El
año 476 los mercenarios bárbaros asentados en el
norte de Italia se rebelaron contra el imperio romano, proclamaron
rey a su caudillo, Odoacro, y marcharon sobre Rávena.
Allí
depusieron al emperador niño Rómulo y dieron muerte
a los principales miembros de su corte. En Roma, se persuadió
al Senado, que se había transformado en una cámara
representativa de los terratenientes más ricos de Italia,
para que enviara las insignias de la dignidad imperial de Occidente
a Constantinopla y reconociera al rey bárbaro como representante
del emperador en la península itálica.
Tanto
para los cronistas orientales como occidentales, estos acontecimientos
representaron "el fin del imperio romano de Occidente".
Muchos historiadores modernos han adoptado ese mismo criterio.
La significación simbólica del episodio está
fuera de duda: a partir de aquel momento, los emperadores de una
Constantinopla que hablaba griego se convirtieron en los únicos
herederos legítimos de Augusto y Constantino. Durante algo
más de tres siglos nadie compartió el título
con ellos. La Romanía occidental se transformó en
un mosaico de reinos independientes con una clase dominante de
origen germánico, una cultura polarizada por la Iglesia
y moldes administrativos y económicos significativamente
diferentes. No obstante, este proceso llevaba ya muchos decenios
en curso y en él sólo influyeron de manera marginal
los acontecimientos de Italia.
El
declive militar romano previo entre los siglos IV y V y las andanzas
de los pueblos germánicos
La
frontera militar del imperio romano en Occidente había
dejado de existir, de hecho, cuando el ejército imperial,
ya fuertemente germanizado, fue incapaz de impedir la entrada
de los vándalos, burgundios y otras tribus bárbaras
en la Galia el último día del año 406. Los
vándalos se asentaron primero en España, desde donde
se trasladaron por mar el año 429 para fundar un reino
en las provincias todavía relativamente prósperas
del norte de África.
Los
burgundios se dirigieron hacia el sudeste para fundar un reino
que, según una tradición tardía, tenía
su centro en Worms, hasta entonces ciudad de poca importancia.
El año 436, Worms fue ocupada por el último representante
efectivo de la autoridad imperial en la Galia, Aecio. Siete años
más tarde, a éste le pareció oportuno permitir
el asentamiento de lo que quedaba de las huestes burgundias alrededor
de la orilla occidental del lago Lemán. Inesperadamente,
este asentamiento se convertiría en el núcleo de
un segundo reino burgundio que se extendía hacia el oeste
y el sur y que, andando el tiempo, daría nombre a la región
de Borgoña, con límites más amplios de los
actuales.
Los
visigodos, admitidos en el imperio romano el año 376 en
su huida ante los temibles hunos, que habían irrumpido
sobre ellos procedentes de Asia, invadieron la península
italiana a principios del siglo V en su incesante búsqueda
de alimentos, botín y, quizás, buenas tierras. El
año 410 saquearon la misma Roma, acontecimiento que conmovió
por igual a los cristianos y a los últimos paganos cultos.
Ocho años más tarde, se habían asentado entre
el río Loira y los Pirineos como federados imperiales (aliados
militares), regidos por reyes que residían en Burdeos y
en Tolosa. Sin embargo, el año 475, el rey Eurico denunció
el tratado y proclamó la independencia de su reino.
Las
provincias imperiales de la zona del Danubio habían caído
unos 20 años antes en poder de los ostrogodos, que amenazaban
Constantinopla. Después del año 488, su rey, Teodorico,
fue convencido para que guiase a su pueblo a Italia y expulsase
a Odoacro: antes de cinco años, Teodorico entraba triunfalmente
en Rávena. Durante los tres decenios siguientes, tanto
godos como romanos reconocieron y aplaudieron su gobierno, mientras
otras tribus bárbaras trataban de aliarse con él.
En
la primera mitad del siglo V, varios grupos de francos dominaban
gran parte del noroeste de Europa. Ocupaban el fértil valle
del Mosela y toda la región al norte del río. Más
tarde, el dominio del bajo Rin pasó a sus vecinos los salios,
cuya nueva estirpe de enérgicos caudillos, denominados
merovingios, condujo a sus subditos hacia la región más
urbanizada -aunque entonces agrícolamente declinante- que
constituye hoy la parte occidental de Bélgica. Desde allí,
el rey Clovis o Clodoveo hacía sentir su autoridad hacia
el oeste sobre casi toda la Francia al norte del Loira y, hacia
el sur, sobre los pequeños reinos francos situados en el
Rin medio y los valles de sus afluentes.
El
año 507 los ejércitos de Clodoveo derrotaron a los
visigodos de modo tan aplastante que sus reyes se vieron obligados
a abandonar prácticamente todos los territorios al norte
de los Pirineos. Hasta su total conquista por los invasores árabes,
el año 711, los visigodos gobernaron la península
ibérica desde Toledo. Los hijos de Clodoveo se anexionaron
el reino burgundio y llevaron a los francos por vez primera hasta
las costas mediterráneas.
La
sociedad romano-germánica
En toda la
Europa romano-germánica, los recién llegados estaban
en abrumadora inferioridad numérica respecto a la población
existente. La germanización, incluso de regiones próximas
a las antiguas fronteras, constituyó un proceso lento.
El modelo
medieval de asentamiento y organización agraria en toda
esta región se fue imponiendo de modo gradual.
Los reyes
bárbaros que se establecían, con sus cortes, en
una ciudad o cerca de ella asumían la herencia del derecho
público romano. Necesitaban la colaboración activa
de las clases administrativas existentes, pues sin ella no podían
esperar mantener, ni mucho menos ampliar su autoridad. Los frutos
de esta cooperación y su nueva relación con sus
súbditos se manifiesta en el contenido de los códigos
legales escritos. Los más antiguos, los de visigodos y
burgundios, mostraban la profunda influencia de las ideas y costumbres
contemporáneas de los romanos. En cambio, la Lex Sálica
(507-511) de los francos era esencialmente germánica en
su contenido, aunque latina en lenguaje.
Pero la sociedad
romano-germánica resultante de todo este conjunto de avatares
era una civilización muy inferior a la antigua romana.
Aunque siempre hubo llamas de cultura clásica que no se
apagaron completamente, el hecho es que el arte, las ciencias,
la ingeniería, la arquitectura y otros campos del saber
no sólo se estancaron sino que emprendieron una caída
vertiginosa hasta llegar a lo que se ha denominado los "tiempos
oscuros" altomedievales que, sin embargo, son el germen de
la identidad de los pueblos de Europa.
Si exceptuamos
algunos personajes y etapas de resurgimiento cultural muy puntuales
(entre los que habría que citar algunas figuras y momentos
del reino visigodo de Toledo y del mozarabismo hispano) habrá
que esperar al llamado "Renacimiento Carolingio" del
siglo VIII para encontrar una etapa de prosperidad. Aunque no
será hasta el siglo XI cuando Europa logra deshacerse de
sus sombras y alcanzar un momento de gran reactivación.
Es el momento del gran "Renacimiento o Milagro Románico"
pero hasta llegar a este momento los pueblos europeos habrán
tenido que atravesar nada menos que medio milenio desde la caída
del Imperio Romano de Occidente.