El último
día del año 406, alanos, vándalos asdingos
y silingos y suevos, forzaban el limes renano entre Worms
y Maguncia, penetrando tres años después en Hispania,
donde habrían de asentarse. Sin embargo, el menoscabo que
dicha ocupación suponía para la autoridad imperial,
el grave trastorno económico que implicaba y la amenaza
que para la aún romana Tarraconense constituía su
vecindad con estos belicosos e imprevisibles bárbaros,
determinó a las autoridades imperiales pactar con los visigodos
para limpiar buena parte de Hispania.
La práctica
aniquilación de los vándalos silingos y los alanos,
contribuiría a reforzar los contingentes de vándalos
asdingos asentados en la Bética. Por su parte, el temor
a un ataque romano-visigodo y las luchas intestinas que asolaban
el Norte de África - el gobernador Bonifacio estaba enfrentado
a Aecio - debieron determinar al rey vándalo Genserico
a cruzar el Estrecho de Gibraltar para ir a instalarse en las
provincias norteafricanas.
Así,
liderados por Genserio, los vándalos proceden a efectuar
el desembarco en las costas cercanas a Tánger (429), desarrollando
una activa expansión que les llevará desde Volubilis
- en el actual Marruecos -, hasta Hipona - actual Túnez
-. Precisamente, de Hipona era obispo san Agustín en aquellos,
para los provinciales romanos, duros años. Los vándalos
ejercerían su dominio también sobre las islas Baleares,
Córcega o Cerdeña, islas sobre las que el emperador
bizantino León I (450- 474) reconocerá, en 462,
el dominio bárbaro, dominios que serán utilizados
como base de operaciones piráticas, acciones de rapiña
que asolarán el comercio Mediterráneo y las costas
europeas, desde el actual Portugal hasta Grecia.
Como adelantamos
más arriba, los vándalos aprovecharon las estructuras
administrativas romanas, si bien, procuraron ejercer un férreo
control político de lo cual, la persecución contra
el clero y la jerarquía católica, puede ser una
manifestación. Respecto a los bereberes, poco o nada romanizados,
parece que participaron junto a los vándalos en las lucrativas
incursiones realizadas en las costas septentrionales mediterráneas.
Sin embargo, los vándalos no lograron aglutinar a la población
en torno a su rey, dado que los bereberes organizarían
sus propios principados e incluso emprenderían acciones
de saqueo en territorio vándalo.
De
hecho, si en Hispania o en las Galias a los líderes bárbaros
les resultaba más o menos sencillo controlar la situación,
al ser reyes para su pueblo, pero también representantes
del Imperio de cara a los provinciales romanos, en el Norte de
África existía un tercer elemento, los bereberes,
a los que resultaba más complicado someter a la soberanía,
ya fuera como reyes del pueblo germánico, ya como cónsules
romanos, dado que los bereberes no reconocían ni una ni
otra legitimidad ni autoridad.
Genserico
había logrado aglutinar a germanos, asiáticos, bereberes
y romanos disidentes porque obtenía victorias que proporcionaban
a sus seguidores botín y prestigio, pero no logró
consolidar la identidad de su pueblo ni articular una formación
política sólida. Por eso, a su muerte en 477, asistimos
al progresivo debilitamiento del reino vándalo norteafricano,
lo que vino a coincidir con la Recuperatio Imperii justininea.
El destronamiento
del filo-romano Hilderico a manos de Gelimer, daría a Justiniano
la excusa perfecta para arremeter contra el reino vándalo.
Iniciada la campaña en junio de 533, para septiembre ya
había caído Cartago en manos de Belisario y en diciembre
el reino bárbaro norteafricano podía darse por aniquilado.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana