frente principal de la lucha entre ingleses y franceses.
La
cruzada contra los cátaros
Paralelamente a estos
acontecimientos, el Languedoc hervía desde un punto de
vista religioso. Así, para contrarrestar la actividad cátara,
la Iglesia envió diversos predicadores como Domingo de
Guzmán, fundador, precisamente, de la Orden de Predicadores,
también conocidos como dominicos, que continuarían
la obra de San Bernardo de Claraval. Esta catequizante competencia
se vería encauzada en los llamados coloquios, en los que
cátaros y católicos se reunían para exponer
sus puntos de vista. Si bien, Inocencio III podía impacientarse
ante los escasos avances de la actividad misionera católica
en el Languedoc, era Felipe II Augusto el que tenía bastante
más prisa por dar salida a muchos de esos nobles normandos
que se habían quedado sin sus feudos ingleses, y por neutralizar
un principado que, a más de escapar al control soberano
del rey de Francia, constituía un serio peligro en su retaguardia.
La
actitud de los legados pontificios como Pedro de Castelnau o Arnaud
Amaury, muestran que a éstos no les interesaba la conciliación,
sino poner a Raimundo VI al límite con exigencias cada
vez más humillantes y duras que condujeran irremediablemente
a la guerra. En 1207, Pedro de Castelnau consiguió que
Raimundo VI se uniera a la cruzada contra los albigenses, pero
el asesinato del legado pontificio poco después - supuestamente,
a manos de un caballero al servicio del conde de Toulouse -, serviría
en bandeja aquello que el rey de Francia esperaba desde hacía
tanto tiempo: En marzo de 1208, Inocencio III proclama la cruzada
contra Ramón VI y, lo que es más importante, contra
sus territorios. El Papa, como no podía ser de otra manera,
se dirige al rey de Francia y a la nobleza del Norte que, hasta
ese momento, implicada en su lucha contra Juan Sin Tierra de Inglaterra,
había ignorado otras convocatorias similares: Ahora, el
Papa no llamaba a la cruzada sólo contra los herejes, sino
contra un poder territorial muy concreto. Así, entre 1208
y 1209, Arnaud Amaury, sucesor de Pedro de Castelnau, predicará
la cruzada, uniéndose a ella, entre otros magnates del
norte, Otón III de Borgoña.
Inicialmente, Ramón
VI propondrá a su rival Ramón Roger, señor
de Albi y Carcassonne, constituir una alianza contra la cruzada,
pero el de Albi la rechazará. ¿Por qué rechazó
Ramón Roger un ofrecimiento dirigido a frenar una agresión
que iba, al fin y al cabo, especialmente contra él?. Quizás,
el Trencável sabía que esa cruzada no iba tanto
contra los herejes, como contra el conde de Toulouse, de manera
que era probable que, si a las puertas de sus dominios, el señor
de Albi se arrepentía, los cruzados respetarían
su posición y títulos, mientras arremetían
contra el tolosano, eliminando así a su adversario. Es
probable que el conde de Toulouse se diera cuenta de la maniobra,
puesto que él acabará haciendo exactamente lo mismo:
Si la cruzada barría a los pequeños nobles de Occitania
que habían tolerado o protegido a los herejes, cuando los
cruzados se marcharan, el tolosano quedaría como el poder
hegemónico de la zona.
Ahora bien, aunque Raimundo
VI se había unido a los cruzados, el líder de éstos,
Simon de Montfort atacaría también Toulouse, demostrando
que la cruzada no se dirigía tanto contra los herejes,
como contra el titular del poderoso condado meridional, insistimos,
amenaza constante en la retaguardia de Felipe II Augusto y poder
todavía no sometido a la efectiva soberanía del
rey de Francia.
Las victoria de Simon
de Montfort, suponen victorias para el rey de Francia, pero su
peón normando comenzaba a hacerse demasiado independiente
y poderoso: Si en el verano de 1209 conquista Béziers y
Carcasonne, convirtiéndose en señor de ambos señoríos
- Pedro III aceptó que Simon de Montfort tuviera estos
señoríos, pero estaría sometido a vasallaje
del conde de Barcelona -, poco después irá arremetiendo
contra otros enclaves y territorios, llegando a tomar Moissac
e incluso los señoríos de nobles que nunca habían
amparado la herejía.
Los nobles del Sur de Francia se dieron cuenta de que, o bien,
la cruzada tenía como objetivo la completa erradicación
de la herejía - muchos de sus familiares seguían
las doctrinas cátaras -, o bien, se pretendía la
completa sumisión del sur al rey de Francia, de manera
que, ante la eficaz resistencia de Toulouse, el conde de Fóix,
el vizconde de Béarn y a otros señores se unieron
a Raimundo VI para combatir a los cruzados. Quizás las
palabras atribuidas a Arnaud Amaury respecto a la población
cátara y católica de Béziers, - "matadlos
a todos, Dios escogerá a los suyos" - sean apócrifas,
pero pueden ser un claro reflejo de lo que el rey de Francia y
sus agentes pontificios pretendían: Someter a su soberanía
el sur de Francia, territorio que, fuera católico o cátaro,
prefería mantener la situación tal y como estaba.
Sin embargo, la intensa
actividad conquistadora de Montfort, podía conducir a la
constitución de un principado aún más poderoso
y extenso que el de Raimundo VI, por lo que Inocencio III acabará
denunciando los excesos de Montfort, quizás horrorizado
por las matanzas realizadas por el mismo, pero quizás también
respondiendo a la inquietud generada en Felipe II Augusto por
la exitosa expansión y consolidación del noble normando.
Ahora bien, si el Papa
procuró atenuar los excesos de Montfort, Inocencio III
no atenderá las demandas de los señores injustamente
desposeídos, por lo cual, muchos de estos, vasallos de
Pedro II el Católico de Aragón, decidieron pedirle
ayuda, conscientes del prestigio alcanzado por su brillante y
vital actuación en las Navas de Tolosa contra los almohades
(1212), que le valió el título de rey católico.
La presencia del aragonés mostraría al Papa que
la de Montfort, no era una cruzada contra la herejía, sino
una simple operación política.
Pedro II, por su parte,
tenía algunos motivos para intervenir: Los genoveses estaban
trastornando sus planes respecto a Valencia y Mallorca, y Francia
era el principal aliado de estos comerciantes italianos. Por otro
lado, y como adelantamos más arriba, el rey de Aragón
recoge la política pirenaica del condado de Barcelona,
de manera que la actuación de Montfort es contemplada como
una intolerable injerencia del rey de Francia en un ámbito
de influencia que le pertenecía. La intervención
en el sur de Francia, podría servir para enfriar el excitado
ánimo galo y daría a Aragón mayor margen
de maniobra en su pugna mediterránea. En septiembre de
1213, aragoneses y cruzados habrían de encontrarse en Muret,
pero la derrota y muerte de Pedro II en la batalla, constituirá
un duro golpe para la posición de los catalanos-aragoneses
en el Pirineo septentrional.
Tras la victoria de Muret,
Monfort volvió a arremeter contra Toulouse, pero como tras
la batalla de Bouvines (1214), Felipe II Augusto había
neutralizado a sus más poderosos enemigos, decidió
que ya había llegado el momento de ocuparse del frente
sur, y muy especialmente, del activo y poderoso Simon de Montfort.
El que había iniciado su carrera como peón de Francia,
parecía estar ahora fuera de control, por lo cual, urgía
contrarrestar su poder
. Y precisamente, el conde de Toulouse
podía servir a tales propósitos. Para no crear perplejidad
entre los cruzados, el rey de Francia no podía pactar con
Raimundo VI, personaje que, a pesar de retractarse, hacer penitencia
o de haberse unido a los cruzados, había sido atacado sin
piedad. Si ahora se pactaba con él, podría cundir
la confusión entre los cruzados, y lo que es más
importante, Simón de Montfort y otros jefes cruzados ahítos
de tierras y títulos, podían sospechar. Era necesario
eliminar a Raimundo VI, pero sin destruir por ello el señorío
de los St. Gilles ni a sus legítimos titulares; la solución
era simple: Raimundo VI sería sucedido por su hijo Raimundo
VII.
Aceptando los tolosanos
las soluciones propuestas en el IV Concilio de Letrán (1215),
Raimundo VI y su hijo, durante el viaje de vuelta, serían
recibidos en Marsella y Avignon con honores, jurándoles
fidelidad. La victoria de los Raimundos en la batalla de Beaucaire
(1216), anunciaba que la estrella de Montfort comenzaba a declinar.
Es entonces cuando, decidido el normando a acabar de una vez por
todas con los St. Gilles, decide poner un nuevo sitio a Toulouse.
Sin embargo, el 25 de junio de 1219, Simon de Montfort moriría
bajo los muros de la ciudad.
Con la desaparición
de Montfort, los señores del sur vieron alejarse el peligro
de conquista y desposesión de sus feudos y señoríos,
por lo que también se atenuaría el apoyo a los cátaros.
El sucesor de Felipe Augusto, Luis VIII, seguirá presionando
sobre los herejes y acabará imponiendo su autoridad, pero
llegará a un acuerdo con Raimundo VII (Tratado de París,
1229), por el que el tolosano conservaba sus dominios y, a cambio,
el rey de Francia consolidaba su autoridad. Raimundo VII debía,
además, combatir a los cátaros hasta su completa
erradicación.
El final del Catarismo
El final del catarismo,
viene dado por diversas causas, que podemos clasificar en dos
grandes grupos:
Externas
Como adelantamos más
arriba, la muerte de Montfort contribuyó a que la pequeña
nobleza atenuara el apoyo prestado a los herejes. Los cátaros
ya no eran tan necesarios y, seguir apoyándoles, podía
sumir Languedoc en una nueva tormenta como la padecida desde 1209.
De hecho, Ramón VII se preocupó de combatirles y
perseguirles.
Internas
Disensiones doctrinales derivadas de sus
propias incoherencias: dudas,
desconfianza y desazón entre los fieles.
Uno de los aspectos más
problemáticos, y que generó gran inquietud y desafecciones
entre los cátaros era, por ejemplo, la doctrina relativa
al estado del perfecto: así, si un perfecto pecaba, todos
los que hubieran recibido el consolament de sus manos, lo perdían,
de manera que se condenaban irremediablemente. Muchos comenzaron
a temer si se salvarían, al no saber si el perfecto que
les había impuesto las manos había pecado, generando
dudas, desconfianza y una insoportable desazón entre los
seguidores de la herejía, que les acabó por apartar
del movimiento.
El rechazo
al matrimonio y la procreación de hijos, contribuyó
a reducir sus efectivos demográficos
Puesto que todo lo material era intrínseamente
abominable, lo peor para los cátaros era tener hijos. Por
ello se abolió el matrimonio para evitar la reproducción.
De haber triunfado esta herejía, se habría llevado
a la Humanidad a su desaparición. Lo que sí consiguió
-ciertamente- esta doctrina es hacer que el número de cátaros
disminuyese de forma natural.
Pero el desatino sobre la tenencia de familia llegó
más lejos pues los cátaros afirmaban que si una
mujer moría antes de dar a luz, se condenaba, puesto que
había muerto llevando un demonio dentro. Y es que, si todo
lo material era obra de Satán, también el hombre
lo era - de hecho, Satán habría creado al hombre
del barro y le habría infundido vida al incardinar en dicha
creación a un ángel caído -, de manera que
las mujeres embarazadas no estaban más que propiciando
el nacimiento de nuevos demonios, y tenían ya dentro de
sí un demonio.
Que las mujeres pudieran ser ordenadas quizás
atrajera a muchos disidentes de la Iglesia Católica, pero
este tipo de doctrinas acabaría alejando a muchas de ellas,
en una época, en la que éstas eran principales educadoras
y transmisoras de valores.
La revuelta de 1242
Ante la persecución
de los cátaros, el sur de Francia volvió a agitarse
en 1242, siendo asesinados algunos eclesiásticos. Dado
que la revuelta habría sido planificada en Montségur,
bastión albigense en el que se habrían refugiado
obispos y gran número de perfectos, se resolvió
acabar con el mismo. Sometido a sitio entre el verano de 1243
y marzo 1244, su caída supuso un duro golpe para el movimiento,
al desaparecer el grueso de aquellos que, mediante imposición
de manos, podían ordenar a nuevos perfectos.
Refugiado en el Norte
de Italia, el catarismo intentaría resurgir en diversas
ocasiones a lo largo del S. XIV, destacando el período
de Pierre Autier (1299 - 1310), hasta desaparecer en los albores
del S. XV.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana
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