Peregrinación
a Roma. La Vía Francígena
A Roma conducía
una de las tres principales vías de peregrinación
medieval. Quienes allí iban se llamaban romeros.
El objetivo último
de los romeros era alcanzar la basílica de San Pedro y
la visita a los sepulcros de San Pedro y San Pablo. Si ello fuera
poco, Roma tenía numerosas iglesias plagadas de reliquias
de santos y mártires de la antigüedad.
La principal ruta de acceso
a Roma fue la Vía Francígena que arrancaba desde
Canterbury y atravesaba de noroeste a sureste Francia y Suiza,
para penetrar en Italia por los Alpes. Se inicia a partir de la
visita del arzobispo de Canterbury, Sigerico el Serio a finales
del siglo X y sus escritos con la descripción de las etapas.
Como en los restante casos,
diversos caminos secundarios permitían el acceso a la Vía
Francígena desde otros puntos de Europa. También
existieron caminos alternativos para llegar al lugar de entierro
del sucesor de Cristo en la Tierra.
Algunos de los romeros
continuaban su viaje hacia Jerusalén
El momento álgido
de las peregrinaciones a Roma comienza en 1300 al proclamar el
papa Bonifacio VIII la indulgencia plenaria a los romeros.
Peregrinación
a Jerusalén y Tierra Santa
Los peregrinos a Jerusalén
eran denominados palmeros, puesto que los que lograban regresar,
lo hacían con palmas.
Las peregrinaciones a
Jerusalén y Tierra Santa ya existían desde la Antigüedad
tardía y ni siquiera la conquista musulmana las había
conseguido eliminar. Tal era el influjo y prestigio de estas tierras
donde habían vivido los personajes sagrados del Nuevo Testamento
y donde Cristo murió para salvación de la humanidad.
El fenómeno de
la peregrinación a Tierra Santa y la necesidad de proteger
a los palmeros fue uno de los factores de estímulo al espíritu
de guerra santa que culminaría en las Cruzadas, que durante
dos siglos enfrentó a parte de la Cristiandad con el Islam.
Peregrinación
a Compostela. El Camino de Santiago
Quienes
se dirigían hacia Compostela se llamaron durante la Edad
Media peregrinos (aunque este término se utilice también
con carácter general para todos los viajeros con objetivos
devocionales).
El proceso de peregrinación
a Compostela se inicia casi inmediatamente al descubrimiento del
sepulcro del apóstol Santiago el Mayor en el siglo IX aunque
adquiere su auge durante las últimas décadas del
siglo XI, todo el XII y parte del XIII.
A pesar de que su teórica
menor importancia frente a lugares como Roma y Jerusalén,
Compostela se convierte en el lugar preferido por la peregrinación
europea.
Se establece una ruta
principal llamada Camino Francés que recorre más
dos tercios de la Península Ibérica por su extremo
norte (de oeste a este) y que parte de innumerables lugares de
Europa que se van juntando en Francia y que también pasan
por otros santuarios con reliquias de menor importancia.
El éxito en el
desarrollo del Camino de Santiago, además de la espontánea
devoción religiosa popular, se debió a la acertada
labor de organización y construcción de infraestructuras
(hospitales, puentes, calzadas) por parte del papado y especialmente
de varios reyes hispanos.
Como ocurría en
los casos de Roma y Jerusalén, y aunque el camino Francés
era el más transitado, se establecieron otras rutas para
visitar la tumba de Santiago según el punto geográfico
de origen de cada peregrino.
Para ampliar información
sobre las peregrinaciones a Santiago de Compostela, visite la
página:
Camino
de Santiago
Razones
de la importancia del Camino de Santiago
El hecho de que el Camino
a Santiago se convirtiera en la principal vía de peregrinación
europea a partir del siglo XII en perjuicio de lugares de mayor
jerarquía religiosa como Jerusalén (Sepulcro de
Jesús) y Roma (Sepulcros de San Pedro, San Pablo y una
nómina larguísima de mártires) ha sido estudiado
e interpretado por diversos autores, cuyas conclusiones, si ser
del todo convincentes, sí permiten vislumbrar el origen
del fenómeno y, al mismo tiempo, comprender el cambio multidimensional
de la sociedad europea en los siglos XI y XII.
La
razón principal que se esgrime por algunos autores es que
Compostela reunía una serie de beneficios materiales, psicológicos
y espirituales (la nueva sensibilidad espiritual) que se pueden
resumir en los siguientes puntos: